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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (121 page)

Oriana le dio muchas gracias por ello.

Capítulo 87

Cómo todos los caballeros tenían mucha gana del servicio y honra de la infanta Oriana.

Gran razón es que se sepa y no quede en olvido por qué causa estos caballeros y otros muchos que adelante se dirán, con tanto amor y voluntad deseaban el servicio de esta señora, poniéndose en el extremo de las afrentas como con tan altos príncipes puestos estaban. ¿Sería por ventura, por las mercedes que de ella habían recibido? ¿O porque sabían el secreto y cabo de los amores de ella y Amadís, y por causa suya a ello se disponían? Por cierto digo que ni lo uno ni otro hizo a ello mover sus voluntades, porque comoquiera que ella fuese de tan alto estado, el tiempo no le había dado lugar que a ninguno pudiese hacer mercedes, pues otra cosa no poseía más que una pobre doncella; pues en lo que en sus amores y de Amadís toca, ya la grande historia si leído habéis, os da testimonio del secreto de ellos, pues por alguna causa será. ¿Sabéis cuál? Porque esta infanta siempre fue la más mansa y de mejor crianza y cortesía, y sobre todo, la templanza humildad que en su tiempo se halló, teniendo memoria de honrar y bien tratar a cada uno según lo merecía, que éste es un lazo y una red en que los grandes que así lo hacen prenden muchos de los que poco cargo tienen de su servicio, como cada día lo vemos que sin otro interés a alguno de sus bocas son loados, de sus voluntades muy amados, obligados a lo servir como estos señores hacían a aquella noble princesa.

Pues, ¿qué se dirá aquí de los grandes que mucha esquiveza y demasiada presunción tienen con aquéllos que no la debían tener? Yo os lo diré que queriéndose con los menores poner en respuestas desabridas con gestos sañudos, teniendo en poco sus cortesías y profetas, son en menos tenidos, menos acatados, maltratados de sus lenguas, deseando que algún revé? les viniese para los deservir y enojar. ¡Oh, yerro tan grande!, y qué poco conocimiento, por merced tan pequeña como dar la habla graciosa, el gesto amoroso que tampoco cuesta, perder de ser queridos, amados y servidos de aquéllos a quien nunca merced ni bien hicieron. ¿Queréis saber lo que muchas veces a estos desdeñosos despreciadores acaece? Yo os lo diré; que como aquéllos que lo suyo dependen y gastan, no mirando lugares ni tiempos, dándolo donde no deben, son tenidos en lugar de francos o liberales por torpes y por indiscretos, así éstos por el semejante dejando de honrar aquéllos que por virtud les sería reputado, humíllanse y sojúzganse a otros mayores, por ventura sus iguales, que más por servicio y poco esfuerzo que por virtud es tenido.

Pues al propósito tomando, acabada la habla de Brián de Monjaste y hecha reverencia a la reina Sardamira, y a aquellas infantas con Grasinda, Agrajes y don Florestán llegaron a Oriana y con mucho acatamiento todo lo que aquellos caballeros les encomendaron le dijeron, lo cual habiendo por gran acuerdo, los remitió, y dejó el cargo de lo que hacerse debía, pues el acto y efecto de ello más de caballeros que de doncellas era, enviándoles mucho a rogar, que siempre tuviesen en la memoria cumpliendo con sus honras de querer y allegar la paz con el rey su padre, por lo que a ella y a su fama tocaba. Esto hecho, Oriana dejando a don Florestán y a Brián de Monjaste con la reina Sardamira y aquellas señoras, tomó por la mano a Agrajes, y con él a una parte da la sala se fue a sentar y así le dijo:

—Mi buen señor y verdadero hermano Agrajes, aunque la fucia y esperanza que en vuestro primo Amadís y en aquellos nobles caballeros que yo tengo sea muy grande, que con tanto cuidado y gran diligencia mirando por sus honras cumplirán muy enteramente con lo que a mí toca, muy mayor la tengo en vos, como sea cierto haberme criado mucho tiempo en la casa del rey vuestro padre, donde así de él como de la reina vuestra madre recibí muchas honras y placeres, y sobre todo haberme dado a la infanta Mabilia, vuestra hermana, de la cual puedo bien decir que si Dios Nuestro Señor me dio el primero ser de la vida, así después de Él, esta me la ha dado muchas veces, que si su gran discreción y consuelos no fuese según mis dolores, y sobre todo la mi contraria fortuna que después que los romanos en casa de mi padre vinieron me ha fatigado. Si su remedio me faltara, imposible fuera sostener la vida, y así por esto como por otras causas muchas que decir podría, a que si Dios lugar me diese para lo satisfacer, soy tan obligada, y creyendo que así como en mis entrañas lo tengo, conocéis que venido el tiempo por obra lo pondría como dicho tengo, me da causa a que los secretos de mi apasionado corazón antes a vos que a otro ninguno se digan y así lo haré, que a lo que a todos será encubierto a vos sólo manifestado será, y por el presente solamente os encargo con la mayor afición que yo puedo que dejando aparte la saña y sentimiento que de mi padre tengáis, se ponga toda la paz y concordia por vuestra mano y consejo entre él y vuestro primo Amadís, porque según su grandeza de corazón y la enemistad de tanto acá tan endurecida, no dudo sino que ninguna razón que se atreviese de buen amor le pueda satisfacer y si por vos, mi verdadero hermano y amigo, en esto algún remedio se puede poner, no solamente muchos de grandes muertes serán quitados y reparados, más mi honra y fama que por ventura en muchas partes está en disputa, será aclarada con aquel remedio que a su honestidad se conviene.

Oído esto por Agrajes, con mucha cortesía y humildad así respondió:

—Con mucha razón se puede y debe otorgar todo lo que por vos, señora, se ha dicho, y según lo que del rey mi padre y mi madre conocéis, su deseo es en cuanto pudiese ayudar a crecer vuestra honra y gran estado como ahora por obra parecerá, pues de mi hermana Mabilia y de mí no será menester decirlo que las obras dan testimonio de muy enteramente querer y desear vuestro servicio, y viniendo a lo que me manda, digo que verdad es, señora, que más que otro ninguno, soy en más descontentamiento del rey y vuestro padre, que así como soy testigo de los grandes y señalados servicios que Amadís, mi primo, y todo su linaje le hicimos, como a todo el mundo es notorio, es así lo soy del gran desconocimiento y desagradecimiento suyo, que por nosotros nunca merced le fue pedida, si no fue la Ínsula de Mongaza para mi tío don Galvanes, la cual fue ganada a la más honra de su corte y al mayor peligro de la vida de quien la ganó que pensar ni decirse podría, así como vos, mi buena señora, por vuestros ojos visteis, y que no bastásemos todos, ni la bondad y gran merecimiento de mi tío para que alcanzarse pudiese una tan pequeña cosa, quedando en su vasallaje y señorío, antes sacudirse de nosotros desechando nuestra suplicación con tanta descortesía como si de servidores que éramos le fuéramos enemigos. Y por esto negar no puedo que en cuanto en mí fuese, no habría gran placer de ayudar a que él en tal estrecho y necesidad fuese puesto, que arrepintiéndose de lo hecho diese a todo el mundo a conocer la gran pérdida que en nosotros hizo, sabiéndose la honra que nuestros servicios le daban; pero así como negando y apremiando hombre su voluntad gana ante Dios más mérito, haciéndolo en su servicio, así yo, señora, cumpliendo con el vuestro, quiero negar y forzar mi saña, porque en esto que tan grave me es, pueda conocer en las otras cosas que tanto obligado me tiene para la servir; pero esto será con mucha templanza, porque como yo sea entre estos señores tenido por muy principal y acrecentador de vuestra honra, sería gran causa de poner flaqueza en muchos de ellos si en mí la sintiese.

—Así lo pido yo, mi buen amigo —dijo Oriana—, que bien conozco según la calidad de lo pasado, y con quien ese gran debate es, que no solamente es menester del fuerte esfuerzo hacer flaco, mas del muy flaco con mucho cuidado hacer fuerte, y porque muy mejor que yo lo sabría pedir, sabréis vos lo que conviene y en qué tiempos puede aprovechar y dañar, yo os lo remito con aquel verdadero amor que entre nosotros está.

Así acabaron su habla y se tornaron adonde aquellas señoras y caballeros estaban. Agrajes no podía partir los ojos de su señora Olinda, como aquélla que de él con mucha afición era muy amada, lo cual así se debe creer, pues que por su causa mereció pasar por el arco encantado de los leales amadores, así como el segundo libro de esta historia lo ha contado, mas como él fuese de noble sangre y crianza que los tales no con mucha premia son obligados, desechando la pasión y afición a seguir la virtud, y sabiendo la vida honesta de Oriana le placía tener, determinado estaba de sojuzgar su voluntad, aunque en ello mucha graveza sintiese hasta ver en qué los negocios comenzados paraban. Así estuvieron una pieza hablando en muchas cosas, esforzando su partido quitándole el temor que las mujeres en actos tan extraños para ellas, como aquél en que estaban suelen tener, pues despedidos de ella y dada la respuesta de Oriana a aquéllos que a ella les habían enviado con mucha diligencia comenzaron a poner en obra lo que acordado habían y despachar los embajadores que al rey Lisuarte fuesen, lo cual fue encomendado por todos a don Cuadragante y don Brián de Monjaste, que eran tales que a tal embajada convenían.

Capítulo 88

Cómo Amadís habló con Grasinda, y lo que ella respondió.

Amadís se fue a la posada de Grasinda, que él mucho amaba y preciaba, así por quien ella era como por las muchas honras que había recibido, y no pensaba que pagadas fuesen, aunque por ella había hecho lo que la historia ha contado, considerando haber muy gran diferencia entre los que por su virtud hacen las proezas no habiendo mucho conocimiento de aquéllos que las reciben, o los que después de recibidas las satisfacen y pagan, porque lo primero es de corazón generoso, y lo segundo como quiera que sea buen conocimiento y agradecimiento, pero es deuda conocida que se paga; y sentado con ella en un estrado así le dijo:

—Mi señora, si así como yo deseo y querría por mí no se os hace el servicio y placer que vuestra virtud merece, séame perdonado, porque el tiempo que veis es la culpa de ello, y porque vuestra noble condición así lo juzgará dejando esto aparte acordé de os hablar y pedir por merced me digáis el cabo de vuestro querer y voluntad, porque ha mucho tiempo que de vuestra tierra salísteis y no sé si en ello vuestro ánimo recibe alguna congoja, porque sabido se ponga vuestro mandado en ejecución.

Grasinda le dijo:

—Mi señor, si yo tuviese creído que vuestra compañía y amistad no se me haya seguido la mayor honra que de ninguna cosa me podría venir, y ser pagado y satisfecho todo el servicio y placer que en mi casa os hicieron, si alguno fue que contentamiento os diese, seria de juzgar por la persona del peor conocimiento del mundo, y porque esto es muy cierto y sabido por todos, quiero, mi señor, que mi voluntad entera, así como la tengo os sea manifiesta. Yo veo que aunque aquí son juntos tantos príncipes y caballeros de gran valor a este socorro de esta princesa, que vos, mi buen señor, sois aquél a quien todos miran y catan. De manera que en vuestro seso y esfuerzo está toda la esperanza y buena ventura que esperan, y según vuestro gran corazón y condición no podéis excusaros de no tomar el cargo de todo enteramente, porque a ninguno así justo ni debido como a vos viene, donde será forzado que vuestros amigos y valedores acudan y procuren de sostener vuestra honra y gran estado, y porque yo en la voluntad principalmente por uno de ellos me tengo, quiero que así en la obra parezca mi deseo. Y tengo acordado que el maestro Helisabad se vaya a mi tierra, y con mucho cuidado todos mis vasallos y amigos, con una gran flota tenga apercibidos y aparejados para cuando menester fueren que vengan, señor, a servimos en lo que les mandéis, y entretanto quedaré yo en compañía y servicio de esta señora con las otras que consigo tiene, y de ella ni de vos me partiré hasta que al cabo de este negocio me diga lo que hacer debo.

Cuando Amadís esto le oyó, abrazóla riendo y dijo:

—Yo creo que si toda la virtud y la nobleza que en el mundo hay se perdiese, que en vos mi buena señora se podría cobrar; y pues así os place, así se haga, es menester que por servicio vuestro y ruego mío el maestro Helisabad, aunque en ello fatiga reciba, vaya al emperador de Constantinopla con mi mandado, que según la graciosa proferta por él me fue dado, y el mal contentamiento que muchos me dijeron cuando aquellas fui, que del emperador de Roma tiene, y sabiendo que la cuestión principalmente con él es, por dicho me tengo que usando de su gran fama y virtud acostumbrada me mandará ayudar como si mucho servido le hubiese.

Grasinda dijo que lo tenía por muy buen acuerdo, y que el maestro, según la gran afición le tenía, que excusado era su mandamiento, para lo que su servicio fuese, y que este tal camino con mensaje de tal persona, más por honra y descanso lo tendría que por trabajo.

Amadís le dijo:

—Mi señora, pues vuestra voluntad es de quedar con esta señora, razón será que así como las otras infantas y grandes señoras como vos sois, están cabe ella y en su aposentamiento, así vos lo estéis, y de ella recibáis aquella honra y cortesía que vuestra gran virtud merece.

Y luego mandó llamar a su amo don Gandales y le rogó que fuese a Oriana y le dijese la gran voluntad que aquella señora a su servicio tenía, y cómo lo ponía por obra, y le suplicase de su parte la tomase consigo, y le hiciese aquella honra que a las más principales de aquéllas hacía, lo cual asi fue hecho que Oriana la recibió con aquel amor y voluntad que acostumbraba de acogerse y recibir las tales personas, pero no tanto por el servicio presente como por el pasado que a Amadís había hecho en le dar tal aparejo para pasar en Grecia, y sobre todo el maestro Helisabad, que después de Dios, como la historia lo ha contado en la tercera parte, dio la vida a él y a ella, que un día no pudiera vivir ella después de su muerte, y esto fue le sanó de las grandes heridas que hubo cuando mató al Endriago.

Esto así hecho, después que Grasienda dio todo el despacho que necesario era al maestro Helisabad para hacer lo susodicho, y le rogó y mandó que sabiendo lo que Amadís quería que por él hiciese, lo pusiese así en obra que en semejante cosa de tan gran hecho se debía poner. El maestro le respondió que por falta de no poner su persona a todo peligro y trabajo, no se dejaría de cumplir lo que le mandasen. Amadís se lo agradeció mucho y luego acordó de escribir una carta al emperador, la cual decía así:

CARTA DE AMADÍS AL EMPERADOR DE CONSTANTINOPLA

«Muy alto emperador. Aquel Caballero de la Verde Espada, que por su propio nombre Amadís de Gaula es llamado, manda besar vuestras manos, y le traer a la memoria aquel ofrecimiento que más por su gran virtud y nobleza que por mis servicios le plugo que me hacer, y porque ahora es venido el tiempo en que principalmente a vuestra grandeza, y a todos mis amigos y valedores que justicia y razón querrán seguir con el maestro Helisabad más largo lo dirá he menester, le suplico le mande dar fe y haya su embajada aquel efecto que yo con mi persona y todos los que han de guardarle y seguir pondrían en vuestro servicio».

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