Amor y anarquía (53 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

Me dijo Silvano Pelissero y no quise preguntarle más: me dio pudor. Si Soledad se suicidó también le estaba hablando a él: diciéndole que no, que seguía prefiriendo a su amor mu erto.

Yo sigo sin saber. Suelo pensar que sí, que se mató: muchos indicios apuntan en esa dirección. A menudo, durante mi búsqueda, recordé a Serguei Esenin, el gran poeta lírico de la Rusia revolucionaria. El 3 de octubre de 1925, a sus treinta, desorientado, desesperado, se encerró en un cuarto de hotel y se cortó las venas. Con su sangre escribió sus versos del final: "Morir no es nuevo en esta vida / pero ahora vivir tampoco es nuevo".

Matarse, para Soledad, si se mató, fue nuevo: a veces pienso que fue su último intento de crear. Estaba en manos de sus enemigos, había perdido su mejor amor y tenía que hacer algo con su vida. Quizás pensó que podía hacer con ella —al deshacerse de ella— el final correcto de su historia. Tenía la responsabilidad de concluir, de darle sentido a toda esa historia: la muerte, más que nada, da sentido. O, dicho de la peor manera: para mostrar que los habían matado tenía que morirse.

Matarse, si se mató, era una forma de terminar de escribir su vida. Soledad podría haber vuelto a la Argentina, de nuevo pasear perros, intentar otras cosas: podía haber vuelto a ser una chica de tantas. O podía convertirse en un pequeño héroe que ya no tendría que encarar más elecciones. Y eligió —si la eligió— esa vía, la más difícil, la más fácil. Eligió esa vida de muerta en vez de otras. Eligió entre vivir una vida común y pasear perros y niños y disgustos y arrugas o convertirse en un personaje de tragedia. A veces tienta. A muchos tienta. Transformarse en lo siempre posible, en lo que pudo ser. Escuchar como Alberti.

Es una posibilidad. Hay otras. De todas formas, por más intentos, por más ideas y conjeturas y supuestos, el suicidio es la forma más brutal de la pregunta: quién era yo, por qué me hiciste aquello, por qué no fuiste lo que yo quería, por qué dejaste que esto fuera así, quién era yo, por qué. Una pregunta que queda para siempre sin respuesta, porque el suicidio es la pregunta pura, que cierra en ella misma la expectativa de cualquier respuesta. El suicidio nos deja sin palabras: nos habla demasiado. Y quizás la mataron.

—¿Cómo te gustaría que recordaran a tu hija?

Le pregunté, alguna de esas tardes, a Marta Rey de Rosas. Ahora Soledad Rosas tiene una sobrinita que nunca conoció y que se le parece tanto: su abuela, la madre de Soledad, se suele equivocar: la llama Sole.

—Como era ella, la castañuela, el cascabel. Era realmente una maravilla de persona. No sabía lo que era la envidia; jamás mentía, por eso nosotros en ningún momento dudamos de las cosas que nos contaba. Era tan humilde. Tengo que reconocer que era una dualidad su carácter, su estado de ánimo: una geminiana. Que de una tremenda euforia pasaba a una depresión y a un llanto y a una incomprensión, que nadie la quería, que nadie la comprendía. Pero también era una locura de cantar, de bailar, de gritar. Irse a la Doce cada vez que jugaba Boca. Cada vez que gana Boca me pongo tan contenta, y mirá que yo no soy de Boca. Digo 'Sole debe estar haciendo un quilombo ahí arriba con cada gol'.

Son recuerdos privados. Lo que no quería Marta Rosas era que su hija se transformara en una figura pública: "No me interesaba que Sole fuera una tumba donde a lo mejor van los turistas sin saber quién carajo era mi hija, nada más que a verla como 'oh, mirá, ésta era la Sole que se suicidó, que se murió por amor o que se mató no sé por qué'", me había dicho. En la Argentina actual las relaciones prepolíticas —las relaciones de sangre— ocupan gran espacio en el escenario de la política; hay Madres, hay Abuelas, hay Hijos y parecen tener, por sus vínculos de sangre, el derecho sobre la historia de sus muertos. Sobre muertos que, en general, los abandonaron para buscar una vida distinta. Por ese derecho, entre otras cosas, Soledad Rosas no tiene tumba. O casi.

—Nosotros pusimos su foto ahí, en la tumba de Edoardo. Para nosotros es como si ella también estuviera ahí, con él.

Me dijo en su cabaña colgada de los montes Paola Massari, la madre de Baleno. Fue la noche en que después me dijo que no tenía ninguna seguridad de que su hijo se hubiera suicidado pero que no habían querido investigar su muerte y que cómo podía ser que algo así sucediera en Italia, que esas cosas sólo pasaban en Chile o Argentina, no en Italia.

Pero es en Italia, en el pequeño cementerio de Brosso Canavese, donde está la única tumba. La hizo Renato Massari con un tronco que su hijo Edoardo había traído del bosque. Renato tiene tiempo: el año de las muertes y de sus infartos le dieron el retiro anticipado. Renato es hábil con las herramientas: lo lijó, lo pulió, lo barnizó y le talló unas letras que llenó con dorado. "Edoardo Massari", dice, "1963-1998"; "In ricordo di Soledad Rosas", dice, "1974-1998". Y están sus fotos y una cruz sin el Cristo, la cruz de la resurrección, y delante está el prado, los valles, las montañas: un mundo que disimula su final. Y las palabras, talladas en el tronco, de un poeta italiano: "Libertá c'era si cara... / e amor". Primero habían pensado en otra: "Anche se tutti, io no" —aun si todos, yo no— pero les pareció demasiada provocación. Así que fue la libertad —nos era tan querida... y amor. Y el prado, los valles, las montañas, el cielo tan parecido a una certeza.

"Yo dudo, yo sigo dudando", me dijo, aquella vez, Marta Rosas, su madre. "Pero tengo paciencia. Algún día Solita y yo nos vamos a encontrar, allá arriba, y ahí me voy a enterar de la verdad. Lo que no sé es cómo voy a hacer para decírtelo a vos después..."

Me dijo y, en medio de las sombras, se rió:

—Va a ser jodido, ¿no? Vas a tener que esperar a encontrarte con nosotras también...

La espera, espero, será larga. Esa será mi última crónica, y todavía no me imagino en qué idioma intentaré escribirla. Pero está claro, hipócrita lector, que ese último capítulo vas a leerlo en otra parte.

Buenos Aires-Turín, 2001-2003

QUIERO AGRADECER SU AYUDA

PARA ESTE LIBRO:

Sobre todo a la familia Rosas: Marta, Gabriela, Luis, que me abrieron sus puertas y las de Soledad.

A Rodolfo González Arzac, periodista, que me ayudó con muchas de las entrevistas porteñas.

A Tobia Imperato, historiador anarquista turinés, que hizo honor a su idea y me facilitó todo su material.

A Luca Bruno, Ita Primavera, Mario Skizzo, Pipero y los demás okupas de Turín, tan hospitalarios.

A Silvano Pelissero, que me recibió en su prisión campesina.

A Guillermo Piro, que me ayudó con los vericuetos del italiano.

A Christian Ferrer, mi maestro anarquista.

A todos los que le hablaron a este libro.

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