Nueve años después de la desastrosa misión Discovery a Júpiter en 2001, una nueva expedición formada por estadounidenses y rusos parte para encontrar la nave perdida y buscar en el banco de datos del rebelde ordenador HAL 9000 algo que explique qué fue lo que... y dónde está el comandante Bowman. Pero por su cuenta, una expedición china sale en busca del mismo objetivo, por lo que la misión de rescate se convierte en una enloquecida carrera para obtener la preciada información que, además, puede ayudar a desentrañar el porqué del enigmático monolito que orbita alrededor de Júpiter. Mientras tanto, el ser que fue una vez Dave Bowman el único humano que podía dar la clave sobre el misterio del monolito se dirige hacia la Tierra en una misión vital...
2001: una odisea espacial dejó perplejos y encantados a millones de lectores a final de los años sesenta del pasado siglo. La fama del libro y de la película que le siguió, firmada por Stanley Kubrik, no ha hecho más que crecer con el paso de los años. Y con ella, un mundo de preguntas por responder: ¿quién o qué transformó a Dave Bowman en un feto? ¿Qué extraño propósito subyace en el monolito? ¿Qué pudo llevar a HAL a acabar con la tripulación? Todas estas preguntas y muchas más encuentran su respuesta en 2010: Odisea dos.
Arthur C. Clarke
2010. Odisea dos
(Odisea espacial - 02)
ePUB v1.1
betatron01.08.2012
Título original:
2010: Odyssey two
© 1982, Arthur C. Clarke
Traducción de Jose Luis Galimidi
Serie: Odisea espacial - 2
Editorial: Emecé
ISBN: 9789500402262
Corrección de erratas: ratabastarda
Dedicado, con respetuosa admiración
,
a dos grandes Rusos, ambos descritos aquí
:
General Alexei Leonov, Cosmonauta
,
Héroe de la Unión Soviética, Artista.
Académico Alexei Shakarov, Científico
,
Premio Nobel, Humanista.
Aun en esta Edad Métrica, seguía siendo el telescopio de mil pies de largo, no el de trescientos metros. El gran plato emplazado entre las montañas ya estaba parcialmente cubierto de sombras, mientras el sol tropical se retiraba rápidamente a descansar, pero la masa triangular del complejo de antenas suspendida sobre su centro todavía resplandecía de luz. Desde el suelo, allá abajo, se hubieran necesitado ojos agudos para distinguir las dos figuras humanas en medio de aquella confusión aérea de vigas, cables de sostén y guías de ondas.
—Ha llegado el momento —dijo el doctor Dimitri Moisevitch a su viejo amigo Heywood Floyd —, de hablar de muchas cosas. De zapatos y naves espaciales y lacre, pero principalmente de monolitos y computadores con disfunciones.
—De modo que es por eso que me sacaste de la conferencia. En realidad no es que me importe; he escuchado tantas veces decir su discurso SETI a Carl que lo puedo repetir de memoria. Además la vista es ciertamente fantástica; tú sabes, de todas las veces que he estado en Arecibo, nunca subí hasta aquí, a la alimentación de las antenas.
—Deberías avergonzarte. Yo he estado aquí tres veces. Imagínate, estamos escuchando el Universo entero, pero nadie puede oírnos a nosotros. Hablemos, pues, de tu problema.
—¿Qué problema?
—Para empezar, ¿por qué tuviste que presentar la renuncia como presidente del Consejo Nacional de Aeronáutica?
—No renuncié. La Universidad de Hawaii paga mucho mejor.
—De acuerdo, no renunciaste, te adelantaste a ellos. Después de todos estos años, Woody, no puedes engañarme, y deberías evitar intentarlo. Si te volvieran a ofrecer el CNA ahora mismo, ¿dudarías?
—Está bien, viejo cosaco, ¿qué quieres saber?
—Antes que nada, hay muchos cabos sueltos en el informe que finalmente publicaron, después de tanta presión. Pasaremos por alto el ridículo y francamente ilegal secreto con que la gente de ustedes ha desenterrado el monolito de Tycho...
—Eso no fue idea mía.
—Es un placer escucharlo: inclusive te creo. Y apreciamos que estén permitiendo que todo el mundo lo examine —que, por supuesto, es lo primero que debería haber hecho—. No es que haya ayudado mucho...
Hubo un sombrío silencio mientras los dos hombres contemplaban el negro enigma que allá arriba, en la Luna, seguía desafiando desdeñosamente todas las armas que la ingenuidad humana apuntaba contra él. Luego el científico ruso continuó.
—De todos modos, sea lo que fuere el monolito de Tycho, hay algo más importante en Júpiter. Es ahí hacia donde envió su señal, después de todo. Y ahí es donde su gente se metió en problemas. A propósito, lo lamento, aunque Frank Poole era el único a quien conocí personalmente. Lo vi en el Congreso IAF '98, parecía una buena persona.
—Gracias; todos ellos eran buenas personas. Desearía que supiéramos qué les sucedió.
—Sea lo que fuere, seguramente admitirás que ahora concierne a toda la especie humana, no sólo a los Estados Unidos. Ya no pueden tratar de utilizar su conocimiento para beneficio exclusivamente nacional.
—Dimitri, sabes perfectamente bien que los de tu lado hubieran hecho exactamente lo mismo. Y tú hubieras ayudado.
—Estás absolutamente en lo cierto. Pero eso es historia antigua, como tu recientemente concluida gestión, que fue responsable de todo el problema. Con un nuevo presidente, tal vez prevalezcan pareceres más juiciosos.
—Posiblemente. ¿Tienes alguna sugerencia, y es ésta oficial o sólo una esperanza personal?
—Completamente extraoficial por el momento. Lo que los malditos políticos llaman conversaciones tentativas. Y cuya mera existencia rechazaré de plano.
—Me parece justo. Continúa.
—Bien, ésta es la situación. Ustedes pondrán en órbita estable a Discovery II tan pronto como puedan, pero no pueden esperar tenerla lista en menos de tres años, lo que significa que perderán la próxima ventana de lanzamiento.
—No puedo confirmarlo ni negarlo. Recuerda que soy sólo un humilde consejero universitario, algo completamente alejado del Consejo de Aeronáutica.
—Y supongo que tu último viaje a Washington fue sólo un paseo para encontrarte con viejos amigos. Continuando: nuestra propia Alexei Leonov...
—Pensé que la iban a llamar Gherman Titov.
—Incorrecto, Consejero. La vieja y querida CIA los ha defraudado nuevamente. Es Leonov, desde enero último. Y no dejes que nadie sepa que yo te dije que alcanzará Júpiter por lo menos un año antes que Discovery.
—No dejes que nadie sepa que yo te dije que lo temíamos. Pero continúa.
—Mis superiores son tan estúpidos y limitados como los tuyos; quieren seguir solos con esto. Lo que significa que cualquier cosa que haya funcionado mal con ustedes puede volver a sucedernos a nosotros, y así regresaríamos todos a fojas cero, o peor.
—¿Qué creen que falló? Estamos tan perplejos como ustedes. Y no me digas que no tienen todas las transmisiones de Dave Bowman.
—Desde luego que sí. Todo hasta el último: "¡Dios mío, esto está repleto de estrellas!" Inclusive hemos realizado un exhaustivo análisis de la configuración de su voz. No creemos que estuviera alucinado; trataba de describir lo que realmente veía.
—¿Y qué piensan de su desplazamiento Doppler?
—Completamente imposible, por supuesto. Cuando perdimos su señal, se estaba alejando a un décimo de la velocidad de la luz. Y la había alcanzado en menos de dos minutos. ¡Veinticinco mil gravedades!
—Entonces debe de haber muerto instantáneamente. —No finjas inocencia, Woody. Las radios de sus cápsulas espaciales no están construidas para soportar siquiera una décima de tal aceleración. Si éstas pudieron sobrevivir, también pudo Bowman; cuanto menos hasta que perdimos contacto.
—Sólo estaba poniendo a prueba tus deducciones. De allí en más, estamos tan a ciegas como ustedes. Si es que lo están.
—Apenas jugamos con alocadas conjeturas que me avergonzaría contarte. Aun así, sospecho que ninguna será ni la mitad de disparatada que la realidad.
Las luces de posición pestañeaban alrededor de ellos, como pequeñas explosiones escarlatas, y las tres esbeltas torres de sostén del complejo de antenas comenzaron a brillar como fanales contra el cielo oscurecido. El último atisbo rojizo de sol desapareció tras las colinas circundantes; Heywood Floyd aguardó el Verde Resplandor, que nunca había podido ver. Una vez más se vio defraudado.
—Entonces, Dimitri —dijo —, vayamos al punto. ¿Precisamente adónde quieres llegar?
Debe haber gran cantidad de inapreciable información almacenada en los bancos de memoria de Discovery; y presumiblemente aún continúa registrándola, aunque la nave haya cesado de transmitir. Nos gustaría obtenerla.
—Me parece bien. Pero cuando ustedes lleguen, y Leonov realice el acople, ¿qué les impedirá abordar Discovery y copiar todo lo que quieran?
—Nunca pensé que tendría que recordarte que Discovery es territorio de los Estados Unidos, y que una incursión no autorizada sería piratería.
—Excepto en el caso de una emergencia de vida o muerte, que no sería difícil de preparar. Después de todo, sería complicado para nosotros vigilar lo que hicieran sus muchachos, desde un billón de kilómetros de distancia.
—Te agradezco tu extremadamente interesante sugerencia; la pasaré. Pero aun subiendo a bordo, nos llevaría semanas aprender todos los sistemas de ustedes, y leer todos los bancos de memoria. Lo que propongo es cooperación. Estoy convencido de que es la mejor idea, pero a ambos puede llegar a resultarnos trabajoso vendérsela a nuestros respectivos superiores.
—¿Tú quieres que uno de nuestros astronautas vuele con Leonov?
—Sí, preferentemente un ingeniero especializado en los sistemas de Discovery. Como los que ustedes están entrenando en Houston para traer la nave a casa.
—¿Cómo supiste eso?
—Por el amor de Dios, Woody; apareció en un videotexto de Aviation Week hace por lo menos un mes.
—En realidad, estoy desconectado; nadie me informa sobre lo que ha dejado de ser secreto.
—Mayor razón para pasar un tiempo en Washington. ¿Me secundarás?
—Absolutamente. Estoy de acuerdo contigo en un ciento por ciento. Pero...
—¿Pero qué?
—Pero ambos debemos vérnoslas con dinosaurios con sesos en sus colas. Algunos de los míos dirán: "Dejemos que los rusos arriesguen la cabeza, apresurándose a llegar a Júpiter. De todas maneras nosotros estaremos allí un par de años más tarde y además, ¿qué apuro hay?"
Por un momento reinó el silencio sobre el conjunto de antenas, apenas alterado por el sordo crujir de los inmensos cables que lo mantenían suspendido a cien metros de altura en el cielo. Luego Moisevitch prosiguió, tan suavemente que Floyd debió esforzarse para oírlo:
—¿Ha revisado alguien la órbita de Discovery.
—Realmente no lo sé, pero supongo que sí. En todo caso, ¿por qué preocuparse? Es perfectamente estable.
—¿De veras? Dispénsame la descortesía de recordarte un embarazoso incidente de los días de la antigua NASA. La primera estación espacial, Skylab. Se suponía que permanecería arriba una década, pero el rozamiento del aire en la ionosfera fue erróneamente subvaluado, y cayó años antes de lo planeado. Creo entonces que recuerdas este pequeño traspié, aunque tú eras un niño.