2010. Odisea dos (26 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Por segunda vez, Floyd estaba mirando para otro lado cuando sucedió. Pero no habría cambiado nada; inclusive el vigilante monitor de la cámara mostró apenas un débil parpadeo entre la imagen llena, y la subsiguiente en blanco.

Una vez más estaba de servicio a bordo de Discovery, compartiendo la guardia nocturna con Sasha, en Leonov.

Como siempre, la noche transcurría sin novedades. Los sistemas automáticos hacían su trabajo con la eficiencia habitual. Un año atrás, Floyd nunca hubiera creído que algún día estaría orbitando Júpiter a una distancia de pocos cientos de kilómetros y apenas le prestaría atención, intentando —no con mucho éxito— leer la Sonata Kreutzer en su lengua original. De acuerdo con Sasha, seguía siendo la pieza de ficción erótica más fina de la literatura rusa (respetable), pero Floyd no había progresado lo suficiente como para verificarlo. Y nunca lo haría.

A las 01:25 fue distraído por una espectacular, aunque frecuente, erupción en el Terminador. Una vasta nube en forma de sombrilla se expandía en el espacio, y comenzaba a dejar caer sus restos en forma de lluvia sobre el ardiente paisaje de abajo. Floyd había visto tales erupciones docenas de veces, pero nunca dejaban de fascinarlo. Parecía increíble que un mundo tan pequeño pudiera ser asiento de tales energías titánicas.

Para obtener una mejor visión, se corrió a otra de las portillas de observación. Y lo que vio —o mejor, lo que no vio— hizo que se olvidara de Ío y de todo lo demás.

Cuando se hubo recobrado, y se convenció de que no sufría —¿Otra vez? —alucinaciones, llamó a la otra nave.

—Buen día, Woody —bostezó Sasha —. No, no estaba dormido. ¿Cómo te va con el viejo Tolstoi?

—Ya no me va. Echa un vistazo afuera y dime lo que ves.

—Nada insólito, Para esta parte del cosmos. Ío hace lo suyo. Júpiter. Estrellas. ¡Oh, Dios mío!

—Gracias por atestiguar que estoy cuerdo. Mejor que despertemos al patrón.

—Por supuesto. Y a todos los demás. Woody... ¡estoy asustado!

—Serías un tonto si no lo estuvieras. Aquí vamos. ¿Tanya? ¿Tanya? Aquí Woody. Lamento despertarte, pero tu milagro se ha producido. Hermano Mayor se ha ido. Sí... ¡desapareció! Después de tres millones de años, ha decidido partir.

"Creo que debe saber algo que nosotros no sabemos".

Era un grupo sombrío el que se reunió, en quince minutos, para la apresurada conferencia en la sala de guardia y observación. Inclusive los que recién habían ido a dormir se levantaron inmediatamente, mientras sorbían pensativos sus bulbos de café caliente; y seguían mirando por las ventanas de Leonov la escena impactantemente desusada, para convencerse de que Hermano Mayor había desaparecido en realidad.

"Debe saber algo que nosotros no sabemos". Esa frase espontánea de Floyd había sido repetida por Sasha, y ahora flotaba silenciosa, ominosa, en el ambiente. Resumía lo que todos —inclusive Tanya— pensaban.

Era demasiado pronto para decir "Te lo avisé"; y tampoco importaba realmente si el aviso había tenido o no validez. Al no quedar nada para investigar, podían irse a casa lo más rápido posible. Sólo que no era tan fácil.

—Heywood —dijo Tanya —, estoy dispuesta a considerar más seriamente ese mensaje, o lo que fuera. Después de lo que sucedió, sería más que estúpido no hacerlo. Pero aun cuando haya peligro aquí, debemos sopesar los riesgos. Aparear a Discovery y a Leonov; operar a Discovery con esa carga centrífuga, desconectar las naves en cuestión de minutos para poder encender nuestros motores en el momento preciso... Ningún capitán responsable asumiría ese riesgo, sin tener sus excelentes, yo diría abrumadoras, razones. E inclusive ahora, no las tengo. Sólo la palabra de... un fantasma. No es una prueba sólida para una corte de justicia.

—O para una corte de investigación —dijo Walter Curnow en una voz desusadamente baja—, aun cuando te apoyáramos todos.

—Sí, Walter; en eso estaba pensando. Pero si llegamos sanos y salvos a casa, eso justificará todo; y si no, importará poco, ¿no es así? De cualquier manera, no lo decidiré ahora. Me iré a la cama apenas lo haya informado a Tierra. Les comunicaré mi decisión a la mañana, después de haber consultado con la almohada.

»Heywood, Sasha, ¿pueden subir al puente conmigo? Tenemos que despertar a Control de Misión, antes de que vuelvan a su guardia.

La noche no había terminado con sus sorpresas. En alguna parte de la órbita de Marte, el breve informe de Tanya se cruzó con un mensaje, que iba en sentido opuesto.

Finalmente, Betty Fernández había hablado. La CIA y la Agencia Nacional de Seguridad estaban furiosas; sus lisonjas, apelaciones al patriotismo y amenazas veladas habían fracasado completamente; y el productor de una insignificante cadena de chimentos lo había logrado, ganando la inmortalidad para su nombre en los anales del Videodom.

Fue mitad suerte, mitad inspiración. El director de noticias de "¡Hola, Tierra!" descubrió de repente que uno de sus ayudantes tenía un notable parecido con David Bowman; un inteligente maquillador lo hizo perfecto. José Fernández le podría haber avisado que estaba asumiendo un riesgo terrible, pero tuvo la fortuna de los valientes. Una vez que pisó la casa, Betty capituló. Y cuando —casi con gentileza— lo arrojó a la calle, ya había obtenido toda la historia. Y, a decir verdad, la había presentado con una total ausencia del malintencionado cinismo que caracterizaba a su cadena. Le valió el Pullitzer de ese año.

—Ojalá —Floyd le comentó a Sasha, bastante agotado —hubiese hablado antes. Me habría ahorrado muchos problemas.

"De todos modos, esto termina la discusión. Tanya no puede seguir dudando ahora. Pero dejemos el asunto para cuando se levante, ¿te parece bien?

—Desde luego; no es urgente, aunque sí importante. Y necesitará esas horas de sueño. Tengo la sensación de que a partir de ahora no le sobrarán a nadie.

"Estoy seguro de que tienes razón", pensó Floyd. Estaba muy cansado, pero, aunque no hubiera estado de guardia, le habría resultado imposible dormir. Su mente estaba demasiado activa, analizando los sucesos de aquella noche extraordinaria, y tratando de anticipar la próxima sorpresa.

De cierta manera, sentía un enorme alivio: se había acabado toda incertidumbre respecto de su partida; Tanya ya no podría tener objeciones.

Pero quedaba una incertidumbre mucho mayor: ¿qué era lo que estaba sucediendo?

Sólo una experiencia de la vida de Floyd podía compararse con aquella situación. Cuando era muchacho, había hecho una expedición en canoa con unos amigos, por un tributario del río Colorado... y se habían perdido.

Habían sido arrastrados más y más rápidamente entre las paredes del cañón, no del todo a la deriva, pero con apenas el control suficiente para no hundirse. Adelante podría haber rápidos, inclusive una catarata; no lo sabían. Y en todo caso, poco podían hacer al respecto.

Una vez más, Floyd se sentía dominado por fuerzas irresistibles, que lo arrastraban a él y a sus compañeros hacia un destino desconocido.

45. MANIOBRA DE ESCAPE

... Aquí Heywood Floyd, con el que sospecho —en verdad, espero— será mi último informe desde Lagrange.

»Ahora nos estamos preparando para regresar a casa; en quince días más dejaremos este extraño lugar, en la divisoria gravitacional entre lo que une a Ío con Júpiter, donde hemos hecho contacto con el enorme artefacto, misteriosamente desaparecido, que hemos bautizado Hermano Mayor. Aún no hay un solo indicio de dónde puede haberse ido... ni por qué.

»Por varias razones, resulta conveniente que no nos quedemos aquí más de lo necesario.

»Y estaremos en condiciones de partir dos semanas antes de lo originariamente planeado, usando a la nave norteamericana Discovery como plataforma de lanzamiento para la nave rusa Leonov.

»La idea básica es sencilla: ambas naves estarán unidas, una montada sobre la otra. Discovery quemará todo su propelente primero, acelerando ambas naves en la dirección deseada. Cuando agote su combustible, será separada de la otra —como una primera etapa vacía— y Leonov encenderá sus motores. No los usará antes porque si lo hiciera, desperdiciaría energía arrastrando el peso muerto de Discovery.

»Y utilizaremos otro artificio que —como muchos de los conceptos de la navegación espacial— a primera vista parece desafiar al sentido común... Aunque estamos tratando de escaparnos de Júpiter, nuestro primer movimiento será acercarnos lo más posible a él.

»Por supuesto, ya hemos estado antes ahí, cuando nos servimos de la atmósfera de Júpiter para frenarnos y entrar en órbita alrededor del planeta. Esta vez no llegaremos tan cerca... sólo un poco menos.

»Nuestra primera impulsión, aquí arriba a trescientos cincuenta mil kilómetros de altura, en órbita de Ío, reducirá nuestra velocidad, para que caigamos hacia Júpiter y rocemos apenas su atmósfera. Entonces, cuando estemos en el punto más cercano posible, quemaremos todo nuestro combustible lo más rápido que podamos, para incrementar la velocidad y situar así a Leonov en la órbita de regreso a Tierra.

»¿Cuál es el propósito de una maniobra tan alocada? No puede justificarse sin usar una compleja matemática superior, pero creo que el principio básico puede entenderse fácilmente.

»A medida que nos dejemos caer en el enorme campo gravitatorio de Júpiter, iremos ganando velocidad... y por lo tanto, energía. Cuando digo "nos dejemos", me refiero a las naves, y al combustible que llevan.

»Y quemando el combustible ahí mismo —en el fondo del pozo de gravedad joviano— no tendremos que volver a levantarlo. Cuando nuestros reactores lo expulsen, compartirá con nosotros parte de la energía cinética adquirida. Indirectamente, habremos aprovechado la gravedad de Júpiter para acelerarnos hacia Tierra. Como también hemos usado su atmósfera para desprendernos del exceso de velocidad que traíamos al llegar, nos encontramos aquí con uno de los pocos casos en que la Madre Naturaleza —habitualmente tan frugal— nos permite sacar provecho de ella en ambos sentidos...

»Con este triple impulso: el combustible de Discovery, el combustible propio y la gravedad de Júpiter, Leonov se encaminará en dirección al Sol en una hipérbola que la dejará en la Tierra cinco meses más tarde. Por lo menos dos meses antes de lo que se hubiera podido lograr de otra manera.

»Sin duda se preguntarán qué sucederá con la vieja y querida Discovery. Obviamente, no podremos conducirla hasta casa bajo control automático, como habíamos planeado originalmente. Sin combustible, quedará abandonada a su suerte.

»Continuará girando y girando alrededor de Júpiter en una elipse muy alargada, como un cometa atrapado. Pero estará perfectamente segura y tal vez, algún día, una expedición futura pueda realizar otro acople, con suficiente combustible extra para traerla a la Tierra. De todos modos, seguramente esto no sucederá hasta dentro de unos cuantos años.

»Y ahora debemos prepararnos para la partida. Aún hay mucho trabajo que hacer, y no podremos descansar hasta que el último despegue nos ponga en órbita de regreso.

»No estaremos tristes por partir, aunque no hayamos conseguido todos nuestros objetivos. El misterio —la amenaza tal vez— de la desaparición de Hermano Mayor aún nos sigue preocupando, pero no podemos hacer nada respecto de eso.

»Hemos trabajado lo mejor posible... y ahora volvemos a casa.

»Fue Heywood Floyd, que se despide, cerrando la transmisión.

Hubo una ronda de aplausos irónicos de su pequeña audiencia, cuyo tamaño se multiplicaría a varios millones de veces cuando el mensaje llegara a la Tierra.

—No estoy hablando con ustedes —retrucó Floyd, un poco incómodo —y además, no quería que lo escucharan.

—Has hecho el trabajo con tu eficiencia habitual, Heywood —dijo Tanya, consolándolo —. Y estoy segura de que estarán todos de acuerdo en todo lo que le dijiste a la gente de la Tierra.

"No tanto", dijo una pequeña voz, tan bajita que todos debieron esforzarse para escucharla. "Todavía hay un problema".

La sala de observación quedó súbitamente en silencio. Por primera vez en semanas, Floyd notó el débil silbido del suministro de aire, y el zumbido intermitente que podría haber causado una avispa atrapada detrás de un vidrio. Leonov, como toda nave espacial, estaba repleta de esos ruidos, a menudo inexplicables que casi no se perciben hasta que no cesan. Y entonces, suele ser buena idea investigar de inmediato.

—No estoy al tanto de ningún problema, Chandra —dijo Tanya con voz ominosamente calmada—. ¿Cuál podría ser?

—He pasado las últimas cinco semanas preparando a Hal para volar en una órbita de mil días de regreso a Tierra. Ahora todos esos programas deberán ser dados de baja.

—Lo lamentamos, Chandra —contestó Tanya —, pero como se han dado las cosas, seguramente es mucho mejor...

—No es eso lo que quiero decir —dijo Chandra. Una ola de incredulidad recorrió el ambiente; nunca se había sabido que interrumpiera a nadie, menos aún a Tanya. —Sabemos qué sensible es Hal a los objetivos de sus misiones —continuó, en medio del expectante silencio que siguió —. Y ahora me piden que le pase un programa que puede implicar su propia destrucción. Es verdad que el plan actual dejará a Discovery en una órbita estable; pero si ese aviso tiene algún fundamento, ¿qué le pasará a la nave? No lo sabemos, por supuesto... pero nos hace huir despavoridos. ¿Han considerado la reacción de Hal?

—¿Está usted sugiriendo seriamente —preguntó Tanya lentamente —que Hal podría negarse a obedecer órdenes; exactamente igual que en la misión anterior?

—Esto no es lo que pasó la vez pasada. Se esforzó al máximo para interpretar órdenes contradictorias. Esta vez no hay ninguna contradicción. La situación está perfectamente delimitada.

—Para nosotros, tal vez, pero una de las directivas primordiales de Hal es mantener a Discovery fuera de peligro. Nosotros estaremos intentando pasar por encima de eso. Y en un sistema tan complejo como el de Hal, es imposible predecir todas las consecuencias.

—No veo que haya ningún problema real —intervino Sasha—. Basta con no decirle que hay peligro. No tendrá... reservas en llevar a cabo el programa

—¡Niñerías de un computador psicótico de ciencia ficción! —masculló Curnow —. Me siento en un videodrama de segunda.

El doctor Chandra le dirigió una mirada poco amistosa.

—Chandra —inquirió Tanya, de repente— ¿Ha discutido esto con Hal?

—No.

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