Amor y anarquía (40 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

La historia era descabellada pero, entonces, nadie podía saberlo. Cuando empecé a investigar su vida y me encontré con la referencia a su paso por España —aun sin ninguna participación en ningún asalto— lo creí. Los diarios italianos —y algún diario argentino— contaban que Soledad había llegado a Italia tras pasar por España: yo no tenía ninguna razón para dudarlo.

Pero después el asunto se me complicó: los tiempos no daban y, además, el nombre de Pablo Rodríguez parecía una confusión con el de su ex novio porteño. Después Silvia Gramático me dijo que las dos habían viajado directamente a Italia; al final vi el pasaporte de Soledad, donde estaba claro que había llegado a Milán al día siguiente de salir de Buenos Aires, sin paradas intermedias. Pero seguía sin saber de qué se trataba, hasta que descubrí el origen del invento: la tontería policial da para todo.

Los servicios italianos se llevaron de la Casa de Collegno la agenda que Soledad había usado desde antes de dejar la Argentina. De allí sacaron material para su informe: "En las indicaciones escritas en español en la fecha 4 de junio de esa agenda se lee: 'Salimos a las 10.00 ha Rio Terrero — Cordoba nos recibió un primo de Enrique y su esposa. Son dos personas de 65 y 69...'. Verosímilmente la muchacha antes de llegar a Italia pasó por España". El 4 de junio de 1997 Soledad todavía estaba en la Argentina y fue a visitar con sus padres a unos parientes cordobeses: eso cuenta su anotación. Pero a los policías y fiscales italianos nunca se les ocurrió averiguar si existe una Córdoba en la Argentina; nunca, si allí hay un pueblo que se llame "Rio Terrero" —Río Tercero—; nunca, revisar el pasaporte de la acusada; nunca, pedir a sus colegas argentinos la fecha de su embarque en Ezeiza: podrían haberse enterado de que salió el 22 de junio, un día antes de su llegada a Milán. Si un médico hace algo así lo juzgan por mala praxis; si un obrero, lo dejan sin trabajo. La policía, en cambio, y el poder judicial sacan de semejantes pavadas conclusiones que pueden costarle a cualquiera años de cárcel. Y los diarios las repiten sin piedad.

"Querida hermanita, si estás leyendo esta carta es porque logré superar las reglas de mi cárcel. Imaginate cómo son las normas que pasar una carta a escondidas es como pasar un muro altísimo sin hacerse daño. Esto no es lo que te quiero decir, más que nada me importa que sepas que yo no soy una idealista solamente", había escrito Soledad en esa carta que le pasó a su hermana arrugada, escondida en un puño, cuando se vieron por segunda vez, el miércoles 8. Gabriela tuvo que disimular, aguantarse la impaciencia de leerla hasta estar afuera.

Antes, en su charla, Soledad había estado ambigua:

—Decidí que voy a hablar con la jueza por lo del arresto domiciliario. Por ahora no te prometo nada, pero voy a hablar y ver cómo viene.

Le dijo a su hermana y le pidió que le comprara ropa para esa audiencia:

—Algo azul o lila, son colores que inspiran inocencia, viste. Con eso me va a tratar mejor.

Gabriela se alegró: era un síntoma de que quería salir. Esa misma tarde le compraría un pantalón y una camisa lilas en Benetton. Pero antes terminaría de leer la carta clandestina:

"Antes que eso y siempre, seré Soledad, una persona que siente, que llora, que sueña y que, sobre todo, ama. Sobre todo ama a su familia pero que le da vergüenza decirlo y demostrarlo y que le duele mucho no poder hacerlo. Será por eso que cuando estoy lejos de ustedes me permito sentir libremente lo que siento por ustedes.

"Hermana, vos sos mi amiga del alma, mi mejor amiga, y nunca voy a olvidar lo que vos y Valentina están sufriendo por mí y tampoco me lo voy a perdonar. Todo lo que me portó a estar acá adentro no me avergüenza ni tampoco me arrepiento. Supe siempre lo que hice y tenía mis buenas razones. No quería ni quiero vivir por un mísero sueldo que te porta a crepar como una víctima sumisa en una sociedad represora. Yo todo este tiempo trabajé por mí y construí para embellecerme como persona. Cuando te veo con esa panza tengo ganas de irme con ustedes dos a Buenos Aires y darte una mano en todo lo que necesites.

"Cuando me decías cómo es tu casa me imaginaba una mañana sola en el patio tomando el desayuno con vos y Valentina tomando la teta y que después nos íbamos a dar una vuelta con el perro y quería imaginar que repartíamos nuestro tiempo para cuidarla y las dos poder también hacer nuestras cosas.

"Quedate tranquila que si no es ahora será más adelante. Lamento no darte una mano en este momento, pero en cuanto pueda me voy con vos a hacerte compañía. Sabés que no soy una chica muy estable, sobre todo de residencia, pero no dudo de querer estar con vos. Estoy en un período de muchísima confusión, estoy viviendo cosas completamente desconocidas. Estando encerrada se prueban sensaciones que no conocía, todo muy extraño, muy incierto y en la cabeza tengo una gran complicación. Es como que acá adentro me encuentro con una persona diferente a lo que siempre fui, como cuando encierran a un perro cuarenta días para ver si tiene rabia, son constantes provocaciones y encuentros con la parte más límite de tu existencia. Seguir adelante todos los días es un desafío muy grande, pero quiero hacerlo porque sé que antes o después seré nuevamente libre. Lo que no quiero es dejarme lavar el cerebro, así es como que buscan amansarte y borrar tu personalidad, acá no se trata de personas, sólo somos detenidos, que esto pueda borrar todo tu pasado, toda tu persona. Por eso es un gran desafío.

"Yo soy mucho más fuerte de lo que creía y busco convertir lo negativo en positivo. Hermanita, lo que quería decirte es que yo te amo y a papá y mamá también, que por la única razón que levanto la huelga de hambre es por vos, pero sobre todo por Valentina, que es la que más siente todo. Si fuera por mí y por mis ideas, continuaría sin comer hasta el final. Sólo lo hago por ustedes. Los quiero mucho, Sole".

Gabriela tuvo que contener un grito de triunfo y de alegría. Años más tarde, cuando me la mostró, me pidió que la leyera yo, porque ella se emocionaba demasiado.

"Recibí el telegrama de Teresa que me anuncia el fin de la huelga de hambre de Sole bajo presión de sus padres y de su hermana embarazada", escribió Silvano Pelissero desde su celda de Cuneo. Él seguía con su huelga y, para entonces, ya pesaba 55 kilos. "La entiendo. Las presiones lacrimosas de la familia tienen éxito allí donde a menudo el terror autoritario falla. Yo sigo adelante solo".

Silvano la entendía pero se sentía levemente traicionado. Aunque, en verdad, nunca había esperado mucho de Soledad: en sus cuatro meses de relativa convivencia en Collegno muy pocas veces habían charlado cara a cara, y todavía la veía como una chica que se había enredado en todo esto por el azar de su amor por Edoardo. Le habían contado sobre su entereza, su dignidad de esos últimos días, pero todavía no terminaba de tomarla en serio. Y, además, su situación no mejoraba:

"Lo más fastidioso son las requisas permanentes. Típicas de las cárceles chicas de máxima represión. Cada vez que salís de la celda te requisan", escribió en esos días a un amigo. "A menudo, una vez por semana, te desnudan. Te revisan la boca con una paleta de madera. Te revisan los pelos con un peine. Hasta te miran los pendejos. Meten las manos en tus zapatos y en el agujero del inodoro de la celda y se pasan veinte minutos palpándote toda la ropa. ¡Qué trabajo de mierda hacen estos subhumanos!", decía Silvano Pelissero, y seguía con su huelga de hambre.

Los squatters turineses estaban levemente confusos: tras la gran marcha del sábado era como si se hubieran vaciado, como si hubiesen puesto todas sus energías en la calle y los resultados no estuvieran claros. Y la represión, mientras tanto, seguía: en esos días la Orden de Periodistas del Piamonte amenazó al responsable de Radio Black Out con el retiro de su permiso profesional, la prensa batía el parche del peligro squatter y la policía detuvo —en casa de sus padres— a Luca Bertola, acusado de los golpes al periodista Genco.

Gabriela seguía sus trámites frenéticos: debía conseguir, antes de la audiencia fijada para el jueves 16, un lugar para proponer como residencia de Soledad y la garantía de una institución respetable. Mientras, aprovechaba al máximo sus visitas. El lunes 13, en la penúltima, Soledad le había dicho de nuevo que quería recusar a Zancan, que se sentía culpable de abandonar a Silvano. Antes de volver el miércoles, Gabriela le pidió a Luca que la ayudara a convencerla de que no lo hiciera.

—Yo no la voy a convencer de nada, ella es totalmente libre de hacer lo que quiera.

Le dijo Luca. Cuñado y cuñada por la ley se entendían bien: no coincidían en casi nada pero la amabilidad del italiano, su disposición a ayudar en todo lo que pudie ra le caían muy bien a la argentina. El diálogo entre ellos era fluido pero incomprensible: cada cual hablaba en su idioma.

—Luca, la concha de tu madre, por una vez dejá la política de lado.

—Nosotros somos anarquistas, cada uno es dueño de tomar sus propias decisiones, para eso hacemos todo lo que hacemos. Yo no voy a influir en lo más mínimo en la decisión de otro.

—No te estoy pidiendo que influyas sino que le hables de las ventajas.

—Y de las desventajas.

Le contestó Luca, y se reía. "Zancan le proponía que hiciera ese papel de muchachita engañada por unos tipos malos, la tontita inocente que no tenía nada que ver ni entendía nada", dirá Luca después. "Y ella lo rechazó. Si jugaba este papel habría difamado a sus compañeros: los habría hecho quedar como unos tipos que se aprovechaban de la chiquita tonta para llevarla de las narices —y quedaban como unos hijos de puta. Pero también se difamaba a ella misma. Ella no tenía ninguna gana de pasar por tonta, por su propio orgullo. Era orgullosa. En lo que hacía se veía claramente que lo había elegido, que no era que le sucediera por casualidad".

—No, pero aclarale que en ningún momento vamos a perjudicar a Silvano.

Insistía Gabriela.

—¿Te parece? Con ese hijo de puta de Zancan nunca se sabe...

Gabriela no consiguió ese apoyo, pero sí que Soledad no rechazara a Zancan —al menos por unos días. Y también los requisitos para pedir el arresto domiciliario. La cuestión tenía un problema suplementario: Soledad no tenía domicilio ni parientes en Italia y, por lo tanto, no estaba claro dónde podría cumplir el arresto. Pero consiguieron un garante, el cura Luigi Ciotti, y un lugar, una comunidad para enfermos de sida en la provincia de Cuneo, a hora y media de viaje de Turín. La casa se llamaba Sottoiponti —Bajo los puentes—; el lugar, Bene Vaggena. El viernes 17 la jueza de penas Fabrizia Pironti —que unos días antes le había negado el arresto domiciliario— decidió que ahora sí María Soledad Rosas podría tenerlo:

—El lugar es tranquilizador desde el punto de vista de su ubicación geográfica y su tipo de ambiente. Y la peligrosidad social de la acusada puede considerarse residual.

Declaró para justificar su decisión.

"Recibí el telegrama y escuché la noticia de la 'liberación' de Sole. Pobre Sole. De una cárcel a otra", escribió ese día Silvano desde su celda. "De Le Valette al Grupo Abel. Me informé sobre cómo se vive ahí adentro. Los que estuvieron no resistieron más de 20 días, si tenían en su espíritu una chispita de rebeldía. Y si te resignás, entonces te insertás bien y feliz de vivir como las masas: sirviendo a los patrones de siempre. No sé cómo le irá a Sole. Pero pienso que tendrá que ser mucho más fuerte que lo que fue hasta ahora. Baleno hizo lo mejor. Él también había pasado por el largo calvario de las comunidades terapéuticas. Seguro que también pensó en eso antes de terminarla con esta bufonada de la libertad y la justicia. Veo días duros para Sole. Hasta puede ser que cambie. Que se arrepienta. Que 'entienda sus errores' y tras un largo recorrido de sufrimientos y justas expiaciones se reinserte de forma productiva en el sistema: ¡y entonces dirá que vuelve a vivir!"

Era un riesgo posible: los fiscales antianarquistas habían tenido un gran éxito con las declaraciones de la arrepentida Namsetchi Mojdeh: en ellas habían basado todo el caso Ros-Marini, y es probable que pensaran que podían repetir el mecanismo con Soledad Rosas: como Mojdeh, Soledad era joven, extranjera, enamorada, nueva en el movimiento.

"Sole es joven y quizás sea inmadura todavía", seguía la carta de Silvano. "Tal vez el suyo fue sólo un accidente en el camino. Quién sabe. Sólo el tiempo podrá contestarnos. Cuando caíste en las garras del sistema todo se vuelve más difícil y a veces las certezas vacilan. Yo también tengo fuerte dudas sobre mi futuro. Lo veo seguramente triste y negro".

—Rosas, prepará todas tus cosas. Te vas, ¿te lo dijeron?

Los diputados verdes tenían razón: la muerte de Edoardo había servido para sacarla de la cárcel. Soledad trataba de no pensar que ése era el precio: si no, no podría dejar nunca esas rejas. Por momentos le daba una gran alegría pensar que en pocas horas estaría en la relativa libertad del encierro en una casa de campo. En otros, la invadía la vergüenza, la sensación de haber traicionado. Luca le había dicho que no fuera boluda, que desde la comunidad podría hacer más cosas, que nadie tiene que estar en la cárcel si encuentra la manera de esquivarla. Que había que aprovechar cualquier resquicio del sistema, que los okupas no queremos ser mártires, que esas son cosas de comunistas. Soledad lo entendía pero igual se sentía un poco sucia, aquella tarde, mientras juntaba su ropa, sus cuadernos, su radio, las pocas cartas que le quedaban de su hombre.

"Cuando entrás a Le Valette te palpan el escroto y te controlan el ano", escribió en esos días Silvano Pelissero. Fue una burla menor: aquel sábado 18 de abril, mientras Soledad se preparaba a partir al arresto domiciliario, Silvano era trasladado a la cárcel de Turín.

"Después vas a los Recién Llegados. Colchones húmedos de meo, sábanas húmedas. Basura por todas partes. Vómito seco sobre las paredes y sangre salpicada por todas partes. El color no es el gris sino el sucio, el asqueroso. Todo hierro está oxidado. Los calabozos pueden contener hasta 8 o 10 personas. Drogones en crisis. Locos. Marroquíes y albaneses recién golpeados por los canas, con la nariz y los labios chorreando saliva y sangre. No pegás un ojo porque está lleno de gente que se lamenta, llora, grita y tira los jarros a diestra y siniestra. El inodoro está tapado de basura 12 horas por día.

"Si tenés suerte, después de un día o dos te mandan a los bloques. En el B está lleno de buchones, delatores, renegados de todo tipo, violadores y cafiolos. En en el C hay muchos extracomunitarios, la mayoría drogones, y drogones italianos (...) En la sección 7 el tufo que domina el aire es el del meo y la comida podrida. La sección está pintada de un blanco amarillento. Acá también la mugre y la basura inundan todo. Mi celda sólo tenía una cama. Oxidada, por supuesto. El colchón estaba roto y le faltaban pedazos. Estaba húmedo de meo. Las sábanas también estaban húmedas y la frazada sucia de tierra y polvo. No había ni mesa ni silla ni televisión ni ningún mueblecito para poner mis cosas. Ni espejo y la pared del baño la habían tirado abajo a patadas y nunca la habían vuelto a levantar. Los vidrios de plexiglás estaban rotos y faltaban algunos. En su lugar había bolsas de plástico pegadas con cinta scotch. En las paredes las habituales salpicaduras de sangre, vómito, sopa, café con leche. Al lado del inodoro, meo, y manchas de mierda hasta la altura de la cara. Vigilado noche y día. La noche me controlaban cada tanto con una linterna. (...) ¡Si Edo estaba en este lugar de mierda es fácil entender cómo se suicidó!".

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