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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (36 page)

—¿Sentís vos mal de vuestra llaga y cómo vais?.

Amadís, cuando lo oyó así al caballero hablar, alzó el rostro y vio que era el caballero viejo que en la tienda lo librara de los otros caballeros que matarlo quisieran y díjole:

—Amigo, señor, yo no he llaga de que me duela, mas duélome de una doncella que a tan gran engaño nos trajo, viniendo nosotros en su ayuda y hacernos tan gran traición.

—¡Ay, señor! —dijo el caballero—, verdad es que engañados fuisteis, y por ventura yo sé de vuestra hacienda de lo que vos cuidáis y así me ayude y guarde de mal, como os pondría reparo si alguna manera para ello hallar pudiese y quiero os dar un consejo que será bueno, que si lo tomáis no os vendrá de ello mal, que si os conocen sabiendo quién sois no hay en vos sino la muerte, que en el mundo no hay cosa que de ella os escape, mas haced ahora así: Vos sois muy hermoso y haced buen semblante y llegaros he a la dueña tanto que se haya dicho que sois el mejor caballero del mundo, requerirla de casamiento o de haber su amor en otra guisa, que ella es mujer que ha su corazón cual le place y entiendo que por vuestra bondad o por la hermosura, que muy extremada tenéis, alcanzaréis una de estas dos cosas, y si la quisiere otorgar pugnad que sea muy aína, porque ella tiene de enviar desde donde hoy fuéremos a dormir a saber de vuestros nombres y quiero os más decir de cierto, que la doncella que visteis que aquí os ha traído no se lo ha querido decir negando que lo no sabe. Por esta vía y con lo que yo ayudare podría ser que libres fueseis.

Amadís, que más temía a su señora Oriana que la muerte, dijo al caballero:

—Amigo, Dios puede hacer de mí su voluntad, mas eso nunca será, aunque ella me rogase y por ello fuese quito.

—Cierto —dijo el caballero—, por maravilla lo tengo que estáis en punto de muerte y no trabajáis por cualquier manera de haber guarida.

—Tal guarida —dijo Amadís— yo no tomaré, si Dios quisiere, mas hablad con ese otro caballero que con más derecho que a mí lo podéis loar.

El caballero se fue entonces a Galaor y hablóle por aquella manera que lo dijera a su hermano, y él fue muy alegre cuando lo oyó y dijo:

—Señor caballero, si vos hacéis que yo sea juntado a la dueña siempre seremos en vuestra honra y mandado.

—Ahora me dejad ir a hablar con ella —dijo el caballero—, yo cuido algo hacer.

Entonces, pasó delante y llegando a la dueña dijo:

—Señora, vos lleváis el mejor caballero de armas que yo ahora sé y más cumplido de todas buenas maneras.

—¿No sea Amadís; —dijo la dueña—, aquél que yo tanto quería quitar la vida.

—No, señora —dijo el caballero—, que no lo digo sino por este que aquí delante viene, que además de su gran bondad es el más hermoso caballero mancebo que yo nunca vi y sois contra él desmesurada y no lo hagáis que es gran villanía, que comoquiera que es preso nunca os lo mereció, antes lo es por el desamor que a otro habéis. Honradle y mostradle buena cara y podrá ser que por allí lo atraeréis a lo que os place, antes que por otra vía.

—Pues atenderlo quiero —dijo ella—, y veré qué hombre es.

—Veréis —dijo el caballero— uno de los más hermosos caballeros que nunca, visteis.

A esta sazón junta Amadís con Galaor y díjole Galaor:

—Hermano, véoos con gran saña y en peligro de muerte, ruégoos que esta vez os atengáis a mi consejo.

—Así lo haré —dijo él— y Dios ponga en vos más vergüenza que miedo.

La dueña tuvo el palafrén y atendiólo y violo mejor que de noche lo viera, y parecióle el más hermoso del mundo y dijo:

—Caballero, ¿cómo os va?.

—Dueña —dijo él—, vame como nos iría si fueseis en mi poder, como lo yo soy en el vuestro, porque os haría mucho servicio y placer y vos no sé a qué causa lo hacéis conmigo todo al contrario, no os lo mereciendo, que mejor os sería para ser vuestro caballero y os servir y amar como a mi señora, que no para estar metido en prisión que tan poca pro os trae.

La dueña que lo miraba fue de él muy pagada, más que de ninguno que visto ni tratado quisiese, y díjole:

—Caballero, si yo os quisiese tomar por amigo y quitar de esta prisión, ¿dejaríais por mí la compañía del rey Lisuarte, y diríais que por mí la dejabais?.

—Sí —dijo Galaor—, y de ello os haré cualquier pleito que demandaréis y así lo hará aquel otro mi compañero que no saldrá de lo que yo mandare.

—Mucho soy ende alegre y ahora me otorgad lo que decís ante todos estos caballeros, y yo os otorgaré de hacer luego vuestra voluntad y quitaré a vos y a vuestro compañero de prisión.

—Mucho soy contento, dijo Galaor.

—Pues quiero —dijo la dueña que todo se otorgue ante una dueña donde hoy iremos a albergar y, en tanto, aseguradme que vos no partáis de mí y desataros han las manos e iréis sueltos.

Galaor llamó a Amadís y díjole que él le otorgase de se partir de la dueña y él lo otorgó y luego les mandó desatar las manos, y Galaor dijo:

—Pues mandad soltar nuestros escuderos que no se partirán de nos, y asimismo fueron sueltos, y diéronles un palafrén sin silla, en que fuesen. Así fueron todo aquel día, y Galaor hablando con Madasima y al sol puesto llegaron al castillo que llamaban Abies, y la señora los acogió muy bien, que mucho se amaban entrambas dueñas. Madasima dijo a Galaor:

—¿Queréis me otorgar el pleito que hemos puesto?.

—Quiero de grado —dijo él—, y otorgadme vos lo que me prometisteis.

—En el nombre de Dios, dijo la dueña. Entonces, llamó a la señora del castillo y a dos caballeros hijos suyos que allí eran con ella y díjoles:

—Quiero que seáis vosotros testigos de un pleito que con estos caballeros hago, y dijo por don Galaor:

—Este caballero es mi preso y quiero hacer de él mi amigo y así lo es el otro su compañero y soy convenida con ellos en esta guisa: que ellos se partan del rey Lisuarte y le digan que por mí lo hacen y que yo les quité la prisión dejándolos libres y que vos y vuestros hijos seáis con ellos ante el rey Lisuarte y veáis cómo lo cumplen y si no, que digáis y publiquéis lo que pasa, porque todos lo sepan y de esto les doy plazo de diez días.

—Buena amiga —dijo la señora del castillo—, a mí me place de hacer lo que decís tanto que ellos lo otorguen.

—Así lo otorgamos nos —dijo don Galaor—, y esta dueña cumpla lo que de su parte dice.

—Eso —dijo ella—, luego se hará.

Así quedaron, como oís. Y aquella noche durmió don Galaor con Madasima, que muy hermosa y muy rica era, e hijadalgo, mas no de tan buen precio como debía y ella fue más pagada de él que dé ningún otro que jamás viese, y a la mañana, mandóles dar sus caballos y armas y quitándoles la prisión se fue camino de Gantasi, que así había nombre su castillo y ellos entraron en el camino de Londres, donde era el rey Lisuarte, muy alegres en haber así escapado de tal traición, y porque cuidaban salir de su promesa mucho a su honra y aquella noche albergaron en casa de un ermitaño, donde hubieron muy pobre cena, y otro día continuaron su camino.

Capítulo 34

En el que se demuestra la perdición del rey Lisuarte y de todos sus acaecimientos a causa de sus promesas, que eran ilícitas.

Estando el rey Lisuarte y la reina Brisena, su mujer, en sus tiendas con muchos caballeros y dueñas y doncellas, al cuarto día que de allí partieran Amadís y don Galaor, su hermano, entró por la puerta el caballero que el manto y la corona le dejara como ya oísteis, e hincando los hinojos ante el rey le dijo:

—Señor, ¿cómo no tenéis la hermosa corona que yo os dejé y vos, señora, el rico manto?.

El rey se calló que ninguna respuesta le quiso dar y el caballero dijo:

—Mucho me place que os no pagasteis de ella, pues que me quitaran de perder la cabeza o el don que por ello me habíais a dar y pues así es mandádmelo dar que no me puedo detener en ninguna guisa.

Cuando esto oyó pesóle fuertemente y dijo:

—Caballero, el manto ni la corona no os lo puedo dar que lo he todo perdido y más me pesa por vos, que tanto os hacía menester, que por mí, aunque mucho valía.

—¡Ay, cautivo, muerto soy!, dijo el caballero, y comenzó a hacer un duelo tan grande que maravilla era, diciendo:

—¡Cautivo de mí, sin ventura muerto soy de la peor muerte que nunca murió caballero que la tan poco mereciese!, y caíanle las lágrimas por las barbas que eran blancas como la lana blanca. El rey hubo de él gran piedad y díjole:

—Caballero, no temáis de vuestra cabeza, que toda cosa que yo haya, vos la habréis para la guarecer, que así os lo he prometido y así lo tendré.

El caballero se dejó caer a sus pies para se los besar, mas el rey lo alzó por la mano y dijo:

—Ahora pedid lo que os placerá.

—Señor —dijo él—, verdad es que me hubisteis a dar mi manto y mi corona o lo que por ello os pidiese. Y Dios sabe, señor, que mi pensamiento no era demandar lo que ahora pediré, y si otra cosa para mi remedio en el mundo hubiese no os enojara en ello, mas no puedo, ¡ay!, al hacer, mas bien sé que será muy grave de dar, mas tan grave sería que tal hombre como vos falleciese de su lealtad. A vos pesará de me lo dar y a mí de lo recibir.

—Ahora demanda —dijo el rey—, que tan cara cosa no será que yo haya, que la vos no hayáis.

—Muchas mercedes —dijo el caballero—, mas es menester que me hagáis asegurar de cuantos ahora son en vuestra corte, que me no harán tuerto ni fuerza sobre mi don y por vos mismo me aseguréis que de otra guisa ni vuestra verdad sería guardada ni yo seria satisfecho si por una parte se me diese y por otra me lo quitasen.

—Razón es —dijo el rey— lo que pedís y así lo otorgo y mándolo pregonar.

Entonces el caballero dijo:

—Señor, yo no podría ser quito de muerte sino por mi corona y mi manto o por vuestra hija Oriana y ahora me dad de ello lo que quisiereis, que yo más querría lo que os di.

—¡Ay, caballero! —dijo el rey—, mucho me habéis pedido.

Y todos hubieron muy gran pesar, que más ser no podía, pero el rey, que era el más leal del mundo, dijo:

—No os pese que más conviene la pérdida de mi hija que falta de mi palabra, porque lo uno daña a pocos y lo otro al general, donde redundaría mayor peligro, porque las gentes no siendo seguras de la verdad de sus señores muy mal entre ellas el verdadero amor se podría conservar, pues donde éste no hay no puede haber cosa que mucho pro tenga.

Y mandó que luego le trajesen allí su hija. Cuando la reina y las dueñas y doncellas esto oyeron comenzaron a hacer el mayor duelo del mundo, mas el rey les mandó acoger a sus cámaras y mandó a todos los suyos que no llorasen so pena de perder su amor diciendo:

—Ahora avendrá de mi hija lo que Dios tuviere por bien, mas la mi verdad no será a mi saber falsada.

En esto llegó la muy hermosa Oriana ante el rey como atónita y cayéndole a los pies dijo:

—¡Padre, señor!, ¿qué es esto que queréis hacer?.

—Hágolo —dijo el rey— por no quebrar mi palabra, y dijo contra el caballero:

—Veis aquí el don que pedisteis, ¿queréis que vaya con ella otra compaña?.

—Señor —dijo el caballero—, no traigo conmigo sino dos caballeros y dos escuderos, aquellos con que vine a vos a Vindilisora y otra compaña no puedo llevar, mas yo os digo que no ha qué temer hasta que la yo ponga en mano de aquél a quien la he de dar.

—Vaya con ella una doncella —dijo el rey— si quisiereis, porque más honra y honestidad sea y no vaya entre vos sola.

El caballero lo otorgó.

Cuando Oriana esto oyó cayó amortecida, mas esto no hubo menester, que el caballero la tomó entre sus brazos y llorando que parecía hacerlo contra su voluntad y diola a un escudero que estaba en un rocín muy grande y mucho andador y poniéndola en la silla se puso él en las ancas y dijo el caballero:

—Tenedla, no caiga que va tullida y Dios sabe que en toda esta corte no hay caballero que más pese que a mí de este hecho.

Y el rey hizo venir la doncella de Dinamarca y mandóla poner en un palafrén y dijo:

—Id con vuestra señora y no la dejéis por mal ni por bien que os avenga en cuanto con ella os dejaren.

—¡Ay, cautiva! —dijo ella—, nunca cuidé hacer al ida, y luego movieron ante el rey y el gran caballero y muy membrudo que en Vindilisora no quiso tirar el yelmo, tomó a Oriana por la rienda y sabed que éste era Arcalaus el Encantador, y al salir del corral suspiró Oriana muy fuertemente, como si el corazón se le partiese y dijo así como tullida:

—¡Ay, buen amigo, en fuerte punto se otorgó el don, que por esto somos vos y yo muertos!.

Esto decía por Amadís que le otorgara la ida con la doncella y los otros cuidaron que por ella y por su padre lo dijera; mas los que la llevaban entraron luego en la floresta, andando con ella a gran prisa hasta que dejaron aquel. camino y entraron en un hondo valle. El rey cabalgó en un caballo y un palo en la mano guardando que ninguno los contrallase, pues que él les había asegurado.

Mabilia, que a unas fenestras estaba haciendo muy grande duelo, vio cerca del muro pasar a Ardián, el enano de Amadís que iba en un gran rocín y ligero, llamólo con gran cuita que tenía y dijo:

—Ardián, amigo, si amas a tu señor no huelgues día ni noche hasta que lo halles y le cuentes esta mala ventura que aquí es hecha y si no lo haces serle has traidor, que es cierto que él lo querría ahora más saber que haber esta ciudad por suya.

—¡Por Santa María! —dijo el enano—, él lo sabrá lo más aína que ser pudiere, y dando del azote al rocín se fue por el camino que viera ir a su señor a más andar.

Mas ahora os contaremos lo que a esta sazón aconteció al rey.

Cuando así él estaba a la entrada de la floresta como oísteis, haciendo tornar todos los caballeros que allá salían, teniendo consigo veinte caballeros, vio venir la doncella a quien él había el don prometido, diciendo que le probase y que sabría más del esfuerzo de su corazón y venía en un palafrén que andaba aína y traía a su cuello una espada muy bien guarnida y una lanza con un hierro muy hermoso y la asta pintada y llegando al rey le dijo:

—Señor, Dios os salve y dé alegría y corazón que me atengáis lo que me prometisteis en Vindilisora ante vuestros caballeros.

—Doncella —dijo el rey—, yo había más menester que alegría de la que tengo, más comoquiera este bien me miembra lo que os dije y así lo cumpliré.

—Señor —dijo ella—, con esa esperanza vengo yo a vos como el más leal rey del mundo y ahora me vengad de un caballero que va por esta floresta que mató a mi padre, al mayor aleve del mundo y forzóme a mi y encantóle de tal guisa que no puede morir si el más honrado hombre del reino de Londres no le da un golpe con esta lanza y otro con esta espada, y la espada diera él a guardar a una su amiga cuidando que lo mucho amaba, pero no era así, que muy mortalmente lo desamaba y diómela a mí y la lanza, para con que me vengase de él, y yo sé que si por vuestra mano no, que el más honrado sois, por otro no puede ser muerto, y si la venganza os atrevéis a hacer, habéis de ir solo, porque yo le prometí de le dar hoy un caballero con que se combatiese y a esta causa es allí venido, cuidando que la espada y la lanza no las podría yo haber y, es tal el pleito entre nos, que si él venciere que le perdone mi queja y si fuere vencido que haga de él mi voluntad.

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