Zafiro (19 page)

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Authors: Kerstin Gier

¿dónde está mi ab... Lucas? ¿No le ha dicho que hoy tenía una cita con él?

—Yo soy su asistente y no hace mucho tiempo que estoy aquí —balbuceó tímidamente mister George—. Pero no, no ha dicho nada. De todos modos, tiene que volver en cualquier momento. ¿Quiere sentarse mientras tanto, miss... eh...?

—¡Purpleplum!

—Eso es. ¿No querrá tomar tal vez una taza de café? Dio la vuelta a la mesa y me acercó una silla, lo que me vino francamente bien, porque sentía que me flaqueaban las piernas. —No, gracias, no quiero café.

Me observó indeciso. Yo le devolví la mirada sin decir palabra.

—¿Es usted... de los exploradores?

—¿Cómo dice?

—Lo digo... por el uniforme.

—No.

No podía apartar la mirada de mister George, ¡porque era él, no cabía duda! El hombre, cincuenta y cinco años más viejo, se le parecía increíblemente, solo que ya no tenía pelo, llevaba gafas y era más o menos tan alto como ancho.

El joven mister George, en cambio, tenía una gran cantidad de pelo, dominado con mucha laca y una raya bien marcada, y estaba francamente delgado. Al parecer, le resultaba desagradable ser observado así, porque se sonrojó, se sentó de nuevo en su puesto detrás del escritorio y se puso a hojear unos papeles. Me pregunté qué diría si me sacaba su sello del bolsillo y se lo enseñaba.

Durante al menos un cuarto de hora permanecimos callados y luego la puerta del despacho se abrió y entró mi abuelo. Cuando me vio, sus ojos se pusieron por un instante redondos como bolas pero luego se dominó y dijo:

—¡Vaya, mira quién está aquí, pero si es mi querida prima!

Me levanté de un salto. Estaba claro que, desde nuestro último encuentro, Lucas Montrose había pasado a convertirse en un adulto. Llevaba un traje elegante y pajarita, y se había dejado un bigote que no le sentaba especialmente bien.

El bigote me picó cuando me besó en las dos mejillas.

—¡Qué alegría, Hazel! Dime, ¿cuánto tiempo vas a quedarte en la ciudad?

¿Y han venido también tus queridos padres?

—No —tartamudeé. ¿Por qué tenía que ser precisamente la horrible Hazel?

—. Están en casa, con los gatos...

—Por cierto, este es Thomas George, mi nuevo asistente. Thomas, esta es Hazel Montrose de Gloucestershire. Ya te dije que seguro que pronto vendría a visitarme.

—¡Pensaba que se llamaba Purpleplum! —dijo mister George.

—Sí —contesté yo—. Es que también me llamo así. Es mi segundo apellido.

Hazel Violet Montrose Purpleplum, pero ¿quién va a acordarse de un nombre así?

Lucas me miró frunciendo el ceño.

—Ahora iré a dar un pequeño paseo con Hazel, ¿de acuerdo? —dijo dirigiéndose a mister George—. Si alguien pregunta por mí, dile que estoy reunido con un cliente.

—Sí, mister Montrose— respondió mister George, esforzándose en poner cara de indiferencia.

—Hasta la vista —dije.

Lucas me cogió del brazo y me sacó de la habitación.

Caminamos sin decir nada, con una sonrisa tensa dibujada en el rostro, hasta la salida, y solo cuando la pesada puerta de entrada se cerró y nos encontramos en la callejuela soleada frente a la casa, volvimos a hablar.

—No quiero ser la horrible Hazel —protesté, y miré alrededor intrigada.

Temple no parecía haber cambiado mucho en cincuenta y cinco años, si se prescindía de los coches—. ¿Es que tengo el aspecto de ser alguien que sujeta a los gatos por la cola y les hace girar por encima de su cabeza?

—¡Purpleplum! —protestó Lucas a su vez—. ¿No se te ha ocurrido nada más extravagante? —Luego me cogió por los hombros y me observó—. ¡Deja que te mire, nieta! Tienes el mismo aspecto que hace ocho años.

—Claro, es que en realidad solo fue anteayer —expliqué.

—Increíble —dijo Lucas—. Durante todos estos años he estado pensando que tal vez solo había soñado todo esto...

—Ayer aterricé en el año 1953, pero no estaba sola.

—¿Cuánto tiempo tenemos ho?

y—He aterrizado a las tres de vuestro tiempo, y a las seis y media en punto saltaré de vuelta.

—Entonces al menos tenemos algo de tiempo para hablar. Ven, en la esquina hay un pequeño café, allí podremos tomar un té. —Lucas me cogió del brazo y nos dirigimos hacia el Strand—. No lo creerás, pero desde hace tres meses soy padre —me explicó mientras caminábamos—. Debo decir que es una agradable sensación. Y creo que Arista fue una buena elección.

Claudine Seymore, en cambio, ha cogido kilos y además, según dicen, es aficionada a empinar el codo.

Desde por la mañana.

Recorrimos una callejuela estrecha y luego salimos a la calle por el arco.

Allí me quedé parada, fascinada. Como siempre, había mucho tráfico en el Strand, pero ahora este estaba compuesto exclusivamente por coches de época. Los autobuses de dos pisos parecían sacados de un museo y hacían un ruido espantoso, y la mayoría de la gente que caminaba por la acera llevaba sombrero —hombres, mujeres, ¡e incluso los niños!—. En la pared de la casa situada en diagonal frente a nosotros había un cartel de cine que hacía publicidad de Alta sociedad, con la ultraterrenalmente bella Grace Kelly y el increíblemente feo Frank Sinatra. Avancé a paso de tortuga mirando a derecha e izquierda con la boca abierta. Todo parecía sacado de una postal de estilo retro, solo que con mucho más colorido.

Lucas me llevó hasta un bonito café que hacía esquina y encargó té y bollos.

—La última vez estabas hambrienta —recordó—. Aquí también hacen buenos sándwiches.

—No, gracias —dije—. Abuelo, ¿qué ocurre con mister George? En el año 2011 actúa como si no me hubiera visto nunca.

Lucas se encogió de hombros.

—Bah, no te preocupes por el muchacho. Hasta que os volváis a ver tienen que pasar aún cincuenta y cinco años. Lo más probable es que sencillamente te haya olvidado para entonces.

—Sí, tal vez —dije, y miré irritada al montón de fumadores que había en el café.

Directamente junto a nosotros, ante una mesa en forma de riñón sobre la que había un cenicero de vidrio del tamaño de una calavera estaba sentado un señor gordo con un cigarro. El aire era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. ¿Es que la gente de 1956 aún no había oído hablar del cáncer de pulmón?

—En el tiempo que ha pasado, ¿has descubierto qué es el Caballero Verde?

—No, pero he descubierto algo mucho más importante. Ahora sé por qué Lucy y Paul van a robar el cronógrafo. —Lucas miró un momento alrededor y acercó su silla a la mía—. Después de tu visita, Lucy y Paul vinieron algunas veces a elapsar, sin que pasara nada especial. Tomábamos té juntos, les preguntaba los verbos franceses y nos aburríamos mortalmente durante cuatro horas. No podían abandonar la casa, era una de las normas, y Kenneth de Villiers, ese viejo soplón, se encargaba de que nos atuviéramos a ellas. De hecho, una vez saqué a escondidas a Lucy y a Paul para que vieran una película y dieran echar un vistazo fuera, y nos pillaron de la forma más tonta. Qué digo nos pillaron: Kenneth nos pilló. Se montó un buen escándalo. A mí me impusieron un castigo disciplinario y durante un año colocaron a un guardia ante la puerta de la Sala del Dragón mientras Lucy y Paul se encontraban entre nosotros. Esto solo cambió cuando conseguí el rango de adepto de tercer grado. Oh, muchas gracias.

Esto último iba dirigido a la camarera, que era clavada a Doris Day en la película
El hombre que sabía demasiado
. Llevaba el pelo corto teñido de un color rubio claro y un vestido vaporoso con una falda con mucho vuelo. La mujer colocó el pedido ante nosotros con una sonrisa radiante y no me habría sorprendido nada si de repente se hubiera puesto a cantar «Qué será, será».

Lucas esperó a que se alejara lo suficiente para no poder oírnos y luego siguió hablando.

—Naturalmente, he realizado prudentes indagaciones para tratar de descubrir que motivo podían tener para largarse con el cronógrafo. Pero no hay nada. Su único problema era que estaban terriblemente enamorados.

Al parecer, su relación no estaba bien vista en su época, de modo que la mantuvieron en secreto. Solo unas pocas personas la conocían, yo, por ejemplo, y tu madre, Grace.

—¡Entonces tal vez huyeron al pasado solo porque no podían estar juntos!

Como Romeo y Julieta. Dios. Terriblemente romántico.

—No —dijo Lucas—. No fue ese el motivo. Mi abuelo removió su té, mientras yo miraba con avidez el cestito lleno de bollos calientes, colocados bajo una servilleta de tela, de la que surgía un olor tentador.

—Yo fui la razón —continuó Lucas.

—¿Qué? ¿Tú?

—Bueno, no directamente yo. Pero fue culpa mía. Un día se me ocurrió la disparatada idea de enviar sencillamente a Lucy y a Paul un poco más atrás en el pasado.

—¿Con el cronógrafo? Pero ¿cómo...?

—Sí, ya lo sé, una idea disparatada, como he dicho. —Lucas se pasó la mano por el pelo—. Pero pasábamos encerrados cuatro horas al día en esa maldita sala con el cronógrafo, y en esa situación era muy fácil acabar por pensar en ello. Estudié a fondo viejos planos, los Escritos secretos y los Anales, luego cogí unos disfraces del almacén y finalmente registramos la sangre de Lucy y de Paul en el cronógrafo y los envié a modo de prueba durante dos horas al año 1590.

Funcionó sin ningún problema. Cuando hubieron pasado las dos horas, saltaron de vuelta conmigo al año 1948 sin que nadie se diera cuenta de que habían estado fuera. Y media hora después saltaron de regreso a 1992. Todo fue perfecto.

Me metí en la boca un bollo bien untado con nata. Podía pensar mejor si masticaba. Había un montón de preguntas que me parecía urgente hacer, y sencillamente elegí la primera de todas.

—Pero en 1590 aún no existían los Vigilantes, ¿no?

—Exacto —dijo Lucas—. Por entonces ni siquiera existía este edificio. Y esa fue nuestra suerte. O nuestra desgracia, según como se mire. —Tomó un trago de té. Aún no había comido nada, y yo empezaba a preguntarme cómo iba a poder ganar todos esos kilos—. Estudiando planos antiguos, yo había descubierto que el edificio con la Sala del Dragón había sido construido exactamente en un lugar en el que, de finales del siglo XVI hasta finales del XVII, había habido una placita con una fuente.

—No acabo de entender...

—Espera. Este descubrimiento fue para nosotros como un billete para viajar sin riesgo al pasado. Lucy y Paul podían saltar al pasado desde la Sala del Dragón a esa plaza, y bastaba con que se encontraran de nuevo allí a tiempo para que volvieran a saltar automáticamente de regreso a la Sala del Dragón. ¿Me sigues?

—¿Y si aterrizaban en la plaza en pleno día? ¿No los apresarían y los quemarían por brujos?

—Era una placita tranquila, la mayoría de las veces ni siquiera los verían. Y si no era así, la gente se limitaría a frotarse los ojos asombrada y pensaría que se había despistado un momento. Por descontado, a pesar de todo resultaba increíblemente peligroso, pero a nosotros nos pareció genial. Nos encantaba habernos salido con la nuestra engañándolos a todos, y Lucy y Paul se divertían como locos Y yo también, a pesar de que siempre estaba esperando en la gran sala con el alma en vilo a que Lucy y Paul volvieran, por no hablar de lo que podía ocurrir si entraba alguien...

—Tenías mucho valor —dije.

—Sí —reconoció Lucas con un aire un poco culpable—. Estas cosas solo se hacen cuando se es joven. Hoy no lo haría, seguro que no. Pero pensaba que, si era realmente peligroso, mi viejo y sabio yo intervendría desde el futuro, ¿entiendes?

—¿De qué sabio yo del futuro hablas? —pregunté sonriendo irónicamente.

—Pues de mí mismo —exclamó Lucas, y enseguida volvió a bajar la voz—. En 1992 todavía sabré lo que maquiné con Lucy y Paul en 1948, y si hubiera salido mal, seguro que les habría advertido contra mi frívolo joven yo...

pensé.

—Sí, de acuerdo —dije lentamente, y cogí otro bollo, alimento para el cerebro, podríamos decir—. Pero no lo hiciste.

Lucas sacudió la cabeza.

—Estúpidamente, por lo visto no lo hice. De hecho, cada vez actuábamos de una forma más frívola. Cuando Lucy tuvo que hablar de Hamlet en la escuela, los envié a los dos al año 1602. Durante tres días consecutivos pudieron ver la representación original de los Lord Chamberlain's Men en el teatro Globe.

—¿En Southwark?

Lucas asintió con la cabeza.

—Sí, era bastante complicado. Tenían que cruzar el London Bridge para pasar al otro lado del Támesis, pescar allí todo lo que pudieran de Hamlet y estar de vuelta antes de que se produjera el salto en el tiempo. Los dos primeros días todo funcionó bien, pero el tercero hubo un accidente en el London Bridge y Lucy y Paul fueron testigos de un crimen. No consiguieron llegar a tiempo a esta orilla para el salto, sino que aterrizaron en el Southwark del año 1948, en las aguas del Támesis, mientras yo me volvía loco de preocupación. —Por lo visto, le asaltaron los recuerdos de ese episodio, porque la tez se le puso pálida—. Al final llegaron a Temple, empapados y con sus trajes del siglo XVII, con el tiempo justo para volver a saltar al año 1992. Yo no me enteré de nada de todo esto hasta su siguiente visita.

La cabeza empezaba ya a darme vueltas con todo ese lío de años.

—¿Y qué clase de crimen presenciaron?

Lucas acercó su silla aún más. Estaba tan serio que sus ojos bajo las gafas se veían muy oscuros.

—¡Ahí está el quid de la cuestión! Lucy y Paul vieron cómo el conde de Saint Germain mataba a alguien.

—¿El conde?

—Hasta ese momento Lucy y Paul solo habían visto dos veces al conde. Sin embargo, estaban completamente seguros de que era él. Después de su salto de iniciación, tanto el uno como la otra le habían sido presentados en el año 1784. El propio conde lo había decidido así, ya que no quería conocer hasta el final de su vida a los viajeros del tiempo que nacerían después de él. Me extrañaría mucho que no hubiera ocurrido lo mismo contigo. —Carraspeó—. Quiero decir, que no vaya a ocurrir. O como sea. En cualquier caso, los Vigilantes viajaron con Lucy y Paul y el cronógrafo expresamente al norte de Alemania, donde el conde pasaba sus últimos años de vida. Yo mismo estuve allí. Estaré allí. Como gran maestre de la logia; ¿puedes creerlo?

Torcí el gesto.

—¿No podríamos...?

—Ah, ya vuelvo a dispersarme, ¿verdad? Eso de que las cosas aún vayan a suceder a pesar de que hace tiempo que han sucedido es algo que me supera. ¿Por dónde íbamos?

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