Read Al calor del verano Online

Authors: John Katzenbach

Tags: #Policíaco, intriga

Al calor del verano (5 page)

—Sí, querido —dijo—. Estoy bien. —De pronto su rostro se contrajo y sus ojos se abrieron desorbitadamente—. ¡Dímelo! —gritó—. ¡Dímelo! —Cerró los párpados y apretó los dientes. Luego se sentó en una silla, con la espalda rígida y la mirada al frente—. ¡Ya estoy sentada! ¡Dímelo! ¡Dímelo! ¡Dímelo!

Entonces, repentinamente, se llevó la mano a la cara, su único gesto de horror.

—Oh, Dios mío —musitó—. Mi niña. —Colgó el auricular con cuidado y suavidad, como si no quisiera despertar a alguien—. Es ella —me dijo con voz apagada—. Mi hija. Mi niña.

—Señora, ¿hay alguien a quien podamos llamar? —pregunté—. ¿Algún vecino, tal vez?

No parecía oírme.

—Mi niña —repetía.

Porter indicó la puerta con un movimiento de cabeza. Yo asentí.

—Ya nos vamos, señora —dije—. Lo sentimos mucho.

—¿Quién ha podido hacer esto? —dijo ella en un tono frío y uniforme—. ¿Qué clase de animal es capaz de hacer algo así? Oh, Dios mío, ¿qué ha pasado? ¿Quién querría matar a mi niña? Oh, mi hijita...

Finalmente, la voz se le quebró como si fuera de cristal, y ella comenzó a gemir, balanceándose hacia atrás y hacia delante, sujetándose el vientre. El teléfono volvió a sonar una y otra vez, pero ella no se levantó a contestar. Al final, levanté el auricular. Era su esposo.

—¡Hola, hola! ¿Querida? —gritaba.

—No —dije—. Soy el periodista del
Journal.
Oiga, creo que ella necesita que alguien se quede a hacerle compañía. ¿Conoce a algún vecino?

El esposo, confundido, guardó silencio por un momento.

—Sí, al lado —respondió al fin—. Los Allen. En la casa de la derecha. Yo tengo que prestar declaración a la policía. Dígale que iré a casa lo antes posible. Gracias... por su ayuda.

—Llamaremos a los vecinos —le aseguré y colgué. Porter le había pasado su vaso a la mujer, que ahora bebía de él.

—Ya nos vamos, señora. Se pondrá usted bien. Pero ella no reaccionó. Continuaba gimiendo. Cuando salimos tuve la impresión de que hacía aún más calor, si eso era posible.

—Al lado —señalé—. Los Allen.

Porter asintió y atravesó el patio corriendo. Poco después regresó acompañado por un hombre y una mujer. Ellos entraron en la casa y Porter se reunió conmigo.

—¿Les has advertido acerca de los de la televisión? —inquirí—. Estarán aquí en cualquier momento.

—Se lo he mencionado —contestó—. Pero no sé si me estaban prestando atención. Pronto lo harán.

—Entonces, vámonos. Tal vez podamos llegar a la jefatura de policía antes de que se marche el padre.

Sin una palabra, Porter arrancó el motor. «Seguro que esto empieza a afectarlo —pensé—. Sólo un poquito.» Y sonreí. Él agarró el micrófono de la radio y llamó al departamento fotográfico para informar de nuestra siguiente parada. Nolan debía de estar escuchando, porque pidió a Porter que me dejara hablar con él.

—¿Y bien? —le oí decir—. ¿Cómo te ha ido?

—Nolan —le dije con voz clara y segura—, escúchame bien: tengo una historia estupenda.

El sol que se reflejaba en el asfalto inundaba de luz el parabrisas. En silencio, excepto por el rumor del acondicionador de aire y de las ruedas sobre el pavimento, nos dirigimos al centro de la ciudad.

Vi al padre salir de la jefatura de policía por la puerta lateral acompañado por los dos detectives. Entramos en el aparcamiento y yo bajé del automóvil antes de que se hubiese detenido por completo. Logré interceptar al grupo unos metros antes de que llegara al coche patrulla y me interpuse entre ellos y el vehículo. Oí los pasos de Porter detrás de mí.

—Señor Hooks —dije—, ¿puedo hablar con usted un momento?

Los policías, evidentemente molestos, titubearon. Advertí que el padre me escrutaba como intentando identificarme.

—Del Journal
—expliqué—
.
Hemos hablado por teléfono hace un momento. Los vecinos están ahora con su esposa.

Noté por su expresión que me había reconocido, pero se debatía en la duda.

—Realmente no sé qué decir. Le agradezco que haya ayudado a mi esposa, pero realmente no tengo nada de qué hablar con usted por el momento. Sólo espero que atrapen al culpable. No entiendo cómo alguien pudo hacer..., pero realmente no tengo nada que decir. ¿Lo entiende?

—Claro —respondí, pero no me moví un milímetro del sitio donde estaba, obstruyéndole el paso—. ¿Sospechaba anoche que había ocurrido algo así?

—¿Cómo podía sospecharlo? ¿Cómo podría alguien imaginar esto? Bueno, claro que estaba preocupado. ¿Quién no lo estaría? Llamé a todos los centros de urgencias de la ciudad, para preguntar si la habían ingresado. Temí que hubiese sufrido un accidente de tráfico. Eso era lo que más me asustaba: un accidente. Pero realmente no quiero hablar de eso ahora, si no le importa.

Yo continuaba anotando sus palabras en mi libreta.

—¿Quiere que el hombre que mató a su hija sea castigado?

—¡Cielo santo, por supuesto! Quiero que sufra —aseveró el padre, y al oírlo levanté la vista porque su voz comenzaba a resquebrajarse, como una capa delgada de hielo bajo los pies de un patinador—. ¡Quiero que sienta lo mismo que siento yo ahora! Espero que lo sienta aunque sea sólo un poco. —Luego se interrumpió y me miró—. Pero realmente no puedo decir nada más por ahora —añadió.

—Claro —dije—. Lo comprendo.

Entonces me aparté de su camino. Wilson me lanzó una mirada furiosa mientras se sentaba al volante del coche patrulla. Mientras el vehículo arrancaba, vi que el padre se cubría los ojos con las manos. Fue un gesto muy similar al de su esposa, como si intentaran evitar la visión de alguna imagen interior, grabada en su mente. Me volví hacia Porter.

—¿Buen material?

—Sí —contestó—. Inmejorable.

—¿De portada?

—Sin duda.

—Sin duda —repetí.

Era tarde ya, y advertí que el calor comenzaba a remitir, como si se retirase ante el avance de la noche. Nos encaminamos de regreso a la redacción.

Cuando entré, Nolan salía de la última conferencia de la tarde. Me hizo señas y me acerqué, sonriendo.

—¿Tenemos una buena historia? —preguntó.

—Eso creo —respondí, evasivo.

—Cuéntame, mientras me sirvo una taza de café. Se dirigió a una máquina que estaba en un rincón de la recepción.

Rápidamente, le expuse los aspectos más relevantes del caso, omitiendo algunos detalles. Le hablé del cadáver hallado cerca del hoyo y del hombre que lo había descubierto entre los arbustos mientras hacía
footing.
Le hablé de la madre, de las fotografías en la pared y de cómo ella se había derrumbado a causa de la tensión. Luego, le describí al padre y a los detectives y le leí algunas declaraciones. Finalmente, hice una pausa. Nolan tomó un sorbo de café y reflexionó por unos instantes.

—Está bien —dijo—. He pugnado por conseguir la primera página y al final nos la han dado. Han relegado una crónica a las páginas interiores. Escucha, esto es lo que quiero: unos setenta y cinco centímetros para la noticia y unos treinta y ocho para el artículo complementario. Incluye las declaraciones del tipo que hacía
footing
en el cuerpo de la noticia y dales color. Escribe un artículo aparte sobre la madre y el padre, pero cita una o dos declaraciones de cada uno en el cuerpo de la noticia. Comienza por el hallazgo del cadáver y el estado de la investigación policial, pero introduce color y la reacción de los padres poco después de la entradilla, ¿de acuerdo?

—Suena bien, pero en realidad quisiera hacer un artículo complementario sobre el tipo que descubrió el cadáver. ¿Puedo extenderme sobre ellos?

—A ver si nos ponemos de acuerdo —dijo, sonriendo—. Extiéndete cuanto quieras, pero con comentarios que hagan que la gente sienta auténtica compasión por esa muchacha. y escribe sólo un artículo complementario, sobre los padres. Dentro de un par de días puedes ir a hablar con el tipo que encontró el cadáver y averiguar si aún corre por la misma ruta. Será una continuación interesante.

Asentí.

—De todos modos, incluiré su material en el cuerpo de la noticia.

—Claro —dijo Nolan—. No te guardes nada. Ésta será, con diferencia, la noticia más leída de los periódicos de mañana. ¿Qué hay de las fotos? ¿Son buenas?

Le entregué la que me había dado la madre. Nolan la examinó por un momento.

—Diablos —exclamó—, era muy bonita. Es una foto muy buena. Comenzaré a negociar por el espacio con los del departamento de noticias. Tú empieza a escribir de inmediato; yo mismo me encargaré de todo este material.

—Está bien —dije—. No pierdas la foto. Prometí devolverla.

—¿Quién la tomó? —preguntó Nolan.

—El hermano. Jerry Hooks, hijo.

—Entonces mencionaremos su nombre en el pie de foto —dijo—. ¿De acuerdo?

—Buena idea.

Llamé a Christine, justo cuando se disponía a marcharse del hospital.

—¿Estás bien? —preguntó—. ¿Qué tal el funeral?

—Sobreviví —respondí—. Todos sobrevivimos. —¿A qué hora te veré?

—No muy temprano. Tengo una crónica importante que terminar.

—¿Has ido a trabajar? —inquirió, sorprendida.

—Sí, porque he querido. Era mejor que quedarme sentado rumiando mi tristeza, ¿no? El trabajo me ayuda a distraerme con otras cosas. Es una forma maravillosa de evadirse.

—Y a ti te encanta.

Había una acusación implícita en estas palabras.

—Supongo que sí —dije, riendo, y un instante después ella también rió.

—¿Preparo algo de comer?

—¿Qué te parece un bistec?

—Hasta luego

se despidió—. Parece que tienes ganas de celebrar.

—Es sólo una buena historia.

Colgué y me volví hacia la máquina de escribir. A mi alrededor trabajaban otros periodistas, y el sonido de sus voces al hablar por teléfono se mezclaba con el rápido tableteo de las máquinas de escribir eléctricas. La tenue luz del atardecer inundaba la oficina a través de las grandes ventanas que ocupaban una de las paredes. Desde mi escritorio abarcaba con la vista toda la ciudad. Los edificios parecían agrandarse entre las primeras sombras de la noche. Dirigí la mirada hacia el fondo de la oficina, donde estaba la vieja fotografía de la palmera en medio de la tormenta. Vi que la gran tempestad había alterado ligeramente su curso: ahora se desplazaba hacia el norte cuarta al nordeste. En dirección a Miami.

Cerré los ojos por un instante y comencé a evocar imágenes, como un mago. Volví a ver el cadáver y la luz del sol reflejada en su cabello rubio. Recordé a la madre y luego al padre, cada uno sumido a su manera en un estado de pánico. Coloqué una hoja en la máquina de escribir y empecé a teclear, a formar palabras, a construir oraciones y párrafos. Era como si la máquina se hubiese convertido en una extensión de mis manos: ella era un instrumento y yo, un músico.

Escribí:

Una muchacha de dieciséis años, alumna del instituto Sunset... Ha sido descubierta por un hombre que hacía
footing,
temprano por la mañana... Tenía las manos atadas a la espalda y había sido asesinada «al estilo ejecución»... Su madre, con el rostro contraído por el dolor y la conmoción... Las duras declaraciones del padre...

La policía sigue buscando pistas pero de momento no se ha detenido a ningún sospechoso...

A medida que las hojas salían, una tras otra, del rodillo de la máquina, yo dejé de percibir los demás sonidos de la redacción. Sólo era consciente de que estaba en mi elemento, dando forma a las ideas y las impresiones del día.

Terminé la crónica y continué con el artículo sobre los padres.

Apenas noté que un asistente tomaba las hojas de mi escritorio y las llevaba a la secretaria de redacción a fin de que preparase el texto para su publicación. Terminé unos quince minutos antes de que se cumpliese el plazo, con una cita de la madre: «¿Quién querría hacer una cosa así?»

Repasé la última línea y mi mente se llenó de imágenes de mi tío. Lo visualicé con una copa en una mano y un álbum en la otra, absorto, rememorando momentos pasados. Tenía los labios temblorosos y su ojo sano arrasado en lágrimas. Lo vi cerrar el álbum con un movimiento abrupto, militar, cerrando su vida al mismo tiempo. Avanzó con pasos medidos, lentos, como los de un cortejo fúnebre. Lo vi subir las escaleras hasta su baño, con la pistola limpia y bruñida en la mano. El estruendo del disparo debió de parecerle un chasquido apenas perceptible.

Nolan se inclinó hacia mí.

—Es bueno —opinó—. ¿Has terminado?

Le tendí la última página. Seguí el movimiento de sus ojos mientras leía.

—Está bien —dijo—. Ven conmigo. Te mostraré los cambios que he hecho.

Le entregó la última hoja al diagramador y luego se dirigió a su escritorio. Junto a él había una pequeña pantalla de televisión con un teclado: la terminal de vídeo. Pulsó una serie de teclas y mi crónica apareció en la pantalla.

—Léela.

No había más que modificaciones menores: Notan había cambiado el orden de algunas palabras y de algunos párrafos. Nada importante. Luego puso en pantalla el artículo complementario y lo leímos juntos.

—No está mal —comentó, sonriendo—. Ah, antes de que se me olvide...

En rápida sucesión, escribió, al principio de cada artículo.

POR MALCOM ANDERSON

Redactor de plantilla del
Journal

Releyó los dos textos y finalmente llegó a la última cita de la madre.

—Es una frase muy buena para terminar —señalé. Nolan estuvo de acuerdo.

—Lo resume todo muy bien, ¿verdad?

Asentí. Más tarde descubriría que estábamos completamente equivocados.

3

A la mañana siguiente, no eché una ojeada a la primera página de inmediato. Christine se levantó primero y recogió el periódico del umbral de la entrada. Preparó el desayuno mientras yo me duchaba y me hizo desde la puerta del baño la misma pregunta que la madre de la muchacha:

—Dios mío, ¿quién querría hacer una cosa así?

Le respondí que tal vez el asesino resultaría ser, como de costumbre, algún novio con quien la chica había decidido terminar, alguien a quien los padres no conocían.

—Pero eso tampoco lo explicaría —la oí decir.

Guardé silencio mientras sentía correr el agua tibia por mi cabello y mi rostro. La ventana del baño estaba abierta y ya se comenzaba a notar un calor como el que irradia un motor al poco tiempo de ponerse en marcha.

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