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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (35 page)

Esto se hizo luego que tomándolos el rey por un escrito los mandó a su tienda llamar cuando hubo comido, y allí les rogó que le otorgasen leal compañía y se no partiesen de su corte sin su mandado, y él les prometió de los querer y amar y hacer mucha honra y merced, de guisa que guardando sus posesiones de lo suyo propio de él fuesen sus estados mantenidos. Todos los que allí eran lo otorgaron, fueras ende Amadís, que por ser caballero de la reina con alguna causa de ello excusarse pudo. Eso así hecho, la reina dijo que la excusasen, si les pluguiere que les quería hablar. Entonces se llegaron todos y callaron por oír lo que diría. Ella dijo al rey:

—Señor, pues que tanto habéis ensalzado y honrado los vuestros caballeros, cosa guisada sería que así lo haga yo a la mis dueñas y doncellas, y por su causa a todas en general por do quiera y cualquiera parte que estén, y para esto pido a vos y a estos hombres buenos que roe otorguéis un don que en semejantes fiestas se deben pedir y otorgar las buenas cosas.

El rey miró a los caballeros y dijo:

—Amigos, ¿qué haremos en esto que la señora reina pide?.

—Que se le otorgue —dijeron ellos— todo lo que demandare.

—¿Quién hará ende ál —dijo don Galaor—, sino servir a tan buena señora?.

—Pues que así os place —dijo el rey—, séale el don otorgado, aunque sea grave de hacer.

—Así sea, dijeron todos ellos. Esto oído por la reina, dijo:

—Lo que os demando en don es que siempre sean de vosotros las dueñas y doncellas muy guardadas y defendidas de cualquiera que tuerto o desaguisado les hiciere. Y, asimismo, que si acaso fuere que haya prometido algún don a hombre que os le pida y otro don a dueña y doncella, que antes él de ellas seáis obligados a cumplir como parte más flaca y que más remedio ha menester y así lo haciendo serán con esto las dueñas y doncellas más favorecidas y guardadas por los caminos que anduvieren, y los hombres desmesurados ni crueles no osarán hacerles fuerza ni agravio sabiendo que tales defendedores por su parte y en su favor tienen.

Oído esto por el rey, fue muy contento del don que la reina pidió, y todos los caballeros que delante estaban, y así lo mandó el rey guardar como ella lo pedía, y así se guardó en la Gran Bretaña por luengos tiempos, que jamás caballero ninguno lo quebrantó por aquéllos que en ella sucedieron, pero de cómo fue quebrado no os lo contaremos, pues que al propósito no hace.

Capítulo 33

Cómo estando el rey Lisuarte en gran placer, se humilló ante él una doncella cubierta de luto, a pedirle merced tal que fue por él otorgada.

Con tal compaña estando el rey Lisuarte en tanto placer como oís, queriendo ya la fortuna comenzar su obra con que aquella gran fiesta puesta fuese, entró por la puerta del palacio una doncella asaz hermosa cubierta de luto e hincando los hinojos ante el rey le dijo:

—Señor, todos han placer, sino soy yo la que he cuita y tristeza y la no puedo perder sino por vos.

—Amiga —dijo el rey—, ¿qué cuita es ésa que habéis?.

—Señor —dijo ella—, por mi padre y mi tío que son en prisión de una dueña donde nunca los hará sacar hasta que le den dos caballeros tan buenos en armas como uno que ellos mataron.

—¿Y por qué lo mataron?, dijo el rey.

—Porque se alababa —dijo ella— que él solo se combatiría con ellos dos con gran orgullo y soberbia que en sí había, y ahincólos tanto que de sobrada vergüenza constreñidos, hubieron de entrar con él en un campo, donde siendo los dos vencedores, el caballero quedó muerto: esto fue ante el castillo de Galdenda. La cual siendo señora del castillo, mandó luego prender a mi padre y tío, jurando de los no soltar porque le mataran aquel caballero que ella tenía para hacer una batalla. Mi padre le dijo: "Dueña, por eso no me detengáis ni a éste, mi hermano, que esta batalla yo la haré". "Cierto —dijo ella—, no sois vos tal para que mi justicia segura fuese, y dígoos que de aquí no saldréis hasta que me traigáis dos caballeros que cada uno de ellos sea tan bueno y tan probado en armas como el que matasteis, porque con ellos se remedie el daño que del muerto vino".

—¿Sabéis vos —dijo el rey— dónde quiere la dueña que se haga la batalla?.

—¿Señor —dijo la doncella—, eso no sé yo, sino que veo a mi padre y mi tío presos contra toda justicia, donde sus amigos no les pueden valer, y comenzó de llorar muy agriamente, y el rey, que muy piadoso era, hubo de ella gran duelo y díjole:

—Ahora me decid, si es lueñe donde esos caballeros son presos.

—Bien irán y vendrán en cinco días, dijo la doncella.

—Pues acoged aquí dos caballeros cuales vos agraden e irán con vos.

—Señor —dijo ella—, yo soy de tierra extraña y no conozco a ninguno, y si os pluguiere iré a la reina, mi señora, que me aconseje.

—En el nombre de Dios, dijo él. Ella se fue a la reina y contóle su razón así como al rey la contara y a la cima dijo como le daba dos caballeros que con ella fuesen, que le pedía por merced, pues ella no los conocía, por la fe que debía a Dios y al rey, se los escogiese ella aquéllos que mejor pudiesen su gran cuita remediar.

—¡Ay, doncella —dijo la reina—, de guisa me rogasteis que lo habré de hacer, mas mucho me pesa de los apartar de aquí!.

Entonces hizo llamar a Amadís y a Galaor, y éstos vinieron ante ella y dijo contra la doncella:

—Este caballero es mío, y este otro del rey, y dígoos que estos dos son los mejores que yo sé aquí, ni en otro lugar.

La doncella preguntó cómo habían nombre, la reina dijo:

—Este ha nombre Amadís y el otro Galaor.

—¿Cómo —dijo la doncella—, vos sois Amadís el muy buen caballero que par no tiene entre todos los otros? Por Dios, ahora se puede acabar lo que yo demando tanto, que allá con vuestro hermano lleguéis.

Y dijo a la reina:

—Señora, por Dios os pido, que les roguéis que la ida conmigo hagan.

La reina se los rogó y se la encomendó mucho. Amadís miró contra su señora Oriana, por ver si otorgaba aquella ida, y ella habiendo piedad de aquella doncella dejó caer los guantes de la mano en señal que lo otorgaba, que así lo tenían entre sí ambos concertado, y como esto vio, dijo contra la reina que. le placía de hacer su mandado. Ella les rogó que se tornasen lo más presto que ser pudiese, y defendióles que por otra ninguna cosa que excusar pudiesen no tardasen en la venida.

Amadís se llegó a Mabilia que estaba con Oriana hablando, como que de ella se quería despedir, y Oriana le dijo:

—Amigo, así Dios me valga, mucho me pesa en os haber otorgado la ida, que mi corazón siente en ellos gran angustia. Quiera Dios que sea por bien.

—Señora —dijo Amadís—, aquél que tan hermosa os hizo os dé siempre alegría, que doquiera que yo sea, vuestro soy para os servir.

—Amigo, señor— dijo ella—, pues que ya no puede ser ál, a Dios vais encomendado y él os mantenga y dé honra sobre todos los caballeros del mundo.

Entonces, se partieron de allí y fuéronse a armar, y despedidos del rey y de sus amigos, entraron en el camino con la doncella. Así anduvieron por donde la doncella los guiaba hasta ser mediodía pasado que entraron en la floresta, que Malaventurada se llamaba, porque nunca entró en ella caballero andante que buena dicha ni ventura hubiese, ni estos dos no se partieron de ella sin gran pesar y, tanto que alguna cosa comieron de lo que sus escuderos llevaban, tornaron a su camino hasta la noche, que hacía luna clara. La doncella se aquejaba mucho y no hacía sino andar. Amadís le dijo:

—Doncella, ¿no queréis que holguemos alguna pieza?.

—Quiero—dijo ella—, mas será adelante donde hallaremos unas tiendas con tal gente que mucho placer vuestra vista les dará y venid vuestro paso y yo iré a hacer cómo alberguéis.

Entonces se fue la doncella, y ellos se detenían algo más, pero no anduvieron mucho que vieron dos tiendas cerca del camino y hallaron la doncella y, otros con ellos que los atendía y dijo:

—Señores, en esta tienda descabalgad y descansaréis, que hoy trajistes gran jornada.

Ellos así lo hicieron y hallaron sirvientes que les tomaron las armas y los caballos y lleváronlo todo fuera. Amadís les dijo:

—¿Por qué nos lleváis las armas?.

—Porque, señor —dijo la doncella, habéis de dormir en la tienda donde las ponen, y siendo así desarmados, sentados en un tapete esperando la cena, no pasó mucho que dieron sobre ellos hasta quince hombres entre caballeros y peones bien armados y entraron por la puerta de la tienda diciendo:

—Sed preso, si no, muerto sois.

Cuando esto oyó Amadís levantóse y dijo:

—¡Por Santa María, hermano, traídos somos a engaño a la mayor traición del mundo!.

Entonces se juntaron de consuno y de grado se defendieron, mas no tenían con qué. Los hombres les pusieron las lanzas a los pechos y a las espaldas y a los rostros, y Amadís estaba tan sañudo que la sangre le salía por las narices y por los ojos y dijo contra los caballeros:

—¡Ay, traidores!, vos veis bien cómo es, que si nos armas tuviésemos, de otra guisa se partiría el pleito.

—No os tiene eso pro —dijo el caballero—, sed presos.

Dijo Galaor:

—Si lo fuéremos, serlo hemos con gran traición, y esto probaré yo a los dos mejores de vosotros y aún dejaría venir tres en tal que dieseis armas.

—No ha menester aquí prueba —dijo el caballero—, que si más en este caso habláis, recibiréis daño.

—¿Qué queréis? —dijo Amadís—, que antes seremos muertos que presos, ende más traidor.

El caballero se tornó a la puerta de la tienda y dijo:

—Señora, no se quieren dar a prisión, ¿matarlos hemos?.

Ella dijo:

—Estad un poco y si no hicieren mi voluntad tajadles las cabezas.

La dueña entró en la tienda que era muy hermosa y estaba muy sañuda y dijo:

—Caballeros del rey Lisuarte, sed mis presos, si no muertos seréis.

Amadís se calló y Galaor le dijo:

—Hermano, ahora no habemos de dudar, pues la dueña lo quiere —y dijo contra la dueña—: Mandadnos dar, señora, nuestras armas y caballeros y si vuestros hombres no nos pudieren prender, entonces nos pondremos en vuestra prisión, que ahora en lo ser no hacemos nada por vos, según en la forma que estamos.

—No os creeré —dijo ella— esta vez, mas aconséjoos que seáis mis presos.

Ellos otorgaron, pues vieron que no podían hacer más. De esta guisa que oís fueron otorgados en su prisión, sin que la dueña supiese quién eran, que la doncella no lo quiso decir, porque sabía cierto que en la hora los haría matar, de lo cual se tendría por la doncella más sin ventura del mundo, en que por su causa tales dos caballeros muriesen, y más quisiera la muerte que haber hecho aquella jornada, pero no pudo ya más hacer de lo tener secreto: La dueña les dijo:

—Caballeros, ahora que mis presos sois, os quiero mover un pleito, que si lo otorgáis dejaros he libres; de otra guisa creed que os haré poner en una tan esquiva prisión que os será más grave que la muerte.

—Dueña —dijo Amadís—, tal puede ser el pleito que sin mucha pena lo otorgaremos y tal que si es nuestra vergüenza antes sufriremos la muerte.

—De vuestra vergüenza —dijo ella— no sé yo, pero si vos otorgáis que os despediréis del rey Lisuarte en llegando donde él está y diréis que lo hacéis por mandato de Madasima, la señora de Gantasi, mandaros he soltar, y que ella lo hace porque él tiene en su casa el caballero que mató al buen caballero Dardán.

Galaor le dijo:

—Señora, si esto mandáis porque el rey haya pesar, no lo tengáis así, que nosotros somos dos caballeros que por ahora no tenemos sino esas armas y caballos y como en su casa haya otros muchos de gran valor que le sirven, poco dará él por nosotros que estemos o que nos vamos y a nosotros es eso muy gran vergüenza, tanto que por ninguna guisa lo haremos.

—¿Cómo —dijo ella—, antes queréis ser puestos en aquella prisión que apartaros del más falso rey del mundo?.

—Dueña —dijo Galaor—, no os conviene lo que decís, que el rey es bueno y leal y no ha en el mundo caballero a quien yo no probase que en él no hay punto de falsedad.

—Cierto —dijo la dueña—, en mal punto lo amáis tanto, y mandó que les atasen las manos.

—Eso haré yo de grado —dijo un caballero—, y si lo mandáis les cortaré las cabezas, y trabó a Amadís del un brazo, mas él lo tiró a sí y fue por le dar con el puño en la cabeza y el caballero la desvió y alcanzándolo en los pechos fue el golpe tan grande que lo derribó a sus pies todo aturdido. Entonces, fue una gran revuelta en la tienda, llegándose todos por lo matar, mas un caballero viejo que allí estaba metió mano a su espada y comenzó de amenazar a aquéllos que lo querían herir e hízolos tirar afuera. Pero antes dieron en la espalda diestra a Amadís una lanzada, mas no fue grande y aquel caballero viejo dijo contra la dueña:

—Vos hacéis la mayor diablura del mundo en tener caballeros hijosdalgo en vuestra prisión y dejarlos matar.

—Cómo no matarán —dijo ella— al más loco caballero del mundo que en mal punto hizo tal locura.

Galaor dijo:

—Dueña, no consentiremos que nuestras manos aten sino vos, que sois dueña y muy hermosa, y somos vuestros presos y conviene de os catar obediencia.

—Pues que así es —dijo ella—, yo lo haré, y tomándole las manos se las hizo atar reciamente con una correa y haciendo desarmar las tiendas, poniéndolos en sendos palafrenes así atados y hombres que les llevaban las riendas comenzaron de caminar, y Gandalín y el escudero de Galaor iban a pie todos en una soga y así anduvieron toda la noche por aquella floresta. Y dígoos que entonces deseaba Amadís su muerte, no por la mala andanza en que estaba, que mejor que otro sabía sufrir las semejantes cosas, mas por el pleito que la dueña les demandaba, que si lo no hiciese ponerle habían en tal parte donde no pudiese ver a su señora Oriana, y si lo otorgase asimismo de ella se alongaba no pudiendo vivir en la casa de su padre, y con esto iba tan atónito que todo lo ál del mundo se le olvidaba. El caballero viejo que lo librara cuidó que de la herida iba maltrecho y dolióse de él mucho, porque la doncella que allí los trajera le había dicho que aquél era el más valiente y más esforzado caballero en armas que en todo el mundo había, y esta doncella era la hija de aquel caballero y habíale rogado que por Dios y por merced trabajase de los guardar de muerte, que ella sería por todo el mundo culpada y la tendrían por traidora y díjole cómo aquél era Amadís de Gaula y el otro Galaor, su hermano, que al gigante matara. El caballero sabía muy bien a qué fin los habían traído y había de ellos muy gran duelo, por ver tratarlos de tal guisa en ser tales caballeros en armas y deseaba mucho salvarlos de la muerte, si pudiese, que tan allegada y cercana la veía y llegándose a Amadís le dijo:

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