Read Wyrm Online

Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (23 page)

Por alguna razón, Oz había decidido que era una buena oportunidad de exponer algunas de sus ideas más extravagantes.

—Los virus de información no limitan su campo de acción a los ordenadores. Durante muchos miles de millones de años, los seres vivos sólo almacenaban y transferían información en forma de ADN. Cuando empezaron a desarrollar cerebros de mayor tamaño, apareció una nueva manera de guardarla y comunicarla. Siempre que se dan estos procesos, existe la capacidad potencial de una infección de virus, en el sentido general de este término.

—Escuche una cosa: ¿tenemos tiempo que perder hablando de virus cerebrales? -dije, cada vez más impaciente.

—No hablo de virus cerebrales, sino de virus mentales -respondió Oz, lanzándome una mirada despreciativa.

—Como el chiste mortal de Monty Python -comentó George.

Todos nos volvimos hacia él. Empezaba a tener la sensación de que el guión de aquella conversación había sido escrito por Monty Python, o quizá por Lewis Carroll. La verdad era que Oz tenía un parecido sospechoso con el Sombrerero Loco del País de las Maravillas.

—Hace tiempo, los Monty Python se inventaron la historia de un chiste que era tan gracioso que todos los que lo oían morían de un ataque de risa -explicó George.

Oz asintió con la cabeza.

—Sería un ejemplo de virus letal. En términos de selección natural, un virus que mata a su anfitrión se encuentra en desventaja, sobre todo si lo mata deprisa. Es como mudarse a una casa y pegarle fuego. Pero hay muchos tipos de virus mentales: pequeñas leyendas, chistes, rumores, sectas, cadenas de cartas y cosas así.

—Se refiere a epidemias de memes -dijo George.

—¿Epidemias de qué? -preguntó AJ.

—Memes. Es el equivalente mental de los genes: un fragmento de memoria codificada. Se considera una epidemia cuando la información que se divulga es falsa.

—Se parece a la falsa alarma del virus Good Times -comentó Al.

Se refería a un rumor que solía correr por Internet -y que todavía aparece de vez en cuando-. Se dice que uno puede recibir un mensaje de correo electrónico titulado
Good Times
y que, cuando se abre, activa un virus que destruye todo el disco duro. Los expertos en seguridad se han pasado miles de horas tratando de convencer a los usuarios de que esto es imposible. Hay quien ha sugerido incluso que Good Times es aún más dañino que un virus verdadero porque no puede ser atacado con las herramientas habituales. Para colmo, en 1995 alguien se inventó los virus de macro, que infectan documentos de texto, por lo que ahora sí que es posible recibir un virus a través del correo electrónico.

—En el sentido de que ese mensaje es el virus -dijo Oz-, que, en lugar de infectar el ordenador, infecta al usuario, porque se lo cree y ló sigue divulgando.

»Uno de los mejores ejemplos de virus mentales es la religión -continuó-, que posiblemente es la forma de mayor éxito de virus de información humana o, si así lo prefieren, de epidemia de memes. Veamos, por ejemplo, el judaísmo. Durante miles de años, se ha transmitido de generación en generación a todos los miembros de la familia, como el
kuru,
por así decir.

—¿Qué es el
kunu?
-pregunté.

—Es una enfermedad vírica que sólo se encuentra en un conjunto aislado de población de Nueva Guinea -explicó Al-. Se contagia al comer el cerebro de una persona ya infectada.

George y yo hicimos muecas de asco y oí que León profería un ruido ahogado. En cambio, Oz volvió a sonreír a Al.

—Exacto. Por eso, la probabilidad de contagio fuera del, grupo que practica la antropofagia es nula, como es casi nula la probabilidad de hacerse judío si uno no ha nacido en el seno de una familia judía. Al fin y al cabo, en televisión no aparecen telepredicadores judíos. Sin embargo, hace unos dos mil artos el judaísmo sufrió una mutación y apareció el cristianismo. Desde el punto de vista epidemiológico, la diferencia más importante entre ambos es que el cristianismo se extiende fuera del grupo familiar o tribal; es evangélico, lo que es análogo a un virus biológico que se propaga por contacto.

»Por otra parte, está la cuestión de la susceptibilidad. Un virus es como una llave que encaja en una determinada cerradura. La interacción entre el virus y su anfitrión depende de factores específicos en el anfitrión; el virus ha sido creado para aprovecharse de ellos.

—¿Creado? -inquirí. Supongo que Oz no pensó que era otra pregunta estúpida, porque no me lanzó ninguna mirada insultante. Tal vez aún tenía alguna esperanza.

—Sí, en un sentido muy amplio. En este caso, creado por las fuerzas de la selección natural. En el caso de las religiones, la susceptibilidad consiste en vanos factores distintos: el ansia de algún tipo de misticismo o espiritualidad, la necesidad de certezas, un sentimiento de culpa y una tendencia a estados obsesivos.

A mi pesar, tenía que reconocer que la conversación me parecía interesante.

—¿Por qué obsesivos?

—Porque las religiones, por su propia naturaleza, son ritualistas. Freud las definió como sistemas obsesivos altamente elaborados. Si uno tiene tendencia a la obsesión, la religión le calará hasta los huesos.

—No quiero ofenderlo, doctor Oz -intervino George, sonriendo-, pero me resulta sorprendente que un experto en inteligencia artificial cite a Freud.

Oz lo miró con severidad.

—Joven, si está interesado en la inteligencia, hará bien en empezar a estudiar el único ejemplo conocido, o sea, la inteligencia humana. Por patética que sea menudo.

Tuve la clara impresión de que aquella última frase podía ser una alusión personal hacia mí.

—Por supuesto -continuó Oz-, la epidemia definitiva de memes podría la misma conciencia.

¡Ah, claro! Aquél era el tema de su primer libro

—Si la conciencia es un virus, ¿cómo se propaga? -pregunté.

—Por transferencia de información, que en el caso de los seres humanos se realiza mediante el lenguaje. -Lanzó una mirada siniestra por encima de sus gafas y añadió-: Por supuesto, es perfectamente posible que algunos individuos sean inmunes por naturaleza.

Por fin, parecía que podíamos centrarnos en el tema que nos había reunido.

—Muy bien -dije-, esto es lo que sabemos: hemos descubierto un gusano con determinadas características propias de la inteligencia artificial. Parece ser un parásito de múltiples anfitriones y tiene poderosas propiedades antivíricas. También tiene una capacidad asombrosa de diseño de software. ¿Es natural o artificial?

»Si es natural, tenemos un caso especial y hemos de suponer que su objetivo solo es existir y propagarse. En cambio, si alguien lo ha escrito, la pregunta es: ¿por qué?. Desde luego, no es un simple caso de vandalismo o sabotaje. Podría haber causado muchísimos más destrozos si el programador así lo hubiera querido. Sin embargo, no tengo información de que haya causado ningún daño en absoluto.

—Si el gusano ha sido creado por un pirata -dijo George-, nuestro primer sospechoso es Roger Dworkin.

Era la primera vez que contábamos esta parte de la historia a Oz, Dan Morgan y Leon Griffin. Al, George y yo estábamos de acuerdo en que debíamos revelar toda la información de que disponíamos, para que todos los miembros del grupo estuvieran al corriente de lo que había pasado.

—¿Por qué Dworkin? -preguntó León-. Es obvio que tiene el talento suficiente para hacer algo así, pero podría haber un pirata desconocido con su misma genialidad.

—Creo que podría tratarse de un caballo de Troya -respondió George, y explicó nuestro razonamiento acerca de MABUS/2K.

—Pero ¿por qué haría Dworkin algo así? -inquinó Dan-. ¿Cuál podría ser su objetivo.

—Pensamos que quizás está trabajando en un juego -dijo George, con una sonrisa perversa.

Me preguntaba que diría Oz sobre la relación con Dworkin y Macrobyte, pero se mantenía en silencio; de hecho, toda su actitud parecía haber cambiado y semejaba a un ciervo enfocado por los faros de un camión. Entonces: como si reaccionase a mi mirada curiosa y expectante, salió de su aparente ensueño y gruñó:

—¿Un juego? Lo que está diciendo podría significar que Dworkin ha creado el sistema informático más potente de la historia. Al implantar un gusano capaz de coordinar las actividades de decenas de millones de ordenadores interconectados, tendría un único y descomunal dispositivo en paralelo que haría que cualquier superordenador, en comparación, parecía un simple ábaco.

—Tiene razón -dije-. La verdad es que esto no es nuevo. ¡Por supuesto, no a esta escala! El
gusano
original era un programa con el nombre de gusano, que fue diseñado para utilizar una red informática con el fin de realizar determinadas tareas cuando no se utilizasen los ordenadores que componían la red.

—Lo escribió John Shoch -dijo Al, asintiendo-, en el centro de investigación de Xerox en Palo Alto, aunque el término fue creado por un escritor de ciencia-ficción.

George asintió con un fuerte movimiento de cabeza.

—Fue John Brunner, ¿verdad? En
El jinete en la onda del shock.
Un libro asombroso.

—Puede que tenga que reconsiderar su opinión sobre la falta de capacidad sensorial del gusano -me dijo Oz.

Por su propia conveniencia, pasó por alto que me estaba dando la razón. Decidí no hacer ningún comentario.

—¿Por qué? -pregunté, aunque atisbaba la razón.

—Hemos estado analizando la cuestión como si fuesen millones de copias de un gusano. ¿Y si en realidad sólo es un gusano gigantesco?

—Un megagusano -comentó George.

—Si tiene capacidad sensorial -continuó Oz-, tal vez deban crear una red semántica.

—¿Una red qué? -pregunté.

—Semántica. Verá: una manera de describir la mente es como un conjunto de ideas interrelacionadas. Se puede conocer a una persona descubriendo cuáles son las ideas que hay en su mente y la forma en que están conectadas. Reúnan toda la información que tengan sobre ese gusano y todas las ideas relacionadas, y empiecen a rastrear las conexiones. ¿Qué idea cree que tendrá más interconexiones con todas las demás?

—¿Su propio yo? -sugirió Al.

—Así es.

Oz parecía animarse otra vez, como si aquello que lo había conmocionado ya no estuviera presente. Dan Morgan puso el punto final.

—Si Macrobyte está detrás de esto, es obvio que no van a admitirlo. En el caso de que alguien pudiese piratear su sistema, podríamos averiguar…

—Esta conversación ha terminado -le interrumpió Oz, de nuevo encolerizado-. Si el resto de ustedes nos perdonan, tengo que hablar en privado con mi asistente.

Todos nos quedamos muy sorprendidos por el abrupto fin de la charla, pero dejamos que nos condujera fuera de la habitación. Me volví hacia Dan, que casi tenía los ojos en blanco. Tuve la impresión de que lo último que quería era estar a solas en aquel cuarto con Marión Oz.

 

Al, George, León y yo continuamos con la lluvia de ideas en el tren, de vuelta a Nueva York. Empezamos con una estéril especulación sobre lo que había enojado tanto a Oz.

—Tal vez no quiere verse mezclado en ninguna actividad ilegal -aventuró León.

—Puede ser verdad, en parte -dije-, pero ya estaba alterado antes de que Dan hiciera el comentario de piratear Macrobyte. Creo que todo empezó cuando George mencionó Macrobyte por primera vez. Ya Dworkin.

Los demás estuvieron de acuerdo pero no encontramos ninguna explicación razonable para la conducta de Oz. Pasamos a hablar del verdadero problema.

—Ha de haber una manera de acceder a ese bicho -dijo George.

—Claro, de lo contrario no tiene mucho sentido lo que hacemos -contesté-. Pero, si fue Roger Dworkin quien lo escribió, lo más probable es que necesitemos un milenio para piratearlo.

—¿Insinúas que no quiere que nadie más se entere de esto? -preguntó Al.

—Sí, ¿por qué?

—¿Y si lo hace? Hacerlo público quiero decir. Al fin y al cabo, si es un MUD, no es la clase de juego al que uno quiera jugar solo ¿no? Recordad que es un juego multiusuario.

—Al tiene razón -dijo George- Por lo que sabemos, Dworkin puede estar muriéndose de ganas de que otros entren en su juego. Ahora que caigo, Dworkin también puede estar muñéndose, punto. Lo siento.

Opté por no hacer caso de sus últimas palabras.

—Si quiere que otras personas jueguen no parece que haya hecho muchos esfuerzos para conseguirlo. Tampoco sería muy difícil. Basta con una pantalla que aparezca durante el proceso de arranque que diga: «¡Juega al alucinante MUD interactivo de Roger Dworkin!».

—Eso podría ser excesivo -dijo Leon Griffin, llegado su turno de contradecirme-. Si la conexión fuese tan fácil para cualquier usuario, el sistema no tardaría en quedar colapsado. Haciéndolo de esta manera, puede que Roger Dworkin intente separar a los piratas de sus víctimas. Así su juego tendrá un grupo de jugadores de élite.

—Muy bien, me habéis convencido -dije-. Cuando lleguemos a Nueva York intentaremos piratear ese gusano.

—¿Sabes?, el problema que más me intriga es el que planteó Marión Oz sobre la personalidad del gusano -dijo Al.

George y León se mostraron alarmados,
como si
esperasen a continuación que Al sacara un arma y los tomara como rehenes. Sin embargo, yo sabía lo que insinuaba.

—Al tiene razón. Es aún más importante conocer si tiene capacidad sensorial. Tenemos que saber qué es lo que podemos esperar.

—¿Crees que sabe que es un gusano? -preguntó George.

—¿Por qué habría de saberlo?

—Ya sabes lo que pasa, por ejemplo con los animales domésticos. Los perros y los gatos parecen pensar que son miembros de la familia, como si no se diesen cuenta de las muchas diferencias entre ellos y los ejemplares humanos de la familia. Me preguntaba si el gusano piensa realmente que es una persona.

Reflexioné sobre ello.

—Vale, parece una posibilidad. ¿Qué pasa si cree que es humano? -La única manera que me parece concebible es que haya mantenido una comunicación estable con alguien. Tal vez Roger Dworkin u otra persona ha estado hablando con él, ha representado una especie de rol parental.

León se mostraba escéptico.

—Si esa cosa es capaz de comunicarse a tal nivel, tiene que saber que es muy diferente de los seres humanos. Si se ha propagado tanto como sospechamos, puede acceder a una cantidad increíble de información: todo lo que esté en las bases de datos públicas informatizadas. Por lo tanto, debería saber algunas cosas básicas, como que un ser humano tiene cabeza, corazón, diez dedos y bazo, entre otros órganos, y que él no tiene nada de todo eso.

Other books

Children of a Dead Earth Book One by Patrick S Tomlinson
Death of an Artist by Kate Wilhelm
Colours in the Steel by K J. Parker
Colorblind (Moonlight) by Dubrinsky, Violette
The Sword of the Banshee by Amanda Hughes
Unwritten Rules by Stacie, M.A.
Opening My Heart by Tilda Shalof