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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (124 page)

Mabilia le dijo:

—Mi señor, si quisiese contaros lo que yo ha pasado, después que de esta tierra partisteis, por la consolar y remediar sus angustias y dolores, especial después que los romanos a casa de su padre vinieron, sería cosa de nunca acabar, y por esto y porque enteramente conocéis el gran amor que os tiene, os dejaré de más en ello, hablar, y esto que, mi señor, mandáis yo lo hago siempre, aunque su discreción es tan crecida, que así en las cosas en que se ha criado, conformes a la calidad y flaqueza de las mujeres, como en todas las otras que para nosotras son muy nuevas y extrañas, las conoce y siente con aquel ánimo y corazón que a su real estado se requiere, y si no es en lo vuestro, que la hace salir de todo sentido, en todo lo otro ella basta para consolar a todo el mundo, y de las cosas que ella habría placer seréis de mí avisado.

Con esto acabaron su hablar y se tornaron donde Oriana estaba.

Gandalín se despidió de ellos y fue a entrar en la mar para ir a Gaula, del cual se dirá en su tiempo.

Después que estos señores estuvieron gran pieza con la princesa Oriana y con aquellas señora que con ella estaban hablando en muchas cosas de gran solaz, y mucho esforzando su partida, despidiéronse de ellas y tornaron a sus posadas, donde con mucho placer y alegría estaban todos, teniendo las cosas necesarias muy abastadamente, y viendo todas las cosas maravillosas de aquella ínsula, las cuales otras semejantes que ellas en ninguna parte del mundo se podrían ver, hechas y ordenadas por aquel gran sabidor Apolidón, que siendo señor de ella allí las dejó.

Mas ahora dejará la historia de hablar de ellos por contar del rey Lisuarte, que de esto nada sabía.

Capítulo 94

Cómo llegó la nueva de este desbarato de los romanos y la tomada de Oriana al rey Lisuarte, y de lo que en ello hizo.

Salió el rey Lisuarte el día que entregó su hija a los romanos con ella una pieza de la villa, e íbala consolándola algo con gran piedad, como padre, y otras veces con pasión demasiada por le quitar esperanza que su propósito por ninguna manera se podía mudar, mas lo uno y lo otro poco consuelo ni remedio le daba, y sus llantos y dolores eran tan grandes, que no había hombre en el mundo que le no moviese a piedad, y comoquiera que el rey, su padre, en aquel caso había estado muy duro y muy crudo, no pudo negar aquel amor paternal que a su hija tan acabada debía, y las lágrimas le vinieron a los ojos sin su grado, y sin más le decir se volvió, muy triste que en el semblante mostraba, y antes habló con Salustanquidio y con Brondajel de Roca, encomendándosela mucho, y tomóse a su palacio, donde grandes llantos, así en hombres como en mujeres halló por la partida de Oriana, que no bastó para el remedio de ello el mandamiento muy estrecho que por él se les hizo, parque esta infanta era la más querida y más amada de todos que nunca persona en la Gran Bretaña lo fue.

El rey miró por el palacio y no vio caballero ninguno, como ver solía, sino fue a Brandoibás, que le dijo cómo la reina estaba en su cámara llorando con mucho dolor. Él se fue para ella, y no halló en su aposentamiento ninguna de las dueñas e infantas y otras doncellas de que muy acompañada estar solía, y como así lo vio todo tan desierto y mudado de como solía, así de caballeros como de mujeres, y los que en él estaban, con tan gran tristeza, hubo tan gran pesar que el corazón se le cubrió de una nube oscura, de manera que por una pieza no habló, y entró en la cámara donde la reina estaba, y cuando ella lo vio entrar cayó amortecida en un estrado sin ningún sentido. El rey la levantó y la llegó a sí, teniéndola en sus brazos hasta que en acuerdo fue tornada, y como ya en mejor disposición la viese y más reposada, díjole:

—Dueña, no conviene a vuestra discreción ni virtud mostrar tanta flaqueza por ninguna adversidad, cuanto más por esto en que tanta honra y provecho se recibe, y si mi amor y amistad queréis vos haber, cese de manera que esto sea lo postrimero, que vuestra hija no va tan despojada que no se pueda tener por la mayor princesa que nunca en su linaje hubo.

La reina no le pudo responder ninguna cosa, sino así como estaba se dejó caer de rostro sobre una cama, suspirando con gran cuita de su corazón. El rey la dejó y se tornó a su palacio, donde no halló a quien hablar sino fue al rey Arbán de Norgales y a don Grumedán, los cuales demostraban en sus gestos y semblantes la tristeza que en sus corazones tenían, y aunque el rey, muy cuerdo y sufrido y mejor que otro hombre supiese disimular todas las cosas, no pudo tanto consigo que bien no mostrase en su gesto y habla el dolor que en lo secreto tenía, y luego pensó que sería bien de se apartar por las florestas con sus cazadores hasta dar lugar al tiempo que curase aquello que por entonces mal remedio tenía, y mandó al rey Arbán que le hiciese llevar tiendas y todo el aparejo que para la caza convenía a la floresta, porque se quería ir a correr monte luego otro día de mañana, y así se hizo, que esta noche no quiso dormir en la cámara de la reina, por no le dar más pasión de la que tenía, y otro día, en oyendo misa, se fue a su caza, en la cual como solo se hallase mucho más la tristeza y pensamiento le agraviaban, de manera que en ninguna parte hallaba descanso, que como éste fuese un rey tan noble, tan gracioso, codicioso de tener los mejores caballeros que haber pudiese, como ya los tuviera, y con ellos le haber venido todas las honras y buenas dichas y venturas a la medida de sus deseos, y ahora en tan poco espacio verlo todo trocado y tanto al contrario de lo que solía y su condición deseando, no tuvo tanto poder su discreción ni fuerte corazón que muchas veces no le pusiese en grandes congojas. Pero como muchas veces acaece cuando la fortuna comienza a mandar sus veces, no se contenta con los enojos que los hombres de su propia voluntad toman, antes ella con mucha crueldad deseándolos aumentar y crecer, siguiendo la orden de su estilo, que es en ninguna cosa ser ordenada, allí donde este rey estaba lo quiso mostrar, que olvidando aquel pesar que aparecer de ella por tan liviana causa y de su grado había tomado se doliese dé otro más duro azote de que él no sabía, que venidos algunos de los romanos que de la Ínsula Firme habían huido y sabiendo cómo el rey allí estaba, se fueron para él y le contaron todo lo que les había acaecido, así como la historia lo ha contado, que no faltó ninguna cosa como aquéllos que presentes habían sido a todo ello.

Cuando el rey esto oyó, comoquiera que el dolor fuese muy grande, como de cosa tan extraña para él y que tanto le tocaba, con buen semblante, no mostrando ningún pesar, como los reyes suelen hacer, les dijo:

—Amigos, de la muerte de Salustanquidio y de la pérdida de vosotros me pesa mucho, que de lo que a mí toca usado soy de recibir afrentas y darlas a otros, y no os partáis de mi corte, que yo os mandaré remediar de todo lo que menester hubiereis.

Ellos le besaron las manos y le pidieron por merced que se le acordase de los otros sus compañeros y de aquellos señores que con ellos estaban presos. Él les dijo:

—Amigos, de eso no tengáis cuidado, que ello se remediará como a la honra de vuestro señor y mía cumple.

Y mandóles que a la villa se fuesen, donde la reina estaba y que nada dijesen de aquello hasta que él fuese, y ellos así lo hicieron. El rey anduvo cazando tres días con el cuidado que podéis entender, y luego se tornó donde la reina estaba, y al parecer de todos, con alegre semblante, aunque el corazón sentía lo que en tal caso debía sentir, y él, descabalgando, se fue a la cámara de la reina, y como ella era una de las nobles y cuerdas del mundo, por no le dar más pasión, viendo que con ella poco se remediaba su deseo, mostrósele mucho más consolada.

Pues el rey, llegado, mandó que todos saliesen fuera de la cámara, y sentándose con ella en su estrado así le dijo:

—En las cosas de poca sustancia, que por accidente vienen, tienen las personas alguna facultad y licencia para mostrar alguna pasión y melancolía, porque así como sobre pequeña causa vienen, así livianamente, con pequeño remedio, se pueden de ello partir; pero en las muy graves que mucho duelen, especialmente en los casos de honra, es, por el contrario, que de estas tales ha de ser y se ha de mostrar la graveza pequeña y la venganza y el rigor muy grande, y viniendo al caso, vos, reina, habéis sentido mucho la ausencia de vuestra hija, como es costumbre de las madres, y sobre ello habéis mostrado mucho sentimiento, así como en semejantes casamientos por otros muchos se suele hacer; pero por dicho me tenía que en breve tiempo se pusiera en olvido, mas lo que le esto sucede es de calidad que no mostrando sobrado enojo con mucha diligencia y corazón grande se ha de buscar la enmienda de ello. Sabed que los romanos que a vuestra hija llevaron con toda su flota son destruidos, y presos y muertos muchos de ellos, con su príncipe Salustanquidio, y ella, con todas sus dueñas y doncellas, tomadas por Amadís y por los caballeros que en la Ínsula Firme están, donde con mucha victoria y placer la tienen, así que bien se puede decir que cosa tan señalada en grandeza como ésta no es en memoria de hombres que en el mundo haya pasado, y por esto es menester que vos, y yo, con sobrado esfuerzo, como rey y caballero, pongamos el remedio que más con obra que con demasiado sentimiento a vuestra honestidad y a mi honra ponerse debe.

Oído esto por la reina, estuvo una pieza que no respondió, y como ésta fuese una de las dueñas del mundo que más a su marido amase, pensó que en cosa tal como ésta y con tales hombres más era menester de poner concordia que de encender la discordia, y dijo:

—Señor, aunque vos tengáis en mucho lo que ha pasado y sabéis de vuestra hija, si lo juzgareis considerando aquel tiempo que fuisteis caballero andante, pensaréis que según los clamores y dolores de Oriana y de todas sus doncellas y el gran espacio de tiempo que en ello duraron, donde se dio cuenta de ser por muchas partes publicados, que pareciendo en voz de todos, aunque no lo fuese, una grandísima fuerza que no se debe hombre maravillar, que aquellos caballeros, como hombres que otro estilo no tengan sino acorrer dueñas y doncellas cuando algún tuerto y desafuero reciben, se atreviesen a lo que han hecho, y comoquiera, señor, que vuestra hija sea, ya la entregasteis a aquéllos que por parte del emperador por ella vinieron, y la fuerza o injuria más a él que a vos toca, y ahora al comienzo se debe tomar con aquella templanza que no parezca ser vos el cebo de esta afrenta, que de otra manera haciéndose muy mal se podrá disimular.

El rey le dijo:

—Ahora, dueña, tened vos memoria de lo que a vuestra honestidad, como dicho tengo, conviene, que en lo que a mí toca, con ayuda de Dios, se tomará la enmienda que a la grandeza de vuestro estado y mío se requiere.

Con esto se partió de ella y se fue a su palacio, y mandó llamar al rey Arbán de Norgales, y a don Grumedán, y a Guillán el Cuidador, que ya de su dolencia mejor estaba, y apartado con ellos les dijo todo el negocio de su hija y de lo que con la reina había pasado, porque estos tres eran los caballeros de todo su reino de quien él más se confiaba, y rogóles y mandóles que mucho en ello pensasen y le dijesen su parecer, porque tomase lo que más a su honra cumpliese y que por entonces sin más deliberación no quería que nada le respondiesen.

Así estuvo el rey pensando algunos días en lo que debía hacer.

La reina quedó con gran pensamiento y congoja por ver la rigurosidad del rey, su marido, y tenerla contra aquéllos que bien sabía que antes perdieran las vidas que un punto de sus honras, lo cual asimismo del rey se esperaba, así que ningunas afrentas que le hubiesen venido, aunque muy grandes fueron, como esta gran historia os lo ha contado, en comparación de ésta no las tenía en ninguna cosa.

Pues estando en su cámara revolviendo en su sentido muchas e infinitas cosas para procurar el remedio de tanta rotura, entró una doncella, que le dijo cómo Durín, hermano de la doncella de Dinamarca, era allí llegado de la Ínsula Firme, y que la quería hablar. La reina mandó que entrase, y él hincó los hinojos y le besó las manos y le dio una carta de Oriana, su hija, que parece ser que como Oriana vio la determinación de los caballeros de la Ínsula Firme, que fue de enviar a don Cuadragante y a Brián de Monjaste al rey, su padre, con el mandado que ya oísteis, acordó que sería bueno para enderezar su embajada que antes que ellos llegasen a la corte del rey, su padre, de escribir a la reina, su madre, con este Durín una carta, y así lo hizo.

Pues recibida la reina la carta, viniéronla las lágrimas a los ojos con soledad de su hija, y porque no la podía cobrar si Dios por su misericordia no lo remediase, sin gran peligro y afrenta del rey su señor, y así estuvo una pieza callada que no pudo decir a Durín ninguna cosa, y antes que más le preguntase abrió la carta para la leer, la cual decía así.

Capítulo 95

De la carta que la infanta Oriana envió a la reina Brisena, su madre, desde la Ínsula Firme, donde estaba.

—Muy poderosa reina Brisena, mi señora madre: yo, la triste y desdichada Oriana, vuestra hija, con mucha humildad mando besar vuestros pies y manos.

—Mi buena señora, ya sabéis cómo la mi adversa fortuna, queriéndome ser más contraria y enemiga que a ninguna mujer de las que fueron ni serán, no lo mereciendo yo, dio causas a que de vuestra presencia y reinos desterrada fuese con toda crueldad del rey, mi señor y mi padre, y tanto dolor y angustia de mi triste corazón que yo misma me maravilla cómo sólo un día de vida pude sostener. Pues no contenta de mi gran desventura con lo primero, viendo cómo antes a la cruel muerte que a contradecir el mandamiento del rey, mi padre, con la obediencia que, con razón o sin ella, le debo, estaba dispuesta a lo cumplir, quiso darme el remedio muy más cruel para mí que la pasión y triste vida que en lo primero tener esperaba, porque en fenecer yo sola, fenecía una triste doncella, que según sus grandes fortunas mucho más conveniente y apacible la muerte le fuera que la vida. Más de lo que ahora se espera, si después de Dios, vos, señora habiendo piedad de mí no procuráis el remedio, no solamente yo, más muchas otras gentes que culpa no tienen, con muy crueles y amargas muertes fenecerán sus vidas. Y la causa de ello es que por permisión de Dios, que sabe la gran sinrazón y agravio que se me hace, a porque mi fortuna, como dicho tengo, lo ha querido, los caballeros que en la Ínsula Firme se hallaron, desbaratando la flota de los romanos con grandes muertes y prisiones de los que defenderse quisieron, yo fui tomada con todas mis dueñas y doncellas y llevada a la misma ínsula, donde con tanta reverencia y honestidad como si en vuestra real casa estuviera me tienen y soy tratada. Y porque ellos envían al rey, mi señor y mi padre, ciertos caballeros con intención de paz, si en lo que a mí toca algún medio se diese, tardé de antes que ellos allá llegasen escribir esta carta, por la cual y por las muchas lágrimas que con ella se derramaron y sin ella se derraman, suplico yo a vuestra gran nobleza y virtud ruegue a mi padre, que haya mancilla y compasión de mí, dando más lugar al servicio de Dios que a la gloria y honra perecerá de este mundo y no quisiera poner en condición el gran estada en que la movible fortuna hasta aquí, con mucho favor, le ha puesto. Pues qué mejor él que otro alguno sabe la gran fuerza y sin justicia que sin lo yo merecerse me hizo.

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