Zafiro (22 page)

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Authors: Kerstin Gier

—Ya verás, estarás encantada cuando veas lo que te he cosido. Tus vestidos son tan bonitos que Giordano casi se ha echado a llorar cuando se los he enseñado.

—Lo creo —dije.

Seguro que Giordano había llorado porque él no podía ponérselos. De todos modos, hoy había estado hasta cierto punto amable, en parte seguramente porque esta vez yo había asimilado bastante bien lo del baile y, gracias al trabajo de apuntador de Xemerius, también había sabido decir correctamente qué lord era miembro de los tories y cuál era miembro de los whigs. (Xemerius se había limitado a mirar la hoja por encima del hombro de Charlotte.) Además, también gracias a Xemerius, había podido soltar de corrido sin equivocarme mi «leyenda» personal (Penelope Mary Gray, nacida en 1765), incluyendo los nombres de mis ya fallecidos padres. Solo me había mostrado torpe como siempre con el abanico, pero Charlotte había hecho la constructiva propuesta de que sencillamente no utilizara ninguno.

Al acabar la clase, Giordano aún me había pasado una lista con un montón de palabras que no debía utilizar bajo ningún concepto. «¡Aprender de memoria y asimilar para mañana! —había dicho con su voz gangosa—. En el siglo XVIII no hay autobuses, presentadores de televisión ni aspiradoras, nada es chulo, guay ni alucinante, y no saben nada de fisión nuclear, cremas con colágeno ni agujeros de ozono.» «Ah, vaya, ¿de verdad?» Mientras trataba de imaginar por qué demonios, en una
soirée
del siglo XVIII, iba a caer en la tentación de formar una frase en la que aparecieran los términos «presentador de televisión», «agujero de ozono» y «crema con colágeno», había dicho cortésmente: «Muy bien,
okay
», pero Giordano había chillado enseguida:

—¡Nooo! ¡Nada de
okay
! ¡No hay
okay
en el siglo XVIII, ignorante criatura!

Madame Rossini me ató el corsé en la espalda. De nuevo me sorprendió lo cómodo que era. Metida en aquella cosa, una adoptaba automáticamente una postura erguida. A continuación, me sujetó un armazón de alambre acolchado en torno a las caderas (supongo que el siglo XVIII debió de ser una época muy relajada para todas las mujeres con el trasero gordo y las caderas anchas), y luego me pasó un vestido rojo por encima de la cabeza.

Por último, abrochó una larga hilera de botones y ganchitos en mi espalda, mientras yo pasaba la mano, admirada, por la seda bordada. ¡Qué maravilla de vestido, era aún más bonito que el anterior!

Madame Rossini dio una vuelta a mi alredor despacio, y su cara se iluminó con una sonrisa de satisfacción.

—Encantador.
Magnifique
.

—¿Es el vestido para el baile? —pregunté.

—No, este es el vestido de gala para la
soirée
. —Madame Rossini fijó en torno al pronunciado escote unas minúsculas rosas de seda minuciosamente elaboradas. Como tenía la boca llena de alfileres, hablaba entre dientes y resultaba difícil entenderla—. Ahí no hará falta que lleves el cabello empolvado, y tu pelo oscuro queda fantástico con este rojo. Justo como había pensado. —Me guiñó un ojo picaramente—. Causarás sensación, cuello de cisne,
n'est-ce pas
? Aunque seguro que ese no es el propósito del asunto. Pero ¿qué voy a hacerle yo? —Se retorció las manos, si bien en ella, con su pequeña figura y su cuello de tortuga, ese gesto, al contrario que en el caso de Giordano, resultaba muy tierno—. Eres una pequeña belleza, ¿sabes?, y no tendría ningún sentido embutirte en un vestido color ala de mosca. Muy bien, cuello de cisne, ya está. Ahora le toca el turno al vestido de baile.

El vestido de baile era de color azul claro con bordados y volantes crema, y me quedaba tan bien como el rojo. Tenía un escote aun más espectacular, si es que era posible, que el vestido de gala y una falda de metros de anchura que se balanceaba en torno a mi cintura. Madame Rossini sopesó mi trenza con aire preocupado.

—Aún no estoy segura de cómo vamos a hacer esto. Con una peluca te sentirías incómoda, sobre todo teniendo en cuenta que tendríamos que ocultar todo ese cabello. Pero tu color de pelo es tan oscuro que probablemente con polvos solo conseguiríamos un horrible tono gris.
Quelle catastrophe!
—Frunció el ceño—. Tanto da. De hecho, de ese modo estarías
absolument á la mode
, pero ¡qué moda más horrible era esa, por Dios!

Por primera vez en el día esbocé una sonrisa. «¡Hojible!», «¡Espantoso!».

¡Cuánta razón tenía! No solo la moda, sino también Gideon era «hojible» y «espantoso» y yo añadiría que «jepulsivó»; en todo caso, a partir de ahora estaba decidida a verlo así, ¡y se acabó!

Madame Rossini no parecía haberse dado cuenta de hasta qué punto su compañía era una bendición para mí y seguía indignándome contra la época a la que iba a elapsar.

—Chicas jóvenes que se empolvaban el pelo hasta que parecía el de sus abuelas. ¡Terrible! Pruébate estos zapatos, por favor. Piensa que tienes que poder bailar con ellos y que aún estamos a tiempo de cambiarlos.

Aunque parecían sacados de un museo, los zapatos —rojos recamados para el vestido rojo, y de color azul claro con hebilla dorada para el vestido de baile— eran asombrosamente cómodos.

—Son los zapatos más bonitos que me he puesto nunca —comenté entusiasmada.

—Apuesto a que sí —dijo madame Rossini radiante de satisfacción—. Muy bien, angelito, pues ya está. Procura irte a dormir pronto hoy, mañana te espera un día intenso. —Mientras yo volvía a ponerme mis vaqueros y mi jersey azul marino preferido, madame Rossini colgó los vestidos en los maniquíes. Luego miró el reloj de pared y frunció el entrecejo—. ¡Este muchacho, siempre tan impuntual! ¡Hace un cuarto de hora que debería estar aquí! Inmediatamente se me aceleró el pulso.

—¿Gideon?

Madame Rossini asintió con la cabeza.

—No se toma esto en serio, piensa que no es importante que unos pantalones sienten bien o no. ¡Pero no es así! Es de suma importancia cómo quedan unos pantalones.

«Hojible», «tejible», «espantoso», ensayé mi nuevo mantra.

Llamaron a la puerta. Fue un ruidito de nada, pero hizo que to- dos mis propósitos se desvanecieran en el aire.

De pronto sentí un ansia irrefrenable de volver a ver a Gideon. Y al mismo tiempo me daba un miedo terrible encontrarme de nuevo ante a él. No podría soportar enfrentarme otra vez a esa mirada sombría.

—Ah —dijo madame Rossini—. Aquí está por fin. ¡Adelante!

Todo mi cuerpo se puso rígido, pero no fue Gideon quien entró por la puerta, sino el pelirrojo mister Marley, que, nervioso y cohibido como siempre, balbuceó:

—Tengo que acompañar al Ru... hum... a la miss a elapsar.

—Muy bien —dije yo—. Ahora mismo hemos acabado.

Detrás de mister Marley, me sonrió Xemerius. Antes de la prueba lo había enviado fuera.

—Acabo de traspasar a todo un ministro del Interior —dijo alegremente—. ¡Ha sido genial!

—¿Y dónde está el muchacho? —tronó madame Rossini—. ¡Tenía que venir para la prueba!

Mister Marley se aclaró la garganta.

—Hace un momento he visto al Dia... a mister de Villiers hablando con el otro Ru... con miss Charlotte. Estaba en compañía de su hermano.


Tiens!
A mí eso me es totalmente indiferente -replicó madame Rossini furiosa.

«Pero a mí no», pensé. Mentalmente ya le estaba escribiendo un SMS a Leslie. Con una única palabra: «Haraquiri».

—Si no aparece aquí enseguida, me quejaré de él ante el gran maestre — dijo madame Rossini—. ¿Dónde está mi teléfono?

—Lo siento —murmuró mister Marley, mientras se pasaba tímidamente un pañuelo negro de una mano a otra—. ¿Puedo...?

—Naturalmente —contesté, y me dejé vendar los ojos suspirando.

—Por desgracia, el empollón dice la verdad —dijo Xemerius Tu piedrecita brillante está flirteando con todo descaro con tu prima ahí arriba. Y su guapo hermano igual. No sé qué les ven los chicos a las pelirrojas. Creo que ahora se van juntos al cine. Pero será mejor que no te lo diga; si no, te pondrás a lloriquear otra vez.

Sacudí la cabeza.

Xemerius miró al techo.

—Si quieres podría vigilar qué hacen y te lo digo.

Asentí con energía.

En el largo camino hacia el sótano, mister Marley se mantuvo callado como un muerto, y yo me dediqué a rumiar sobre mi desgracia. Hasta que no llegamos a la sala del cronógrafo y mister Marley me quitó la venda de los ojos, no le pregunté:

—¿Adonde piensan enviarme hoy?

—Esto... esperamos al número nueve, hum... a mister Whitman —dijo, y desvió la mirada hacia un punto indeterminado del suelo a mi espalda—. Naturalmente, yo no tengo permiso para hacer funcionar el cronógrafo. Por favor, siéntese.

Pero apenas me había dejado caer en una silla, la puerta volvió a abrirse y entró mister Whitman. Con Gideon pegado a sus talones.

Me dio un vuelco el corazón.

-Hola, Gwendolyn -dijo mister Whitman con su más encantadora sonrisa de ardilla—. Me alegro de verte. —Apartó a un lado la colgadura tras la que se escondía la caja fuerte y añadió—: Muy bien, vamos a enviarte a elapsar, pues.

Yo apenas oía lo que decía. Gideon seguía muy pálido pero tenía un aspecto mucho más saludable que la noche anterior. El grueso parche blanco había desaparecido, y pude ver la herida junto al arranque del cabello. Tenía sus buenos diez centímetros y estaba cosida con un montón de puntos pequeños. Esperé a que dijera algo, pero se limitó a mirarme.

Xemerius dio un gran salto a través de la pared y aterrizó justo junto a Gideon, dándome un susto de muerte.

—Ups. ¡Y aquí estoy otra vez! —dijo—. Quería avisarte antes, de verdad, tesoro, pero no podía decidirme sobre detrás de quién debía correr. Por lo visto, Charlotte ha adoptado por esta tarde el papel de
babysitter
del guapo hermano de Gideon. Se han ido a tomar un helado juntos. Y luego irán al cine. Diría que los cines son como Jos pajares de la época moderna, ¿no?

—¿Va todo bien, Gwendolyn? —preguntó Gideon levantando una ceja—. Se te ve nerviosa, ¿no te gustaría fumarte un cigarrillo para tranquilizarte? ¿Cuál era tu marca preferida? ¿Lucky Strike?

Incapaz de reaccionar, seguí mirándole fijamente sin decir nada.

—Déjala en paz —dijo Xemerius—. ¿No te das cuenta de que tiene penas de amor, cabeza de chorlito? ¡Y por tu culpa además! De hecho, ¿qué demonios estás haciendo aquí?

Mister Whitman había sacado el cronógrafo de la caja fuerte y lo había colocado sobre la mesa.

—Bueno, vamos a ver a donde vamos hoy...

—Madame Rossini le espera para la prueba, sir —dijo mister Marley dirigiéndose a Gideon.

—Mierda —exclamó Gideon, y por un momento pareció desconcertado—. Se me ha ido completamente de la cabeza —dijo mirando su reloj—. ¿Estaba muy enfadada?

—Daba la impresión de estar bastante enojada —respondió mister Marley.

En ese momento la puerta se abrió de nuevo y entró mister George. Estaba sin aliento, y como siempre que se excitaba, su calva se hallaba perlada de sudor.

—¿Qué ocurre aquí?

Mister Whitman torció el gesto.

—¿Thomas? Gideon me ha dicho que aún estabas reunido con Falk y el ministro del Interior.

—Y lo estaba. Hasta que he recibido una llamada de madame Rossini y me he enterado de que ya habían pasado a recoger a Gwendolyn para elapsar —contestó mister George. Era la primera vez que le veía realmente furioso.

—Pero... si Gideon ha dicho que nos habías encargado... —replicó mister Whitman totalmente desconcertado.

—¡Pues no lo he hecho! Gideon, ¿qué está ocurriendo aquí? De los ojillos de mister George había desaparecido todo rastro de benevolencia.

Gideon había cruzado los brazos sobre el pecho. —Pensé que tal vez se alegraría de que le liberáramos de este trabajo —dijo simplemente.

Mister George se secó las gotitas de sudor dándose unos toques con el pañuelo.

-Gracias por el detalle -respondió con un tono abiertamente sarcástico—, pero no hacía falta. Ahora subirás enseguida a ver a madame Rossini.

—Me gustaría acompañar a Gwendolyn —dijo Gideon—. Después de lo que ocurrió ayer, tal vez sería mejor que no esté sola.

—Tonterías —replicó mister George—. No hay ningún motivo para suponer que corra ningún peligro, siempre que no salte demasiado lejos.

—Cierto —dijo mister Whitman.

—¿Por ejemplo al año 1956? —preguntó Gideon alargando las palabras y mirando a mister George directamente a los ojos—. Esta mañana he echado una ojeada a los Anales y debo decir que el año 1956 da la impresión de ser un año extraordinariamente tranquilo. La frase que aparece con más frecuencia es: «Ningún acontecimiento digno de mención». Y esa frase es música para nuestros oídos, ¿verdad?

El corazón me palpitaba con violencia. La única explicación que encontraba para la conducta de Gideon era que hubiera descubierto lo que yo había hecho ayer en realidad. Pero ¿cómo demonios podía saberlo? Al fin y al cabo solo había olido a tabaco, lo que podía ser sospechoso, pero estaba muy lejos de revelar lo que había ocurrido en 1956.

Mister George le devolvió la mirada sin inmutarse. Como mucho podía decirse que parecía ligeramente irritado.

—No era ninguna sugerencia, Gideon. Madame Rossini está esperando.

Marley, usted también puede irse.

—Sí, señor, mister George, señor —murmuró mister Marley, saludando casi como un militar.

Cuando la puerta se cerró tras él, mister George fulminó con la mirada a Gideon, que no se había movido de donde estaba. También mister Whitman le miró con cara de asombro.

—¿A qué esperas? —dijo mister George fríamente.

—¿Por qué hizo aterrizar a Gwendolyn en plena tarde? ¿No es algo que va en contra de las normas? —preguntó Gideon.

—Oh, oh —dijo Xemerius.

—Gideon, no es asunto tuyo... —empezó mister Whitman.

—El momento del día en que aterrizó no tiene ninguna importancia —le interrumpió mister George—. Aterrizó en un sótano cerrado.

—Tenía miedo —intervine apresuradamente, y tal vez con un tono un poco estridente—. No quería estar sola de noche en ese sótano, al lado de las catacumbas...

Gideon me dirigió una rápida mirada y volvió a levantar una ceja.

—Oh, sí, eres una criatura tan asustadiza... ya no me acordaba. —Rió suavemente—. 1956 fue el año en el que se hizo miembro de la logia, ¿verdad, mister George? Una casualidad muy curiosa.

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