Amor y anarquía (21 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

"Soledad habría podido quedarse en el Asilo, sin problemas: estaba cómoda, le gustaba, se llevaba bien con casi todo el mundo", dirá Stefano, ex ocupante del Asilo. "Pero estaba al tanto de la historia de este lugar, Collegno, que nadie quería ocupar; un lugar ocupado, si no hay nadie, desaparece, y ella, que quería empezar una nueva vida acá en Turín, decidió ir a ocuparla. Y se fue con Francesca".

La casa de Collegno era una especie de chalet pesado y cuadrado de dos pisos, cien años, no muy grande: tres habitaciones en el primer piso y, en la planta baja, la gran cocina y una sala grande y levemente siniestra: la sala de los muertos. "Era la cámara fría donde guardaban los cadáveres", dirá Luca. "En el medio, un mesón de madera maciza donde se hacían las autopsias". La Casa había sido, en su primera vida, la morgue del manicomio de Collegno.

"Eso de que fuera una ex morgue a mí siempre me resultó incómodo", dirá Stefano. "No sabés la energía negativa que había ahí adentro. Porque encima no era una morgue de gente muerta bien, si es que se puede morir bien. Eran muertos que habían muerto mal, que habían vivido una vida de mierda en un manicomio, que quizás después de muertos los usaban para hacer experimentos —como los habían usado cuando estaban vivos. Alguna vez, con Pipero, habíamos pensado en ocuparla, porque no nos gustaban estas casas ocupadas donde cuatro veces por semana había conciertos, fiestas, quilombo, tanta gente. ¿Por qué uno, porque ocupa una casa, tiene que hacer fiestas todos los días? No es humano, yo no quiero hacer fiestas todos los días, no es humano, se vuelve un trabajo. Entonces pensamos que podíamos ir a vivir ahí y venir a las fiestas cuando de verdad quisiéramos. Pero el lugar me tiraba mala onda. Quizás sea una sensación mía, aunque también lo hablé con otros amigos. Pero lo cierto es que yo en esa casa nunca me sentí bien, ni siquiera me acuerdo de una fiesta donde haya estado bien, aun cuando la gente que vivía ahí me gustaba, los quería. Yo sé que los fantasmas no existen, pero que los hay, los hay. Yo no soy supersticioso, pero, por si acaso, una morgue..."

Durante todo ese verano no había habido más explosiones en el Valle de Susa. El 4 de noviembre, en Borgone, alguien hizo saltar los transformadores de dos repetidoras, a cincuenta metros de distancia una de otra: una de la Mediaset de Berlusconi —con una garrafa de gas de camping— y la otra de la radio de los carabineros —con un caño lleno de pólvora negra. Nadie reivindic ó los atentados. Dos días antes, en la puerta de la iglesia de Vaie, aparecieron otros volantes de los "Lobos Grises por una Valsusa Libre: Sentimos el deber ineludible de continuar nuestra misión desesperada contra una tiranía omnipotente que está aplastando al mundo en una morsa de brutalidad y de abominable injusticia. Dirigimos nuestra plegaria a las diversas divinidades arcaicas de nuestras montañas...", decían, y después: "Si en Italia trabajaran todos los que pueden, vos trabajarías una hora por semana (...) El clero, como el capitalismo, te quiere pobre, necesitado y sufriente", decían, y terminaban invitando a todos a una guerra contra las instituciones.

Y el 10 de noviembre, en Rosta, una garrafa de gas de 25 kilos no explotó junto a las vías de la línea Turín-Modane. Fue el último de la serie. Después, tan misteriosos como habían aparecido, atentados y atentadores se disolvieron en el aire.

Soledad, ya en Turín, quizás tuvo alguna noticia de todo esto. No es imposible: los diarios locales le dieron cierta difusión. Pero sabemos que no tenía la costumbre de leer la prensa.

Los primeros días en la Casa Okupada de Collegno Soledad estaba un poco perdida. No era lo mismo vivir en un lugar en pleno funcionamiento que poner en marcha una casa donde no había casi nada.

"Este squater está ocupado hace poco por lo que hay mucho trabajo: blindar puertas, barricadas en las ventanas, instalación eléctrica, H2O, tirar paredes, levantar otras", le escribió en esos días a Ezequiel Gramático. "Así que aprendí mucho de construcción, soldadura, taladro, corriente. Nuestra casa es chica, pero tenemos sala de conciertos, biblioteca, sala de video".

En realidad lo que tenían eran espacios donde instalarían esas cosas: la Casa todavía no funcionaba y, sin embargo, ya tenía problemas con la policía: "Como es la única casa ocupada de este sector de Torino, la policía molesta mucho", le escribió a su amigo Ezequiel. "Nosotros no estamos en Torino sino a 20 kilómetros, en las afueras. Y siempre damos de qué hablar y nosotros contestamos. El problema es que la Digos, más fuerte que la policía, sigue a toda la gente del movimiento anárquico, y nos sigue muy de cerca. A mí ya me agarraron un par de veces. La próxima me deportan. Pero la única solución que tengo es casarme, y es lo que voy a hacer".

Unos días antes los punx-anarcos de Turín habían ido a las puertas de la cárcel de Le Valette a tocar música para los presos: era una de sus formas más habituales de manifestar su solidaridad con ellos. Esa tarde un agente de la Digos agarró a Soledad y se la llevó hasta la esquina:

—Tené cuidado, vos. Lo único que nos falta es que vengan de la Argentina a rompernos las pelotas. Quedate tranquila porque si no, te pongo en la frontera y acá no te vemos más el pelo.

"Ya conseguí marido, es un amigo de otro squater", seguía su carta a Ezequiel. "Y nos resulta a todos muy divertido. Otra razón para hacer una gran fiesta. Siempre hacemos fiestas, conciertos, cenas, cine, reuniones. Y todo sin $. Se llama Bella Vita —que es por ejemplo organizar un concierto sin cobrar entrada, sin cobrar el bar; o juntarnos a comer en un squater y todos aportamos de beber y comer y tratamos que aquello que cada uno cocina sea procurado sin dinero. El dinero que manejamos normalmente termina para los presos políticos o para los abogados o para imprimir material, etcétera".

"Finalmente desarrollamos el discurso de la gratuidad, que nosotros llamamos 'bella vita', porque estábamos hartos de reproducir dentro de las casas ocupadas la división entre gestores y consumidores, clientes que llegan y pagan", dirá Mario Skizzo, precursor okupa. "Yo estuve a cargo de la librería de El Paso durante nueve años y me rompía mucho las pelotas discutir con gente que venía a comprar libros anarquistas y me pedía que le hiciera un descuento porque no tenía plata y yo le decía 'no, mirá, yo lo pagué tanto, no puedo'. No, eso es el almacén, las calles están llenas de almacenes, el mundo ya está hecho de almacenes. Así que empezamos con esta práctica de la gratuidad, en las cenas, en las fiestas, en todo lo posible. Esto se hizo sólo en algunas casas: el Barocchio, el Asilo, un poco en Collegno...".

En Collegno Andrea la visitaba algunas noches; otras, Soledad lo iba a ver al Asilo: él se había mudado del Barocchio tras una pelea con varios de sus ocupantes. "Una vez entró la policía en Collegno y vio unos cables robados —Sole estaba con Tarzán todavía, con Andrea", dirá su amiga Silvia Gramático. "Afanar cables es un laburo tremendo. Los cables son pesadísimos, después hay que limpiarlos, ir a vender el cobre: es todo muy sacrificado. Y ahí en Turín podés vivir con lo que se recicla. Ahí se tiran tantas cosas. En el mercado de Porta Palazzo a última hora, la verdura y la fruta no cuesta nada: o te la venden muy barata o directamente te la regalan".

Andrea se estaba poniendo cada vez más difícil, y una noche la tensión se hizo insoportable: "Sole se peleó con Tarzán en esa cena en el Barocchio", dirá Silvano Pelissero, el Druida. "Era una fiesta y se pelearon, después se pelearon de nuevo en la casa. No sé cómo pasó, pero me parece que incluso se pegaron. Ahí ya dejaron de verse definitivamente, Tarzán no vino por la Casa nunca más". Soledad sintió más alivio que pena: por alguna razón, sus relaciones solían complicarse hasta terminar transformadas en trampas cuyo final era un respiro.

El otoño había caído sobre Turín, y Turín cambia mucho en otoño. La ciudad luminosa y serena del verano se convierte en un pozo de niebla y de gris; Soledad trató de no sentirlo. Se decía que era normal que la ciudad le resultara, por momentos, hostil; su compromiso no era con Turín, era con los que querían que Turín y el mundo fueran otros. Una de esas tardes de llovizna fue a fotocopiar materiales anarquistas a una librería.

—¿Pero vos por qué creés en todas estas cosas? ¿Tan mal te tratan, a vos?

—No, no es eso. Lo que pasa es que...

Intentó contestarle Soledad. El italiano le fluía cada vez mejor pero, por momentos, se le seguía trabando.

—Disculpame, ¿vos de dónde sos?

—De la Argentina.

—Ah, argentina. ¿Y qué venís a hacer, acá, a molestar a la gente? ¿Por qué no te vas a tu país a hacer quilombo?

"Fabiolo Carolo", le escribió a su amigo Fabián Serruyo. "Ayer 18.10.97 hablé por teléfono a Villa Rosa y, como siempre, por el primero que pregunté fue por vos. Mamá me dijo que esta última semana habías estado en cama y deprimido, también un poco resfriado. Supongo que será un resfrío boliviano.

"Fabito, ¿por qué no te venís para acá? Descubrí un montón de gente que vive sin trabajar, sin pagar el alquiler y divirtiéndose siempre. Es verdad, existe, porque de hecho ahora elegí vivir así.

"Ahora estoy en mi cuarto de la casa donde vivo hace más de un mes. Es una casa ocupada, por lo que para mí es un poco riesgoso porque soy ilegal y acá de vez en cuando viene la yuta. Pero no pasa nada. En esta movida de los squatter (casas ocupadas) hay una consigna importante además de la revolución y la A y todo eso, que es vivir bien sin dinero. Esto se llama 'Bella Vita'".

Y, unos días después: "Fabito quisiera que pudieras venir. Acá hay mucha $$$ circulando así que si sos vivo algo manoteás. Fa, trata de venir con Gaby. Te extraño un montón. Lo que me piacce de piú es ir al supermarket. Compro leche y pan y todo lo otro me lo robo. Una vez me agarraron. Vení. Yo no sé si vuelvo a Buenos Aires".

Su padre se lo reprochaba. El tema reaparecía en cada charla telefónica:

—¿Y, para cuándo tenés la vuelta?

—No sé, papá, todavía no sé bien. Lo que pasa es que acá estoy muy bien, estoy haciendo una cantidad de cosas que me interesan. El Asilo, las cuestiones de la ecología, ayudar a los que están presos, a los desocupados...

—A mí me encanta lo que hacés allá pero también lo podés hacer en tu país, que hace tanta falta. Si vas a hacer de Robin Hood hacelo acá, así ayudás a tu gente y encima no vas a tener que estar sin documentos, con el peligro de que te agarren en cualquier momento...

—No, en la Argentina está todo podrido, no se puede hacer nada, papá, vos lo sabés mejor que nadie.

El vencimiento de su pasaje se acercaba, y cada vez era más claro que Soledad no volvería en diciembre. La idea de que podría quedarse mucho tiempo en Italia se le apareció con toda claridad pero, aun así, no imaginaba que fuera para siempre:

"A mí acá me pasan cosas muy fuertes", le escribió a su amigo Fabián días más tarde. "Aprendo mucho y a veces tengo miedo, y me quedo muda por ejemplo en una conversación. En estos días no sé por qué pero me cuesta comunicarme con la gente. No puedo hablar y adentro exploto. Pero estoy bien. Todo cambio es bueno. Capaz tenga que ser la luna. Cuando hay luna llena estoy más sensible".

Quizás por eso extrañaba a los suyos y oscilaba; a veces pensaba que quizás sus meses italianos resultaran un paso: una forma de acumular experiencias que después podría aplicar en su lugar, con sus amigos de toda la vida:

"Fabito, tengo un proyecto pensado y me gustaría que lo hagamos juntos. Quiero ocupar una casa. Todos tenemos el derecho de habitar un lugar, es natural. Acá vivimos en casas ocupadas y es tan distinto. Bueno, no te lo puedo explicar, pero quiero intentarlo. Supongo que por la zona Norte (provincia) hay alguna casa vieja abandonada. Pero no tiene que ser propiedad privada, tiene que ser municipal o estatal o algo así. Un colegio, una sala de primeros auxilios, un asilo. Cualquier cosa tipo así. Así se empieza, después de ahí podemos empezar una historia diferente. ¿Te imaginás? Vivir en una casa, un grupo de gente, amigos, mezcla, fuerza, con poca $...

"Fabito de mi corazón. Te quiero mucho y te recuerdo. Ojalá estés bien.

"No te quemes la cabeza, ni dejes que te la quemen. Aguante Vieja! Acá tengo ganas de cosas y cuando vuelva las quiero compartir con vos."

Para redondear su idea, Soledad terminó la carta con unos versos:

"Nota sobre construcción de las masas

Alguna gente es joven y nada más

Y alguna gente es vieja y nada más

Y alguna está en el medio y solo en el medio

Y si las moscas usaran ropa

Y todos los edificios ardieran en fuego dorado

Si el cielo se sacudiera en la danza del vientre

Y todas las bombas atómicas abajo empezaran a gritar.

Alguna gente es vieja y nada más

Y el resto sería lo mismo

Y el resto sería lo mismo.

Los pocos diferentes

Son eliminados bastante rápido

Por la policía, por sus madres

Sus hermanos y otros por sí mismos

Lo que queda es lo que ves

Es duro.

Fabi: que nadie nos elimine. Te quiero. Sole."

Aquella mañana hacía frío en Turín y más frío en la Casa Okupada de Collegno. Soledad y Francesca estaban calentando agua en la cocina; ya tenían luz y solían tener agua, que traían con un caño de plástico que habían conectado a una canilla lejana varios cientos de metros. La conexión, por supuesto, no pagaba impuestos.

—¿Viste que está el circo éste, no me acuerdo cómo se llama?

—No, yo tampoco, pero ya sé, vi los carteles en el centro.

—Mediano, me parece: circo Mediano, o Medrano, no sé. ¿Y si hacemos algo?

El circo Medrano era una institución: noventa años antes, en París, sus payasos, saltimbanquis y arlequines habían sido los inspiradores de muchos cuadros de Pablo Picasso.

—¿Algo como qué?

—No sé, Fran, algo. No puede ser que esos guachos se aprovechen, que exploten a esos pobres animales que no pueden defenderse, ¿no? Los muy hijos de puta tienen tigres, leones, camellos, caballos... ¡Hasta un rinoceronte, tienen, y los explotan a todos!

En todo su viaje, aun en situaciones muy incómodas, Soledad había mantenido su régimen vegetariano; pero su compromiso contra la matanza de animales, ahora, era un nudo de un tejido mucho más complejo.

—Y, capaz que se puede. Sí, estaría bien.

Esa tarde Soledad se pasó un rato largo redactando un volante para repartir a la entrada del circo. Se acordaba de su intento en Buenos Aires: le daba mucho placer poder aplicar algo de su vida argentina a esta nueva vida tan distinta. "A través de este manifiesto convoco a la gente a tomar conciencia, una vez más, de aquello que realizamos cotidianamente, que es la lucha contra el poder. En este caso, luchar contra el poder sobre otros más débiles, los animales, seres vivos igual que nosotros pero que no tienen voz para protestar. Concientizarnos de que mucha gente se aprovecha de los animales para alcanzar a satisfacer sus intereses económicos, sin importarles que se trata de seres vivos, que sufren y sienten igual que nosotros los hombres. Personas que utilizan a los animales del mismo modo que un objeto simplemente para tener poder y dinero, llegando a asesinarlos burdamente o sometiéndolos a torturas o experimentos. Se puede luchar contra eso, iniciemos grandes o piccolas acciones..."

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