—Es prácticamente su única arma —soltó Berta con la boca llena de galleta—. Casi no pueden hacer ninguna otra cosa, a no ser que les ayude un demonio.
—Sí, pero, por desgracia, hay demonios de sobra dispuestos a ayudarlas —repuso Roksana—. Aunque siempre exigen un pago.
—Esperad. —Levanté las manos—. Volviendo a Boris, ¿por qué, por los nueve infiernos, iban a querer matarlo las
Hexen
?
—Al igual que Hitler, querían invadir Rusia —contestó Roksana.
—Entonces, ¿estamos hablando de las conocidas brujas nazis provenientes del infierno?
—No, no, no. —Malina negó con la cabeza—. Ya andaban por aquí mucho antes que los nazis, y es evidente que ellas han sobrevivido y los nazis no. Sólo se aprovecharon de ellos para conseguir lo que querían.
—¿Así que lo de llamarse «Las Hijas de la Tercera Casa» no tiene nada que ver con el Tercer Reich?
—No, que yo sepa —dijo Malina sin estar del todo muy segura, y Roksana confirmó su suposición.
—Ya se llamaban así antes de que los nazis existieran. Pero no tenemos ni idea de qué significa. Nunca se han sentado con nosotras para charlar sobre sus orígenes.
—De acuerdo, entonces, ¿qué querían? ¿Por qué mataron a Boris?
—Querían hacer lo que hizo Hitler o, mejor dicho, Hitler quería hacer lo que ellas hicieron: ocupar Rusia.
—¿Qué? ¿Está sugiriendo que Hitler lanzó esa ofensiva de mierda bajo su influencia?
—Exactamente —convino Malina, asintiendo—. Le enviaron súcubos y le inculcaron los deseos expansionistas; habían hecho lo mismo con el canciller Theobald von Bethmann-Hollweg en la primera guerra mundial. Y cuando las cosas se pusieron difíciles en el frente oriental y, en 1943, Boris se negó a enviar tropas gracias a nuestra influencia, las
Hexen
lo mataron y todo el mundo pensó que había sido Hitler.
—De todos modos, no salió como planearon. —Roksana esbozó una sonrisa triste—. Esperaban que los regentes búlgaros que quedaran fueran más maleables y que a nosotras nos resultara más difícil controlarlos y protegerlos. Pero finalmente como resultaron ser los regentes increíblemente idiotas y débiles, en vez de invadir Rusia, Rusia los invadió a ellos y ahí se terminó todo.
—Lo que a nosotras nos iba bien, en realidad —explicó Malina—. Los judíos búlgaros estaban a salvo y los planes de las
Hexen
quedaron frustrados
,
y eso era lo único que importaba.
—Sin embargo, ellas siempre han querido vengarse por el papel que desempeñamos en todo esto —añadió Roksana—, porque seguro que siguen pensando que podrían haber vencido si Bulgaria se les hubiera unido.
—¿Por qué tenían tanto interés en invadir Rusia?
Las integrantes del aquelarre se miraron unas a otras para ver quién deseaba responder a esa pregunta. Al final, fue Kazimiera quien tomó la palabra.
—Hay un grupo de cazadores de brujas que tiene allí su base y que, sobre todo, acosa a las de su especie. Si nos encontraran a nosotras por casualidad, no vacilarían en matarnos, pero persiguen a
die Töchter des dritten Hauses
de forma activa, por sus relaciones con los demonios. Las
Hexen
tenían la esperanza de que las SS se encargaran de los cazadores de brujas y librarse así de esa molestia. Himmler estaba obsesionado con lo oculto y seguro que habría dado con ellos, si hubiera tenido carta blanca para actuar en Rusia.
Me vinieron a la cabeza el acento ruso del rabino Yosef Bialik y su misteriosa organización.
—Me extraña que Stalin no los aniquilara. ¿Tienen idea de cómo se llamaban a sí mismos esos cazadores de brujas?
Todas las damas menearon despacio la cabeza, al unísono. Daba miedo. Me pregunté, de pasada, si ensayarían esos efectos.
—¿Y cómo saben que lo que movía a las
Hexen
era encontrar a esos rusos misteriosos o, más bien, su deseo de matarlos?
Sincronizadas, las brujas volvieron la cabeza hacia Malina y lo mismo hice yo, esperando su respuesta. Ella bajó la mirada hacia su regazo.
—Capturamos a la bruja que había asesinado a Boris III y la interrogamos. Con rigor. Radomila dirigió el interrogatorio —añadió, refiriéndose a la antigua líder del aquelarre—, pero yo estuve presente. Nos dijo muchas cosas antes de morir. Y ésa es otra razón por la que
die Töchter des dritten Hauses
nos odian tanto.
—Entiendo. Bueno, parece que han ejercido una gran influencia en el bando alemán. Tenían acceso al Führer en persona, según dicen. ¿También fueron ellas las que le inculcaron, a través de los súcubos o de alguna otra manera, todas aquellas tonterías sobre la raza superior? ¿También le sugirieron la creación de los campos de exterminio y todo lo demás?
—No, que nosotras sepamos —repuso Berta, con las migas de la tercera galleta cayéndosele al hablar—. Ellas sólo querían utilizar a Alemania como si fuera un mazo para aplastar a Rusia. No eran nazis, sólo oportunistas. Créame, a mí me gustaría echarles la culpa de toda la maldad desplegada en esa guerra, pero de la mayoría de atrocidades que se cometieron sólo son culpables los humanos, pues no dependieron de ninguna influencia infernal ni de cualquier otro tipo.
—Tiene razón —la apoyó Klaudia—, el Holocausto no fue idea suya. Aunque tampoco parecía que lo desaprobaran. Y se sumaron a él cuando les convino.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quiere decir con que «se sumaron»?
—Durante un tiempo, perseguían específicamente a los cabalistas…
—¡Cabalistas! —exclamé. Me pegué una palmada en la frente—. Así que ésa era la razón por la que no murió.
—¿Que no murió quién? —preguntaron las brujas en armonía polifónica. Parecían un coro griego.
Suspiré y puse en orden mis ideas.
—Desde esta mañana, sé que no es la primera vez que me encuentro con las
Hexen
, o al menos que ya había visto sus obras. Intentaron matarme fuera de mi casa con el mismo maleficio necrótico que utilizaron con Boris III, pero mis conjuros lo rechazaron. —No les expliqué, de forma deliberada, que fue mi amuleto de hierro frío lo que lo rechazó. El tratado de no agresión no decía nada de tener que descubrirles la verdadera naturaleza de mis defensas—. La última vez que los conjuros habían reaccionado de esa forma fue en la segunda guerra mundial.
Berta dejó de masticar y me miró con los ojos como platos.
—¿En serio? ¿Dónde estaba?
—En los Pirineos, acompañando a una familia judía hasta España, donde podrían coger un tren para llegar a Lisboa y allí hacerse con un billete hacia la seguridad que ofrecía Sudamérica.
Berta levantó las dos manos.
—No siga. Esto suena bien —dijo, incorporándose con esfuerzo del sofá—. Voy a hacer palomitas.
El resto de las brujas protestó, pues consideraban que en cierta manera era grosero esperar que yo accediera a compartir con ellas una historia mientras se atiborraban de golosinas como en el cine, pero Berta insistió.
—Pero, vamos, si es un druida. Le encantará hacer el bardo por un rato.
Se repitieron las protestas, pero no eran demasiado vehementes, y al final las brujas se volvieron hacia mí con expresión suplicante para que las perdonase por lograr imponerse.
Para ser sincero, la situación hacía que me sintiera más cercano a las brujas. Algo que no ha cambiado a lo largo de dos milenios es que a la gente le encanta escuchar historias (al menos, las historias en las que ganan los suyos). Los dioses saben que en aquella guerra hubo muy poco por lo que alegrarse, aparte de la victoria final. Pero el aquelarre había sobrevivido, yo había sobrevivido, y ambos habíamos combatido, aunque no fuera de la forma convencional. Era un lazo que nos unía y, al contar esa historia, el lazo se estrechaba y sentaba los cimientos para más victorias compartidas en el futuro.
Viendo que iba a tener que hablar largo y tendido, mentalmente reorganicé el relato. La verdadera razón por la que no había participado de forma más activa en la guerra fue que Morrigan me lo había prohibido. Durante esa época, nuestra relación era un poco equívoca.
—¿Sabes cuántas batallas tengo que vigilar ahora mismo, en todo el mundo? —me preguntó, cuando quise alistarme con los ingleses—. No puedo estar preocupándome por ti a cada minuto y estar cuidando de que no pises una mina o no te caiga una bomba de la
Luftwaffe
. Aléjate de la guerra, Siodhachan, y no hagas nada que llame la atención sobre tu persona, en especial, la atención de los Fae.
Sin embargo, no quería dar a entender que tenía ningún tipo de relación con Morrigan, así que, cuando Berta volvió al sofá con cuencos llenos de palomitas y me indicó que ya podía empezar, a las brujas les conté una verdad a medias. Todas las brujas se echaron hacia delante en sus asientos, y lo mismo hizo Hal. Él tampoco había oído nunca qué había hecho yo durante la segunda guerra mundial.
—Como ya saben, en esa época yo me escondía de Aenghus Óg, como he hecho a lo largo de la mayor parte de la era común, y no podía practicar magia abiertamente, pues captaría su atención. Del mismo modo, tampoco podía esconderme sin más en el Amazonas y esperar a que hubiese pasado todo: mi conciencia no me lo permitía. Así que me convertí en un
maquisard
, me uní a la resistencia francesa en el sudoeste y allí guiaba a las familias judías por la montaña para que escapasen de los nazis.
»La gente que estaba en mi red me conocía como el Hombre Verde. Si alguien insistía en que le diera un nombre cristiano, decía llamarme Claude. Las familias que iban a España bajo mi protección llegaban más rápido y en mejores condiciones que las que iban con cualquier otro guía. En total, salvé a setenta y siete familias, a veces llevándolas en grupos grandes. No puede compararse con los cincuenta mil que salvaron en Bulgaria —un mérito del que, para mis adentros, dudaba de que pudieran atribuirse de forma razonable—, pero ésa fue mi pequeña contribución a la paz. Y no deben olvidar que yo me encontraba en la región de la Gascuña, que estaba invadida por los nazis, lejos de la mayor parte de
maquisards
. A menudo era más difícil sacar a la gente de las ciudades de forma segura que llevarla a través de las montañas.
»Hubo sólo una familia a mi cuidado que no logró salir de Francia. Los recogí a las afueras de Pau e íbamos a coger el paso de Somport, por los Pirineos. El padre era un hombre amable que adoraba a sus hijos, un científico de alguna especialidad, pero no podría decirles su nombre ni aunque quisiera. Nadie solía dar su verdadero nombre en aquellas misiones, por la seguridad de todos.
Me callé para beber un sorbo de chocolate caliente, que ya se había enfriado un poco, y Berta me observó impaciente.
—Eran una pareja bastante joven con tres hijos: un niño de diez años, una niña de ocho y otro niño de cinco. Los niños llevaban sus trajecitos, los mejores que tenían, y la niña vestía un abrigo gris de lana cerrado sobre un vestido rojo. La madre iba vestida en el mismo estilo, con un abrigo grueso sobre el vestido. El padre llevaba un maletín con papeles y fotos y la familia no tenía más que lo puesto. El padre, pues bueno… había rastros de magia en su aura que no me molesté en examinar, pero ahora entiendo que era un cabalista. Sus conjuros, al igual que los míos, bastaban para rechazar el hechizo necrótico de las
Hexen
.
Gewebetod, ja?
—Ja. —
Malina asintió—. Así es como lo llaman.
—Seis brujas nos tendieron una emboscada una noche, antes de que hubiéramos llegado siquiera a medio camino del paso de Somport. Había una por cada miembro de nuestro grupo, lo que me llevó a creer que, de alguna forma, nos habían traicionado. La madre y los tres niños cayeron al instante, llevándose las manos al pecho al desplomarse sobre las hojas del otoño. Yo también caí, porque había sentido el golpe en mis conjuros, y creía que a continuación explotaría una granada o nos dispararían una ráfaga de ametralladora. Cuando estuve en el suelo, me envolví con un hechizo de camuflaje y después me arrastré tan silencioso como pude, alejándome del lugar en el que me había desplomado.
»No sé si hice ruido, pero no se oyó. El único que quedaba en pie era el padre, gritaba los nombres de su mujer y sus hijos, y después se agachó junto a ellos intentando que volvieran a la vida, mientras yo me ponía a cubierto.
—Sus hechizos cabalísticos lo protegían. —Berta entrecerró los ojos y asintió con aire de estar segura.
—Correcto. Pero, en ese momento, yo no lo sabía. Nunca le oí pronunciar ningún hechizo, no me había preocupado de estudiar su aura con más detenimiento y a pesar de que sospechaba que tenía que ser especial por algo (¿por qué, si no, aquellas brujas habían decidido hacernos esa visita justo a nosotros?), podía ser importante por razones políticas y no mágicas. En cualquier caso, estaba tan inmerso en su dolor que no pudo responder al ataque. No sé por qué su familia no contaba con protección; quizá sus habilidades eran un secreto incluso para ellos, quizá no lo aprobaban. Sencillamente, no lo sé.
»No obstante, la cuestión de si era importante o no pronto dejó de ser relevante. Salieron seis figuras del bosque, unas siluetas negras que se movían en la oscuridad, y le dispararon con unas pistolas que llevaban silenciador. Cayó muerto sobre el cuerpo de su mujer, y cuando sus atacantes se quedaron sin balas, volvieron a llenar el cargador y dispararon una y otra vez al cuerpo inerte. Muchos de los tiros iban al pecho y a la cabeza, de forma que el cadáver quedó tan destrozado que habría sido imposible recuperarlo con ningún tipo de hechicería.
»Incluso se quedaron un rato allí vigilando el cuerpo, para asegurarse de que no empezaba a curarse, y todo ese tiempo yo estuve inmóvil y sin hacer ningún ruido, a unos nueve o diez metros de distancia, junto a un árbol. Para entonces, ya no había nada que pudiera hacer por aquella familia. No tenía ninguna protección contra las balas, aparte de la capacidad de sanar, y aquellas figuras habían dejado muy claro lo que harían en caso de que sospecharan de mi habilidad. Aparte de eso, la única arma que tenía era mi espada. Además, no tenía la menor idea sobre quiénes eran los asesinos, aparte de que eran brujas de algún tipo. Dada la situación, supuse que formaban parte de algún escuadrón secreto que había enviado Himmler para dar caza a ese hombre en concreto.
»Después de un rato, una de ellas se dio cuenta de que faltaba yo. “
Gab es nicht sechs von ihnen? Ich zähle nur fünf Körper
”, dijo.