2010. Odisea dos (24 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

—Hal, soy el doctor Floyd.

—BUENAS NOCHES, DOCTOR.

—Tomo la guardia a las 22:00. ¿Todo en orden?

—TODO EN ORDEN, DOCTOR.

—¿Entonces por qué la luz roja en el panel 5?

—LA CÁMARA DEL MONITOR EN EL HANGAR DE LAS ARVEJAS ESTÁ FALLANDO —WALTER ME ORDENÓ QUE LA IGNORARA LO LAMENTO. NO TENGO MANERA DE APAGARLA.

—Está bien, Hal. Muchas gracias.

—A SUS ORDENES, DOCTOR.

Y así... cada tanto, Hal proponía una partida de ajedrez, presumiblemente obedeciendo alguna instrucción de un programa establecido hacía mucho, y que no había sido cancelado. Floyd nunca aceptaba el desafío; siempre había considerado al ajedrez como una espantosa pérdida de tiempo, y nunca había aprendido siquiera las reglas del juego. Hal parecía incapaz de captar que hubiera humanos que no supieran —o no quisieran— jugar ajedrez, y seguía insistiendo, esperanzado.

"Aquí va otra vez", pensó Floyd, cuando sonó un suave acorde en el panel de la pantalla.

—¿DOCTOR FLOYD?

—¿Qué hay, Hal?

—MENSAJE PARA USTED.

"No es otro desafío", pensó Floyd con divertida sorpresa. No era usual emplear a Hal como mandadero, aunque a menudo se lo utilizaba como reloj despertador y ayuda memoria. Y a veces era intermediario para pequeñas bromas; todos alguna vez habían sido sorprendidos en su guardia con un:

—¡JAH! TE PESQUÉ DURMIENDO!

o alternativamente:

—OGO! ZASTAL TEBYA V KROVATI!

Nunca nadie se adjudicaba tales travesuras, aunque el primer sospechoso era Walter Curnow. Él, a su vez, culpaba a Hal, burlándose de las protestas de Chandra, que argüía que el computador no tenía sentido del humor.

No podía ser un mensaje desde Tierra; habría llegado a través del centro de comunicaciones de Leonov y habría sido retransmitido por el oficial de guardia, en ese momento, Max Brailovsky. Y cualquier otra persona de la otra nave hubiera usado el intercomunicador. Extraño...

—Bien, Hal. ¿Quién llama?

—NO HAY IDENTIFICACIÓN.

Probablemente sería una broma. Muy bien, para ese juego se necesitaban dos.

—De acuerdo. Pásalo, por favor.

—MENSAJE COMO SIGUE: ES PELIGROSO PERMANECER AQUÍ. DEBEN PARTIR ANTES DE QUINCE REPITO QUINCE DIAS.

Floyd observó molesto la pantalla. Se sintió apenado, y sorprendido, de que alguien de la tripulación tuviera un sentido del humor tan infantil; aquélla no era ni siquiera una buena broma de colegio. Pero seguiría el juego para atrapar al causante.

—Eso es absolutamente imposible. Nuestra ventana de lanzamiento no se abrirá hasta dentro de veintiséis días a partir de hoy. No tenemos combustible suficiente para una partida adelantada,

"Eso lo hará pensar", murmuró Floyd para sí, con satisfacción; recostándose en el asiento para aguardar los resultados.

—SOY CONSCIENTE DE ELLO DE TODOS MODOS DEBEN PARTIR ANTES DE QUINCE DIAS.

"De lo contrario, supongo que seremos atacados por pequeños alienígenas verdes de tres ojos". Pero será mejor que trate con Hal y así podré sorprender al bromista,,.

—No puedo tomar en serio tal aviso sin conocer el origen. ¿Quién lo grabó?

No esperaba una información útil. El (¿la?) perpetrador habría cubierto sus huellas con demasiada habilidad para que fueran descubiertas de forma tan sencilla. Lo último que Floyd hubiera esperado era la respuesta que siguió:

—NO ES UNA GRABACIÓN.

Así que era un mensaje simultáneo. Eso implicaba que provenía del mismo Hal o de alguien a bordo de Leonov. No había retardo perceptible; el origen debía estar allí mismo.

—¿Quién es el que habla, entonces?

—YO ERA DAVID BOWMAN.

Floyd se quedó mirando a la pantalla durante un largo rato antes de la próxima jugada. La broma, que jamás había sido graciosa, había llegado demasiado lejos, y era del peor gusto imaginable. Bien, esto detendría a quienquiera que estuviera del otro lado.

—No puedo aceptar tal identificación sin alguna prueba.

—COMPRENDO. ES IMPORTANTE QUE USTED ME CREA. MIRE ATRAS DE USTED.

Inclusive antes de que aquella última estremecedora frase apareciera en la pantalla, Floyd, había comenzado a dudar de su hipótesis. Toda la conversación había resultado muy extraña, aunque no había nada definido en qué basarlo. Como broma, ya había perdido todo sentido.

Y ahora sintió un chisporroteo detrás de él. Lentamente —en verdad, vacilante— hizo girar su sillón, desde los paneles y botones de la pantalla del computador, hacia el pasadizo cubierto con velcro que había a sus espaldas.

El ambiente de gravedad cero de la cubierta de observación de Discovery siempre estaba polvoriento, ya que la planta de filtrado de aire nunca había vuelto a trabajar con total eficiencia. Los rayos paralelos del sol, frío pero brillante, que entraban por los grandes ventanales, iluminaban a una multitud de motitas danzantes, que se deslizaban en corrientes cambiantes, nunca fijas; un ejemplo permanente del movimiento browniano.

Pero ahora algo extraño estaba sucediendo: las motitas parecían dominadas por alguna fuerza que las alejaba o acercaba a un foco central, hasta reunirlas a todas en la superficie de una esfera hueca.

Esta esfera, de un metro de diámetro, flotó en el aire durante un instante, como una gigantesca burbuja de jabón; pero como una burbuja granulada, sin su iridiscencia característica. Luego se transformó en una elipsoide, y la superficie comenzó a plegarse, formando dobleces y saliencias.

Sin sorpresa —y casi sin temor— Floyd vio que estaba asumiendo la forma de un hombre.

El había visto tales figuras, sopladas en vidrio, en museos y exposiciones de ciencia. Pero este polvoriento fantasma no tenía ninguna precisión anatómica; era como una tosca figura de arcilla, o como esas primitivas obras de arte descubiertas en alguna cueva de la Edad de Piedra. Sólo la cabeza había sido modelada con algún cuidado; y el rostro, sin dudas era del comandante David Bowman.

Hubo un débil murmullo en el panel del computador, detrás de Floyd. Hal cambiaba la salida visual por la de audio.

—Hola, doctor Floyd. ¿Me cree ahora?

Los labios de la figura no se movían nunca; el rostro seguía siendo una máscara, pero Floyd reconoció la voz, y todas las dudas que subsistían fueron borradas por ella.

—Esto es muy difícil para mí, y tengo poco tiempo. Se me ha... permitido darle este aviso. Tienen sólo quince días.

—¿Pero por qué; y qué es usted? ¿Dónde ha estado?

Había un millón de preguntas que quería formular, pero la fantasmal figura ya se estaba desvaneciendo, aquella granulosa cáscara estaba comenzando a descomponerse en las partículas de polvo que la formaban. Floyd trató de fijar esa imagen en su memoria, para poder convencerse más tarde de que eso había sucedido realmente, y de que no había sido un sueño, como a veces parecía su primer contacto con TMA-1. ¡Qué extraño que, de los billones de seres humanos que habían vivido alguna vez en el planeta Tierra, él hubiera tenido el privilegio de establecer contacto, no una, sino dos veces, con otra forma de inteligencia! Porque él sabía que la entidad que se le había hecho presente debía ser mucho más que David Bowman.

Era también algo menos: solamente sus ojos —¿quién había sido el que los llamó "ventanas del alma"? —habían sido fielmente reproducidos. El resto del cuerpo era una masa vaga, sin ningún detalle. No había indicios de órganos genitales, o de alguna otra característica sexual; lo que en sí mismo era una clara indicación de cuán atrás había dejado David Bowman su herencia humana.

—Adiós, doctor Floyd. Recuerde: quince días. No podremos volver a entrar en contacto. Pero puede haber otro mensaje, si todo va bien.

Inclusive cuando se disolvió la imagen, llevándose consigo toda esperanza de comunicación con las estrellas, Floyd no pudo dejar de sonreír ante el viejo cliché de la Era Espacial. "Si todo va bien..." ¡Cuántas veces había escuchado eso antes de alguna misión! ¿Y significaba acaso que ellos —quienesquiera que fueran— tampoco tenían certeza sobre el porvenir? Si así fuera, era extrañamente tranquilizador. No eran omnipotentes. Había alguien más que tenía sueños y esperanzas... y actuaba.

El fantasma se había ido; sólo quedaban las motitas de polvo que danzaban, reasumiendo sus indefinidas posiciones en el aire.

VI — DEVORADOR DE MUNDOS
42. EL ESPECTRO DE LA MÁQUINA

—Lo siento, Heywood; yo no creo en fantasmas. Tiene que haber una explicación racional. No hay nada de lo que la mente humana no pueda dar cuenta.

—De acuerdo, Tanya. Pero permíteme recordarte la famosa frase de Haldane: El universo no sólo es más extraño de lo que imaginamos, sino más extraño de lo que podemos imaginar.

—Y Haldane —intervino Curnow perversamente— era un buen comunista.

—Posiblemente, pero esa cita en particular puede servir para sostener todo tipo de delirios místicos. El comportamiento de Hal debe ser el resultado de alguna forma de programación. La... personalidad que creó, tiene que ser artificial. ¿No está de acuerdo conmigo, Chandra?

Aquello era agitar un trapo rojo delante de un toro; Tanya debía estar desesperada. Sin embargo, la reacción de Chandra fue sorprendentemente moderada, aun para él. Parecía preocupado, como si estuviera considerando seriamente la posibilidad de otra disfunción del computador.

—Tiene que haber habido un estímulo externo, capitana Orlova. Hal no puede haber creado una ilusión audiovisual tan autosuficiente de la nada. Si el informe del doctor Floyd es correcto, había alguien en el control. Y en tiempo real, por supuesto, ya que no hubo demoras en la conversación.

—Eso me convierte en sospechoso número uno —exclamó Max —. Yo era la única persona despierta.

—No seas ridículo, Max —retrucó Nikolai —. La parte sonora habría sido fácil, pero no hay manera de que esa aparición pudiera hacerse posible sin un equipo muy elaborado. Rayos láser, campos electroestáticos... no sé. Tal vez un mago lo podría haber hecho, pero hubiera necesitado un camión lleno de implementos.

—¡Un momento! —dijo Zenia, brillantemente —. Si todo eso sucedió en realidad, seguramente Hal lo recordará y le podríamos preguntar...

Su voz se apagó al ver las sombrías expresiones que la rodeaban. Floyd fue el primero en apiadarse de su incómoda situación.

—Ya lo intentamos, Zenia; no guarda absolutamente ningún recuerdo del fenómeno. Pero, como ya he señalado a los demás, eso no prueba nada. Chandra mostró cómo pueden borrarse selectivamente las memorias de Hal; y además, los módulos auxiliares de expresión verbal no tienen ninguna conexión con el sistema central. Podrían haber sido operados sin que Hal se enterara...

Se detuvo para respirar, y lanzó un tiro arriesgado.

»Admito que no quedan muchas alternativas. 0 bien imaginé todo el asunto, o en realidad sucedió. Yo sé que no fue un sueño, pero no puedo estar tan seguro de que no haya sido alguna alucinación. Katerina leyó mi historia clínica; ella sabe que no estaría aquí si tuviera ese tipo de problemas. Aun así, no se puede desechar la posibilidad... Y no culparé a nadie que la adopte como hipótesis número uno. Probablemente yo haría lo mismo.

»La única manera que tengo de demostrar que no fue un sueño es conseguir una evidencia. Así que permítanme recordarles algunas cosas extrañas que han venido sucediendo últimamente. Sabemos que David Bowman entró en Hermano Ma... en Zagadka. Algo volvió a salir, y se dirigió hacia Tierra. ¡Y fue Vasili quien lo vio... no yo!

»Luego, tenemos la misteriosa explosión de vuestra bomba en órbita...

—La de ustedes...

—Perdón... del Vaticano. Y resulta bastante curioso que inmediatamente después haya muerto la señora de Bowman, en forma plácida, sin causa médica aparente. No digo que haya una conexión, pero... bien, ya conocen el dicho: Una vez es accidente; dos, coincidencia; tres, conspiración.

—Y hay algo más —intervino Max, con súbita excitación —. Lo pesqué en un informativo vespertino; era una información muy breve. Una antigua novia del comandante Bowman anunció que había recibido un mensaje suyo.

—Sí; yo también lo escuché —confirmó Sasha.

—¿Y nunca lo mencionaron? —preguntó Floyd, incrédulo. Ambos hombres parecían avergonzados.

—Bueno, se pensó que era una broma —dijo Max, tímidamente —. Fue el marido de la mujer el que informó del asunto. Luego ella lo negó... eso creo.

—El comentarista dijo que era efecto de la publicidad, como la avalancha de OVNI que hubo por la misma época. En la primera semana fueron denunciados varias docenas; luego dejaron de aparecer.

—Tal vez algunos de ellos fueron reales. Si no fue borrado, ¿podrías desenterrar esa información de los archivos de la nave, o pedir a Control de Misión que la repitan?

—No me convencerán ni cien relatos juntos —gruñó Tanya —. Lo que necesitamos es una prueba sólida.

—¿Como qué?

—Hem... algo que Hal no pudiera saber, y que ninguno de nosotros pudiera haberle dicho. Alguna manifes... eh, manifestación física.

—¿Un buen anticuado milagro?

—Sí, me inclino por eso. Mientras tanto, no diré nada a Control de Misión. Y sugiero que tú hagas lo mismo, Heywood.

Floyd reconocía una orden cuando la escuchaba, y asintió con seriedad.

—Tendré mucho gusto en seguir tu consejo. Pero querría hacer una sugerencia.

—¿Sí?

—Deberíamos comenzar a prepararnos para cualquier contingencia. ¿Qué pasaría si el aviso fuera válido... como yo creo?

—¿Qué podríamos hacer? Absolutamente nada. Desde luego, podemos abandonar el espacio de Júpiter cuando lo deseemos; pero no podemos entrar en órbita de regreso antes de que se abra la ventana de lanzamiento.

—¡Eso será once días después del límite!

—Sí. Me gustaría irme antes; pero no tenemos combustible para una órbita de mayor energía... —la voz de Tanya tembló con una indecisión atípica —. Iba a hacer este anuncio más adelante; pero ahora que ha salido el tema...

Hubo un repentino silencio, mientras la audiencia contenía el aliento:

—Querría posponer nuestra partida en cinco días, para acercar nuestra órbita al ideal de Hohmann, y así disponer de una mayor reserva de combustible.

El anuncio no era inesperado, pero fue saludado con un coro de gruñidos.

—¿Cómo incidirá eso en nuestra fecha de llegada? —preguntó Katerina en un tono ominosamente bajo. Por un momento las dos formidables damas se observaron como adversarios poderosos, respetuosos uno del otro, pero que no ofrecerían tregua.

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