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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (117 page)

—Bueno, hija, ruégoos ahora que seáis alegre en esto que os el rey manda, que fío en la merced de Dios que será por vuestro bien y no querrá desamparar a vos ni a mí.

Oriana le dijo:

—Señora, yo creo que este apartamiento de vos y de mí será para siempre, porque la mi muerte es muy cerca.

Y diciendo esto cayó amortecida, y la reina otrosí, así que no sabían de sí parte. Mas el rey, que luego así sobrevino, hizo tomar a Oriana así como estaba y que la llevasen a las naos, y Olinda con ella, la cual, hincando los hinojos, le pedía por merced con muchas lágrimas que la dejase ir a casa de su padre y no la mandase ir a Roma; pero él era tan sañudo que no la quiso oír e hízola luego llevar tras Oriana, y mandó a Mabilia y a la doncella de Dinamarca que asimismo se fuesen luego.

Pues todas recogidas a la mar y los romanos como oísteis, el rey Lisuarte cabalgó y fuese al puerto donde la flota estaba. Y allí consolaba a su hija con piedad de padre, mas no de forma que esperanza se pusiese de ser su propósito mudado. Y como vio que ésta no tenía tanta fuerza que a su pasión algún descanso diese, hubo en alguna manera piedad, así que las lágrimas le vinieron a los ojos, y partiéndose de ella habló con Salustanquidio y con Brondajel de Roca, y al arzobispo de Talancia encomendándosela que la guardasen y sirviesen, que de allí se la entregaba como lo prometiera, y volvióse a su palacio dejando en las naves los mayores llantos y cuitas en las dueñas y doncellas cuando ir lo vieron, que escribir ni contar se podrían.

Salustanquidio y Brondajel de Roca, después que el rey Lisuarte fue de ellos partido, teniendo ya en su poder a Oriana y a todas sus doncellas metidas en las naves, acordaron de la poner en una cámara, que para ella muy ricamente estaba ataviada, y puesta allí y con ella Mabilia, que sabían saber ésta la doncella del mundo que ella más amaba, cerraron la puerta con fuertes candados y dejaron en la nave a la reina Sardamira con su compaña y otras muchas dueñas y doncellas de las de Oriana. Y Salustanquidio, que moría por los amores de Olinda, la hizo llevar a su nave con otra pieza de doncellas, no sin grandes llantos, por se ver así apartar de Oriana su señora, la cual oyendo en la cámara donde estaba lo que ellas hacían, y cómo se llegaban a la puerta de la cámara abrazándola y llamándola a ella que la socorriese muchas veces, se amortecía en los brazos de Mabilia.

Pues así todo enderezado, dieron las velas al viento y movieron su vía con gran placer por haber acabado aquello que el emperador, su señor, tanto deseaba, e hicieron poner una muy grande seña del emperador encima del mástil de la nave donde Oriana iba, y todas las otras naves alderredor de ella guardándola. Y yendo así muy lozanos y alegres miraron a su diestra y vieron la flota de Amadís que mucho se les llegaba en la delantera, entrando entre ellos y la tierra donde salir querían, y así era en ello que Agrajes, y don Cuadragante, y Dragonís, y Listorán de la Torre Blanca pusieron entre sí que antes que Amadís llegase ellos se envolviesen con los romanos y pugnasen de socorrer a Oriana, y por eso se metían entre su flota y la tierra. Mas don Florestán y el bueno de don Gavarte de Val Temeroso y Orlandín e Ymosil de Borgoña otrosí habían puesto con sus amigos y vasallos de ser los primeros en el socorro, e iban a más andar metidos entre la flota de los romanos y la nave de Agrajes, y Amadís, con sus naves muy acompañadas de gentes, así de sus amigos como de los de la Ínsula Firme, venían a más andar, porque el primero que el socorro hiciese fuese él. Dígoos de los romanos que cuando la flota de lueñe vieron, pensaron que alguna gente de paz sería que por la mar, de un cabo a otro, pasaban; mas viendo que en tres partes se partían y que las dos les tomaban la delantera a la parte de la tierra y la otra los seguía, mucho fueron espantados, y luego fue entre ellos hecho gran ruido, diciendo a altas voces:

—¡Armas, armas, que extraña gente viene!

Y luego se armaron muy presto. Y pusieron los ballesteros, que muy buenos traían, donde habían de estar, y la otra gente y Brondajel de Roca con muchos y buenos caballeros de la corte del emperador estaba en la nave donde Oriana era y donde pusieran la seña que ya oísteis del emperador. A esta sazón se juntaron los unos y otros, y Agrajes y don Cuadragante se juntaron a la nave de Salustanquidio, donde la hermosa Olinda llevaban, y comenzaron de se herir muy bravamente, y don Florestán y Gavarte de Val Temeroso, que por medio de las flotas entraron, hirieron en las naves que iban el duque de Ancona y el arzobispo de Talancia, que gran gente tenían de sus vasallos que muy armados y recios eran. Así que la batalla fue fuerte entre ellos, y Amadís hizo aderezar su flota a la que la seña del emperador llevaba, y mandó a los suyos que lo aguardasen, y poniendo la mano en el hombro de Angriote le dijo así:

—Señor Angriote, mi buen amigo, miémbreseos la gran lealtad que siempre hubisteis y tenéis a los vuestros amigos; trabajad de ayudar esforzadamente en este hecho, y si Dios quiere que yo con bien lo acabe, aquí acabaré con toda mi honra y toda mi buena ventura cumplidamente, y no os apartéis de mí en tanto que pudiereis.

Él le dijo:

—Mi señor, no puedo más hacer sino perder la vida en vuestro favor y ayuda, porque vuestra honra sea guardada y Dios sea por vos.

Luego fueron juntas las naves, y grande era allí el herir de saetas y piedras y lanzas de la una y de la otra parte, que no parecía sino que llovía, tan espesas andaban, y Amadís no entendía con los suyos en otra cosa sino en juntar su fusta con la de los contrarios, mas no podían, que ellos, aunque muchos eran, no se osaban llegar viendo cuán denodadamente eran acometidos, y defendíanse con grandes garfios de hierro y otras armas muchas de diversas guisas. Entonces, Tantalis de Sobradisa, mayordomo de la reina Briolanja, que en el castillo estaba, como vio que la voluntad de Amadís no podía tener efecto, mandó traer una áncora muy gruesa y pesada trabada a una fuerte cadena, y desde el castillo lanzáronla en la nave de los enemigos, y así él como otros muchos que le ayudaban tiraron tan fuerte por ella que por gran fuerza hicieron juntar las naves unas con otras, así que no se podían partir en ninguna manera si la cadena no quebrase. Cuando Amadís esto vio, pasó por toda la gente con gran afán, que estaban muy apretados, y por la vía que él entraba iban tras él Angriote y don Bruneo, y como llegó en los delanteros puso el un pie en el borde de su nave y saltó en la otra, que nunca los contrarios quitar ni estorbarlos pudieron, y como el salto era grande y él iba con gran furia, cayó de rodillas, y allí le dieron muchos golpes, pero él se levantó mal su grado de los que le herían tan malamente y puso mano a la su buena espada ardiente, y vio como Angriote y don Bruneo habían con él entrado y herían a los enemigos de muy fuertes y duros golpes, diciendo a grandes voces:

—Gaula, Gaula, que aquí es Amadís, que así se lo rogaba él que lo dijesen si la nave pudiesen tomar.

Mabilia, que en la cámara encerrada estaba con Oriana, que oyó el ruido y las voces después aquel apellido, tomó a Oriana por los brazos, que más muerta que viva estaba, y díjole:

—Esforzad, señora, que socorrida sois de aquel bienaventurado caballero, vuestro vasallo y leal amigo.

Y ella se levantó en pie, preguntando qué sería aquello, que del llorar estaba desvanecida, que no oía ninguna cosa y la vista de los ojos casi perdida.

Y después que Amadís se levantó y puso mano a la su espada y vio las maravillas que Angriote y don Bruneo hacían, y cómo los otros de su nave se metían de rondón con ellos, fue con su espada en la mano contra Brondajel de Roca, que delante sí halló, y diole por cima del yelmo tan fuerte golpe que dio con él tendido a sus pies, y si el yelmo tal no fuera, hiciera la cabeza dos partes, y no pasó adelante porque vio que los contrarios eran rendidos y demandaban merced, y como vio las armas muy ricas que Brondajel tenía, bien cuidó que aquél era al que los otros aguardaban, y quitándole el yelmo de la cabeza dábale con la manzana de la espada en el rostro, preguntándole dónde estaba Oriana, y él le mostró la cámara de los candados, diciendo que allí la hallaría. Amadís se fue aprisa contra allá, y llamó a Angriote y a don Bruneo, y con la gran fuerza que de consuno pusieron derribaron la puerta y entraron dentro y vieron a Oriana y a Mabilia, y Amadís fue hincar los hinojos ante ella por le besar las manos, mas ella lo abrazó y tomóle por la mano de la loriga, que toda era tinta de sangre de los enemigos.

—¡Ay, Amadís! —dijo ella—, lumbre de todas las cuitas, ahora parecerá vuestra gran bondad en haber socorrido a mí y a estas infantas, que en tanta amargura y tribulación puestas éramos, y por todas las tierras del mundo se ha sabido y ensalzado vuestro loor.

Mabilia estaba de hinojos ante él y teníale por la falda de la loriga, que teniendo él los ojos en su señora no la había visto, mas como la vio levantóla y abrazóla, y con mucho amor le dijo:

—Mi señora y prima, mucho os he deseado.

Y quísose partir de ellas, por ver lo que se hacía, mas Oriana le tomó por la mano y dijo:

—Por Dios, señor, no me desamparéis.

—Señora —dijo él—, no temáis, que dentro en esta fusta está Angriote de Estravaus y don Bruneo y Gandales con treinta caballeros que os aguardarán, y yo iré a correr a los nuestros, que muy gran batalla han.

Entonces salió Amadís de la cámara y vio a Landín de Fajarque, que había combatido los que en el castillo estaban y se le habían dado, y mandó que pues a prisión se daban que no matase a ninguno, y luego se pasó a una muy hermosa galera en que estaban Enil y Gandalín con hasta cuarenta caballeros de la Ínsula Firme, y mandóla guiar contra aquella parte que oía el apellido de Agrajes, que se combatía con los de la gran nave de Salustanquidio, y cuando él llegó vio que la habían entrado, y llegóse con su galera hasta el borde por entrar en la nao, y el que le ayudó fue don Cuadragante, que ya dentro estaba, y la prisa y el ruido era muy grande, que Agrajes y los de su compaña los andaban hiriendo y matando muy cruelmente; mas desde que a Amadís vieron los romanos, saltaban en los bateles y otros en el agua, y de ellos morían, y otros se pasaban a las otras naves que aún no eran perdidas. Mas Amadís iba todavía adelante por entre la gente, preguntando por Agrajes, su primo, y hallólo y vio que tenía a sus pies a Salustanquidio, que le diera una gran herida en un brazo y pedíale merced; mas Agrajes, que de antes sabía cómo amaba a Olinda, no dejaba de lo herir, y allegarlo a la muerte, como aquél que mucho desamaba, y don Cuadragante le decía que no lo matase, que buen preso tendría en él. Mas Amadís le dijo riendo:

—Señor don Cuadragante, dejad a Agrajes cumpla su voluntad, que si dende lo partimos todos somos muertos cuantos de nos hallare, que no dejará hombre a vida.

Pero en estas razones la cabeza de Salustanquidio fue cortada, y la nave libre de todos, y los pendones de Agrajes y don Cuadragante puestos encima de los castillos, y ambos muy bien guardados de muy caballeros y muy esforzados.

Esto hecho, Agrajes se fue luego a la cámara, donde le dijeron que estaba Olinda, su señora, que demandaba por él, y Amadís, y don Cuadragante, y Landín, y Listorán de la Torre Blanca, todos juntos fueron a ver cómo le iba a don Florestán y a los que le aguardaban, y luego entraron en la galera que allí Amadís trajera, y luego encontraron otra galera de don Florestán en que venía un caballero, su pariente de parte de su madre, que había nombre Ysanes, y díjoles:

—Señores, don Florestán y Gavarte de Val Temeroso os hacen saber como han muerto y preso todos los de aquellas fustas y tienen al duque de Ancona y al arzobispo de Talancia.

Amadís, que de ello mucho placer hubo, envióles decir que juntasen su galera con la que él había tomado donde estaba Oriana, y que allí habrían consejo de lo que hiciesen. Entonces miraron a todas partes y vieron que la flota de los romanos era destrozada, que ninguno de ellos se pudo salvar, aunque lo probaron en algunos bateles. Mas luego fueron alcanzados y tomados de forma que no quedó quien la nueva pudiese llevar, y fuéronse derechamente a la nave de Oriana, y allí era preso Brondajel de Roca. Entraron dentro y desarmaron las cabezas y las manos y laváronse de la sangre y sudor, y Amadís preguntó por don Florestán, que no le veía allí, Landín de Fajarque le dijo:

—Está con la reina Sardamira en su cámara, que a altas voces demandaba por él y diciendo que se lo llamasen prestamente, que él sería su ayudador, y ella está ante los pies de Oriana pidiéndole merced que no la dejase matar ni deshonrar.

Amadís se fue allá y preguntó por la reina Sardamira, y Mabilia se la mostró, que estaba con ella abrazada, y don Florestán la tenía por la mano, y fue ante ella muy humildoso, y quísole besar las manos, y ella las tiró a sí, y díjole:

—Buena señora, no temáis nada, que teniendo a vuestro servicio y mandado a don Florestán, a quien todos aguardamos y seguimos, todo se hará a vuestra voluntad, dejando aparte nuestro deseo, que es servir y honrar todas las mujeres a cada una según su merecimiento, y como vos, buena señora, entre todas muy señalada y extremada seáis, así extremadamente es razón que mucho se mire vuestro contentamiento.

La reina dijo contra don Florestán:

—Decidme, buen señor, ¿quién es este caballero tan mesurado y tan vuestro amigo es?

—Señora —dijo él—, es Amadís, mi señor y mi hermano, con quien aquí todos somos en este socorro de Oriana.

Cuando esto oyó levantóse a él con gran placer, y dijo:

—Buen señor Amadís, si os no recibí como debía no me culpéis, que el no tener conocimiento de vos fue la causa, y mucho agradezco a Dios que en esta tanta tribulación me haya puesto en la vuestra mesura y en la guarda y amparo de don Florestán.

Amadís la tomó por la otra mano y lleváronla al estrado de Oriana, y allí la hicieron sentar, y él se sentó con Mabilia, su prima, que mucho deseo tenía de la hablar, mas en todo esto la reina Sardamira, comoquiera que supiese ser la flota de los romanos vencida y destrozada y la gente muchos muertos y otros presos, aún no había venido a su noticia la muerte del príncipe Salustanquidio, a quien ella de bueno y leal amor mucho amaba y tenía por el más principal y grande de todos los del señorío de Roma, ni lo supo de esa gran pieza. Estando así sentados como oís, Oriana dijo a la reina Sardamira:

—Reina señora, hasta aquí fui yo enojada de vuestras palabras que al comienzo me dijisteis, porque eran dichas sobre cosa que tan aborrecida tenía, mas conociendo cómo vos de ellas partisteis y la mesura y cortesía vuestra en todo lo otro que por vos pasa, dígoos que siempre os amaré y honraré y acataré de todo corazón, porque a lo que a mí pesaba erais constreñida sin poder hacer otra cosa, y lo que me daba contentamiento manaba y sucedía de vuestra noble condición y propia virtud.

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