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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (31 page)

El caballero dijo:

—Señor, merced, y mostróle el brazo quebrado. Amadís pasó por él y fuese adelante y vio a la otra puerta dos caballeros armados y dijéronle:

—Entrad, caballero, si con nosotros os queréis combatir, si no seréis preso.

—Cierto —dijo él—, antes me combatiré que ser preso.

Y cubriéndose de su escudo bajó su lanza y dejóse a ellos correr y ellos a él, y el uno falleció de su golpe, y al otro hirió en el escudo de manera que se lo falso, e hiriéronlo en el brazo siniestro y quebró la lanza en piezas. Amadís le hirió tan fuertemente que derribó a él y al caballo en tierra, y fue así aturdido de la caída que no supo de sí parte y dejóse ir al otro que quedara a caballo y encontróle con la lanza sin hierro que quedara en el escudo del otro en el yelmo, de manera que se lo sacó de la cabeza y el caballero le hirió en el brocal del escudo de soslayo, así que el encuentro no prendió y quedó allí la lanza sana y pusieron mano a las espadas y diéronse grandes golpes, y Amadís le dijo:

—Cierto, caballero, locura hacéis en os combatir con la cabeza desarmada.

—La mi cabeza —dijo él— la guardaré yo mejor que vos la vuestra.

—Ahora parecerá, dijo Amadís. Entonces lo hirió encima del escudo tan fuerte golpe que la espada entró por él y el caballero perdió las estriberas y hubiera de caer. Amadís, que así embarazado lo vio, diole de llano con la espada en la cabeza de que fue muy aturdido y púsole la mano en el hombro y dijo:

—Caballero, mal guardasteis la cabeza que la perdierais si os diera el golpe a derecho.

El caballero dejó caer la espada de la mano y dijo:

—No quiero perder mi cuerpo con más locura, pues que ya una vez me lo disteis e id adelante.

Amadís le demandó la lanza que yacía en el suelo y él se la dio y llegado a la otra puerta vio dentro, en el castillo, dueñas y doncellas suso en el muro y oyó que decían:

—Si este caballero pasa la puente a pesar de los tres, habrá hecho la mayor caballería del mundo.

Entonces, salieron a él los tres caballeros muy bien armados y en hermosos y grandes caballos, y el uno le dijo:

—Caballero, sed preso o jurad que haréis mandado de la señora del castillo.

—Preso no seré —dijo Amadís— en tanto que me defender pueda, ni la voluntad de la señora, no sé cuál es.

—Pues ahora os guardad, dijeron ellos y fueron todos juntos a lo herir tan bravamente que lo hubieran de derribar con el caballo. Amadís hirió al uno tan recio que le metió el yerro de la lanza por los costados y allí quebró su lanza, así como los otros las quebraran en él, y metiendo mano a las espadas le hirieron tan bravamente que los que los miraban eran mucho maravillados, que los tres caballeros eran valientes y usados en armas y aquél que ante sí tenían no quería la vergüenza para sí. La batalla fue brava. Mas no duró mucho, que Amadís, mostrando sus fuerzas, les daba tales golpes que la espada les hacía llegar a las carnes y a las cabezas, así que en poca de hora los paró tales que no podían sufrir y huyeron contra el castillo y él en pos de ellos, y como los aquejaba el uno de ellos descendió del caballo y Amadís le dijo:

—No os cale descender que os no dejaré si no os otorgáis por vencido.

—Cierto, señor, eso haré yo de grado —dijo él—, y todos los que con vos se combatieren lo deberían ser, según lo que hacéis, y diole su espada. Amadís se la tornó y fue en pos de los otros que vio entrar en un gran palacio y vio a la puerta de él, bien veinte dueñas y doncellas, y la más hermosa de ellas dijo:

—Estad, señor caballero, que mucho habéis hecho.

Amadís estuvo quedo y dijo:

—Señora, pues otórguense por vencidos.

—¿A vos qué os hace?, dijo la dueña.

—Porque me dijeron a la puerta que me convenía matar o vencer, que de otra manera no alcanzaría mi derecho.

—Mas dijéronnos —dijo la dueña— que si acá entraseis a fuerza de ellos que os harían derecho de lo que demandaseis. Y ahora decid lo que os pluguiere.

—Yo demando —dijo él— una doncella que me tomó un caballero en una ribera donde de noche dormía y la trajo a este castillo a su pesar.

—Ahora sentaos —dijo ella—, y venga el caballero y diga su razón y vos la vuestra, y cada uno habrá su derecho y descended un poco en tanto que viene el caballero.

Amadís descendió de su caballo y la dueña lo sentó cabe sí y díjole:

—¿Conocéis vos un caballero que se llama Amadís?.

—¿Por qué lo preguntáis?, dijo él.

—Porque toda esta guarda que visteis en este castillo por él es puesta, y bien os digo que si él acá entra, sé que no saldría de aquí por ninguna manera hasta que se hubiese de quitar de una cosa que prometió.

—¿Y qué fue eso?, dijo él.

—Yo os lo diré —dijo la dueña—, por pleito que a todo vuestro poder le hagáis partir de lo que prometió, quien por armas, quien por otra cosa, pues lo no hizo con derecho.

Amadís dijo:

—Yo os digo, dueña, que cualquier cosa que Amadís haya prometido, en que tanto sea, le haré yo quitar a todo mi poder.

Ella, que no entendía a qué fin era dicho, dijo:

—Pues ahora sabed, señor caballero, que ese Amadís, que os yo hablo, prometió a Angriote de Estravaus que le haría saber a su amiga, y de esta promesa le haced vos partir, pues que tal juntamiento más por voluntad que por fuerza quiere Dios y la razón que se haga.

—Cierto —dijo Amadís—, vos decís razón y si puedo yo lo haré quitar.

La dueña se lo agradeció mucho, pero él no menos contento era, porque cumpliendo su promesa se quitaba de ella y:

—Decid —díjole—, ¿por ventura sois vos, señora, aquélla que Angriote ama?.

Dijo ella:

—Señor, yo soy.

—Cierto, señora —dijo él—, Angriote tengo yo por uno de los buenos caballeros del mundo y al mi cuidar no hay tan alta dueña que se no debía precisar de haber tal caballero, y esto no lo digo por no tener lo que prometí, mas dígolo porque él es mejor caballero que ese que le dio la promesa.

Capítulo 27

Cómo Amadís se combatió con el caballero que la doncella había hurtado estando durmiendo y de cómo lo venció.

Mientras que esto hablaban vino a ellos un caballero todo armado sino la cabeza y las manos. Él era grande y membrudo, y asaz bien hecho para haber gran fuerza y dijo contra Amadís:

—Señor caballero, dícenme que demandáis una doncella que yo aquí traje, y yo no os forcé a vos nada, que ella se quiso venir conmigo antes que quedar con vos, y así tengo que no he por qué os la dar.

—Pues mostrádmela, dijo Amadís.

—Yo no he por qué os la mostrar —dijo el caballero—, mas si decís que no debe ser mía probároslo he por batalla.

—Cierto —dijo Amadís—, eso probaré yo a quienquiera que la os no debéis haber con derecho si la doncella no se otorga a ello.

—Pues sed vos en la batalla, dijo el caballero.

—Mucho me place, dijo Amadís. Ahora sabed que este caballero ha nombre Gasinán, y era tío, hermano de su padre, de la amiga de Angriote, y era el pariente del mundo que ella más amaba y por ser el mejor caballero de armas de su linaje traía su hacienda por seso de él, y trajéronle a este Gasinán un gran caballo y él tomó sus armas y Amadís otrosí cabalgó y tomó las suyas, y la dueña, que Grovenesa había nombre, dijo:

—Tío, yo os lo haría que no pasase esta batalla, que mucho pesar habría de cualquiera de vos que mal le avenga, que vos sois el hombre del mundo que yo más amo, y ese caballero me juró que hará quitar a Amadís de lo que prometió a Angriote.

—Sobrina —dijo Gasinán—, ¿cómo pensáis vos que él ni otro pudiese tirar al mejor caballero del mundo de no cumplir su voluntad?.

Grovenesa le dijo:

—Así me ayude Dios, que yo tengo a éste por el mejor caballero del mundo y si tal no fuese no entrara acá por fuerza de armas.

—¿Cómo —dijo Gasinán—, tanto lo preciáis vos por pasar las puertas a aquéllos que las guardaban?.

—Cierto, él hizo buena caballería mas yo por eso no lo temo mucho, y si en él hay bondad ahora lo veréis, y Dios no me ayude si yo la doncella dejo en cuanto defenderla pueda.

Grovenesa se tiró afuera y ellos partieron contra sí al más ir de los caballos, las lanzas bajas e hiriéronse en los escudos tan bravamente, que luego fueron quebradas y ellos se juntaron de los escudos y yelmos de consuno tan fuertemente que maravilla era, y Gasinán, que menos fuerza había, fue fuera de la silla y dio gran caída, mas él se levantó luego como aquél que era de gran fuerza y corazón, y metió mano a la espada y fuese yendo contra un pilar de piedra que estaba alto en medio del corral, que allí cuidó que le no haría Amadís mal de caballo, y si a él se llegase que se lo podría matar. Amadís se dejó ir a él por lo herir y Gasinán le dio con la espada en el rostro del caballo, de que Amadís fue muy sañudo y quísolo herir de toda su fuerza, y Gasinán se tiró afuera y el golpe dio en el pilar que de fuerte piedra era, así que cortó un pedazo de él, mas la espada fue quebrada en tres pedazos. Cuando él así la vio, hubo gran pesar, como quien estaba en peligro de muerte, y ál no tenía con qué se defender, y lo más presto que pudo descendió de su caballo. Gasinán, que así lo vio, dijo:

—Caballero, otorgad la doncella por mía, si no, muerto sois.

—Eso no será —dijo él— si antes ella no dice que le place.

Entonces, se dejó ir a él Gasinán y comenzólo herir por todas partes como aquél que era de gran fuerza y había gana de ganar la doncella. Mas Amadís se cubría también de su escudó y con tanto tiento, que todos los más golpes recibía en él, y otros le hacía perder y algunas veces le daba con los puños de la espada, que en la mano le quedó, tales golpes que le hacía revolver de una parte a otra y le torcía a menudo el yelmo en la cabeza. Así anduvieron gran pieza en la batalla, tanto, que las dueñas y doncellas se espantaban de cómo lo podía Amadís sufrir sin tener con qué hiriese, pero desde que se vio descubierto por muchos lugares de su loriga y menguado de su escudo púsolo todo en aventura de muerte, y dejóse ir con gran saña a Gasinán, tan presto, que el otro no pudo ni tuvo tiempo de lo herir, y abrazáronse ambos pugnando cada uno por derribar a otro y así anduvieron una pieza que nunca Amadís lo dejó que de él se soltase, y .siendo cerca de una gran piedra que en el corral había, puso Amadís toda su fuerza, que muy mayor que ninguno pudiera pensar la tenía, aunque de gran cuerpo no era, y dio con él encima de ella tan gran caída que Gasinán fue todo aturdido, que no se meneaba con pie ni con mano. Amadís tomó la espada presto, que le cayera de la mano, y cortándole los lazos del yelmo tiróselo de la cabeza y el caballero acordó ya cuanto más, pero no de manera que levantarse pudiera, y díjole:

—Don caballero, mucho pesar me hicisteis sin derecho y ahora me vengaré de ello, y alzó la espada como que lo quería herir, y Grovenesa dio grandes voces diciendo:

—¡Ay, buen caballero!, por Dios, merced, no sea así, y fue contra él llorando, cuando Amadís vio que le tanto pesaba, hizo mayor semblante de lo matar y dijo:

—Dueña, no me roguéis que lo deje, que él me ha hecho tanto pesar que por ninguna manera dejaré de le cortar la cabeza.

—¡Ay!, señor caballero —dijo ella—, por Dios, demandad todo lo que vuestra voluntad fuere que nos hagamos en tal que no muera y luego será cumplido.

—Dueña —dijo él—, en el mundo no hay cosas porque yo lo dejase, sino por dos cosas, si las vos quisiereis hacer.

—¿Qué cosas son?, —dijo ella.

—Dadme la doncella —dijo él—, y vos me juréis como leal dueña que iréis a la primera corte que el rey Lisuarte hiciere y allí me daréis un don, cual yo pidiere.

Gasinán, que estaba ya más acordado y se vio en tan gran peligro, dijo:

—¡Ay!, sobrina, por Dios, merced, y no me dejéis matar y habed duelo de mí y haced lo que el caballero dice.

Ella lo otorgó como Amadís lo pedía. Entonces, dejó al caballero y dijo:

—Dueña, yo os estaré bien en el don que os prometí y vos tened en la otra jura y no temáis que os yo demande cosa que sea contra vuestra honra.

—Muchas mercedes —dijo ella—, que vos sois tal, que haréis todo derecho.

—Pues ahora venga la doncella que yo demando.

La dueña la hizo venir y fue hincar los hinojos ante Amadís y dijo:

—Cierto, señor, mucho afán habéis llevado por mi, y comoquiera que Gasinán me trajese a engaño, conozco que me quiere bien, pues quiso antes combatirse que darme por otra manera.

—Amiga señora —dijo Gasinán—, si a vos parece que os ame, si Dios me ayude, parece os gran verdad y ruégoos mucho que quedéis conmigo.

—Así lo haré —dijo ella—, placiendo a este caballero.

—Cierto, doncella —dijo Amadís—, vos escogéis uno de los buenos caballeros que podríais hallar, pero si esto no es vuestro placer, luego me lo decid y no me culpéis de cosa que de ellos os avenga.

—Señor —dijo ella—, yo agradezco mucho a vos porque aquí me dejáis.

—En el nombre de Dios, dijo Amadís. Entonces, demandó su caballo y Grovenesa quisiera que quedara ya aquella noche, mas él no lo hizo, y cabalgando en él, despedido de ella, mandó llevar a Gandalín los pedazos de la espada y salió del castillo, mas antes Gasinán le rogó que la suya llevase, y él se lo agradeció mucho y tomóla y Grovenesa le hizo dar una lanza y así entró en el derecho camino del árbol de la encrucijada que allí pensaba hallar a Galaor y Balais.

Capítulo 28

De lo que acaeció a Balais, que iba en busca del caballero que había hecho perder a don Galaor el caballo.

Balais de Carsante se fue en pos del caballero que soltó el caballo de don Galaor, el cual iba ya muy lejos y aunque él mucha prisa por lo alcanzar se dio, tomóle ante la noche que muy oscura vino, y anduvo hasta la medianoche. Entonces oyó unas voces ante sí en una ribera y fue para allá y halló cinco ladrones que tenían una doncella que la querían forzar, y el uno de ellos la llevaba por los cabellos a la meter entre unas peñas. Y todos eran armados de hachas y lorigas, Balais, que lo vio, dijo a grandes voces:

—¡Villanos, malos traidores!, ¿qué queréis a la doncella?, dejadla, si no todos seréis muertos, y dejóse ir a ellos y ellos a él e hirió al uno con la lanza por los pechos y salióse el hierro a las espaldas y la lanza quebrada, cayó el ladrón muerto. Mas los cuatro le hirieron de manera que el caballo cayó luego entre ellos y salió de él lo más aína que pudo, como aquél que era esforzado y buen caballero y metió mano a su espada y los ladrones se dejaron correr a él e hiriéronle de todas partes, por do mejor podían, y él hirió a uno que más a mano halló por cima de la cabeza que le hendió hasta el pescuezo y dio con él muerto en tierra y dejando colgar la espada de la cadena tomó muy presto la hacha que al villano se le cayera y fue contra los otros, que viendo los grandes golpes que daba, se le acogían a un tremedal que la entrada tenía estrecha, pero antes alcanzó al uno con la hacha en los lomos, que le cortó la carne y huesos hasta la ijada, y pasando sobre él fue a los dos que se le acogieran al tremedal y allí había un fuego grande y los ladrones se pusieron de la otra parte vueltos los rostros contra el que no había por dónde huyese. Balais se cubrió de su escudo y fue para ellos y los ladrones le hirieron de grandes golpes por cima del yelmo, así que la una mano le hicieron poner en tierra, mas él se levantó bravamente, como aquél que era de gran corazón, y dio al uno con la hacha tal herida que la media cabeza le derribó y dio con él en el fuego. El otro cuando se vio solo, dejó caer la hacha de las manos y paróse ante él de hinojos y dijo:

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