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Authors: Cayla Kluver

Alera (32 page)

—Nunca he cuestionado tu habilidad como guardaespaldas—respondí con frialdad y aliviada de que su herida no hubiera sido grave—. Es tu amistad lo que cuestiono.

Él esbozó una sonrisa triste y yo pasé por delante de él. Todavía estaba resentida por su engaño, la noche en que me había encontrado con Narian. Pero ¿de verdad podía culparlo por lo que había hecho? En parte comprendía que tenían razón al considerar a Narian un adversario. ¿Me hubiera molestado su actuación si ese adversario hubiera sido la Alta Sacerdotisa o el Gran Señor? No. Pero, a pesar de todo, no podía perdonarlo, simplemente porque hacerlo significaría que yo abandonaba toda esperanza de que Narian todavía fuera ese joven que me prometió que nunca me haría ningún daño. Y todavía no estaba preparada para hacerlo.

A la mañana siguiente me levanté temprano y bajé a la planta inferior. Esa noche no había conseguido más que tener un sueño ligero a causa del nerviosismo. Necesitaba saber si había noticias, así que llamé a la puerta del gabinete del capitán.

—Adelante—respondió él con voz ronca.

Había arreglado la estancia después de que ésta hubiera sido víctima de la ira de Steldor. Habían cambiado los cristales de los armarios donde guardaban las armas y habían vuelto a colocar en su sitio las estanterías. Incluso habían traído otra silla para sustituir la que Steldor había destrozado. El capitán, sentado ante el escritorio, me dirigió un gesto para que me sentara.

—Nada—me dijo, simplemente, mientras se frotaba la mandíbula, que mostraba una barba incipiente.

Me senté en la silla que me indicaba.

—¿Lo encontraremos?—pregunté, temerosa, pues no quería oír otra respuesta que no fuera sí.

—Sí.

—¿Estáis seguro?

—Tengo que estarlo.

No supe qué entender exactamente con esa afirmación, así que esperé un momento en un silencio incómodo. Empezaba a preguntarme si esas palabras significaban que debía marcharme, pero al fin Cannan se recostó en la silla y se explicó.

—De joven, Steldor era difícil, a veces. Se escapó, como esta vez, en alguna ocasión. Conoce el territorio y es un soldado bien entrenado, así que desde este punto de vista no me preocupo por él. Lo que no comprende es la diferencia entre ser un chico que necesita escapar y ser el rey de Hytanica. Ahora corre un riesgo mayor, y también nosotros, a causa de su responsabilidad. Si el enemigo no lo descubre, o bien lo encontraremos nosotros, o bien regresará por voluntad propia. Si lo han descubierto, o si lo descubren…—Cannan se encogió de hombros. Ese gesto me hubiera parecido despiadado si no me hubiera dado cuenta de que el capitán no podía dormir por las noches—. Bueno, entonces, no lo sé. —Hizo una pausa y terminó—: Es más fácil continuar si creo lo primero.

De repente, el ruido de una conmoción procedente de la entrada me sobresaltó, y Cannan se puso en pie. Nos miramos brevemente y salimos de la sala de la Guardia para averiguar qué sucedía. Me tomé la libertad de seguirlo. Galen y otros hombres se encontraban allí y todos tenían la respiración agitada, como si hubieran estado galopando.

—¿Qué sucede?—exigió saber Cannan, acercándose al sargento de armas.

—Es una estrategia, señor—dijo Galen sin resuello mientras se secaba el sudor de la frente. Tenía un aspecto desolado y abatido.

—¿El qué?

El capitán, impaciente, esperó que el sargento recuperara la respiración y se pasó la mano por el pelo en un gesto extraño en él.

—En el puente, donde los cokyrianos nos están atacando. Solamente están desviando nuestra atención. Hemos subido por el río hasta las montañas en busca de Steldor, y nos hemos encontrado con unas tropas cokyrianas que han cruzado a nuestras tierras. Están juntando sus tropas y se preparan para bajar de la montaña y atacarnos, resguardados por el bosque.

—Ve a buscar a mis comandantes de batallón—ordenó Cannan, secamente—. Tenemos que levantar las defensas en el norte. —Miró a su alrededor, a sus agotados soldados, y añadió—: Y haz que tus hombres descansen un poco.

—Atención—dijo Galen, y los soldados se pusieron firmes—. Regresad a vuestras habitaciones. Tenéis seis horas.

Luego Galen entró en la sala de la guardia para ordenar a quienes se encontraban bajo su mando que fueran a reunir a los comandantes de batallón. Miré a Cannan, pues supe que la posibilidad de que nuestro rey cayera preso de los cokyrianos no era tan remota.

Los soldados se marcharon, algunos en dirección a sus barracones de la base militar y otros hacia sus habitaciones del ala este. Unos cuantos de ellos fueron a cumplir las órdenes de Galen. Cuando el vestíbulo quedó vacío, Cannan volvió a dirigirse a su sargento.

—Al diablo la discreción—dijo. El mero hecho de que hubiera soltado un juramento era expresión más que elocuente del peligro que creía que existía—. Debemos encontrar a Steldor, ¡ahora! Ha llegado el momento de desplegar las tropas.

—¡Alteza!

Al oír esa exclamación me di la vuelta inmediatamente, pero no pude averiguar quién requería mi atención. En cuanto las puertas de palacio se abrieron, me di cuenta de que el grito provenía de fuera y que no se había dirigido a mí.

Steldor entró y pasó por delante de nosotros hacia la escalera principal dirigiéndonos un mero saludo con la cabeza como única respuesta a nuestra mirada de incredulidad. Esa repentina llegada parecía tan irreal que casi pensé que yo era la única que podía verlo, y que Cannan y Galen continuarían su discusión sobre cómo encontrarlo en cuanto él desapareciera escaleras arriba.

Me quedé inmóvil, esperando a que Cannan detuviera a su hijo, pero para mi sorpresa no fue el capitán quien se dirigió a Steldor. Fue Galen.

—¿Qué diablos estás haciendo?

Galen, a unos metros del pie de la escalera, esperaba una respuesta y miraba a su mejor amigo con enojo. Steldor se dio la vuelta y regresó hacia nosotros lentamente. Creí que Cannan intervendría para impedir que el sargento fustigara al Rey, pero no parecía dispuesto a hacerlo.

—Voy a donde diablos me place—repuso Steldor, visiblemente irascible y agotado.

—No me hables así. —Galen, igual de agotado, se había ofendido por la respuesta de Steldor. Apretaba los puños y la mandíbula con una furia mal disimulada—. No me importa cómo hables a los demás, pero no lo hagas así conmigo, no después de todo lo que nos has hecho pasar.

—Oh, perdón—concedió Steldor sin un ápice de sinceridad en el tono de voz—. ¿Y eso por qué? Ahora puedes irte.

Esas palabras, una vez dichas, ya no podían retirarse. Si Steldor lamentaba haberlas pronunciado o no, no quedaba claro, pues, a pesar de que Galen se había quedado tan tenso que parecía estar clavándose las uñas en las palmar de las manos, el Rey continuaba mirándolo con expresión beligerante. Cuando la tensión aumentó hasta el punto de que parecía amenazar con derrumbar las paredes del vestíbulo, Galen explotó:

—¡Cabrón!—gritó y, sin reflexionar, le dio un puñetazo a Steldor en la mandíbula y lo tumbó al suelo.

Aguanté la respiración y miré, frenética, a Cannan, que contemplaba la escena con una ceja arqueada. Galen jadeaba, como si el esfuerzo por contener la rabia fuera excesivo, y se acercó a su amigo. Steldor se frotó la mandíbula con expresión de incredulidad: estaba demasiado conmocionado para decir nada.

—No eres capaz de pensar en nadie más que en ti, ¿verdad?—dijo Galen con voz atronadora. Para mi sorpresa, Steldor no intentó levantarse y lo miraba con la boca abierta—. Huyes cuando las cosas se ponen un poco más complicadas de lo que te gustaría, y haces que tengamos que cubrirte para que el valle entero no se entere de que Hytanica ha perdido a su maldito rey; mientras, los cokyrianos se están infiltrando en nuestras tierras por el norte, así que es muy posible que te hayas metido directamente en su campamento. Todavía hay hombres ahí fuera buscándote, hombres que deberían estar ayudándonos a cerrar la frontera norte, ayudándonos a que la semana que viene todavía tengas un reino que gobernar. ¡Y tienes el atrevimiento de llegar y comportarte como un cerdo! ¡Si no necesitáramos a alguien para que se sentara en ese trono, acabaría contigo con mis propias manos!

Los dos antiguos amigos se miraron: Galen desafiaba a Steldor a que respondiera, pero Stledor estaba demasiado conmocionado para hacerlo. Al final, el sargento levantó las manos al aire en un gesto de exasperación y entró en su cuarto dando un portazo.

Durante el silencio que se hizo después de la partida de Galen, llegué a comprender el verdadero sentido de la palabra «incómodo». Steldor no se ponía en pie, y tenía una extraña mirada vacía en los ojos. Sentí que mi presencia allí no era necesaria en absoluto, pero no tenía forma de salir delicadamente. Los guardias de palacio, a quienes el deber obligaba a permanecer allí, miraban las paredes, el suelo, el techo, en busca de cualquier cosa por la que pudieran mostrar interés, evitando mirar directamente al Rey. Al fin, Cannan se acercó a su hijo y le ofreció la mano para ayudarlo a ponerse en pie. Steldor se adelantó a la posibilidad de que el capitán hablara primero.

—Voy a cambiarme de ropa—anunció en un tono verdaderamente arrepentido—. Me reuniré contigo en el salón del Trono dentro de media hora.

Cannan asintió con la cabeza en un claro signo de aprobación ante el cambio de actitud de su hijo. Steldor me miró un instante, pero no dijo nada y se dirigió hacia las escaleras. Decidí no seguirlo, así que fui a la sala de la Reina. Estaba segura de que yo era la última persona del mundo con quien deseaba hablar.

XVII

GUERRA Y TÉ

Después del regreso del Rey, y a la luz de lo que ahora sabíamos de la estrategia militar del enemigo, la actividad de palacio se aceleró de forma evidente. Los soldados llegaban contundentemente con informes sobre el campo de batalla, los exploradores traían información de sus expediciones de reconocimiento, y los comandantes de batallón de Cannan pronto se convirtieron en personas familiares en palacio. Marcail, el maestro de armas que estaba a cargo de la guardia de la ciudad, también iba y venía muy a menudo, pues le habían asignado la tarea de hacer acopio de comida y suministros ante la posibilidad de que sufriéramos un asedio.

La sala de la Reina, que se encontraba en el ala este, justo al final del pasillo que partía desde el vestíbulo principal, me ofrecía una posición inmejorable. El vestíbulo, debido a su proximidad al salón del Trono, al cuerpo de guardia y al gabinete del sargento de armas, se había convertido en el centro de todas las actividades. Si dejaba la puerta de la sala abierta, casi siempre podía oír si alguien importante llegaba para dar alguna información. Y a pesar de que Cannan y Galen acostumbraban a hacer pasar al personal militar a sus respectivas instalaciones por la antecámara para encontrarse con Steldor, yo siempre conseguía oír retazos de las conversaciones y podía hacerme una idea de lo que estaba ocurriendo. De esta forma supe que el ataque en el río estaba siendo intermitente, que había sido pensado para tenernos entretenidos mientras los cokyrianos se preparaban para lanzar un ataque con todas sus fuerzas por el norte.

Resultaba irónico pensar que la desaparición del Rey nos hubiera alertado fortuitamente de los planes del enemigo; eso nos permitía disponer del tiempo necesario para preparar las defensas.

Destari, hasta ese momento, continuaba siendo mi guardaespaldas, pero estaba segura de que él creía que podría ofrecer un servicio mejor en cualquier otra parte. También sospechaba que el capitán pensaba lo mismo, y que había sido Steldor quien había insistido en que el segundo oficial continuara en ese puesto. Pero no sabía si interpretarlo como una señal positiva por parte de mi marido, pues él sabía perfectamente que me sentía más segura con Destari que con cualquier otro guardia que no fuera London, o como una muestra de desconfianza, pues Destari también era uno de los guardias que mejor me conocía y podía, por tanto, mantenerme a raya. Fuera cual fuere la intención del Rey, me sentía relativamente satisfecha con esa situación, pues haría tiempo que el segundo oficial había abandonado la creencia de que los temas del reino no eran asunto mío, y me mantenía al día de nuestra campaña militar.

Gracias a él supe que Cannan había ordenado a las tropas que colocaran defensas a lo largo de la frontera norte, que empezaba en la orilla oeste del río Recorah y que se extendía a lo largo de la línea del bosque. El oficial creía que los cokyrianos, que no se habían dado cuenta de que habían perdido el elemento sorpresa, bajarían la montaña por la garganta del río, pus esa era la zona más fácil y segura. Nuestros mejores exploradores observaban al enemigo, y cuando llegara el aviso de que los cokyrianos estaban a punto de moverse, nuestros arqueros se colocarían a lo largo de la garganta para retener lo posible su avance. Además, Cannan aprovechaba el hecho de que nuestros hombres conocían esa zona del bosque mejor que nadie, y había ordenado que colocaran trampas por todos los caminos naturales que bajaban entre los árboles. Aunque esa táctica lograría retrasar al enemigo, el propósito real consistía en ganar tiempo para poner a punto nuestra primera línea de defensa. Los soldados hytanicanos y los aldeanos talaban árboles para construir una barrera en el punto por donde el enemigo saldría de la garganta del río. El plan consistía en limitar, al ejército cokyriano, y por tanto también la lucha, a un lugar concreto para impedir que las tropas enemigas se desplegaran por todas nuestras tierras. Lo que no estaba claro era cuánto tiempo conseguiríamos retenerlos.

Le pregunté a Destari sobre la batalla en el río, y él me explicó que nuestra posición militar en el este y el sur había sido reforzada y que la naturaleza hacía que esas fronteras fueran más fáciles de defender. La rápida corriente del río Recorah amenazaba con convertirse en una tumba de agua, y las tierras abiertas que quedaban del lado del enemigo ofrecían poca oportunidad de esconderse. El terreno del este era especialmente inhóspito, pues daba al desierto cokyriano que se extendía hacia el pie de la cordillera. Hacia el sur, el número de soldados que protegían el único puente que salvaba el río había sido aumentado considerablemente, y las tropas se habían colocado a intervalos regulares a lo largo del puente. Un día me di cuenta de que el aire olía a humo, y el guardia de élite me explicó que el capitán había ordenado que los arqueros incendiaran los árboles que crecían en el extremo más alejado del río para que el enemigo no encontrara madera para construir balsas.

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