—¿Cuánto tiempo llevará? Por lo menos, para disponer de los sistemas esenciales: medio ambiente y propulsión.
—Es difícil de decir, capitán. ¿De cuánto tiempo disponemos, antes de chocar?
—La predicción mínima actual es de diez días. Pero ya sabes cuántas veces la hemos modificado, en ambos sentidos.
—Bueno, si no tenemos mayores inconvenientes, podremos llevar a Discovery a una órbita estable, lejos de este agujero del demonio en... digamos... una semana, día más, día menos.
—¿Hay algo que necesiten?
—No, con Max nos arreglamos bastante bien. Ahora nos dirigimos hacia el giróscopo principal, para controlar los cojinetes. Quiero ponerlo en funcionamiento lo más pronto posible.
—Disculpa, Walter,... pero ¿es tan importante? La gravedad es conveniente, pero nos hemos pasado sin ella un tiempo largo.
—Lo que busco no es gravedad, aunque será muy útil a bordo. Si consigo restablecer el funcionamiento del giróscopo, éste absorberá el movimiento de la nave, y cesará el bamboleo. Así podremos adosar nuestras esclusas de salida, y terminar con las EVA. Eso hará que el trabajo sea cien veces más fácil.
—Buena idea, Walter, pero no vas a acoplar mi nave con ese... molino. Supón que los cojinetes se recalienten y bloqueen el giróscopo; ¡nos destrozaría!
—Comprendido. Lo discutiremos después. Volveré a informar tan pronto como pueda.
Nadie pudo descansar demasiado en los dos días que siguieron. Al fin del segundo día, Curnow y Brailovsky se quedaron prácticamente dormidos dentro de sus trajes, pero habían completado la revisión general de Discovery, sin encontrar sorpresas desagradables. La Agencia Espacial y el Departamento de Estado se sintieron aliviados por los informes preliminares; ellos les permitían aducir, con alguna justificación, que Discovery no era un naufragio, sino una "nave temporariamente sin misión, perteneciente a los Estados Unidos de América". Ahora debía comenzar la tarea de reacondicionamiento.
Una vez restaurada la energía, el problema siguiente era el aire, ya que las operaciones más efectivas de limpieza habían fracasado al intentar eliminar el mal olor. Las predicciones de Curnow estaban acertadas al decir que su fuente era la comida descompuesta al desconectarse la refrigeración; había dicho también, con cómica gravedad, que era muy romántico.
"Sólo tengo que cerrar los ojos" recitaba, "para sentirme en un buque ballenero de los viejos tiempos. ¿Se imaginan el aroma del Pequod?"
Era de aceptación unánime que, después de una visita a Discovery, no se requería un gran esfuerzo para imaginarlo. Finalmente el problema se resolvió o al menos se redujo a proporciones aceptables, dejando escapar toda la atmósfera de la nave. Afortunadamente, todavía quedaba suficiente aire en los tanques de reserva para reemplazarla.
Fue muy bien venida la noticia de que el noventa por ciento del combustible necesario para el viaje de regreso aún era aprovechable; había resultado muy rentable la elección de amoníaco como fluido operativo para la impulsión plasmática, en lugar del hidrógeno. Éste, aunque de mayor rendimiento, hubiera hervido años atrás, a pesar de la aislación de los tanques y la baja temperatura exterior. Pero casi todo el amoníaco había permanecido en estado líquido, y existía suficiente para enviar a la nave de regreso a una órbita segura alrededor de la Tierra. O al menos, alrededor de la Luna.
El paso crítico para poner la nave bajo control, era la detención del giro de Discovery. Sasha Kovalev comparó a Curnow y Brailovsky con Don Quijote y Sancho Panza, y expresó el deseo de que esa expedición contra los molinos de viento fuera más afortunada.
Con precaución, haciendo numerosas pausas para controlar, se activaron los motores del giróscopo y el gigantesco tambor ganó velocidad, reabsorbiendo la rotación que le había impartido a la nave hacía tanto tiempo. Discovery ejecutó una complicada serie de procesiones, hasta que finalmente dejó de girar de forma incontrolada. Los últimos vestigios de rotación indeseable se neutralizaron con los cohetes estabilizadores, hasta que las dos naves quedaron flotando quietas, una al lado de la otra Leonov; chata y maciza, empequeñecida por Discovery, alta y esbelta.
El paso de una a otra ya no era riesgoso, incluso era fácil, pero la capitana Orlova aún se negaba a permitir un vínculo físico. Todos aceptaron esta decisión, puesto que Ío se seguía acercando; podrían tener que abandonar la embarcación que tanto les había costado salvar.
El hecho de que ahora conocieran la razón de la misteriosa reducción en la órbita de Discovery no ayudaba en lo más mínimo. Cada vez que la nave pasaba entre Júpiter e Ío, atravesaba el invisible tubo de flujo gravitatorio que unía ambos cuerpos y las corrientes parásitas resultantes inducidas en la nave ejercían un inevitable efecto de frenado en cada revolución.
No había forma de predecir el momento del impacto final, ya que la corriente en el tubo de flujo variaba enormemente, de acuerdo a leyes propias e inescrutables de Júpiter. A veces había dramáticas mareas de actividad, acompañadas de tormentas eléctricas y auroras boreales, las naves perdían muchos kilómetros de altura, adquiriendo una temperatura incómodamente alta, hasta que los sistemas de control térmico la reajustaban.
Este inesperado efecto había sorprendido y aterrado a todos antes de que descubrieran la explicación obvia. Cualquier tipo de resistencia produce calor, en alguna parte; las fuertes corrientes inducidas en los cascos de Leonov y Discovery las convertía, por un breve lapso, en hornos eléctricos de baja potencia. No era sorprendente que una parte de las reservas de comida de Discovery se hubiera arruinado.
La castigada superficie de Ío estaba apenas a quinientos kilómetros cuando Curnow se arriesgó a activar el impulsor primario, mientras Leonov permanecía a una respetuosa distancia. No hubo efectos visibles —nada del humo y fuego de los viejos cohetes químicos—, pero las naves se separaron suavemente mientras Discovery ganaba velocidad. Después de un par de horas de delicadas maniobras, ambas naves se habían elevado unos cien kilómetros; ya era tiempo de tomarse un descanso.
—Ha hecho un excelente trabajo, Walter —dijo la cirujano —comandante Rudenko, pasando su ancho brazo sobre los cansados hombros de Curnow.
Como al pasar, rompió una pequeña cápsula bajo su nariz. Se despertó veinticuatro horas después, furioso y hambriento.
—¿Qué es esto? —preguntó Curnow con una mueca de disgusto, sosteniendo el pequeño mecanismo con la mano —. ¿Una guillotina para ratones?
No es una mala descripción, pero mi juego apunta más alto.
Floyd señaló una flecha que brillaba en la pantalla, marcando el complicado diagrama de un circuito.
—¿Ves esta línea?
—Sí, es el conductor principal de energía. ¿Y qué?
—Este es el punto por donde entra a la unidad central de procesamiento de Hal. Me gustaría que instalaras este dispositivo aquí, en el interior del sistema de cableado, donde no pueda ser localizado sin una búsqueda deliberada.
—Ya veo. Un control remoto, así podrás desconectar a Hal cuando quieras. Muy prolijo; además, el material no es conductor, así que no habrá cortocircuitos molestos al ser accionado. ¿Quién fabrica estos juguetes? ¿La CIA?
—Eso no importa. El control está en mi cuarto; es esa pequeña calculadora roja que siempre tengo sobre el escritorio. Hay que ingresar nueve nueves, sacar la raíz cuadrada, y apretar INT. Es todo. No estoy seguro del alcance; tendremos que probarlo; pero mientras Leonov y Discovery no se alejen más de los dos kilómetros una de otra, no habrá peligro de que Hal vuelva a descontrolarse.
—¿A quién vas a hablarle de esta... cosa?
—Bueno, en realidad, a la única persona que se la estoy ocultando es a Chandra.
—Me lo suponía.
Pero cuanto menos se sepa, menos se hablará de ella. Le diré a Tanya que existe, y si hay una emergencia le podrás mostrar cómo se opera.
—¿Qué clase de emergencia?
—Esa no es una pregunta brillante, Walter. Si lo supiera, no necesitaría de esa condenada cosa.
—Supongo que tienes razón. ¿Cuándo quieres que instale tu "mata-Hals" patentado?
—Cuanto antes. Preferentemente esta noche, cuando Chandra esté dormido.
—¿Estás bromeando? No creo que duerma nunca. Es como una madre velando por su bebé enfermo.
—Bueno, pero alguna vez tendrá que volver a Leonov para comer.
Tengo algo que decirte. La última vez que cruzó, ató a su traje una bolsita de arroz. Con eso tendrá para semanas.
—En ese caso, tendré que usar una de las famosas píldoras knock out de Katerina. Funcionaron bastante bien contigo, ¿no es así?
Curnow estaba bromeando respecto de Chandra; al menos, eso creía Floyd, aunque nunca se podía estar seguro: era muy aficionado a soltar las más extravagantes afirmaciones con la cara más inocente del mundo. Pasó un tiempo largo antes de que los rusos se dieran cuenta de ello; luego, en defensa propia, estaban propensos a reírse aun cuando Curnow permanecía absolutamente serio.
La propia risa de Curnow, gracias a Dios, se había aplacado desde que Floyd la había escuchado por primera vez en aquel ómnibus espacial; en esa ocasión, obviamente había sido amplificada por el alcohol. Había esperado que la sufriría otra vez en la fiesta del fin del viaje, cuando finalmente Leonov se había acoplado con Discovery. Pero incluso esa vez, a pesar de que Curnow había bebido mucho, se mantuvo tan controlado como la propia capitana Orlova.
Si había algo que se tomaba seriamente, era su trabajo. En el viaje desde la Tierra había sido un pasajero. Ahora era tripulante.
Estamos a punto, se decía Floyd, de despertar a un gigante durmiente. ¿Cómo reaccionará Hal ante nuestra presencia, después de todos estos años? ¿Se acordará del pasado; y será amigable, u hostil?
Mientras flotaba en pos del doctor Chandra en la gravedad cero de la cubierta de vuelo de Discovery, la mente de Floyd seguía ocupada con el interruptor instalado y comprobado hacía apenas unas horas. El radio-control se hallaba a pocos centímetros de su mano, y se sintió algo tonto por haberlo traído consigo. En esta etapa, Hal todavía estaba desconectado de todos los circuitos operativos de la nave. Aun cuando fuera reactivado, sería un cerebro sin miembros, aunque no sin órganos sensitivos. Sería capaz de comunicarse, pero no de actuar. Como había dicho Curnow: "lo peor que podrá hacernos será insultarnos".
—Estoy listo para el primer test, capitán —dijo Chandra —. Se han reemplazado todos los módulos faltantes, y he corrido programas de diagnóstico de todos los circuitos. Todo parece normal, al menos en este nivel.
La capitana Orlova echó una mirada a Floyd, que asintió. Por insistencia de Chandra, sólo ellos tres presenciaban este paso crítico, y era obvio que inclusive ese pequeño auditorio era mal recibido por él.
—Muy bien, doctor Chandra —agregó rápidamente Tanya, siempre consciente del protocolo —el doctor Floyd ha dado su aprobación y yo no tengo objeciones.
—Debería explicar —dijo Chandra, en un tono que dejaba traslucir desaprobación —, que sus centros de reconocimiento de voz y de síntesis oral han sido dañados. Tendremos que volver a enseñarle a hablar desde el principio. Por suerte, aprende varios millones de veces más rápidamente que un ser humano.
Los dedos del científico bailaron sobre el teclado mientras escribía una docena de palabras, aparentemente al azar, y pronunciaba cuidadosamente cada una de ellas, a medida que aparecían en la pantalla. Como un eco distorsionado, las palabras volvían desde el parlante secas, sin vida, mecánicas, sin ninguna sensación de inteligencia detrás de ellas. "Éste no es el viejo Hal", pensó Floyd. "No es mejor que los primitivos juguetes parlantes que fueron tan novedosos cuando yo era un niño".
Chandra apretó el botón REPETIR, y la serie de palabras volvió a sonar. Ya se notaba una apreciable mejoría, aunque nadie podría haberla confundido con una voz humana.
—Las palabras que le doy contienen todos los fonemas básicos de la lengua inglesa; unas diez iteraciones más y ya será aceptable. Pero no dispongo del equipo necesario para llevar a cabo un trabajo de terapia realmente completo.
—¿Terapia? —preguntó Floyd —¿Quiere decir que está... eh, trastornado?
—No —cortó Chandra —. Los circuitos lógicos están en perfecto estado. Sólo puede ser defectuosa la vocalización, aunque mejorará rápidamente. Así que verifiquen todo en la pantalla, para evitar malas interpretaciones. Y si tienen que hablar, pronuncien con cuidado.
Floyd sonrió a la capitana Orlova con disimulo, y formuló la pregunta obvia.
—¿Y qué hay de todos esos acentos rusos que andan por aquí?
—Estoy seguro de que no habrá problemas con la capitana Orlova y el doctor Kovalev. Pero con los otros... bien, tendremos que realizar pruebas individuales. Todo aquel que no la pase deberá usar el teclado.
—Para eso falta mucho todavía. Por el momento, usted es la única persona que debería intentar la comunicación . ¿De acuerdo, capitana?
—Absolutamente.
Sólo una breve inclinación de cabeza reveló que Chandra los había escuchado. Sus dedos continuaban volando sobre el teclado, y sobre la pantalla aparecían columnas de palabras y símbolos a tal velocidad que ningún humano podría asimilarlas jamás. Presumiblemente Chandra poseía una memoria eidética, ya que parecía reconocer páginas enteras de información con sólo una mirada.
Floyd y Orlova estaban por dejar al científico con sus ceremonias arcanas cuando éste advirtió su presencia repentinamente, levantando la mano en señal de aviso o anticipando algo. Con un movimiento casi dubitativo, que contrastaba con sus decididas acciones previas y tiró de una palanquita de seguridad y apretó un único aislado botón.
Instantáneamente, sin una pausa perceptible, brotó una voz de la consola, que ya no era una parodia de expresión humana.
Allí había inteligencia, conciencia, autoreconocimiento, aunque todavía a un nivel rudimentario. "Buenos días, doctor Chandra. Soy Hal. Estoy listo para mi primera lección".
Hubo un instante de impactante silencio; luego, siguiendo el mismo impulso, los dos observadores abandonaron el puente.
Heywood Floyd nunca lo hubiera creído. El doctor Chandra estaba llorando.