Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (127 page)

Don Cuadragante y don Brián de Monjaste, después que de don Grumedán se partieron, como la historia lo ha contado, anduvieron por su camino hasta que llegaron al puerto donde su nao tenían, en la cual entraron por se ir a la Ínsula Firme con la respuesta que del rey Lisuarte llevaban, y todo aquel día les fue la mar muy agradable, con viento próspero para su viaje; mas la noche venida, la mar se comenzó a embravecer con tanta fortuna y tan reciamente que del todo pensaron ser perdidos y anegados, y fue la tormenta tan grande que los marineros perdieron el tino que llevaban con tanto desconcierto que la fusta iba por la mar sin ningún gobernante, y así anduvieron toda la noche con harto temor, porque a semejante caso no bastan armas ni corazón. Y cuando el alba del día pareció, los marineros pudieron más reconocer, y hallaron que estaban mucho allegados al reino de Sobradisa, donde la muy hermosa reina Briolanja reina era, y en aquella hora la mar comenzó en más bonanza, y queriendo volver su derecho camino, aunque a muy gran traviesa habían de tornar, vieron a su diestra venir una nao muy grande a maravilla, y como su nao fuese muy ligera que de aquélla no podría recibir ningún daño, aunque de enemigos fuese, acordaron de la esperar, y como cerca fueron y la vieron más a su voluntad, parecióles la más hermosa que nunca vieron, así de grandeza como de rico atavío, que las velas y cuerdas eran todas de seda y guarnecida todo lo que ver se podía de muy ricos paños, y a bordo de ella vieron caballeros y doncellas que estaban hablando, muy ricamente vestidas.

Mucho fueron maravillados don Cuadragante y Brián de Monjaste de la ver, y no podían pensar quién en ella viniese, y luego mandaron a un escudero de los suyos que en un batel fuese a saber cuya era aquella gran nao y quién en ella venía.

El escudero así lo hizo, y preguntando a aquellos caballeros que por cortesía se lo dijesen, ellos respondieron que allí venía la reina Briolanja, que pasaba a la Ínsula Firme.

—A Dios merced —dijo el escudero—, con tan buenas nuevas que mucho placer habrán de las saber aquéllos que acá me enviaron.

—Buen escudero —dijeron las doncellas—, decidnos, si os place, ¿quién son estos que decís?

—Señoras —dijo él—, son dos caballeros que este mismo camino llevan que vosotras, y la fortuna de la mar los ha echado a esta parte, donde según lo que hallan será para su trabajo gran descanso, y porque ellos se os mostrarán, tanto que yo vuelva, no es menester de mi saber más.

Con esto que oís se tornó, y díjoles:

—Señores, mucho os debe placer con las nuevas que traigo, y por bien empleada se debe tener la tormenta pasada y el rodeo del camino, pues tenéis tan compaña para ir donde queréis. Sabed que en la nao viene la reina Briolanja, que a la Ínsula Firme va.

Mucho fueron alegres aquellos dos caballeros con lo que el escudero les dije, y luego mandaron enderezar su nao para se llegar a la nao, y cuando ellos más cerca fueron las doncellas los conocieron, que ya otra vez los vieron en la corte del rey Lisuarte, cuando la reina, su señora, allí algún tiempo estuvo, y muy alegres lo fueron a decir a su señora, cómo allí estaban dos caballeros mucho amigos de Amadís, que el uno era don Cuadragante y el otro don Brián de Monjaste.

La reina, cuando lo oyó, fue muy alegre, y salió de su cámara con las dueñas que consigo tenía para los recibir, que Tantiles, su mayordomo, le había dicho cómo los dejaba en la Ínsula Firme de camino para ir al rey Lisuarte. Y cuando ella salió, ya ellos estaban dentro de la nao, y fueron para le besar las manos; mas ella no quiso, antes los tomó a entrambos cada uno con su brazo, y así los tuvo un rato abrazados con mucho placer, y desde que se levantaron los tornó a abrazar y díjoles:

—Mis buenos señores y amigos, mucho agradezco a Dios porque los halle, que no pudiera venir ahora cosa con que más me pluguiera que con vosotros si no fuese ver Amadís de Gaula, aquél a quien yo con tanto derecho y razón debo amar como vosotros sabéis.

—Mi buena señora —dijo don Cuadragante—, gran razón venir ahora cosa con que más me pluguiera que con vosotros habéis Dios os lo agradezca, y nos lo serviremos en lo que mandareis.

—Muchas mercedes —dijo ella—. Ahora me decid cómo apostasteis en esta tierra.

Ellos le dijeron cómo habían partido de la Ínsula Firme con mandado de aquellos señores que allí estaban para el rey Lisuarte, y todo lo que con él habían pasado, y cómo quedaban sin ningún concierto en toda rotura que no faltó nada, y que queriéndose tornar, la gran tormenta de esa noche los había echado a aquella parte, donde daban por muy bien empleada su fatiga y su trabajo, pues que en aquel camino la podían servir y guardar hasta la poner donde quería. La reina les dijo:

—Pues yo no he estado muy segura sin grande espanto de la tormenta que decís, que ciertamente nunca pensé que pudiéramos guarecer, pero como ésta mi nao es muy gruesa y grande, y las áncoras y maromas muy recias, plugo a la voluntad de Dios que nunca la fortuna las pudo quebrar ni arrancar, y en esto del rey Lisuarte que me decís, yo supe de mi mayordomo Tantiles como vosotros ibais a él con esta embajada, y bien me tuve por dicho que como éste sea un rey tan entero, y que tan cumplidamente la fortuna le ha favorecido y ensalzado en todas las cosas, que teniendo en mucho el caso de Oriana querrá antes tentar y probar su poder que dar forma de ningún asiento, y por esta causa yo acordé de juntar todo mi reino y todos mis amigos que de fuera de él son, y con mucha afición les rogar y mandar que estén prestos y aparejados de guerra para cuando mi carta vean, y a todos dejo con gran voluntad de me servir, y mi mayordomo con ellos, para que los guíe y traiga, y entretanto, pensé que sería bien de ir yo a la Ínsula Firme a estar con la princesa Oriana y pasar con ella la ventura que Dios diere; esta es la causa por donde aquí me halláis, y soy muy alegre por que iremos juntos.

—Mi señora —dijo don Brián de Monjaste—, de tal señora y hermosa como vos no se espera sino toda virtud y nobleza, así como por obra parece.

La reina les rogó que mandasen ir su nao cabe la suya, y ellos se fuesen con ella, y así se hizo, que los aposentaron en una muy rica cámara y siempre con ella y a su mesa. comían, hablando en las cosas que más le agradaban.

Pues así como os digo fueron por su mar adelante contra la Ínsula Firme. Ahora sabed aquí que al tiempo que Abiseos, tío de esta reina, fue muerto con los dos sus hijos en venganza de la muerte que él hizo a su hermano el rey padre de Briolanja y le había tomado el reino, por Amadís y Agrajes, como más largamente lo cuenta el primero libro de esta historia, que quedó otro hijo pequeño que un caballero mucho suyo le criaba. Este mozo era ya caballero muy recio y esforzado, según había parecido en las cosas degrandes afrentas que se halló, y como hasta allí había sido muy mozo, no pensaba, ni discreción le daba lugar, sino en seguir más las armas que en procurar las cosas de provecho, y como ya de mayor edad fuese, hubo alguno de los servidores de su padre que huidos andaban, que a la memoria le. trajeron la muerte de su padre y de sus hermanos, y como aquel reino de Sobradisa de derecha era suyo, y aquella reina se lo tenía forzosamente, y que si el corazón tuviese para él reparo de cosa que tanto le cumplía como para las otras cosas que con poco trabajo podría recobrar aquella gran pérdida y ser gran señor, ahora tornando al reino o sacando tal partido que honradamente como hijo de quien era pudiese pasar. Pues esto caballero, que Trión había nombre, como ya fuese codicioso de señorear, siempre estaba pensando en esto que acuelles criados de su padre le decían, y aguardando tiempo convenible para el remedio de su deseo, como ahora supiese esta gran discordia que entre el rey Lisuarte y Amadís de Gaula estaba, pensó que tanto tendría que hacer Amadís en aquello que de lo otro no tendría memoria, y puesto que la tuviese, que su gran poder no bastaría para socorrer a todas partes, según con tan grandes hombres estaba revuelto, que este caballero era el mayor estorbo que él hallaba. Y sabiendo la partida de la reina Briolanja, como tan desacompañada fuese, que en toda su nao no llevaba veinte hombres de pelea, y ninguno de ellos de mucha afrenta, salió luego de un castillo muy fuerte que de su padre Abiseos le había quedado, del cual, y no de más, era señor cuando a su hermano el rey mató, y fue por causa de sus amigos; y no les diciendo el caso allegó hasta cincuenta hombres bien armados, y algunos ballesteros y arqueros, y guarneciendo dos navíos se metió a la mar con intención de prender a la reina, y con ello sacar gran partido, y si tal tiempo viese le tomar todo el reino. Y sabiendo la vía que llevaba, una tarde le salió a la delantera sin sospecha que de él se tuviese, y como de lejos los de la nao viesen aquellos dos navíos, dijéronlo a la reina y salieron luego don Cuadragante y Brián de Monjaste al borde de la nao y vieron cómo derechamente venían contra ellos, e hicieron armas esos que ende estaban, y ellos se armaron y no curaron sino ir su camino, y así los otros que venían llegaron tan cerca que bien se podía oír lo que dijesen. Entonces, Trión dijo en una voz alta:

—Caballeros que en esta nao venís, decid a la reina Briolanja que está aquí Trión, su primo, que la quiere hablar, y que mande a los suyos que se no defiendan, si no que uno de ellos no escapará de ser muerto.

Cuando la reina esto oyó, hubo gran miedo y espanto, y dijo:

—Señores, éste es el mayor enemigo que yo tengo, y pues ahora se atrevió a hacer esto no es sin gran causa y sin gran compaña.

Don Cuadragante le dijo:

—Mi buena señora, no temáis nada, que placiendo a Dios muy presto será castigado de su locura.

Entonces mandó a uno que le dijese que si él solo quería entrar donde la reina estaba que de grado lo recibieran. Y dijo él:

—Pues así es, yo la veré mal su grado y de todos vosotros.

Entonces mandó a un caballero criado de su padre que con la una nao acometiese la nao por la otra parte y que pugnase de la entrada, y él así lo hizo. Como don Brián de Monjaste los vio apartar, dijo a don Cuadragante que tomase de aquella gente la que le pluguiese y guardase la una parte, y que él con tá otra defendería la otra parte, y así lo hicieron, que don Cuadragante quedó a la parte donde Trión quería combatir, y Brián de Monjaste a la del otro caballero. Don Cuadragante mandó a los suyos que estuviesen delante, y él quedó lo más encubierto que pudo tras ellos, y dijoles que si Trión quisiese entrar que se lo no estorbasen.

Estando así el negocio, la nao fue acometida por ambas partes y muy reciamente, porque los que la combatían sabían muy bien cómo ella no había defensa ni peligro para ellos, que de los caballeros de la Ínsula Firme ninguna cosa sabían, y como llegaron Trión con la soberbia grande que traía, y la gana de acabar su hecho, en llegando saltó en la nao sin ningún recelo, y la gente de la reina se comenzó a retraer como les era mandado. Don Cuadragante, como dentro lo vio, pasó por los suyos, y como era muy grande de cuerpo, como la historia os lo ha contado en la parte segunda, y vio Trión, bien conoció que aquél no era de los que él sabía, pero por eso no perdió el corazón, antes se fue para él con mucho denuedo, y diéronse tan grandes golpes por cima de los yelmos que el fuego salía de ellos y de las espadas; mas como don Cuadragante era de mayor fuerza y le dio a su voluntad, fue Trión tan cargado del golpe, que la espada se le cayó de la mano, y cayó de rodillas en el suelo, y don Cuadragante miró y vio cómo los contrarios entraban en la nao a más andar, y dijo a los suyos:

—Tomad este caballero—; entonces pasó a los otros, y al primero que delante si halló diole por cima de la cabeza tan gran golpe que no hubo menester maestro. Los otros, cuando vieron preso a su señor y aquel caballero muerto, y los grandes golpes que don Cuadragante daba a unos y a otros, pugnaron cuanto pudieron por se tomar a su nao, y con la prisa que don Cuadragante y los suyos les dieron, algunos se salvaron y otros murieron en el agua, así que en poca de hora fueron todos vencidos y echados de la nao que ya como suya tenían; entonces miró a la otra parte, donde Brián se combatía, y vio cómo estaba dentro en la nao con los enemigos, y que hacía gran estrago en ellos, y envióle de los que él tenía que le fuesen ayudar, y él quedó con los otros esperando a los contrarios si le querían acometer, y con esta ayuda que a don Brián le llegó y con los que él tenía, muy prestamente fueron todos vencidos, porque aquel caballero, su capitán, fue allí muerto, y vieron cómo la nao de Trión se apartaba como cosa vencida; entonces los que estaban vivos demandaban merced, y don Brián mandó que ninguno muriese, pues no se defendían, y así se hizo que los tomaron presos y se apoderaron de la nao.

La reina Briolanja, en toda esta revuelta, estuvo metida en su cámara con todas sus dueñas y doncellas, rogando a Dios hincada de rodillas que le guardase de aquel peligro, y aquellos caballeros que la ayudaban y defendían. Así estando llegó uno de los suyos y dijo:

—Señora, salid fuera y veréis cómo Trión es preso y toda su compaña maltratada y desbaratada, que estos caballeros de la Ínsula Firme han hecho grandes maravillas de armas, las cuales ningunos pudieran hacer.

Cuando la reina esto oyó fue tan alegre como podéis

pensar, y alzó las manos y dijo:

—Señor Dios todopoderoso, bendito seáis, porque en tal tiempo, y por tal ventura, me trajisteis a estos caballeros, que de Amadís y sus amigos no me puede venir sino toda buena ventura.

Y salida de la cámara vio cómo los suyos tenían preso a Trión, y que don Cuadragante guardaba que los enemigos no llegasen a combatir, y vio cómo de la nao que don Brián de Monjaste había ganado estaban los suyos apoderados; y llegóse a don Cuadragante y díjole:

—Mi señor, mucho agradezco a Dios y a vos lo que por mí habéis hecho, que ciertamente yo estaba en gran peligro de mi persona y de mi reino.

Él le dijo:

—Mi buena señora, veis ende a vuestro enemigo; mandad de él hacer justicia.

Trión cuando esto oyó no estuvo seguro de la vida, e hincó los hinojos ante la reina, y dijo:

—Señora, demándoos merced que no muera, y mirad a vuestra gran mesura y que soy de vuestra sangre, y si os he enojado, algún tiempo os lo podré servir.

Como la reina era muy noble, hubo piedad de él, y dijo:

—Trión, no por lo que os merecéis, mas por lo que a mí toca, yo os aseguro la vida hasta que más con estos caballeros sobre ello vea.

Y mandó que lo metiesen en su cámara y lo guardasen.

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