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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (24 page)

Delante de ellos, el pasillo giró de repente hacia la derecha, y Han empezó a reconocer el sitio. Los hangares estaban muy cerca de allí. —¿Sabes pilotar naves? —preguntó el ryn, sin aliento.

Han sonrió con picardía.

—No te preocupes por eso…

—Te sabes un par de maniobras.

Han se indignó.

—Mira que te gusta hablar, colega.

—Intenta mantenerte despierto, de todas formas.

El ryn se detuvo abruptamente en la primera puerta del hangar y pulsó varias veces el botón para abrirla.

—Está cerrada —anunció.

Han le empujó a un lado para ver el panel del cierre de seguridad. —¡Date prisa! —gritó alguien entre la nerviosa multitud que les había seguido—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Han se giró, indignado, y estaba a punto de responder cuando el ryn dijo:

—Está en ello, está en ello.

Han señaló con el dedo al ryn para que se callara, se dio la vuelta e introdujo un código en el teclado. La escotilla permaneció cerrada. Intentó otro código, y luego un tercero.

—Qué no daría yo ahora por una pistola láser cargada —musitó.

—¿Te vale con un androide serie R? —preguntó el ryn.

—Si tuviéramos uno —Han le miró sarcástico—. A menos, claro está, de que tengas un rayo tractor de androides escondido entre todas esas luces que llevas.

Volvió a centrarse en el teclado con la intención de probar por última vez, cuando de entre la multitud escuchó los silbidos y chasquiditos característicos de una unidad R2. Se giró atónito, pero vio que los ruidos procedían del ryn, que se tapaba los agujeros del pico y lo tocaba como si fuera una flauta.

Han se quedó mirando al ryn sin poder creérselo, y luego negó con la cabeza.

—¿También sabes bailar y cantar?

—Sólo a cambio de créditos —sonrió el ryn con satisfacción—. A veces incluso yo me sorprendo a mí mismo.

Han se acercó al alienígena con actitud amenazadora.

—Mira, tú…

Una melosa cascada de silbiditos y ruiditos auténticos le interrumpió, cuando una unidad R2 de cabeza roja llegó rodando.

—Quiere saber si puede ayudar en algo —tradujo el ryn.

Han miró con incredulidad al alienígena y luego al androide, y después señaló en silencio el cierre de seguridad de la puerta.

El androide extendió un brazo articulado desde un compartimento de la parte superior del cuerpo, lo insertó en un puerto de acceso por encima de la cerradura e introdujo el código. La puerta se alzó y la gente entró en tropel, a punto de arrollar a Han en el proceso.

—Estoy seguro de que luego te lo agradecerán todos —dijo el ryn mientras pasaba de largo.

En uno de los hangares había una lanzadera para civiles con forma de bala y espacio suficiente para acomodar a todo el mundo. Han corrió a la cabina mientras el ryn embarcaba a los pasajeros. Finalmente, el ryn se unió a Han en la cabina y se arrellanó en el asiento del copiloto, poniéndose el cinturón de seguridad pese a su larga cola.

Han encendió el interruptor que activaba los generadores del retropropulsor y elevó la nave. La condujo por el hangar, haciéndola girar 180 grados en dirección a la zona de despegue.

El espacio estaba lleno de cazas e iluminado por fogonazos de luz explosiva. Un grupo de coralitas pasó a toda velocidad ante la ventanilla de contención magnética de la lanzadera, perseguido por el doble de Ala-X e interceptores TIE, que disparaban sin cesar contra ellos.

—Aún no hemos salido de ésta —dijo Han, apretando los dientes mientras dirigía la lanzadera hacia la abertura.

Capítulo 16

La lanzadera giraba a izquierda y derecha mientras Han tejía una complicada ruta entre los cientos de naves estacionadas a la sombra de la
Rueda
. Casi todas las naves y cargueros estaban vacíos, pero también había otros con las mismas ganas de escapar que Han, y se movían a toda velocidad en la dirección que mejor les parecía.

Han viró a babor, en paralelo a la curva de la estación, ascendiendo o descendiendo en función de los escombros que surgían del interior, debido a los efectos de la terrible arma de los yuuzhan vong. A un cuarto del camino alrededor de la
Rueda
, apareció una enorme nave de guerra enemiga, negra como la noche y con parejas de brazos de coral yorik que la hacían aún más repugnante. Retrayéndose hacia una abertura de su casco estaba la colosal criatura obviamente responsable de las tres enormes brechas que lucía la cara exterior de la estación.

—Eso debe de ser la cosa que se tragó a Fasgo y a Roa —gruñó Han al ryn—. Tú y yo podríamos estar ahora ahí dentro.

Pisó a fondo el acelerador del transbordador y se dirigió directamente hacia la criatura, ignorando la expresión de terror de su copiloto. —¿Qué haces? —gritó el ryn.

Han señaló con la barbilla a la ventana.

—Mis amigos están atrapados dentro de esa cosa.

El ryn se quedó sin voz por unos momentos, pero exclamó:

—¡Así no vas a poder sacarlos!

—Tú mira —dijo Han entre dientes.

—¡Estás loco!

—Dime algo que no sepa.

—Vale, ¡no tenemos armas!

Han se dio cuenta de repente de que no estaba a bordo del
Halcón
, y se maldijo a sí mismo. Si estuviera solo, o aunque sólo fuera con el ryn, igual se arriesgaba a atacar de todos modos a esa terrorífica arma. Pero el compartimento de pasajeros estaba lleno de inocentes que ya habían escapado a una guerra y que, definitivamente, no se merecían verse arrojados al combate por un loco a los mandos de una lanzadera sin armas ni escudos.

Han se dio cuenta de que estaba en la misma posición en la que se encontraba Anakin en Sernpidal, obligado a elegir entre las vidas de un montón de extraños o la de un único amigo. Aquella verdad se le clavó en el corazón como una vibrocuchilla, y se juró a sí mismo que, si conseguía llegar a casa de una pieza, arreglaría las cosas con su pobre hijo.

Aun así, Han no pudo evitar acosar a la criatura con un vuelo rasante. Cuando el morro de la cosa estuvo casi al alcance de la mano, y el ryn medio fuera del asiento por el susto, Han giró bruscamente a babor, con la esperanza de que la asquerosa aberración sintiera en la boca el regusto del combustible iónico de la nave.

El hecho de que la criatura saliera disparada de repente de la nave de guerra y estuviera a punto de atrapar la lanzadera de un bocado dio a entender a Han que se había cumplido su deseo.

—¡Muy bien! —gritó el ryn—. ¡Ya has conseguido llamar su atención!

Un poco atónito a su vez, Han elevó la lanzadera y luego describió toda una serie de bucles y giros evasivos mientras la criatura continuaba intentando atraparla.

—¡Esa maldita cosa tiene la mala leche de una babosa espacial!

—¡Sí, y nosotros somos el mynock que la ha sacado de quicio! —dijo el ryn.

Han agarró con fuerza los controles. Apretando a fondo los pedales del freno, tiró del timón de vacío hacia la derecha, y ejecutó una caída en picado que hizo que la lanzadera rodeara el cuello de la rabiosa criatura hasta situarse bajo el casco de la nave enemiga.

—¿Quién va a limpiar la cabina de pasajeros? —preguntó el ryn una vez se hubo limpiado la boca.

—Ya pensaremos luego en eso.

Por el bien de los pasajeros, Han aumentó la actividad del compensador de inercia y disminuyó la velocidad. El transbordador ya emergía por el otro extremo de la nave enemiga cuando empezó a pitar el panel de instrumentos.

Han se quedó boquiabierto.

—¿Qué? —preguntó el ryn nervioso—. ¿Qué pasa? —Miró los indicadores—. ¿Por qué vas más despacio?

Han manipuló los mandos.

—¡Nos ha atrapado un dovin basal! ¡La nave nos está succionando!

El ryn se enderezó en el asiento y se puso a los controles auxiliares. Mientras Han luchaba con el volante, el ryn puso al máximo los motores, intentando que la lanzadera ascendiera a plena potencia para llegar a lo alto de la nave de guerra y alejarse por el otro lado.

—Bien pensado —dijo Han mientras la lanzadera escapaba hacia lo que parecía ser espacio abierto—. Menos mal que nos hemos alejado de esa cosa…

Otro respingo del ryn hizo que Han se callara. Cuatro coralitas que habían despegado del vientre inferior de la nave de guerra ya abrían fuego contra ellos.

Han se echó hacia la derecha, alejándose de los coralitas e iniciando una serie de maniobras evasivas.

—¡Se te tenía que ocurrir meterte con su mascota! —exclamó el ryn mientras los terribles misiles pasaban rozando las naves a ambos lados.

Ante ellos, un auténtico enjambre de coralitas huía de vuelta a la nave de guerra, seguidos de cerca por los cazas de la Nueva República. Han frenó y viró la nave, y entonces se encontró de frente con el casco alargado de un destructor estelar que aparecía desde detrás de una de las lunas de Ord Mantell. Furiosas líneas azules de energía brotaron de las torretas delanteras de la fortaleza, acosando a los coralitas que se batían en retirada, y estuvieron a punto de dar al transbordador. Entonces, la nave de guerra yuuzhan vong respondió con disparos de plasma tan cegadores como las formaciones estelares.

Han aceleró y se apartó del campo de batalla, olvidando toda precaución. Pero seguían teniendo pegados a la cola los cuatro coralitas a los que se había enfrentado.

—No cabe duda —murmuró Han—. Mi pasado me persigue. El ryn le miró.

—¡Será porque no corres lo suficiente!

Han apretó los labios.

—Eso lo veremos. Introduce una ruta hacia la
Rueda
.

—¿Vamos a volver?

—Ya me has oído.

—¿Serviría de algo que me negara?

—Deja de graznar —gruñó Han—. Desvía toda la potencia a los motores. El ryn puso manos a la obra sin dejar de farfullar.

—No sé por qué tiene que perseguirme tu pasado a mí.

—Debe de ser por tu gorra —dijo Han—. Además, ¿quién te pidió que te pegaras a mí?

—Tienes razón. La próxima vez escogeré a otro.

Han llevó la lanzadera hasta el borde exterior de la
Rueda
, pero en el último momento pasó por encima de ella, dejándola caer luego entre dos de los radios tubulares de la estación. Los cuatro coralitas les siguieron, pero sólo tres de ellos consiguieron imitar las difíciles maniobras. El piloto de la última nave no pudo virar en el momento adecuado y chocó de frente con uno de los radios, pulverizándose.

Ya lejos de la
Rueda
, Han hizo ascender la nave y se adentró en el espacio.

—¡Proyectiles! —advirtió el ryn.

Han frenó bruscamente y viró la nave hacia un lado. Después volvió a acelerar y giró 180 grados, conduciendo el transbordador de vuelta a la
Rueda
. El trío de coralitas ni se molestó en intentar imitar la maniobra y, cuando terminaron de girar, el transbordador volvía a estar junto al borde exterior de la estación espacial.

Han tiró de los mandos y los empujó, llevando la lanzadera por encima del borde. Pero esta vez, cuando estaba a punto de llegar al centro, viró repentinamente a estribor, pasando por debajo de uno de los radios, y volvió a girar a babor, alzando el morro para que pasara por encima del siguiente radio. Los coralitas intentaron seguirle, perdiendo en el proceso a otro de sus compañeros, y entonces Han dio marcha atrás, invirtiendo el rumbo y realizando un bucle perfecto en la maniobra.

Pero al salir de debajo del borde, Han y su copiloto volvieron a encontrarse como al principio, abriéndose paso entre un montón de naves estacionadas, muy cerca unas de otras.

—¿Hay rastro de los coralitas? —preguntó Han en cuanto pudo. El ryn estudió los monitores.

—Sólo quedan dos. Pero los tenemos en la cola.

Han describió un giro cerrado mientras el ryn intentaba que los retro-motores no se colapsaran. Ya volvían hacia el anillo cuando un yate de lujo TaggeCo de color azul y rojo salió de repente de uno de los hangares, y no sólo iba hacia ellos sino que estaba abriendo fuego a discreción con la intención de abrirse camino.

Han dio un grito y giró la nave, evitando por los pelos ser alcanzado por los rayos láser, y de paso la más que probable colisión. Alzó la mirada mientras el yate pasaba entre ellos, y por un momento pudo ver a los ocupantes de la cabina. Dio un puñetazo en el panel.

—¡Me apuesto lo que sea a que es la nave del Gran Bunji!

—Con amigos así… —comentó el ryn.

Pero justo en ese momento, uno de los coralitas que les perseguían se vio interceptado por uno de los láseres del yate, y explotó.

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