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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (27 page)

—Dueña —dijo Amadís—, vos hacéis derecho en buscar cómo sea vengada la mayor traición de que nunca oí hablar, y cierto el que la hizo no puede durar mucho sin ser escarnido, que Dios no le querría sufrir y si vos pudieseis acabar con ellos viniesen a la batalla uno a uno, con la ayuda de Dios yo la tomaría.

—Eso no lo harán ellos dijo la dueña.

—Pues, ¿qué os place —dijo él— que yo haga?.

—Qué seáis aquí —dijo ella— de hoy en un año, si fueres vivo, y en vuestro libre poder, y para entonces yo tendré los dos caballeros y seréis vos el tercero.

—Muy de grado —dijo Amadís— lo haré, y no os pongáis en trabajo de los buscar, que yo cuido de los traer para aquel plazo y tales que mantendrán muy bien todo derecho.

Y esto decía él porque creía haber hallado para entonces a su hermano don Galaor y Agrajes, su primo, que con ellos bien osaría acometer tan gran hecho. Mucho lo agradecieron la dueña y la niña, diciéndole que procurase de los buscar muy buenos, porque así convenía que fuesen, que tuviese por cierto que aquel mal rey y sus hijos eran de los valientes y esforzados caballeros que en el mundo había. Amadís les dijo:

—Si no fallece un caballero que demando, no me trabajaría mucho por tercero, aunque ellos más esforzados sean.

—Señor —dijo la dueña—, ¿dónde sois y dónde os buscaremos?.

—Dueña —dijo Amadís—, soy de la casa del rey Lisuarte y caballero de la reina Brisena, su mujer.

—Pues ahora —dijo ella— nos vamos a comer, que sobre tal concierto buena pro nos hará.

Y luego se entraron en un muy hermoso palacio donde se lo dieron bien concertado, y cuando fue sazón de dormir llevaron a Amadís a una cámara donde albergarse y solamente quedó con él la doncella que los leones soltara, y díjole:

—Señor caballero, aquí hay quien os hizo ayuda, aunque no lo sabéis.

—Y ¿qué fue eso?, dijo Amadís.

—Fue —dijo ella— quitaros de la muerte que bien cerca teníais con los leones que por mandado de aquella niña hermosa, mi señora, yo solté, habiendo piedad del mal que os hacían.

Amadís se maravilló de la discreción de persona de tan poca edad, y dijo la doncella:

—Cierto, yo creo que si vive habrá en sí dos cosas muy extremadas de las otras, que serán: ser muy hermosa y de gran seso.

Amadís dijo:

—Cierto, así me parece y decidle que yo se lo agradezco mucho y que me tenga por su caballero.

—Señor —dijo la doncella—, mucho me place en lo que decís y ella será muy alegre tanto que de mí lo sepa, y saliéndose de la cámara quedó Amadís en su lecho y Gandalín y el enano, que en otra cama yacían a los pies de su señor, oyeron bien lo que hablaron y el enano que no sabía la hacienda de su señor y de Oriana, pensó que amaba aquella niña tan hermosa y porque de ella se había pagado se obligaba por su caballero, así que este entendimiento no le hiciera menester a Amadís por muy gran cosa que por él fue sazón de ser llegado a muy cruel muerte, como adelante se contará. Pasada aquella noche y la mañana venida, levantóse Amadís y oyó misa con la dueña; desí preguntó cómo habían nombre aquellos con quien se habían de combatir. Ella le dijo:

—El padre se llama Abiseos y el hijo mayor Darasión, y el otro, Dramis, y todos tres son de gran hecho de armas.

—¿Y la tierra —dijo Amadís—, cómo ha nombre?.

—Sobradisa —dijo ella—, que comarca con Serolís y de la otra parte la cerca la mar.

Entonces se armó y cabalgando en un caballo que la dueña le dio, queriéndose despedir, vino la niña hermosa con una rica espada en sus manos, que de su padre fuera, y dijo:

—Señor caballero, traer por mi amor esta espada en tanto que os durare y Dios os ayude con ella.

Amadís se lo agradeció riendo y dijo:

—Amiga, señora; vos me tened por vuestro caballero para hacer todas las cosas que a vuestra pro y honra sean.

Ella holgó mucho de aquello y bien lo mostró en el semblante. El enano, que todo lo miraba, dijo:

—Cierto, señora, no ganasteis poco, que tal caballero por vos habéis.

Capítulo 22

Cómo Amadís se partió del castillo de la dueña, y de lo que le sucedió en el camino.

Amadís se despidió de la dueña y la niña y entró en su camino y anduvo tanto sin ventura hallar, que llegó a la floresta que se llamaba Angaduza. El enano iba delante y por el camino que ellos iban venía un caballero y una doncella, y siendo cerca de él, el caballero puso mano a su espada y dejóse correr al enano por le tajar la cabeza. El enano, con miedo, dejóse caer del rocín diciendo:

—Acorredme, señor, que me matan.

Amadís, que lo vio, corrió muy aína y dijo:

—¿Qué es eso, señor caballero? ¿Por qué queréis matar a mi enano? No hacéis como cortés en meter mano en tan cautiva cosa, de más ser mío, y no me lo haber demandado a derecho; no pongáis mano en él, que amparároslo he yo.

—De vos lo amparar —dijo el caballero— me pesa, mas todavía conviene que la cabeza le taje.

—Antes habréis la batalla, dijo Amadís. Y tomando sus armas, cubiertos de sus escudos, movieron contra sí al más correr de sus caballos y encontráronse en los escudos tan fuertemente que los falsaron y las lorigas también, y juntaron los caballos y ellos de los cuerpos y de los yelmos, de tal guisa que cayeron a sendas partes grandes caídas, pero luego fueron en pie y comenzaron la batalla de las espadas tan cruel y tan fuerte, que no había persona que la viese que de ello no fuese espantado, y así lo era el uno del otro, que nunca hasta allí lo hallaron quien en tan gran estrecho sus vidas pusiese. Así anduvieron hiriéndose de muy grandes y esquivos golpes una gran pieza del día, tanto que sus escudos eran tajados y cortados por muchas partes y asimismo lo eran los arneses, en que ya muy poca defensa en ellos había y las espadas tenían mucho lugar de llegar a menudo y con daño de sus carnes, pues los yelmos no quedaban sin ser cortados y abollados a todas partes, y siendo muy cansados, tiráronse afuera y dijo el caballero a Amadís:

—Caballero, no sufráis más de afán por este enano y dejadme hacer de él lo que quiero y después yo os lo enmendaré.

—No habléis en eso —dijo Amadís—, que el enano amparároslo he yo en todas guisas.

—Pues, cierto —dijo el caballero—, o yo moriré o la su cabeza habrá aquella doncella que me la pidió.

—Yo os digo —dijo Amadís— que antes será perdida una de las nuestras, y tomando su escudo y espada se tornó a lo herir con gran saña, porque así sin causa y con tal soberbia quería el caballero matar al enano, que se lo no merecía; antes bien, se vino a él con grande miedo y diéronse muy fuertes golpes, trabajando cada uno de hacer conocer al otro su esfuerzo y valentía, así que ya no se esperaba de sí, sino la muerte, pero el caballero estaba muy maltrecho, mas no tanto que se no combatiese con gran esfuerzo.

Pues estando en esta gran prisa que oís, llegó a caso un caballero todo armado donde la doncella estaba, y como la batalla vio, comenzóse a santiguar diciendo que desde que naciera nunca había visto tan fuerte lid de dos caballeros y preguntó a la doncella si sabía quién fuesen aquéllos.

—Sé —dijo ella— que yo los hice justar y no me puedo partir sino alegre, que mucho me placería de cualquiera de ellos que muera, y mucho más de entrambos.

—Cierto, doncella —dijo el caballero—, no es ése buen deseo ni placer, antes es de rogar a Dios, por tan buenos dos hombres; mas decidme: ¿por qué los desamáis tanto?.

—Eso os diré —dijo la doncella—; aquél que tiene el escudo más sano es el hombre del mundo que más desama Arcalaus, mi tío, y de quien más desea la muerte, y ha nombre Amadís, y este otro con quien se combate se llama Galaor y matóme el hombre del mundo que yo más amaba, y teníame otorgado un don y yo andaba por se lo pedir donde la muerte le viniese, y como conocí al otro caballero, que es el mejor del mundo, demándele la cabeza de aquel enano. Así que este Galaor, que muy fuertemente caballero es, por me la dar y el otro por la defender, son llegados a la muerte, de que yo gran gloria y placer recibo.

El caballero que esto oyó dijo:

—¡Mal haya mujer que tan gran traición pensó para hacer morir los mejores caballeros del mundo!, y sacando su espada de la vaina diole un golpe tal en el pescuezo, que la cabeza le hizo caer a los pies del palafrén y dijo:

—Toma este galardón por tu tío Arcalaus, que en la cruel prisión me tuvo, donde me sacó aquel caballero, y fue, cuando el caballo llevarle pudo, dando voces diciendo:

—¡Estad, señor Amadís, que ése es vuestro hermano don Galaor, el que vos buscáis!.

Cuando Amadís lo oyó, dejó caer la espada y el escudo en el campo y fue contra él diciendo:

—¡Ay, hermano, buena ventura haya quien nos hizo conocer!.

Galaor dijo:

—¡Ay, cautivo malaventurado, qué he hecho contra mi hermano y mi señor!, e hincándosele de los hinojos delante le demandó, llorando, perdón. Amadís lo alzó y abrazólo y dijo:

—Mi hermano, por bien empleado tengo el peligro que con vos pasé, pues, que fue testimonio que yo probase vuestra tan alta proeza y bondad.

Entonces se desenlazaron los yelmos por holgar, que muy necesario les era. El caballero les contó lo que la doncella le dijera y cómo ella matara.

—Buena ventura vos hayáis —dijo Galaor—, que ahora soy quito de su don.

—Cierto, señor —dijo el enano—, más me place a mí que así seáis del don quito, que por la guisa que lo comenzabais, mas mucho me maravilla por qué ella me demandaba, que nunca la vi.

Galaor contó cuanto con ella y con su amigo le aviniera y como ya lo habéis oído, y el caballero les dijo:

—Señores, mal llegados sois, ruégoos que cabalguéis y nos vamos a un mi castillo que es aquí cerca y guareceréis de vuestras heridas.

—Dios os dé buena ventura —dijo Amadís— por lo que nos hacéis.

Cierto, señor, yo por bien aventurado me tengo en vos servir, que vos me sacasteis de la más cruel y esquiva prisión, que nunca hombre fue.

—¿Dónde fue esto, dijo Amadís.

—Señor —dijo él—, en el castillo de Arcalaus el Encantador, que yo soy uno de los muchos que allí salieron por vuestra mano.

—¿Cómo habéis nombre?, dijo Amadís.

—Llámanme —dijo él— Balais, y por mi castillo que Carsante se llama, soy llamado Balais de Carsante, y mucho os ruego, señor, que os vayáis conmigo.

Don Galaor dijo:

—Vamos con este caballero que os tanto ama.

—Vamos, hermano —dijo Amadís—, pues que os place.

Entonces cabalgaron como mejor pudieron y llegaron al castillo, donde hallaron caballeros y dueñas y doncellas que con gran amor los recibieron, y Balais les dijo:

—Amigos, veis que traigo toda la flor de la caballería del mundo; el uno es Amadís, aquél que de la dura prisión me sacó; el otro, su hermano don Galaor, y hallélos en tal punto que si Dios por su merced no me llevara aquella vía, muriera el uno de ellos o por ventura entrambos. Servidlos y honradlos como debéis.

Entonces los tomaron de sus caballos y los llevaron a una cámara donde fueron desarmados y puestos en ricos lechos, y allí fueron curados por dos sobrinas de la mujer de Balais, que mucho de aquel menester sabían; mas la dueña, su mujer, fue delante de Amadís y con mucha humildad le agradeció lo que por su marido había hecho en le sacar de la prisión de Arcalaus. Pues allí estando, como oís, Amadís contó a Galaor cómo había salido de la casa del rey Lisuarte por le buscar y que había prometido de lo llevar allí, y rogóle que con él fuese, pues que en todo el mundo no había casa tan honrada ni donde tantos hombres buenos morasen.

—Señor, hermano —dijo don Galaor—, todo lo que os pluguiere tengo yo de seguir y hacer, aunque por dicho me tenía de no ser en esta corte conocido, hasta que mis obras le dieran testimonio como en alguna cosa parecieran a las vuestras o morir en la demanda.

—Cierto, hermano —dijo Amadís—, por eso no lo dejéis, que vuestra gran fama es allá tal, que la mía, si alguna es, se va oscureciendo.

—¡Ay, señor! —dijo don Galaor—, por Dios, no digáis cosa tan desaguisada, que no solamente con la obra, mas ni con el pensamiento no podría alcanzar a las vuestras grandes fuerzas.

—Ahora dejemos esto —dijo Amadís—, que en lo vuestro y mío de razón, según la bondad de nuestro padre, no debe haber ninguna diferencia.

Y luego mandó al su enano que luego se fuese a casa del rey Lisuarte y besando por él las manos a la reina, le dijese de su parte cómo había hallado a Galaor y tanto que de las llagas fuesen guaridos, se partirían para allá. El enano, cumpliendo el mandado de su señor, se puso en el camino de Vindilisora, donde el rey, a la sazón, era con toda su caballería muy acompañado.

Capítulo 23

Cómo el rey Lisuarte, saliendo a caza como otras veces solía, vio venir por el camino tres caballeros armados, y de lo que con ellos le acaeció.

Como el rey Lisuarte muy cazador y montero fuese, siendo desocupado de otras cosas que más a su estado convenían, salía muchas veces a cazar en una floresta que cabe la villa de Vindilisora estaba, que por ser muy guardada muchos venados y otras animalias brutas había. Y siempre acostumbraba ir en paños de monte, proveyendo a cada cosa con aquello que le convenía. Y estando un día en sus armadas cerca de un gran camino, vio venir por él tres caballeros armados y envió a ellos un escudero que les dijese de su parte que se viniesen a él. Lo cual por ellos sabido, desviándose del camino entraron en la floresta a la parte donde el escudero los guiaba. Y sabed que éstos eran don Galvanes Sin Tierra, y Agrajes, su sobrino, y Olivas, que con ellos iba para refutar al duque de Bristoya, y llevaban la doncella consigo, que salvaron de la muerte cuando la querían quemar. Y cuando cerca del rey fueron, conoció muy bien a don Galvanes y díjole:

—¡Don Galvanes, mi buen amigo, seáis muy bien venido!, y fuelo a abrazar, diciéndole:

—Mucho me place con vos, y así, con buen talante, recibió a los otros, que él era el hombre del mundo que con más afición y honra recibía los caballeros que a su corte venían. Don Galvanes le dijo:

—Señor, veis aquí a Agrajes, mi sobrino y yo os lo doy por uno de los mejores caballeros del mundo y si tal no fuese, no le daría tan alto hombre como vos, a quien tantos buenos y preciados sirven.

El rey, que ya había oído loar mucho las cosas de Agrajes, fue muy alegre con él y abrazóle y dijo:

—Cierto, buen amigo, mucho debo agradeceros esta venida y a mí tenerme por culpado sabiendo vuestro gran valor, en no os haber rogado que la hicieseis.

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