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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (168 page)

—Mi buen señor, ¿sois vos don Galaor?

—No —dijo él—, sino don Galvanes, que mucho os ha deseado.

Entonces el gigante lo abrazó y díjole:

—Señor don Galvanes, según el deudo tenemos no hubiera pasado tanto espacio de tiempo sin que me vierais, mas la enemistad que yo tenía con quien vos tan gran amistad tenéis dio causa a la tardanza de ello, pero está ya fuera por la mano de aquél que en discreción ni esfuerzo no tiene par.

El rey Galaor llegó riendo y de buen talante a lo abrazar, dijo:

—Mi buen amigo y señor, yo soy aquél por quien preguntabais.

Balán lo miró y dijo:

—Verdaderamente, buen testigo es de ello ese vuestro gesto, según se parece, por quien yo os deseaba conocer.

Esto decía el gigante porque Amadís y don Galaor se parecían mucho, tanto que en muchas partes tenían al uno por el otro, salvo que don Galaor era algo más alto de cuerpo y Amadís más espeso.

Esto hecho tomaron al rey Galaor en medio y fuéronse a su real, y don Galvanes llevó a don Balán a su tienda en tanto que su aposentamiento se hacía, donde fue servido como al uno y al otro lo requería debía ser.

Capítulo 131

De cómo Agrajes y don Cuadragante y don Bruneo de Bona-mar, con otros muchos caballeros, vinieron a ver al gigante Balán, y de lo que con él pasaron.

Agrajes y don Cuadragante y don Bruneo de Bonamar, como supieron la venida de aquel gigante, tomaron consigo a Angriote de Estravaus y a don Gavarte de Val Temeroso y a Palomir y don Brián de Monjaste y otros muchos caballeros de gran prez que allí con ellos estaban para les ayudar a ganar aquellos señoríos que habéis ido, y fueron todos al real del rey don Galaor y de don Galvanes, donde el gigante aposentado estaba, y halláronlo en la tienda de don Galvanes, que era la más rica y bien obrada que ningún emperador ni rey podría tener, la cual hubo con Madasima, su mujer, que le quedó de Famongomadán, su padre, en esta tienda después que cada año la hacía armar en una vega que delante del castillo Ferviente estaba, hacía sentar en un rico estrado a su hijo Basagante y todos sus parientes, que muchos eran y le obedecían como a su señor por su gran fortaleza y riqueza, y sus vasallos y otras muchas gentes que sojuzgadas por fuerza de armas tenía le besaban la mano por rey de la Gran Bretaña, y con este pensamiento envió demandar al rey Lisuarte a Oriana para la casar con aquél su hijo Basagante y porque no se la quiso dar le hacía muy cruda guerra al tiempo que Amadís los mató a entrambos cuando les quitó a Leonoreta, hermana de Oriana, y a los diez caballeros que con ella presos llevaban, como el segundo libro de esta historia más largo lo cuenta.

Pues al tiempo que estos caballeros llegaron, el gigante estaba desarmado y cubierto de una capa de seda jalde con unas rosas de oro bien puestas por ella, y con él era grande y hermoso y en edad floreciente, parecióles a todos muy bien, y mucho más después que le hablaron, porque según ellos conocían la condición tan fuerte de los gigantes, y como a natura eran todos desabridos y soberbios sin se sojuzgar a ninguna razón, no pensaban que en ninguno de ellos podría ser todo esto al contrario como este Balán lo tenía, y por esta causa lo preciaron mucho más que por su gran valentía, aunque muchos de ellos sabían grandes cosas que en armas había hecho, teniendo que aquel grande esfuerzo sin buena condición y discreción muchas veces es aborrecido.

Pues estando todos juntos en aquella gran tienda, el gigante los miraba y parecíanle también que no pudiera creer que en ninguna parte pudiera haber tantos y tan buenos caballeros, y como los vio sosegados dijoles:

—Si por yo venir tan sin sospecha en vuestra ayuda de ello os maravillaseis como cosa de que muy poca esperanza ni cuidado teníais, así lo hago yo, porque ciertamente no pudiera creer que por ninguna guisa pudiera venir causa que estorbarme pudiera, de no ser como mortal enemigo en vuestro estorbo hasta la muerte. Pero como la ejecución de los pensamientos sea más en la mano de Dios que en la de aquéllos que con gran rigor las querían obrar, entre muchas fuertes y ásperas batallas que a mi honra pasé, me sobrevino una de la cual constreñido al comienzo en la fin de ella por mi propia voluntad fue mi propósito mudado en tener por honra lo que todos los días de mi vida por deshonra tener pensaba, hasta haber alcanzado la venganza de ello, y cuando la cosa que yo en este mundo más deseaba fue a mí voluntad cumplida, entonces se acabó y cumplió el término de mi gran saña y rigor no por el camino que yo tendía más por aquél que a la mi contraria fortuna más le plugo. Ya habéis sabido cómo yo soy hijo de aquel valiente y esforzado gigante Madanfabul, señor de la Ínsula de la Torre Bermeja, al cual Amadís de Gaula llamándose Beltenebros, en la batalla que hubieron el rey Lisuarte y el rey Cildadán mató, y yo, como hijo de tan honrado padre y que tanto a la venganza de esta muerte obligado era, nunca de mi memoria se partía cómo este gran deseo fuese ejecutado, quitando la vida a aquél que a mi padre la quitó, y cuando más sin esperanza de ello estuviese, la fortuna, junto con el gran esfuerzo de aquel caballero, me lo trajo a mis manos dentro en el mi señorío, solo, sin persona que ayudarle pudiese, del cual con mucha fortaleza fui vencido y con mayor cortesía tratado, así como de aquél que lo uno y lo otro más cumplido que ninguno de los que viven tiene, de lo cual redunda que aquella grande y mortal enemistad que yo le tenía se tornó en mayor grandeza de amistad y verdadero amor que ha dado causa de venir como veis sabiendo que en alguna necesidad de gente esta hueste estaba, creyendo que de la honra y provecho de vosotros ocurre a él la mayor parte.

Entonces les contó desde el comienzo todo lo que con Amadís le acaeciera y la batalla que en uno hubieron y todas las otras cosas que pasaron, que nada faltó, así como la historia lo ha contado, y en la fin les dijo que hasta tanto que aquella guerra se partiese, él no partiría de su compaña, y que, aquello acabado, se quería ir luego a la Ínsula Firme como lo prometiera a Amadís. Todos aquellos señores hubieron gran placer de le oír lo que les dijo, porque comoquiera que de Gandalín habían sabido cómo Amadís se combatiera con este gigante y lo venciera, no supieron la causa de ello así como él lo contó, y mucho les plugo de su venida, así por el valor de su persona como por la grande y muy buena gente de guerra que consigo traía, la cual había gran menester según la que en las afrentas pasadas perdido habían, y agradeciéronle mucho su buena voluntad con la obra que por amor de Amadís les ofrecía.

Capítulo 132

Que habla de la respuesta que dio Agrajes al gigante Balán sobre la habla que él le hizo.

Agrajes respondió y dijo:

—Mi buen señor Balán, quiero yo responderos en lo que a la enemistad de mi señor primo Amadís toca, pues que estos señores y yo con ellos os hemos dado las gracias a lo que por vos se nos promete, y si mi respuesta no fuere conforme a vuestra voluntad, tomadla como de caballero, que aunque en las cosas de las armas no sea igual, por ventura por la edad que más tengo y las haber tratado más sabré más cumplidamente que vos lo que para cumplir con ellas se requiere. Y digo que los caballeros que con justa causa las afrentas toman y en ellas hacen su deber sin que algo de lo que la razón les obliga mengüe, aunque en ello cumplen lo que juraron, mucho son de loar, pues que la voluntad y la obra quedaron sin deuda alguna. Pero los que el límite de la razón con fantasía salir quieren, a estos tales, los que más el cabo de la honra alcanza más por soberbios y por desvariados que por fuertes ni esforzados los juzgan. Muy notoria es a todos, y a vos, señor, no debe ser oculto, la manera de la muerte de vuestro padre, que así como si la fortuna lo consintiera dando fin a su atrevimiento en llevar al rey Lisuarte como lo llevaba, fuera de gran loor y fama hasta el cielo, así la deshonra y menoscabo de los que a este rey servían y ayudaban fuera puesta en los abismos, y por esto no os debéis maravillar que Amadís, habiendo gran envidia de la gloria que vuestro padre alcanzar esperaba para si la quisiese, como todos los buenos lo hacen o deberían hacer. Y tal muerte como está considerando cada uno quererla haber hecha y con ella pensar haber alcanzado gran prez, no debería por ninguno ser demandada como aquéllas que feamente se haciendo muy gran parte de la honra se aventura en las perdonar.

Así que, mi señor, en lo que vuestro padre toca y en lo que con Amadís os avino, no se podría hablar justa causa de queja, pues que vosotros y él cumplisteis muy enteramente todo lo que caballeros cumplir debían, y si algún cargo imputarse puede es a la fortuna que con más favor a él que a vosotros ayudar y favorecer le plugo. Así que, mi buen amigo, tener vos por bien, que quedando entera y sin ninguna falta vuestra honra hayáis ganado aquel tan noble caballero y todos señores y esforzados caballeros que allí veis, con otros muchos que ver podríais, si causa es que menester los hubieseis viniese.

Cuando esto hubo oído, el gigante Balán le dijo:

—Mi señor Agrajes, aunque para la satisfacción de mi voluntad ningún amonestamiento necesario era, mucho os agradezco lo que me habéis dicho, porque aunque en este caso excusarse pudiera no es razón que para los venideros se excuse, y dejando de hablar más en esto como cosa olvidada y pasada, será bien que entendamos el dar fin en esta afrenta con aquel esfuerzo y cuidado que deben tener aquéllos que dejando en recaudo sus tierras quieren conquistar las ajenas.

Don Galvanes le dijo:

—Mi buen señor, váyanse estos caballeros a sus tiendas que es hora de cenar, y descansaréis esta noche y mañana, y en tanto serán vuestras tiendas armadas y aposentada vuestra gente, y luego con vuestro consejo se dará la orden de lo que hacerse debe.

Así se fueron aquellos señores a sus reales y quedaron con el gigante don Galvanes y el rey don Galaor, que con ellos aquella noche cenó en aquella grande y rica tienda que ya oísteis, con gran placer, y la cena acabada el rey se fue a sus tiendas y ellos quedaron y durmieron en sus ricos lechos, y venida la mañana, el gigante dijo a don Galvanes que quería cabalgar y dar una vuelta a la ciudad por ver en qué disposición estaba y por dónde mejor combatir se podría. Don Galvanes lo hizo saber al rey don Galaor, y entrambos se fueron con él y rodearon aquella gran ciudad, la cual así como de mucha gente era poblada, así de muy grandes torres y muros fortalecida, que como ésta fuese cabeza de todo aquel reino y de las Ínsulas de Landas que con ellas se contenían y la más principal morada de los reyes, así como unos en pos de otros venían así trabajaban de la acrecentar el mayor número de pueblos y de fortaleza lo más que podían, de manera que grandeza y fortaleza era muy señalada. Pues que visto la hubieron díjole Balán:

—Mis señores, ¿qué os parece que se podría hacer a tan gran cosa como ésta?

Don Galaor le dijo:

—No hay en el mundo más fuerte ni mayor cosa que el corazón del hombre, y si los que dentro están esfuerzo tienen, mucho dudaría yo si por fuerza tomarse pudiesen; pero como en los muchos haya gran discordia, especialmente siéndoles la fortuna contraria, y con ella les sobrevenga la flaqueza, no pongo duda de poderse tomar, así como otras cosas impugnables por esta causa se perdieron.

Pues hablando en esto y en otras cosas se fueron todos tres de consuno a los reales de don Cuadragante y don Bruneo y de los otros sus compañeros, que en aquella parte que ellos iban estaban mirando por dónde mejor el darse podría, y cuando cerca de las tiendas de donde Agrajes posaba llegaron vino a ellos el bueno y el esforzado Enil y dijo:

—Mi señor Balán, Agrajes os ruega que veáis al rey Arábigo que yo en mi tienda preso tengo, que él os quiere hablar de cómo vuestra venida le dijeron envió con mucha afición y grande amor a rogar a Agrajes que a él diese licencia y a vos rogase que le vieseis.

El gigante le dijo:

—Buen caballero, contento soy de la hacer, y podría ser que de esta vista se saque más fruto que de otras grandes afrentas donde mayor se esperase.

Así fueron todos hasta llegar a la tienda de Enil, y el rey don Galaor y don Galvanes se fueron a don Bruneo, y el gigante descabalgó de su caballo y entró en un apartamiento donde el rey Arábigo estaba, el cual de ricos tapetes y paños, donde por mandado de Agrajes como a rey le servían, pero tenía unos tan pesados y fuertes grillos que le quitaban de dar un solo paso, y como el gigante así lo vio hincó los hinojos ante él y quísole besar las manos, mas el rey las tiró a sí y abrazóle llorando y díjole:

—Mi amigo Balán, qué te parece de mí, soy yo aquel rey que tu padre y tú muchas veces visteis, o hallasme en aquella corte acompañado de tan altos príncipes y caballeros y otros reyes mis amigos como muchas veces hallaste esperando de conquistar y señorear muy gran parte del mundo, por cierto, antes creo que me juzgarás por un hombre bajo, preso, cautivo deshonrado puesto en poder de mis enemigos como tú bien ves, y lo que más dolor a mi triste corazón acarrea es que aquéllos de quien yo más remedio esperaba, así como tú y otros muy fuertes gigantes que por mis buenos amigos tenía, los vea venir a dar fin y cabo en mi total destrucción.

Esto dicho no pudo más hablar con las muchas lágrimas que le sobrevinieron. Balán le dijo:

—Manifiesto es a mí cómo mis ojos lo vieron ser verdad lo que tú, buen rey Arábigo, has dicho en te ver muy acompañado y honrado con grandes aparejos y esperanza de conquistar grandes señoríos, y si ahora lo veo tan mudado y trocado, no creas que mi ánimo en ello no siente gran alteración, porque aunque mi estado muy diferente en grandeza del tuyo sea, no dejo por eso de sentir los crueles y duros golpes de la fortuna que ya sabes tú, buen rey, cómo aquel muy esforzado Amadís de Gaula a mi padre Madanfabul mató y cuando más la venganza yo de su muerte esperaba vengar, la mi adversa y contraria fortuna quiso que de este mismo Amadís fuese vencido y sojuzgado por fuerza de armas, siendo en su libertad de me dar la muerte o la vida y porque según la congoja y gran tristeza suya en tanto grado te sojuzgan que no te darían lugar a oír relación tan larga, como sobre ello contarte podría bástete saber que como vencido de aquél a quien yo tanto vencer deseaba, y matar por mis manos si ser pudiera, soy aquí venido donde con legítima causa podría pagarte con otras tantas o por ventura más lágrimas que mi presencia te dieron causa de derramar. Así que no menos que tú yo habría menester consuelo, pero conociendo las grandes y diversas vueltas del mundo y cómo la dirección sea dada para seguir la razón, tomé por partido de ser amigo de aquel tan mi mortal enemigo que más ser no podía, pues que con justa causa no quedando cosa alguna por flaqueza de lo que obligado era lo pude hacer. Y si tú, noble rey, mi consejo tomas, así lo harás, porque muy conocido tengo te será que le tomes y yo como aquél que en el rigor y discordia te tengo de ser enemigo podría ser que en la concordia te seré leal amigo.

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