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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (164 page)

—Por bien lo tengo —dijo Amadís—, que así se haga, que yo también lo he menester, porque aún me siento flaco de unas heridas que hube, de que no soy bien sano, y mucho me hicisteis alegre de lo que me decís de mi señora, que en comparación de su enojo todas las cosas que me podrían venir de grandes afrentas, ni aun la misma muerte, no las tengo en tanto como nada.

Capítulo 130

Cómo estando Amadís en la Ínsula de la Torre Bermeja, sentado en unas peñas sobre la mar, hablando con Grasandor en las cosas de su señora Oriana, vio venir una fusta de donde supo nuevas de la flota que era ida a Sansueña y a las ínsulas de Landas.

Así como oís estaban en aquella Ínsula de la Torre Bermeja Amadís y Grasandor con mucho placer, y Amadís siempre preguntaba por su señora Oriana, que en ella eran todos sus deseos y cuidados, que aunque la tenía en su poder no le fallecía un solo punto del amor que siempre le hubo, antes ahora mejor que nunca le fue sojuzgado su corazón, y con más acatamiento entendía seguir su voluntad, de lo cual era causa que estos grandes amores que entrambos tuvieron no fueron por accidente como muchos hacen, que más presto que aman y desean aborrecer, mas fueron tan entrañables y sobre pensamiento tan honesto y conforme a buena conciencia que siempre crecieron, así como lo hacen todas las cosas armadas y fundadas sobre la virtud, pero es al contrario lo que todos generalmente seguimos, que nuestros deseos son más al contentamiento y satisfacción de nuestras malas voluntades y apetitos que a la bondad y razón nos obliga, lo cual en nuestras memorias y ante nuestros ojos deberíamos tener, considerando que si todas las cosas dulces y sabrosas fuesen en nuestras bocas puestas y en fin de la dulzura un sabor amargo quedase, no tan solamente lo dulce se perdía, mas la voluntad sería tan alterada que con lo postrimero grande enojo de lo primero sentiría, así que bien podemos decir que en la fin es lo más de la gloria y perfección. Pues si esto es así, porque dejamos de conocer que aunque las cosas deshonestas, así amores como de otra cualquiera cualidad, traían al comienzo dulzura y al fin amargura y arrepentimiento, que las virtuosas y de buena conciencia que al comienzo pasen con aspereza y amargura, la fin da siempre contentamiento y alegría; pero en lo de este caballero y de su señora no podemos apartar lo malo de lo bueno ni lo triste de lo alegre, porque desde que su comienzo siempre su pensamiento fue en seguir la honesta fin en que ahora estaban, y si cuidados y angustias uno por otro pasaron, que no fueron pocas, como esta grande historia lo cuenta, no creáis que en ellas recibían pena ni pasión, antes mucho descanso y alegría, porque mientras más veces traían a la memoria sus grandes amores, tantas eran causas de se tener el uno al otro delante de sus ojos, como si en efecto pasara, lo cual les daba tan gran remedio y consuelo a sus alegres congojas que por ninguna guisa quisieran de si partir aquella sabrosa membranza.

Mas dejemos de hablar en esto de estos leales amores, así porque no tienen cabo como porque muy grandes tiempos pasaron y pasarán antes que otros semejantes se vean, ni de quien con tan grande escritura memoria quede.

Pues así hablaba Amadís con Grasandor en aquellas cosas que más les agradaban, y avínoles que estando entrambos sentados en unas peñas altas sobre la mar, vieron venir una fusta pequeña derechamente a aquel puerto y no quisieron de allí partir sin que primero supiesen quién en ella venía. Llegada la fusta al puerto mandaron a un escudero de los de Grasandor que supiese qué gente era la que allí arribara, el cual fue luego a lo saber, y cuando volvió dijo:

—Señores, allí viene un mayordomo de Madasima, mujer de don Galvanes, que pasa a la Ínsula de Mongaza.

—Pues ¿de dónde viene? —dijo Amadís.

—Señor —dijo el escudero—, dice que de donde está don Galvanes y don Galaor, y no supe de ellos más.

Cuando Amadís esto oyó, descendiéronse él y Grasandor de las peñas y fuéronse al puerto donde la fusta estaba, y como llegaron conoció Amadís a Nolfón, que así había nombre el mayordomo, y díjole:

—Nolfón, amigo, mucho soy alegre con vos, porque me diréis nuevas de mi hermano don Galaor y de don Galvanes, que después que de la Ínsula Firme partieron nunca las he sabido.

Cuando el mayordomo lo vio y conoció que era Amadís mucho fue maravillado por le hallar en tal parte, que bien sabía él cómo aquella ínsula era del gigante Balán, el mayor enemigo que Amadís tenía, por le haber muerto a su padre, y luego salió en tierra e hincó los hinojos él por le besar las manos, mas Amadís lo abrazó y no se las quiso dar.

El mayordomo dijo:

—Señor, ¿qué ventura fue aquélla que aquí os trajo en esta tierra tan desviada de donde os dejamos?

Amadís le dijo:

—Mi buen amigo, Dios me trajo por un caso que después sabréis; mas decidme todo lo que de mi hermano y de don Galvanes y Dragonís habéis visto.

—Señor —dijo él—, Dios loado, yo os lo puedo decir muy bien y cosas de vuestro placer. Sabed que don Galaor y Dragonís partieron de Sobradisa con mucha gente y bien aderezada, y don Galvanes, mi señor, se juntó con ellos, con toda la más gente que haber pudo de la Ínsula de Mongaza, en la alta mar a una roca que por señal tenían, que se llama la Peña de la Doncella Encantadora, no sé si la oísteis decir.

Amadís le dijo:

—Por la fe que a Dios debéis, mayordomo, que si algo de las cosas que en esa peña son sabéis, que me las digáis, porque don Gavarte de Val Temeroso me hubo dicho que siendo él mal doliente, viniendo por la mar pasó al pie de esta peña que decís y que su mal le estorbaba de subir suso y ver muchas cosas que en ella son, y que le dijeron los que las han visto que entre ellas había una gran ventura en que fallecían de la acabar los caballeros que la probaban.

El mayordomo le dijo:

—Todo lo que pude aprender, que quedó en memoria de hombres, os diré de grado. Sabed que a aquella peña quedó este nombre porque tiempo fue que aquella roca fue poblada por una doncella que de allí fue señora. La cual mucho trabajo de saber las artes mágicas y nigromancia y aprendiólas de tal manera que todas las cosas que a la voluntad le venían acababa, y el tiempo que vivía allí hizo su morada, la cual tenía la más hermosa y rica que nunca se vio, y muchas veces acaeció tener alrededor de aquella peña muchas fustas que por la mar pasaban desde Irlanda y Noruega y Sobradisa a las Ínsulas de Landas y a la Profunda Ínsula, y por ninguna guisa de allí se podían partir, si la doncella no diese a ello lugar desatando aquellos encantamientos con que ligadas y apremiadas estaban, y de ellas tomaba lo que le placía, y si en las fustas venían caballeros teníalos todo el tiempo que le agradaba y hacíalos combatir unos contra otros hasta que se vencían y aun mataban, que no habían poder de hacer otra cosa, y de aquello tomaba ella mucho placer. Otras cosas muchas hacía que serían largas de contar, pero como sea cosa muy cierta los que engañan ser engañados y maltratados en este mundo y en el otro, cayendo en los mismos lazos que a los otros armaron, a cabo de algún tiempo que esta mala doncella con tanta riqueza y alegría sus días pasaba, creyendo penetrar con su gran saber los grandes secretos de Dios fue permitiéndolo Él, traída y engañada por quien nada de esto no sabía, y esto fue que entre aquellos caballeros que así allí trajo, fue uno natural de la isla de Creta, hombre hermoso y asaz valiente en armas, de edad de veinticuatro años, de éste fue la doncella con tanta afición enamorada que de su sentido la sacaba, de manera que su gran saber ni la gran resistencia y freno que a su voluntad tan, desordenada y vencida ponía no la pudieron excusar que a este caballero no hiciese señor de aquello que aún hasta allí ninguno poseído había, que era su persona, con el cual algún tiempo con mucho placer de su ánimo pasó y él asimismo con ella, más por el interés que de allí esperaba que por su hermosura de ella, de la cual muy poco la natura la había ornado. Así estando en esta vida aquella doncella y el caballero su amigo, él considerando que en tal parte como aquella tan extraña y apartada, siendo del mundo señor muy poco le aprovechaba, comenzó a pensar qué haría porque de aquella prisión salir pudiese, y pensó que la dulce palabra y el rostro amoroso con los agradables actos que en los amores consisten aun siendo fingidos tenían mucha fuerza de turbar y trastornar el juicio de toda persona que enamorada fuese, y comenzó mucho más que antes a se le mostrar sojuzgado y apasionado por sus amores, así en lo público como en lo secreto, y rogarla con mucha afición que diese lugar a que no pensase que aquello le venía por causa de las fuerzas de sus encantamientos, sino solamente porque su voluntad y querer en ello le inclinaban. Pues tanto la ahincó, que creyendo ella tenerlo enteramente, y juzgando por su sojuzgado y apremiado corazón que tan sin engaño como ella lo amaba así lo hacía él, dejóle libre que de sí pudiese hacer a su guisa. Como él así se vio, deseando más que antes dejar aquella vida, estando un día hablando con la doncella a la vista de la mar, como otras muchas veces abrazándola, mostrándole mucho amor, dio con ella de la peña ayuso tan gran caída que toda fue hecha piezas. Como el caballero esto hubo hecho tomó cuanto allí halló y todos los moradores, así los hombres como mujeres, y dejando la isla despoblada se fue a la isla de Creta; pero dejó allí, en una cámara del mayor palacio de la doncella, un gran tesoro, según dicen, que no lo pudo tomar él ni otro alguno por estar encantado, hasta el día de hoy, y algunos que en el tiempo de los grandes fríos, cuando las serpientes se encierran, que se han atrevido a subir en la peña, dicen que han llegado a la puerta de aquella cámara, pero que no han poder de entrar dentro y que están letras escritas en la una puerta tan colocadas como sangre, y en la otra, otras letras que señalan el caballero que allí ha de entrar y ha de ganar aquel tesoro, sacando primero una espada que está metida hasta la empuñadura por las puertas y luego serán abiertas; esto es, señor, lo que sé de lo que me preguntasteis.

Amadís, desde que le hubo oído, estuvo un poco pensando cómo podría ir él a acabar aquello que en tantos había fallecido, y calló, que no dijo nada de ello, mas preguntó a Nolfón lo de sus hermanos y amigos; él le dijo:

—Señor, pues juntas las flotas allí, al pie de aquella peña que oís, tomaron la vía de la Profunda Ínsula, mas no pudo ser tan secreta su llegada que antes no les fuese a todos manifiesta por algunas personas que por la mar venían, y toda la ínsula se alborotó con un primo hermano del rey muerto, y como al puerto llegamos ocurrió allí toda la gente, con la cual hubimos una grande y peligrosa batalla, ellos de la tierra y nosotros de los navíos, mas al cabo don Galaor y Dragonís y don Galvanes saltaron en tierra a mal su grado de los enemigos e hicieron tal estrago en ellos con otros muchos de los nuestros que les ayudaron que apartaron por aquel cabo la gente de la ribera, así que hubimos lugar de salir de las naos, y luego todos de consuno herimos en ellos tan recio que no nos pudiendo sufrir volvieron las espaldas; pero las cosas que don Galaor hizo no las podría hombre ninguno contar, que allí cobró todo lo que en tanto tiempo con su gran dolencia había perdido, y entre los que mató fue aquel capitán primo del rey que dio más aína causa a que toda su gente fuese por nosotros en la villa encerrada, donde los cercamos por todas partes, mas como todos fuesen hombres de poca suerte y no tuviesen caudillo, que los más principales de aquella ínsula murieron con el rey su señor en él socorro de Luvaina y otros muchos presos y nos vieron señorear el campo y a ellos sin remedio de ser socorridos, movieron trato luego que les asegurasen lo suyo y los dejasen en ello, como lo tenían y se darían, y así se hizo, que no ocho días después de aquí llegamos fue ganada toda la isla, y alzado Dragonís por rey y porque don Galvanes mi señor y don Galaor fueron heridos, aunque no mal, acordaron de me enviar a mi señora Madasima y a la reina Briolanja a les decir las nuevas, y yo, señor, vine por aquí por ver a Madasoma, tía de mi señora, a quien ella mucho precia y ama, porque es una señora muy noble y de gran bondad, y con no pensamiento de os hallar en esta parte.

Amadís hubo placer de aquellas nuevas y dio muchas gracias a Dios porque tal victoria había dado a su hermano y a aquellos caballeros que él tanto amaba, y preguntóle si sabían allá algo de lo que don Cuadragante y don Bruneo de Bonamar y los caballeros que con ellos fueron habían hecho.

—Señor —dijo él—, después que la isla ganamos hallamos en ella algunas personas que huyeron de las Ínsulas de Landas y de la ciudad de Arabia, pensando que allí estaban más a salvo no sabiendo nada en nuestra ida, y dijeron que antes que de allá partiesen habían habido una gran batalla con un sobrino del rey Arábigo y con la gente de la ciudad y de la isla, pero al cabo los de las ínsulas fueron desbaratados y maltratados y que los demás no sabían cosa alguna.

Con estas nuevas, todos con gran placer subieron al castillo, y Amadís habló con Balán el Gigante, que aún del lecho no era levantado, y díjole que le convenía partir de allí en todo caso y que le rogaba que mandase dar a Darioleta y su marido todo lo que les había tomado y la fusta en que allí vinieran, porque se fuesen a la Ínsula Firme, y que también habría placer que con ellos enviase a su hijo Bravor y a su mujer, porque los viese Oriana y estuviese con otros donceles de gran guisa que allí estaban hasta que fuese sazón de lo armar caballero, y que él se lo enviaría tan honrado como a hombre de tal alto lugar convenía. El gigante le dijo:

—Señor Amadís, así como mi voluntad hasta aquí ha estado con deseo de te hacer todo el mal que pudiese, así ahora, de revés de aquel pensamiento, yo te amo de buen amor y me tengo por honrado en ser tu amigo, y esto que mandas se hará luego, y yo, cuando me levante y esté en disposición de trabajar, quiero ir a ver tu casa y esa ínsula y estar en tu compaña todo el tiempo que te agradare.

Amadís le dijo:

—Así cómo lo dices se haga, y cree que siempre en mi tendrás un hermano por lo que tú vales y por quien eres y por el deudo que con Gandalac, al cual mis hermanos y yo en lugar de padres tenemos, y danos licencia, que mañana nos queremos ir, y no pongas en olvido lo que me prometes.

Pero quiero que sepáis que este Balán no hizo aquel camino tan presto como él cuidaba, antes sabiendo que don Cuadragante y don Bruneo tenían cercada la ciudad de Arabia y estaban en alguna necesidad de gente, tomó la más que pudo haber de la ínsula y de las otras de sus amigos y fueles ayudar con tal aparejo que dio ocasión que aquello que comenzado estaba con gran honra se acabase, y nunca de ellos se partió hasta que aquellos dos señoríos de Sansueña y del rey Arábigo fueron ganados, como adelante lo contará la historia.

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