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Authors: Kate Jacobs

Amigas entre fogones (23 page)

Porter se rio.

—Tú también tienes seguidores entre los universitarios, te lo puedo asegurar. ¿Algo así como Mamás-Mayores-Calientes-punto-com?

—Oh, ni me lo cuentes —respondió ella, aunque en el fondo sintió bastante curiosidad y se apuntó mentalmente la tarea de comprobar el dato después. Entonces aparecieron Carmen y Oliver (esta vez los dos juntos en el mismo ascensor) y el cuarteto se entregó a una lluvia de ideas, que abarcaron desde frittatas hasta congee.

—Ya lo tengo —anunció Oliver—. ¿Por qué no hacemos el programa más temático? Como por ejemplo: «Te has pasado el día entero en la cama —digamos, con tu linda novia— y ahora vas a agasajarla con un pequeño desayuno entre las sábanas, aunque sea de noche ya».

Carmen soltó una risita.

—¡A mí me gusta!

—En general, el sexo no es mi tema —dijo Gus—. Pero no me opongo. Es sólo que no estoy muy puesta.

—Pero piensa en toda esta historia de SaTroy —dijo Porter—. Es perfecto, Oliver. Haz tortitas, pero llámalas «tortitas sexy» o cualquier cosa.

—Yo más bien estaba pensando en cosas más del estilo de bocaditos de desayuno —dijo Gus—. Ya sabes, el desayuno como aperitivo.

—Gran idea —dijo Porter—. Pero sigamos con el sexo. Bueno, con el romanticismo. Suavicémoslo y digamos que va todo de romanticismo.

Acordaron también no volver a sacar ingredientes sorpresa, aunque Gus no se quedó del todo tranquila. Y entre todos diseñaron un menú compuesto por tortitas con compota de fruta y crema fresca batida, tortilla de patata y unas maravillosas mimosas de sanguinas. Le agradaba emitir un programa dedicado por entero a recetas clásicas y sintió un renovado sentimiento de entusiasmo. Hasta se resignó a la idea del concurso creado por Porter, y accedió a anunciar en directo a la ganadora elegida al azar: Priya Petel, de Nueva Jersey.

Lo cierto era que a Gus estaba gustándole emitir en directo, y el programa de esa noche no iba a ser una excepción.

—A sus puestos, todo el mundo a sus puestos —voceó, como si estuviese dirigiendo un musical de quinceañeros. Troy había aparecido con una camiseta azul de manga corta en la que se leía «¡FarmFresh en los colegios!» tanto en la parte delantera como en la espalda; Aimee iba de negro sobre negro; Carmen se había puesto una blusa con escote de pico un pelín demasiado bajo, como siempre, y Oliver llevaba un gabán de cocinero azul marino. (¿Pero cuántos conjuntos de cocinero tenía este hombre?, se preguntó.) Gus, por su parte, llevaba una rebeca larga tipo túnica, con camiseta ajustada y vaqueros oscuros lavados a la piedra.

Gus nunca iba desarreglada cuando salía en antena, pero después de darse una vuelta por el sitio web del que Porter le había hablado, se había sentido bastante halagada al ver una petición de «verle el pompis a Gus». Francamente, hacía más bien mucho tiempo que nadie le pedía algo semejante. Así pues, aunque por supuesto llevaba un jersey bastante tupido, lo que contaba era la idea, al fin y al cabo. Se sentía atractiva. Y era divertido.

De momento el programa estaba yendo mejor que nunca, a lo que contribuía el hecho de que Sabrina se hallaba llamativamente absorta en sus pensamientos. Hannah, igual que la última vez, se había sentado en una caja del equipo de técnicos. El sonido de una pequeña explosión llamó la atención de Gus.

—Trae más patatas fritas, Oliver —gritó Carmen, que había abierto una bolsa y se ponía a comer patatas—. Ésta para mí —dijo a cámara—. Las demás son para una variación que vamos a hacer con una maravillosa receta tradicional de mi país, la tortilla española o, como la llamamos nosotros, tortilla de patatas. De acuerdo, otra más. —Señaló con el dedo su boca llena y Gus tomó el relevo.

—Muy bien, evitad las patatas con sabores, nada de patatas a la barbacoa —declaró—. Simplemente una buena patata frita, como las que se hacen en freidora. Hay que aplastarlas —estaba diciendo, cuando un bang le hizo dar un respingo y dedicó a la cámara una mirada hastiada de la vida—. Abrid la bolsa primero —continuó, e hizo gestos a Troy, que acababa de hacer explotar una bolsa de patatas contra la encimera.

—Huuuy —dijo fingiendo un susurro—. Perdón.

—A continuación, mezcláis los huevos con las patatas fritas —dijo Carmen, interrumpiendo, pero no de la forma antipática que era habitual en ella.

—Las dejáis que se empapen bien durante unos minutos —siguió Gus—. Y le pedís al calvo grandote de la cocina que os ponga un poco de aceite a calentar en una sartén.

—Nos pondremos a cocinar durante la pausa publicitaria y podréis ver cómo va mezclándose todo en cuanto regresemos —prosiguió Carmen—. Espero que no queráis perderos ni un minuto de nuestro sexy brunch para las noches de los domingos.

—¡Perfecto, chicos! —gritó Porter—. Es fantástico veros trabajando codo con codo.

La mayoría de las secciones siguientes estuvieron salpicadas de contratiempos sin importancia, y resultaron mucho menos caóticas que las anteriores entregas de Comer, beber y ser.

En los primeros quince minutos de emisión, Aimee se equivocó y echó sal en vez de azúcar en la sencilla salsa de fruta, y a continuación se las apañó para incurrir en el mismo accidente de nuevo, inmediatamente después, y echar a perder una segunda salsa.

—No te preocupes por eso —le dijo Oliver—. Todos hemos endulzado algo con sal alguna vez en la vida.

—Esto sabe a rayos —dijo ella después de probar un poco con su cuchara.

—Normalmente, eso no lo decimos cuando estamos en el aire, querida —intervino Gus sonriendo a cámara—. ¿Veis por qué me encanta cocinar para mi familia, no con mi familia? —Rodeó la isla de trabajo, como para acercarse al telespectador—. Pero vamos a preparar las tortitas más ligeras y esponjosas del mundo, y si no disponemos de sirope de frutas, tendremos que utilizar el delicioso sirope de arce de toda la vida.

—Elegid uno grado A, color ámbar oscuro —aconsejó Oliver—. Es intenso y aterciopelado.

—Y muy pero que muy bueno para mojar manzanas —intervino Troy al tiempo que se señalaba la camiseta con el lema de FarmFresh.

Gus tendió unos huevos a Carmen.

—Separa las yemas de las claras —le dijo—, porque yo cuando hago tortitas siempre bato las claras aparte. Luego las añado cuando la masa está bien mezclada…

—Así es como salen luego bien altas y livianas —dijo Carmen—. Muy bien, Gus.

—Mientras vamos poniéndolas en la plancha y le damos un sorbito a nuestra mimosa de sanguina, iremos preparándonos para una delicia muy especial —anunció Gus—. Sólo porque se trate de un desayuno no quiere decir que no podamos tomar un postre también. —Vio que Porter le hacía unas señas—. Y me refiero a un postre sexy.

Detrás de las cámaras, Porter rodeó amigablemente a Hannah con un brazo. Quería compartir su alegría con alguien.

—Eso es, chaval —dijo ella—. Por fin lo estamos haciendo bien.

Hannah, que odiaba que la abrazaran o, en general, que la tocaran, hizo como si tuviese que atarse un cordón del zapato y se zafó del brazo de Porter.

—¿Todos listos para un espresso helado? —preguntó Oliver.

—Yo puse el hervidor de agua hace rato —informó Aimee. Aunque Gus contaba con su propia máquina de expressos (y daba por hecho que la mayoría de los espectadores disponían de cafetera), también quería mostrarles cómo preparar un sencillo postre en cuestión de unos minutos usando sobrecillos instantáneos. El hervidor de agua era la segunda gran responsabilidad de Aimee de la noche y, después de estropear la salsa de fruta, estaba decidida a hacerlo bien. El plan de su madre era servir una delicada cucharada de helado de vainilla en un vaso de los de vino y salpicarlo a continuación con expresso bien calentito y ligeramente endulzado. Con azúcar esta vez.

Aimee, Oliver, Carmen y Troy se apiñaron alrededor de la isla de trabajo a ver cómo Gus extraía una cucharada de helado del envase, como si fuese la primera vez en su vida que lo veían. Sólo quedaban cuatro minutos para el final del programa, el tiempo justo para terminar y repartir las delicias, y a duras penas cabía todo el elenco en la misma toma. El cámara abrió el cuadro lo justo para que cupiesen todos en la imagen, pero el resto de la cocina quedaba tapado por ellos. Porter le indicó con un gesto de la cabeza que estaba bien así, y arrugó la nariz al percibir un extraño olor.

—¡Me chifla la mezcla de helado y fruta! —exclamó Troy a grito pelado, llamando la atención de Porter. Daba gusto ver tan animado a un chico generalmente apocado. Sabía que aquello encantaría a su creciente base de fans; su objetivo era colgar videoclips de Comer, beber y ser en YouTube.

—Pero hoy lo vamos a tomar con expresso —les recordó Gus a todos los presentes—. Así pues, vamos a por nuestro café instantáneo y a por un poco de agua hirviendo del hervidor… —Se volvió hacia la encimera y se dio cuenta de que el hervidor no estaba enchufado—. Aimee, ¿no habías dicho que habías encendido el hervidor? —preguntó, con una oleada de pánico subiéndole por la garganta. ¿Cómo iban a terminar la receta ahora? ¿Cómo era posible que hubiese metido la pata otra vez?

—Eso hice —dijo su hija, evidentemente molesta.

—¿No debería haber pitado ya?

Los demás integrantes del grupo empezaron a volverse hacia la encimera, buscando el hervidor eléctrico con la mirada. Carmen fue la primera en verlo.

—¡Ay, Dios mío! ¡Lo ha puesto en el fuego! —chilló, y todos empezaron a moverse de un lado a otro a la vez—. ¡Y está en llamas!

Del recipiente de plástico blanco salían llamas y chispas. Aimee había puesto un hervidor eléctrico en el fogón de la cocina Aga. Como el grupo no paraba de saltar de un lado para otro, el cámara pudo al fin tomar un plano general de la cocina. Y se preguntó si se le habría desenfocado el aparato. De pronto se dio cuenta de que la cocina estaba llenándose de humo.

—¡Nos achicharramos! —chilló Carmen. Cogió un bote de bicarbonato de un armario y lo arrojó al fuego, haciendo que las llamas crecieran de tamaño y se volviesen más rojas. Oliver, con un trapo en la mano, la apartó y acabó prendiendo la tela también.

—¡Suéltalo, suéltalo! —Troy bajó de golpe la mano de Oliver para hacerle soltar el trapo y se puso a pisotearlo.

Habían pasado sólo quince segundos aproximadamente desde que Gus había pedido que le acercaran el hervidor de agua y ahora tenía la cocina llena de alaridos, tumulto y cámaras acercándosele mucho para conseguir un primer plano.

—Seguimos en directo —gritó Porter, con la esperanza de que alguien le oyera en medio del estrépito—. Seguimos en el aire.

Entonces, sin pensar en nada más que en proteger a su amiga, Hannah, que había escrito un artículo sobre incendios en la cocina hacía no más de dos años, se metió corriendo en la melé, alargó el brazo debajo del fregadero de Gus y cogió el extintor que ella misma había puesto allí después de entregar el texto.

El hervidor de agua empezaba a derretirse y las llamas eran tan altas que estaban chamuscando el techo.

—Atrás —gritó la delgada mujer ataviada con un chándal rojo con capucha, mientras rociaba la cocina Aga con una espuma blanca—. Apartaos.

Para estar segura, soltó un segundo chorro del extintor, con un cámara enfocándole la cara mientras lo hacía. Hannah dejó escapar una bocanada de aire para intentar serenarse.

—Casi nos abrasamos —exclamó Carmen—. Gracias, Hannah.

Ésta saboreó unos segundos de dicha —le encantaba servir de ayuda— antes de caer en la cuenta poco a poco de la cantidad de cámaras que rodeaban la cocina.

—No te había reconocido hasta ahora —soltó Troy—. Era un gran seguidor tuyo.

Hannah y Gus intercambiaron una mirada y comprendieron lo que acababa de pasar: Hannah Joy Levine, la ex estrella del tenis caída en desgracia que había sido expulsada de los circuitos quince años atrás por perder partidos aposta, acababa de ser redescubierta en la cocina de Gus Simpson. Maldición.

16

En un abrir y cerrar de ojos los foros del sitio web de Canal-Cocina fueron tomados por los espectadores que trataban de averiguar si aquella joven encapuchada era realmente Hannah Joy Levine, en su día campeona de Wimbledon, desterrada por siempre del tenis.

Fue lo primero que preguntó Alan nada más llamar, apenas dos minutos después de finalizar la emisión. Nada de «Eh, ¿estáis todos bien?», ni tan siquiera un «No te preocupes por los daños», para consolar a Gus. Él fue directo a lo importante: ¿cómo es que nadie le había contado que Hannah Joy Levine trabajaba en su equipo de cámaras?

—No trabaja para nosotros, Alan.

—Sería genial tenerla en el programa.

—Eh, te digo que no trabaja para nosotros.

—No lo pillo —dijo Alan. Se entrecortaba un poco el sonido de su voz al teléfono. Debía de ir en el coche—. ¿No me irás a decir que se ha pasado más de diez años escondida en los armarios de la cocina de Gus Simpson?

—Son vecinas.

—Vaya, pues nos habría sido de gran ayuda contar con Hannah Joy Levine en el último programa de Gus, cuando los índices de audiencia estaban en el retrete.

—Tranquilo, ahora les comunico tu mensaje de preocupación —dijo Porter, y le hizo a Gus una señal de que todo iba bien.

—En fin, lo que tú digas —le dijo Alan—. Esto es como encontrar a Amelia Earhart. O la cámara acorazada de Al Capone. O saber qué fue de los chicos de Arnold. Es hermoso.

—No, nadie sufrió de inhalación de humos. —Porter fingió reír entre dientes como si estuviese tranquilizando a su jefe.

Alan obvió el continuo parloteo de su productor ejecutivo.

—Aquí lo importante es saber cómo vamos a jugar esta carta. Consigue que esa Hannah firme lo que sea y luego empieza a emitir anuncios sobre nuestra nueva invitada misteriosa de Comer, beber y ser. ¿Es o no es ya-sabes-quién? Pienso sentarme tranquilamente a contar los índices de audiencia.

Hannah se quedó atribulada cuando Porter le comunicó la «invitación» personal de Alan de salir en el programa, y miró lastimeramente a Gus.

—Esto se está convirtiendo en un circo —chilló Carmen golpeando cazuelas para dar más efecto a sus palabras, sin darle tiempo a Gus a articular palabra—. ¡No, no y no! No pienso aceptar a nadie más en este dichoso programa. Alan me prometió que me metería en la tele, a mí, y en vez de eso, ¡me encuentro con medio programa y con una panda de idiotas que no saben lo que hacen!

—Oh, no estoy de acuerdo contigo, querida —dijo Gus—. A mí es a la que han endilgado a la idiota. Es evidente que te pusieron conmigo porque serías incapaz de llevar tú sola un programa. —Bajó la voz y habló lentamente—. Nadie con dos dedos de frente prepararía pulpo en la primera entrega de un programa nuevo.

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