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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (147 page)

—Mi buen señor, todos estos días pasados que aquí he estado os quisiera hablar y con la ocupación que habéis visto no he podido; ahora que tenemos tiempo, quiero deciros lo que tengo pensado de vos. Yo sé que según la línea derecha de vuestra sangre, que muerto el emperador de Roma, como lo es, no queda en todo el imperio ningún derecho sucesor ni heredero sino vos, y también sé que de todos los del señorío sois muy amado, y si de alguno no lo erais no fue sino de aquel vuestro pariente emperador, que la envidia de vuestras buenas maneras le daban causa a que su mala condición os demandase, y pues el negocio es venido en tal estado, gran razón sería aue se tomase cuidado de una cosa de tan gran hecho como ésta. Vos tenéis aquí los más y los mejores caballeros del señorío de Roma, y yo tengo en la Ínsula Firme a Brondajel de Rosa y al duque de Ancona y al arzobispo de Talancia, con otros muchos que en la mar fueron presos. Y enviaré luego por ellos y hablemos en ello, y antes que de aquí partan se tenga manera cómo os juren por su emperador y si algunos os lo contrallaren yo os ayudaré a todo vuestro derecho, así que, buen amigo, pensar y trabajar en ello, conoced el tiempo que Dios os da y por vuestra culpa no se pierda.

Cuando Arquisil esto le oyó, ya podéis entender el placer que de ello habría, que no esperaba sino que le querría mandar tener prisión en algún lugar donde por gran pieza de tiempo salir no pudiese, y díjole:

—Mi buen señor, no sé por qué todos los del mundo no procuran por vuestro amor y conocencia y no son en crecer vuestra honra y estado, y de mí os digo que ahora pudiéndose hacer lo que decís y no se haciendo, comoquiera que la ventura lo traiga, nunca seré en tiempo que esta merced y gran honra que de vos recibo no la pague hasta perder la vida y si gracias y mercedes pudiesen bastar a tan gran beneficio darlas había, ¿pero cuáles pueden ser? Por cierto, no otras sino mi persona misma, como lo he dicho con todo lo que Dios y mi dicha me pudiere dar, y desde ahora dejo en vuestras manos todo mi bien y honra, y pues también lo habéis dicho dadle cabo, que más es vuestro que mío lo que se ganare.

—Pues yo lo tomo a mi cargo —dijo Amadís—, y con ayuda de Dios os iréis de aquí emperador, o yo no me tendría por caballero.

Con esto se partieron de su habla y Amadís le dijo:

—Antes que al monasterio volvamos entremos a la villa y mostraros he el hombre del mundo que peor me quiere.

Así entraron en Luvaina y fuéronse a la posada de don Gandales, donde tenía presos al rey Arábigo y Arcalaus y los otros caballeros que ya oísteis, y como en ella entraron, fuéronse luego a la cámara donde el rey Arábigo y Arcalaus solos estaban y halláronlos vestidos y sentados en una cámara, que desde que fueron presos nunca se quisieron desnudar, y Amadís conoció luego a Arcalaus y díjole:

—¿Qué haces, Arcalaus?

Y él le dijo:

—¿Quién eres tú que lo preguntas?

—Yo soy Amadís de Gaula, aquél que tú tanto deseabas ver.

Entonces Arcalaus le miró más que antes y díjole:

—Por cierto verdad dices, que aunque la distancia del tiempo ha sido larga en que no te he visto, la memoria no pierde de conocer ser tú aquel Amadís que yo tuve en mi poder en el mi castillo de Valderín y aquella piedad que de tu tierna juventud y de esa gran hermosura entonces hube, aquélla después por luengos tiempos me ha puesto en muchas y grandes tribulaciones, hasta que en el cabo me ha traído en tal estrecha que me conviene demandarte misericordia.

Amadís le dijo:

—Si ya lo hubiese de ti, ¿cesarías de hacer aquellos grandes males y crueldades que hasta aquí has hecho?

—No dijo él—, que ya la edad tan luengamente habituada en ello por su voluntad no se podría retraer de lo que tanto tiempo por vicio ha tenido, más la necesidad que es muy dura y fuerte freno para hacer mudar toda mala costumbre de buena en mala y de mala en buena, según la persona y causa que viene, me haría hacer en la vejez. aquello que la juventud y libertad no quisieron ni pudieron.

—Pues, ¿qué necesidad te prodría yo poner —dijo Amadís— si libre y suelto te dejase?

—Aquella —dijo Arcalaus— que por la sostener y acrecentar ha hecho mucho mal a mi conciencia y fama, que es mis castillos, los cuales te mandaré dar y entregar con toda mi tierra y no tomaré de ellos más de lo que por virtud darme quisieres, porque al presente no me puedo en otra cosa poner, y podrá ser que esta tan gran premia y la bondad tuya grande harán en mí aquella mudanza que hasta aquí la razón no ha podido hacer en ninguna suerte.

Amadís le dijo:

—Arcalaus, si alguna esperanza tengo que tu fuerte condición será enmendada, no es otra salvo el conocimiento que tienes en te tener por malo y pecador; por ende, esfuérzate y toma consuelo, podrá ser que esta prisión del cuerpo en que ahora estás y tanto temes será llave para soltar tu ánima, que tan encadenada y presa tanto tiempo has tenido.

Y Amadís queriéndose ir, le dijo Arcalaus:

—Amadís, mira este rey sin ventura que poco ha que estaba muy cercano de ser uno de los mayores príncipes del mundo, y en un momento la misma fortuna que para ella le fue favorable, aquélla le ha derribado y puesto en tal cruel cautiverio. Séate ejemplo a ti y todos los que honra y grande estado tienen o desean, y quiérote traer a la memoria que en los fuertes ánimos y corazones consiste el vencer y perdonar.

Amadís no le quiso responder, pues que le tenía preso, que bien hacía contra él esta razón, que aunque por armas y sus encantamientos había vencido a muchos, nunca supo a ninguno perdonar, pero por eso no dejó de conocer que había dicho hermosa razón.

Así que salieron él y Arquisil de la cámara, y cabalgaron en sus caballos y fuéronse al monasterio, y luego Amadís mandó llamar a Ardián el su enano, y mandóle que fuese a la Ínsula Firme y dijese a Oriana y aquellas señoras todo lo que había visto, y diole una carta para Ysanjo que luego le enviase allí a buen recaudo a Brondajel de Roca, y al duque de Ancona y al arzobispo de Talancia con todos los otros romanos que allí presos estaban lo más presto que venir pudiesen. El enano mucho placer en llevar esta nueva, porque de ella esperaba gran honra y mucho provecho, y cabalgó luego en su rocín y anduvo de día y de noche sin mucho parar, tanto que llegó a la Ínsula Firme donde nada de esto postrimero se sabía, que Oriana no había habido otras nuevas sino de las dos batallas y de cómo Nasciano, el santo ermitaño, los tenía en tregua y cómo era muerto el emperador de Roma, de lo cual no poco placer hubo, más de las cosas de allí adelante no supo cosa alguna, antes siempre estaba con mucha angustia pensando que aquel hombre bueno Nasciano no bastaría a poner paz en tan gran rotura y nunca hacía sino rezar y hacer muchas devociones y romerías por las iglesias de la ínsula y rogar a Dios por la paz y concordia de ellos, y como el enano llegó fuese luego derechamente a la huerta donde Oriana posaba y dijo a una dueña que la puerta guardaba que dijese a Oriana cómo estaba allí y le traía nuevas. La dueña se lo dijo, y Oriana le mandó entrar, mas esperando que diría no tenía el corazón sosegado, antes con gran sobresalto, porque no las podía oír sino a provecho de la una parte y daño de la otra, y como de un cabo tuviese a su amigo Amadís y del otro al rey su padre, aunque el daño de Amadís temiese tanto que ser más no podría, de cualquiera que a su padre viniese habría mucho dolor, y como el enano entró dijo a Oriana:

—Señora, albricias os demando no cómo quién yo soy, sino más cómo quién vos sois y las grandes nuevas que os traigo.

Oriana le dijo:

—Ardián, mi amigo, según tu semblante bien va a la parte de tu señor, más dime si mi padre es vivo.

El enano dijo:

—¿Cómo, señora, si es vivo? Es vivo y sano, y más alegre que nunca lo fue.

—¡Ay, Santa María! —dijo Oriana—, dime lo que sabes, que si Dios me da algún bien yo te haré bienaventurado en este mundo.

Entonces el enano le contó todo el hecho como había pasado, y cómo el rey su padre estando en punto de perder la vida, vencido y encerrado de sus enemigos, sin ningún remedio, que el doncel muy hermoso Esplandián lo hizo saber a Amadís y cómo luego partió con la gente, y todas las cosas que le acaecieron en el camino, a lo cual el había sido presente, y cómo llegó Amadís a la villa y de la manera que el rey su padre estaba, y cómo en su llegada todos sus enemigos fueron destruidos, muertos y presos, y preso el rey Arábigo y Arcalaus el Encantador, y Barsinán, señor de Sansueña, y el duque de Bristoya, y después cómo el rey, su padre, salió tras Amadís aue si le ver se tornaba y cómo llegó el rey Perión. Finalmente le contó todo lo pasado y de cómo estaban en aquel monasterio con mucho placer todos juntos, como aquél que lo había visto. Oriana, que de oírlo como fuera de sentido de gran placer que había, hincó los hinojos en tierra y alzó las manos y dijo:

—¡Oh, Señor poderoso, reparador de todas las cosas, el Tu Santo Nombre sea bendito, y como Tú, Señor, seas el Justo Juez, y sabes la gran sin razón que a mí se me hace, siempre tuve esperanza en la tu misericordia que con mucha honra mía y de los de mi parte fuesen, se había de atajar este negocio. Y bendito sea aquel muy hermoso doncel que de tanto bien fue causa, y que así quiso hacer verdadera la profecía de Urganda la Desconocida que de él escribió, por donde se puede y debe creer todo lo al que se dijo y yo soy obligada de lo querer y amar más que ninguno pensar puede, y de le galardonar la buena ventura que por él me viene.

Todas pensaban que por haber sido causa de aquel socorro que a tu padre el rey hizo lo decía, pero lo secreto salía de las entrañas como de madre a hijo. Entonces se levantó y dijo al enano si se volvería luego. Él dijo que sí, que Amadís le había mandado que después que aquellas nuevas dijese a ella, y aquellas señoras que allí estaban, diese una carta a Ysanjo que le traía en que le mandaba que luego le enviase los romanos que allí tenía presos.

—Pues Ardián, mi amigo —dijo Oriana—, dime, ¿qué goces que se dice allá que querrán hacer?

—Señora —dijo él—, yo no lo sé por cierto, sino aue el rey vuestro padre detiene al rey Perión y a mi señor y a todos los señores y caballeros que de aquí fueron, y dice que no quiere que de allí vayan hasta que todo sea despachado con mucha paz que entre ellos quede.

—Así plega a Dios que sea —dijo Oriana.

Entonces le preguntaron la reina Briolanja y Melicia, que estaban juntas, que les dijese de aquel muy hermoso doncel Esplandián que tal era, y en qué había tenido el rey Lisuarte aquel gran servicio que le hizo, y él les dijo:

—Buenas señoras, estando yo con Amadís en la cámara del rey, vi llegar a Esplandián a le besar las manos por las mercedes que le prometía y vi cómo el rey lo tomó con sus manos por la cabeza y le besó los ojos, y de su hermosura os digo que aunque él es hombre y vosotras presumís de muy hermosas, si delante de él os hallaseis esconderos habíais y no os haríais aparecer.

—Por esto está bien —dijeron ellas— que estamos aquí encerradas donde no nos verá.

—No curéis de eso —dijo él—, que él es tal que aunque más encerradas estéis, vosotras y todas las que hermosas son, saldréis a lo buscar.

Mucho rieron todas con las buenas nuevas que oían y con lo que el enano respondió. Oriana miró a la reina Sardamira y díjole:

—Reina señora, alegraos, que aquel Señor que ha dado remedio a las que aquí estamos no querrá que vos quedéis olvidada.

La reina dijo:

—Mi señora, tal esperanza tengo yo en Él y en vos, que miraréis por mi reparo aunque no os lo merezca.

Entonces preguntó al enano qué tales habían quedado aquellos desdichados y sin ventura romanos que con el rey Lisuarte estaban; él dijo:

—Señora, así de ellos como de los otros faltan muchos, y los que son vivos, están mal llagados; más después de la muerte del emperador y Floyán y Constancio no falta ningún hombre de cuenta de ellos, que yo vi bueno a Arquisil y hablar mucho con mi señor Amadís, y Flamíneo, vuestro hermano, queda herido, pero no mal, según se decía.

La reina dijo:

—A Dios plega que pues en los muertos no hay remedio, que lo haya en los vivos y les dé gracia que no curando de las cosas pasadas, queden amigos y con mucho amor en lo presente y porvenir.

El enano dijo a Oriana si mandaba algo, que quería ir a recaudar el mandado de su señor. Ella dijo que pues no trajera carta que le encomendase mucho al rey Perión y Agrajes y a todos aquellos caballeros.

Con esto se fue a Ysanjo y le dio la carta de Amadís, y como vio lo que por ella mandaba, sacó luego de una torre aquellos señores de Roma por quien enviaba y dioles bestias y un hijo suyo y otras personas que los llevasen y guiasen y les hiciesen dar viandas y todas las cosas que hubiesen menester, y soltó todos los otros que estaban presos, que serían hasta doscientos hombres, y enviólos a Amadís.

Así anduvieron por su camino hasta que llegaron al monasterio donde el rey Lisuarte estaba, y besáronle las manos, y el rey los recibió con mucho placer, aunque otra cosa en lo secreto sintiese, por no les dar más congoja que si tenían. Mas cuando vieron a Arquisil no pudieron excusar que las lágrimas no les vinieran a los ojos, así a ellos como a él.

Amadís les habló con mucha cortesía y los alegró mucho y llevó a su aposentamiento, donde de él recibieron mucha honra y consolación. Pues allí llegados después que del camino algo descansaron, Amadís se apartó con ellos, sin Arquisil, y díjoles:

—Buenos señores, yo os hice aquí venir porque me pareció que según las cosas van a buen fin, que es cosa muy razonable que estuvieseis presentes a todo lo que se hará, que de hombres tan honrados con mucha razón se debe hacer cuenta y también que por os hacer saber cómo yo tengo palabra de Arquisil, como creo que habréis oído, que tendrá prisión donde por mí le fuere señalado, y conociendo el gran linaje donde viene y la nobleza suya, que le acarrea a merecer muy gran merecimiento acordé de os hablar; pues que en el imperio de Roma no os queda quien tanto con derecho como este caballero lo deba haber que se tenga manera, como así por vosotros como por todos los que aquí se hallan, sea jurado y tomado por señor, y en esto haréis dos cosas: la primera, cumplir con lo que obligados sois en dar bondades y que muchas mercedes os hará, y la otra, que en cuanto a la prisión suya y vuestra yo habré por bien de os dejar libres que sin entrevalo alguno os podáis ir a vuestras tierras, y siempre os seré buen amigo, mientras os pluguiere, que yo precio mucho a Arquisil y le tengo gran amor, tanto como a un hermano verdadero, y así se lo guardaré si por él no se pierde en esto que os he mandado y en todo lo al que le tocare.

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