Amor y anarquía (23 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

"Cuando se le ocurría una idea no aceptaba mediaciones, demoras: quería llevarla a cabo de inmediato", dirá Pipero, ocupante del Asilo. "Era explosivo: cuando pensaba algo lo hacía, sin reparar en lo que pensarían los otros. Cuando se ponía a trabajar en su taller a la madrugada y despertaba a todo el mundo te daban ganas de matarlo".

Pero lo respetaban por otras cosas: su generosidad, su disposición, su entrega: "Edo era muy bueno para hacer todo tipo de trabajos", dirá Silvano, su amigo. "Era un tipo siempre dispuesto a ayudarte en lo que fuera necesario, te prestaba todo lo que tuviera, te hospedaba en su casa, iba con vos a recuperar materiales cuando era necesario: vos sabías que siempre podías contar con él".

Poco después de su salida de la cárcel, un grupo de anarcos turineses fue a Roma para manifestar su apoyo a los presos: tenían previsto desplegar unos carteles y gritar sus consignas frente a las paredes de la cárcel militar romana y después escapar, antes de que llegaran los carabineros. Edoardo había armado unas ristras de petardos para la ocasión; cuando sus compañeros decidieron retirarse él quiso quedarse hasta que detonaran: tuvieron que convencerlo a las puteadas de que había un plan y que era conveniente para todos que también él lo respetase.

A Edoardo Massari no le gustaba que le sacaran fotos.

6. AMOR LLEGÓ

Suele pasar: la felicidad no deja muchos rastros. Sabemos que en la segunda quincena de diciembre Edoardo Massari y otros diez amigos y amigas de la movida turinesa decidieron ir a pasar el fin de año al calor español. Sabemos que entre ellos había una chica que solía dormir con Edoardo; sabemos que Soledad se sumó al grupo. Es curioso: he encontrado gente que me contó pormenores de casi todo en esos meses —y ninguno que sepa casi nada de este viaje.

Quedan datos desperdigados, imágenes, fragmentos: una fiesta en la Casa de la Montaña, el centro de ocupas anarquistas de Barcelona; una playa en Fuengirola donde durmieron dos o tres noches; una playa en Tarifa, en la unión del Atlántico con el Mediterráneo y, sobre todo, un avión a Las Palmas de Gran Canaria donde Edoardo se negaba a ponerse el cinturón porque no quería aceptar órdenes de nadie —y Soledad se reía y se reía. Queda la imagen de un fin de año en una plaza, en un pueblo canario, donde Soledad descubrió que Año Nuevo no tenía por qué ser un asunto de familia.

Unos días antes, en esa playa de Tarifa, había empezado algo. Ya al principio del viaje Edoardo y su amiga se pelearon; alguna de esas noches, el italiano y la argentina se miraron de otro modo —y después lo que importó no fue mirarse.

"Nos veo juntos en aquella playa, desnudos, tan juntos", le escribiría Soledad, sólo tres meses después, a Edoardo, de celda a celda. "Logro sentir el perfume del mar, el sonido de las olas que golpean en las piedras, el viento suave ligero, el sol caliente en nuestra cara. Yo agarro tu cara con mis manos y después las paso por tu espalda. Vos me agarrás fuerte, me apretás, nos besamos, reímos, somos felices, mi amor".

Tenemos, a lo sumo, suposiciones, rastros. Pero nunca sabremos en verdad lo que pasó entre ellos esos días, cómo fue que empezó ese amor que, tan corto, sería definitivo. En ciertos casos los detalles —me digo, me consuelo — importan poco. En los primeros días de enero Soledad estaba de vuelta en Turín con su nuevo novio. Los dos meses siguientes cambiarían su vida para siempre: la convertirían en eso que ahora es y no es.

"Mi hijo y Soledad tuvieron de inmediato una relación muy bella", dirá Paola Massari, la madre de Edoardo. "Aunque se llevaban diez años tenían... no sé, algo tan particular, se entendían con sólo mirarse. Ellos eran distintos porque Edoardo no había estudiado, hizo hasta la mitad del bachillerato, y ella había hecho una carrera. Y también en muchas otras cosas, pero se entendían como muy poca gente. Edoardo era una persona especial, algunos decían extraño, pero era normal".

Su romance no duró más de diez semanas: setenta días, como mucho, con sus setenta noches —y alcanzó, sin embargo, para definirles la vida: Soledad quedará inscrita en su pequeña historia como la novia de Edoardo Massari. Pero ya desde el principio la pareja que se había constituido empezó a actuar, en muchos planos, como una pareja bien constituida. Casi t odos esos domingos, por ejemplo, Edoardo y Soledad fueron a visitar a los padres de él en la cabaña de Brosso, en lo más remoto de la Val Chiusella. El lugar es encantador: una colina en el final de un valle, intrincado entre montañas imponentes, puro verde y el blanco de la nieve y el azul de un cielo que no suele nublarse. Los padres de Edoardo se habían encariñado con esa chica de quien su hijo parecía tan enamorado: "Sole era una chica muy madura, con un nivel de sensibilidad y de personalidad muy alto; entendía muy bien a las personas y las cosas", dirá Renato Massari, el padre de Edoardo. "Para nosotros Sole era su mujer, y teníamos una bellísima relación con ella".

Y, además, a los Massari les daba cierto alivio que su hijo hubiese encontrado por fin una mujer que le importara: no querían juzgar su vida pero sin dudas preferían la idea de que intentara calmarse, formar una familia, tener hijos y, para eso, la primera condición era ese amor. "Edoardo tenía muy buena relación con sus padres y enseguida les hizo conocer a Sole porque ya desde el principio le pareció una relación importante", dirá Silvano, su compañero de la Casa. "Y sus padres estaban contentos de ver que su hijo estaba de novio con Soledad porque querían que su hijo se pusiera de novio y se casara con una buena chica, y la consideraban como una de su familia".

Aun cuando no la conocían demasiado bien; sólo lo que ella quiso mostrarles: "Sole tenía esta idea de que la vida no era plena si no hacía algo por los demás", dirá Renato Massari. "Esta idea la traía ya de la Argentina, me parece que había hecho alguna cosa con las tribus indias, sobre sus derechos; los suyos no querían, le decían pensá en vos, pensá en vos, pero eso no era lo que Sole quería, y cuando se encontró con Edoardo y entendió que tenía las mismas ideas... más allá del vínculo de afecto, eso creó otro tipo de vínculo, más fuerte quizás, algo muy particular, algo que muy pocos alcanzan...".

"Por ejemplo, él siempre fue tímido", dirá su madre. "Entonces siempre le costó decir palabras afectuosas. Aunque se fue a vivir solo bastante pronto, siempre fue un muchacho muy unido a su familia, pero le costaba demostrar sus sentimientos... Decía una cosa pero pensaba otra, y Sole esto lo entendió enseguida. Entendió a través de lo que decía y hacía que él no era como se presentaba. Tenía un carácter muy tierno, entonces trataba de parecer duro, porque tantos se aprovechan de los que son dulces, tiernos. Y ella lo había entendido. Él era un impulsivo, un aries: soltaba de golpe todo lo que pensaba, lo que lo preocupaba y después se le pasaba. Sole había entendido y cuando él se desahogaba así ella no le hacía caso y después le decía lo que tenía que decir. Una vez en una carta él le dijo 'vos entendiste mi carácter mucho mejor que yo mismo'. Era verdad".

La Casa Okupada de Collegno era, queda dicho, la morgue de un manicomio. Es curioso pensar que en ese depósito de muertos desdichados María Soledad Rosas vivió los momentos más felices de su vida.

La vida en Collegno cambió mucho cuando dos de sus tres habitantes se transformaron en una pareja. Soledad y Edoardo se dedicaban intensamente a su amor y a sus costumbres ahora compartidas. "Cuando se metió con Baleno ella cambió muchísimo. Baleno era muy serio, muy militante, uno que estaba convencido", dirá Ibrahim, ex ocupante del Asilo. "Cuando Soledad se fue a Collegno ya no la veíamos mucho. Y después, cuando se enganchó con Baleno, menos todavía. Estaban en el momento más fuerte de su romance. Algunas veces venían al restorán del Asilo, poco. Pero cuando los veíamos parecían muy muy felices".

Soledad ya era vegetariana: en esos días terminó de hacerse vegana, como Edoardo. No comían ningún producto animal, ni siquiera los no-violentos como huevos, leches, quesos. En verdad sólo podían comer ciertas verduras: ni papas ni tomates ni berenjenas. Sí ciertas harinas, gomasio, quínoa, mijo, alpiste, soja, quesos de soja, frutas, nueces. Tampoco se permitían el azúcar: debían endulzarse con miel o jarabe de arce —que era una fuente importante de energía. "Se pasaban horas para conseguir todo eso", dirá Silvano. "Lleva mucho tiempo encontrar estas cosas y llevárselas. Era un fanatismo loco, ése, era un trabajo increíble. Y también la marihuana tenían que conseguirla, no era tan fácil". Edoardo había convencido a Soledad de acompañarlo en la práctica de la urinoterapia: cada mañana juntaban en un frasco su primera orina para tomarse un par de tragos. Como no bebían alcohol y comían tan sano, sus orinas era un líquido leve, casi incoloro, que supuestame nte les lavaba el organismo y lo reconfortaba.

"Yo con Sole hablaba pero tampoco tanto, porque ella tenía su relación con su novio y yo no quería meterme en el medio", dirá Silvano. "Ellos estaban muy pegados, andaban juntos todo el día, hacían sus ayunos, sus huelgas de silencio —se pasaban sin hablar días y días, algo terrible para un italiano. Era una cosa muy extraña, yo no quería saber nada. Hacían yoga a la mañana, a la tarde y fumaban mucha marihuana. Baleno tenía sus períodos de depresión y períodos de mucha euforia. La marihuana le servía para distenderse pero a veces después se ponía peor todavía. Y a veces nos peleábamos por tonterías. Él se enojaba porque yo cortaba el jamón sobre la mesa de la cocina donde él apoyaba su pan y entonces él decía q ue mi jamón, que era puro animal, contaminaba su pan".

Sus huelgas de silencio llamaban mucho la atención de sus compañeros: eran, decían Edoardo y Sole, una experiencia de autodisciplina y una manera de buscar formas de comunicación extraordinarias. "Nosotros les preguntábamos si estaban locos", dirá Luca Bruno. "Los cargábamos por estas cosas pero ellos se las tomaban muy en serio y nosotros al final las respetábamos".

"Baleno era un chico bastante triste", dirá Silvia Gramático. "Cocinaba muy bien, unos panes muy naturistas. Pero comía una comida triste, disciplinada, mucho arroz integral y esas cosas. Una vez me contó que se había encadenado a una plaza, no me acuerdo dónde. Tenía esa postura de mártir, del que sufre y se hace cargo por todos. Sole al enamorarse se debe haber enamorado también de todo eso, se había identificado mucho. Ellos eran como mártires, como gente que sufre por todos, que se hace cargo de todo el dolor de la humanidad".

Es una versión posible. Pero le faltan datos: el recuerdo, sobre todo, de la alegría continuada, la felicidad que los dos sentían esos días: por fin, después de tanta búsqueda, tenían la sensación de haber encontrado lo que tanto buscaron. El amor suele producir esos efectos.

"Habíamos vuelto a hablarnos por teléfono y yo la escuchaba muy bien, muy contenta", dirá Gabriela Rosas, su hermana. "Me decía que estaba muy enamorada de Edoardo, me lo describió como un tipo muy fuerte, grandote, medio callado, que no hablaba mucho. Que desde el primer momento que lo vio, ella se había enamorado de él y que nunca pensó que le iba a dar pelota, pero al final sí. Y me lo pintaba como un tipo bueno, más grande que ella, que la cuidaba y protegía mucho. Me parece que debe haber sido el primer tipo que la cuidaba. Siempre había sido al revés: ella había sido la protectora. Me sentía tranquila, no veía ningún peligro... Además me decía que había encontrado no sólo ese amor; también algo que la llenaba, una ideología, un grupo de gente. Yo la veía bien, comprometida con algo, con un grupo de personas en el que era una más, que tenían objetivos, programas, acciones. Ella se sentía muy parte de todo eso. A mí me encantaba, la escuchaba coherente con ella misma. Estoy segura de que se sentía bien, que estaba contenta, que no extrañaba y que no quería volver. Y si lo que acá teníamos para ofrecerle era una vida medianamente cómoda y elegía aquello, es porque evidentemente aquello le hacía mejor. Creo que estaba feliz".

Mientras tanto la Casa progresaba. Entre Silvano y Edoardo la habían arreglado mucho —y Soledad también había contribuido con su trabajo. El edificio estaba bien asegurado contra los desalojos: los dos artesanos habían blindado las puertas y las ventanas para conseguir cierta ventaja ante un intento policial. En el hall de entrada habían instalado una barra y unos silloncitos, todo recuperado por ahí; las paredes de la cocina estaban revestidas de pedacitos de mosaicos, cantidad de colores; el salón antes morgue ya tenía un escenario para teatro y música; las habitaciones del primer piso estaban bien pintadas y el baño funcionaba.

"Enero y febrero vivimos en esta casa y seguíamos arreglándola", dirá Silvano Pelissero. "Para eso de vez en cuando necesitábamos materiales y los recuperábamos de algunas obras en construcción". También, otras veces, recuperaban la comida en algún supermercado o la nafta sacándola de coches estacionados en la calle. "Edoardo se había construido, a su pesar, una vida de perseguido", dirá Stefano, ex ocupante del Asilo. "En nuestra cultura si no pensás como la mayoría y lo decís y encima actuás en consecuencia, te volvés un perseguido. Porque infringís las leyes, pero las infringís poniendo en discusión sus principios fundamentales: las infrinjo porque creo que no tendría que haber leyes ni jefes ni jueces ni tribunales. Así que le rompieron bien las pelotas".

Me he preguntado muchas veces si importa, para el desarrollo de esta historia —para la historia de la vida breve de Soledad Rosas— saber en qué medida ella y sus compañeros estaban fuera o dentro de la ley. De una ley que, de todas formas, no reconocían. Lo cierto es que después, cuando los detuvieron, nunca los acusaron de robar nafta en la calle o caños en una obra o comida en un supermercado. Ellos lo hacían: consideraban que toda propiedad es un robo y que vivir sin respetarla era su derecho y —de alguna manera — su obligación: parte de su compromiso militante. Es cierto que los robos no eran para "los demás"; los hacían en su propio, escaso beneficio. Pero también es cierto que su discurso suponía que tenían que hacer aquí y ahora aquello que su discurso les dictaba. Y es cierto sobre todo que, cuando los detuvieron, los acusaron de cosas muy distintas.

Soledad se cortó el pelo al ras: ya no era esa nena que salía en la foto del pasaporte. Ahora era una mujer, una mujer nueva, una ¿revolucionaria? "Cortarse el pelo le endureció un poco la cara, que era tan bella, tan suave", dirá Ita, ocupante del Asilo. "Cuando se metió con Edoardo se puso mucho más severa. Me daba la sensación de que se había hecho grande, creció muy rápido, tomó ciertas posiciones, se hizo firme". Aun así Soledad seguía yendo a fiestas del Barocchio, a cenas del Asilo, a conciertos de El Paso; Edoardo no siempre la acompañaba y, algunas veces, Soledad fue sola, bailó, se comió un hongo, se divirtió como antes, sintió una culpa moderada. Después volvía a la Casa y a su amor.

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