2010. Odisea dos (33 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Lucifer fue bienvenido por labradores, intendentes, policías, pescadores, y casi todas aquellas personas relacionadas con actividades al aire libre, especialmente en lugares apartados; les había hecho la vida más fácil y segura. Pero fue odiado por los amantes, criminales, naturalistas y astrónomos.

Los primeros dos grupos vieron seriamente restringidas sus actividades, mientras que a los naturalistas les importaba el impacto que Lucifer causaría sobre la vida animal. Muchas criaturas nocturnas resultaron seriamente afectadas, en tanto que otras consiguieron adaptarse. Algunos peces, como la lisa del Pacífico, cuyo famoso apareamiento estaba ligado a las mareas altas y las noches sin luna, se vio en grandes problemas, y parecía encaminarse rápidamente hacia su extinción.

Y lo mismo sucedía con los astrónomos con base en la Tierra. No fue una catástrofe científica tan grande como lo habría sido en otro tiempo, ya que más del cincuenta por ciento de la investigación astronómica dependía de instrumentos ubicados en el espacio o en la Luna. Éstos podían ser fácilmente protegidos de la luz de Lucifer; pero los observatorios terrestres fueron seriamente afectados por el nuevo sol que irrumpió en lo que había sido el cielo nocturno.

La raza humana se adaptaría, como lo había hecho tantas veces en el pasado. Pronto nacería una generación que no había conocido el mundo sin Lucifer; pero la más brillante de todas las estrellas sería un eterno enigma para cada hombre y mujer pensante.

¿Por qué había sido sacrificado Júpiter; y por cuánto tiempo brillaría el nuevo Sol? ¿Se consumiría rápidamente, o conservaría su poder durante miles de años... tal vez durante toda la existencia de la raza humana? Sobre todo, ¿por qué esa prohibición sobre Europa, ahora un mundo tan cubierto de nubes como Venus?

Debían existir respuestas a tales preguntas; y la Humanidad no se sentiría satisfecha hasta encontrarlas.

EPILOGO: 20.001

Y como en toda la Galaxia no habían encontrado nada más precioso que la Mente, propiciaron su despertar en todos lados. Se transformaron en labradores de los campos estelares, sembraron, y a veces cosecharon.

Y a veces, desapasionadamente tuvieron que arrancar las malezas perjudiciales.

Sólo durante las últimas generaciones los europeos se han aventurado en el Lado Lejano, más allá del calor y la luz de su sol que nunca se pone, hacia la región inhóspito en que todavía se puede encontrar el hielo que alguna vez cubrió todo el planeta.

Y menos generaciones aún han permanecido allí para enfrentarse con la corta e inquietante noche que se produce cuando el Sol Frío, brillante pero poco potente, se sumerge bajo el horizonte.

Pero de todos modos, estos intrépidos exploradores han descubierto que el Universo que los rodea es más extraño de lo que habían imaginado. Los sensibles ojos que desarrollaron en los oscuros océanos aún les son útiles; pueden ver las estrellas y los demás cuerpos que se mueven en su cielo

Han comenzado a sentar las bases de la astronomía, y hasta algunos pensadores atrevidos han conjeturado que el mundo de Europa no es la totalidad de la creación.

Apenas habían emergido del océano, durante la explosivamente rápida evolución que sufrieron por el derretimiento del hielo, cuando comprendieron que los objetos del cielo entraban en tres categorías diferentes. La más importante, por supuesto, era el Sol. Algunas leyendas —que pocos tomaban en serio— proclamaban que no siempre había estado allí, sino que apareció de repente, anunciando una breve, cataclísmica era de transformación, cuando casi toda la prolífica vida de Europa había sido destruida. Si eso era cierto, fue un precio muy pequeño, comparado con los beneficios que se derramaban de aquella diminuta pero inagotable fuente de energía que pendía inmóvil en el cielo.

Tal vez el Sol Frío fuera su hermano lejano, desterrado por algún crimen; y condenado a marchar por siempre alrededor de la bóveda del firmamento. Eso no tenía importancia, excepto para aquellos europeos peculiares que siempre se estaban cuestionando acerca de asuntos que todos los demás individuos con sentido común daban por sentado.

Sin embargo, había que admitir que estos lunáticos habían realizado interesantes descubrimientos durante sus excursiones en la oscuridad del Lado Lejano. Aseguraban —aunque era difícil de creer— que todo el cielo estaba tachonado de incontables puntitos de luz, más pequeños y débiles que el Sol Frío. Variaban mucho en brillantez; y aunque poseían sus propios amaneceres y ocasos, nunca se movían.

Contra ese fondo, estaban los objetos que sí se movían, obedeciendo en apariencia a complejas leyes que nadie había podido penetrar todavía. Y a diferencia de todos los demás cuerpos celestes, eran bastante grandes; aunque sus tamaños y formas variaban continuamente. A veces eran discos, a veces semicírculos, a veces delgadas medias-lunas. Obviamente, estaban más cerca que todos los demás objetos del Universo, ya que sus superficies mostraban un inmenso conglomerado de detalles complejos y cambiantes.

La teoría de que en realidad eran otros mundos ha sido finalmente aceptada; aunque nadie, excepto unos pocos fanáticos, cree que puedan ser tan grandes, o tan importantes, como Europa. Uno de ellos está cerca del Sol, y se encuentra en permanente perturbación atmosférica. En su lado nocturno, se aprecia el brillo de grandes fuegos, un fenómeno que todavía escapaba a la comprensión de los europeos, ya que su atmósfera no contiene oxígeno. Y a veces, enormes explosiones levantan nubes de cenizas desde la superficie; si esa esfera es en realidad un mundo, debe de ser un lugar muy desagradable para vivir. Tal vez peor aún que el lado nocturno de Europa.

Las dos esferas exteriores y más lejanas, parecen lugares mucho menos violentos, aunque, de cierta manera, son más misteriosos aún. Cuando la oscuridad cae sobre sus superficies, ambas muestran manchas de luz; pero éstas son muy diferentes de los cambiantes fuegos del turbulento mundo interior. Arden con un brillo casi constante, y están concentradas en unas pocas áreas pequeñas; aunque, con las sucesivas generaciones, estas áreas han crecido, y se han multiplicado.

Pero lo más extraño de todo son las luces, potentes como soles diminutos, que a menudo se observan atravesando la oscuridad que reina entre ambos mundos. Una vez, recordando la bioluminiscencia de sus propios mares, algunos europeos han sugerido que hasta podían ser criaturas vivientes; pero su intensidad hace increíble tal teoría. De todas maneras, cada vez son más los pensadores que creen que esas luces —las estructuras fijas y los soles móviles— deben de ser alguna extraña manifestación de vida.

Sin embargo, hay un argumento muy poderoso en contra de esto: Si son objetos vivos, ¿por qué nunca vienen a Europa?

Aún subsisten las leyendas. Se dice que miles de generaciones atrás, poco después de la conquista de la tierra firme, algunas de aquellas luces se acercaron bastante; pero siempre explotaban en fragmentos que superaban el brillo del Sol, cubriendo todo el cielo, y sobre la tierra caían duros metales extraños; algunos de ellos todavía son reverenciados. Pero ninguno es tan sagrado como el enorme monolito negro que está en la frontera del día eterno, con un lado eternamente vuelto hacia el Sol inmóvil, y el otro mirando hacia el mundo de las tinieblas. Diez veces más alto que el más alto de los europeos —aun con sus tentáculos extendidos— es el símbolo mismo del misterio y lo inalcanzable. Nunca se lo ha tocado; sólo se lo puede adorar desde lejos. Alrededor de él se halla el Círculo de la Fuerza que rechaza a todo el que intente aproximarse.

Es la misma fuerza que mantiene, según creen muchos, alejadas a todas aquellas luces del cielo. Si alguna vez llega a fallar, éstas descenderán sobre los continentes vírgenes y los menguantes mares de Europa, y al fin sus propósitos serán revelados.

Los europeos se sorprenderían si supieran con cuánta intensidad y asombro el monolito negro es estudiado también por las mentes que hay detrás de aquellas luces móviles. Durante siglos, sus sondas automáticas han realizado cautelosos descensos... siempre con el mismo desastroso resultado. Porque hasta que la época no esté madura, el monolito no permitirá ningún contacto.

Cuando llegue esa época, cuando, tal vez, los europeos hayan inventado la radio, y descubierto los mensajes con que son bombardeados continuamente, el monolito podrá cambiar su estrategia. Podrá elegir —o no— liberar las entidades que duermen en su interior, para que éstas oficien de puente sobre el abismo que existe entre los europeos y la raza a la que una vez juraron obediencia y puede que este puente no sea posible, y que estas dos formas diferentes de conciencia jamás logren coexistir.

FIN

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