Amor y anarquía (22 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

Soledad paró y volvió a leer lo que había escrito en su cuaderno del Pato Donald. No estaba muy conforme: a veces tenía esa sensación de que las palabras se le rebelaban, que no llegaban a decir lo que ella quería que dijeran. Y tenía que traducirlo al italiano. Si no lo conseguía podía hacer otra cosa: imprimiría unas fajas que dijeran que la función ha sido suspendida y las pegaría sobre los afiches del circo ése. Pero también tendría que conseguir quien se lo tradujera al italiano. Quizás Francesca, pero ella no entendía el castellano. Quizás Silvano, que era el único que lo hablaba más o menos bien. Dos días antes Francesca y ella les habían propuesto a Silvano y Edoardo que se vinieran a vivir a la Casa. Los dos las estaban ayudando mucho con los trabajos, parecían buena gente, eran serios, activos; también era cierto que eran un poco más grandes y no siempre compartían los mismos gustos, las mismas actitudes, pero estaba claro que la Casa de Collegno, para sobrevivir, necesitaba llenarse. Ojalá acepten, pensó Soledad.

"Después de aquella vez en el verano la volví a ver en noviembre", dirá su compañero Silvano Pelissero. "Soledad estaba en la casa de Collegno con esta chica Francesca, y necesitaban arreglar la puerta porque por las noches entraban albaneses. Entonces yo fui para allá para hacerlo y compré todo el material porque ella no tenía suficiente. Edoardo trabajó conmigo: les pusimos una cerradura especial porque ellas tenían un poco de miedo. Ella nos ayudó en el trabajo: no era de esas que se quedan mirándote. Entonces una noche me dijeron si quería ir a vivir yo también allí porque la casa estaba casi vacía. Yo acepté, porque me pasaba parte de la semana en el Valle de Susa, en Bussoleno, donde tenía mi casa y mi taller de herrería, y Collegno me quedaba bien porque estaba más cerca de mi pueblo, no tenía que atravesar todo Turín para salir, y además ellas me caían bien. Edoardo se sumó poco después".

5. BALENO

La primera vez que lo metieron preso, Edoardo Massari tenía veintiocho años. Había nacido el 4 de abril de 1963 en Turín; su padre, Renato, era un empleado de la Olivetti; su madre, Paola, se ocupaba de la casa y los chicos. Poco después la familia Massari se mudó a Ivrea, en el Canavese, a menos de cien kilómetros. Edoardo estudió allí y allí dejó el colegio; allí decidió aprender mecánica y conoció a los primeros anarquistas. Pero no se sintió parte del movimiento hasta 1987; en esos días y en Turín, en El Paso, la primera casa ocupada, Edoardo encontró sus compañeros y su nombre.

—Baleno, Baleno, lavoro meno.

El jingle era famoso: la propaganda de un detergente que decía que limpiaba todo más fácil y, por lo tanto, permitía trabajar un poco menos. Y sus compañeros de El Paso, que no eran precisamente obsesivos de la limpieza, se lo cantaban porque él sí, porque él limpiaba hasta los últimos detalles.

—Baleno, Baleno, lavoro meno.

A Edoardo le divirtió el mote; poco después su sentido triunfó sobre su origen: Baleno, en italiano, significa rayo.

Edoardo se pasó un par de años yendo y viniendo entre Turín e Ivrea, ayudando en las ocupaciones, poniendo sus conocimientos de mecánica al servicio de los anarquistas; a fines de los ochentas instaló una bicicletería en Ivrea. "Yo le llevaba a arreglar la bici y él siempre me recibía con una sonrisa, como a todo el mundo", dirá Irene, una cliente de Ivrea. "Era tan amable, uno de esos tipos que te parecen sobre todo buenos. Solía estar muy fumado, con la mirada un poco perdida, la sonrisa que le colgaba de los labios...". Si Turín es Fiatópolis, Ivrea es Olivettitown, una vieja ciudad romana, sede de un marqués y de un obispo que, desde principios de siglo, vive del gran fabricante de máquinas de escritorio: una ciudad provinciana, 30.000 habitantes que se conocen bien y se vigilan cuanto pueden.

No era el mejor lugar para un grupo de anarquistas. En la primavera de 1991 Edoardo y sus compañeros decidieron actuar: ocuparían la piscina de Arè en Caluso, un pueblo vecino. La piscina —con sus vestuarios y demás construcciones — había costado una fortuna pero nunca había sido inaugurada; los okupas la pusieron en funcionamiento y armaron un centro de actividades que duraría ocho meses. Cuando el desalojo se hizo inminente los anarcos canaveses intentaron oponerse; Edoardo y otros cuarenta ocuparon simbólicamente la municipalidad de Calusso. No consiguieron nada; unos días más tarde, Edoardo se encadenó a una reja en la plaza Ottinetti de Ivrea, una tarde en que el alcalde inauguraba una exposición. Al final la Municipalidad desalojó la piscina y la justicia acusó a sus ocupantes. La primera condena de Edoardo Massari fue a 7 meses y 15 días de prisión en suspenso.

La noche del 19 de junio de 1993 algo explotó en el taller de Edoardo. Él siempre diría que estaba soldando el cuadro de una bicicleta cuando el calor hizo saltar la pequeñísima bombona d e gas que sirve para inflar las ruedas de las bicis. El estallido fue menor: los vecinos no se despertaron, los vidrios no volaron, pero Edoardo se lastimó la panza y un brazo. Eran heridas muy leves; después Edoardo se preguntaría tantas veces por qué no se las curó allí mismo. Pero decidió que, por si acaso, era mejor ir a la Sala de Primeros Auxilios y se fue solo, caminando. Dos horas más tarde, cuando volvió a su taller, la policía lo estaba esperando: el médico los había llamado.

Él insistió con su versión del accidente: les decía que si hubiera estado haciendo una bomba nunca habría ido al hospital y que, en el peor de los casos, tampoco habría vuelto a su taller. Y que si le hubiera explotado una bomba entre las manos le habría hecho algo más que esos rasguños. Todo muy lógico, pero los policías lo conocían como anarquista y se la tenían jurada. Se pasaron horas revisando el taller; al final encontraron, en un frasco, cuarenta gramos de pólvora negra: los necesarios para un par de petardos navideños. Satisfechos, lo llevaron a la cárcel de Ivrea y lo acusaron de tenencia de explosivos.

Al día siguiente los diarios nacionales no mostraron ninguna duda: "Para la policía preparaba un atentado contra la prefectura de Ivrea — La bomba le explota en las manos", tituló
La Stampa
, el cotidiano de los Agnelli; "Joven herido por el artefacto rudimentario que estaba armando — Bomba le estalla en las manos", tituló
La Repubblica
: "Quería construir una bomba artesanal para ponerla, probablemente, en la prefectura de Ivrea para vengarse de dos condenas: una al pago de 700.000 liras de multa y la otra a 7 meses y medio, que los jueces le habían infligido días pasados": ya tenían incluso las razones. Y en el periódico local,
La Sentinella del Canavese
, un periodista Daniele Genco decía que una "Bomba le explota en las manos al líder de los ocupantes de Arè" y reproducía las palabras del subcomisario local: "Si lo hubiera utilizado, el artefacto habría tenido un efecto devastador". Sorprendente, visto que ya había explotado y su efecto había sido tan modesto.

En los días siguientes Edoardo Massari fue acusado de una bomba colocada en el acueducto de Ivrea tres meses antes y de otra que explotó en el Distrito Militar de Turín hacía seis meses: ambas acusaciones serían abandonadas semanas más tarde pero, mientras tanto, los diarios las reprodujeron como si hubieran sido hechos probados. De pronto, Edoardo se convirtió en una figura pública. Los okupas anarquistas de Turín lo defendieron en una pequeña publicación impresa en el Barocchio:
Historia de un montaje
. "Se afanan en explicarnos que las bombas las ponen los anarquistas y no se trata de un trabajo de rutina de los Servicios Secretos de la policía y los carabineros del Estado italiano, como se ha comprendido. Para enriquecer el asunto, le adosan al herido la responsabilidad de todos los atentados en un radio de 40 kilómetros en torno a Ivrea en los últimos diez años. (...) Para pintar con trazos fuertes la figura de un hipotético súper revolucionario los mentirosos de
La Stampa
,
La Repubblica
y
Sentinella
promueven a Edoardo Massari a líder de un inexistente colectivo anarquista que ocupó la piscina de Arè. Para desacreditar a los muchachos que autogestionaron brillantemente, durante meses, la escandalosa piscina millonaria de Arè, mal terminada y mal utilizada hasta entonces. Seguro que molesta mucho a patrones y botones que la gente retome lo que les fue rapiñado por medio del Estado —en este caso la piscina— y que lo haga de forma autogestionaria, sacando del juego al aparato estatal de canas, jueces, políticos y bufones del papel impreso. Por eso se subraya tanto la colaboración ofrecida por Edoardo Massari a los ocupantes de la piscina de Arè. Los groseros montajes de policías y periodistas provinciales no alcanzan a enfangar la experiencia de autogestión que reúnen a cientos de jóvenes en el Canavese y a miles en Turín, Milán, Aosta, en la vecina Suiza y en todo el occidente europeo, desde Berlín a Barcelona. La práctica de la autogestión parte de la necesidad real de abrirse espacios y es compartida por todos los que no quieren ver aniquilada la propia dignidad, la propia libertad por la corrupción del Estado y el dinero. Periodistas siervos mentirosos, para el próximo linchamiento inventen algo mejor", decían, y terminaban con el llamado a una manifestación "en solidaridad con Edoardo Massari, rehén en las prisiones del Estado" y una consigna: "¡La bomba es la autogestión!".

Mientras tanto, Edoardo seguía preso.

Durante seis meses, Edoardo tuvo la clara sensación de que lo habían olvidado en la cárcel: ni juicio ni nuevas pruebas ni la posibilidad de libertad condicional. "Edo me contaba lo mal que había vivido en la cárcel de Ivrea", dirá Silvano Pelisserio. "Continuas vejaciones psicológicas y físicas de los guardias, provocaciones de otros detenidos. Para él la reclusión fue un verdadero calvario". Sus huelgas de hambre no mejoraron su situación: Edoardo se desesperaba.

Poco antes de Navidad, el obispo de Ivrea, Luigi Bettazzi, publicó un editorial en el semanario de la diócesis,
Il Risveglio Popolare
; lo tituló "Feliz Navidad Massari" y decía que "la opinión pública, incluso sin compartir las opiniones de Massari, se da cuenta de que en un Estado de derecho todo ciudadano, aun el más discutible, si puede ser encarcelado por sospechas o por precaución, no puede permanecer en la cárcel si no se prueba su culpabilidad concreta y su peligrosidad efectiva. Por eso tomo a Massari como símbolo de tantas personas que sufren la cárcel bajo las acusaciones más variadas y que tienen derecho —ellos y la opinión pública— de saber el porqué lo antes posible. Los que cuentan —de los políticos a los industriales— están obviamente en condiciones de provocar presiones y protecciones, de presentar aclaraciones y compromisos, de obtener comprensión y rápidas excarcelaciones".

El 22 de diciembre una manifestación recorrió el centro de Ivrea: doscientas o trescientas personas pedían la liberación de Edoardo. La marcha era pacífica hasta que un comisario pretendió que le entregaran carteles y banderas: hubo corridas, enfrentamientos, detenciones, una joven herida. El juicio fue fijado para el 17 de enero: al cabo de varias sesiones Edoardo fue condenado a un año y 11 meses y, poco más tarde, a 4 meses más por un incidente con un guardiacárcel. Fueron casi dos años de prisión. Recién a mediados de 1996 Edoardo Massari conseguiría el arresto domiciliario, que cumplió en una casa comunitaria de don Luigi Ciotti —un cura que hacía campaña contra los narcotraficantes— en San Ponso Canavese.

Edoardo recuperó la libertad en diciembre de 1996 y fue a instalarse al Asilo de la via Alesandria. A poco de llegar empezó a compartir una habitación, justo detrás de la cocina, con Silvano Pelissero. A veces la vida en la casa ocupada cumplía con sus sueños; otras no era tan feliz.

"Edoardo era una persona muy particular: muy cerrado, muy taciturno, muy original", dirá Stefano, ex ocupante del Asilo. "Y tenía la particularidad de decir siempre lo que pensaba, y hacerlo. Una persona muy coherente, muy radical. Incluso en la ropa, en la alimentación: era vegetariano, estaba en contra de la muerte de animales y de la transformación industrial de los alimentos así que evitaba los productos industriales, no bebía alcohol —una cerveza cada seis meses, en los grandes momentos. Era muy curioso, muy inteligente, casi un genio: una de esas personas que tienen formas de razonar muy distintas de las de la masa, uno que podía llegar, con los mismos elementos, a conclusiones completamente originales. Cuando hablabas con él se le ocurrían cosas que a vos nunca se te habrían ocurrido. En el movimiento lo veían como a una persona fuera de la norma: a algunos les gustaba más, a otros menos, algunos lo admiraban, otros lo tomaban en broma. Algunos decían 'ése está un poco loco'. A veces, si sos muy coherente con tus ideas, podés hacer cosas que les resulten incomprensibles a los demás, o inadecuadas para la situación".

Las mujeres no parecían contar entre sus intereses principales. "Había estado bastante en la cárcel, y no era uno que pensaba mucho en las mujeres, nunca había tenido una historia de verdad. Tenía sus encuentros, sus cosas, pero nunca una historia de esas que parecen realmente serias.", dirá Ibrahim, ex ocupante del Asilo. "Sí, Edoardo tuvo pocas mujeres", dirá Paola Massari, su madre. "Porque no quería mezclar a nadie en sus asuntos, por si acaso; él siempre decía que no quería tener mujer, pero era porque nunca había encontrado una que le interesara realmente".

Edoardo era un tipo inventivo, capaz de fabricar extrañas máquinas, como aquella especie de mortero para hacer tofu o el aparato que disparaba cal: una aspiradora invertida que en vez de aspirar escupía, y servía para combatir los desalojos. Su operador debía subir al techo de la casa y rociar con cal a los policías que trataban de entrar: así los mantendrían a raya, suponía.

"Edoardo era un tipo muy seco, flaco, musculoso, pura fibra. No era muy alto, un poco más de uno setenta; era nervioso, muy fijado con la macrobiótica, con el yoga, las plantas medicinales, las curas alternativas. Era vegano y ni siquiera comía azúcar o sal", dirá Ibrahim. "Las veces que me hablaba me contaba siempre la misma historia, de una vez que se había ido desde Italia a Marruecos en bicicleta, hasta Ketama, y el fumo que había allá y los viajes que se hizo en bicicleta por mi país. Pero era muy cerrado, parecía que sólo pensaba en sus cosas, a veces se calentaba y le gritaba a cualquiera. Eran raras las veces en que se lo veía alegre, solamente cuando fumábamos...".

Edoardo Massari había decidido que no le interesaba dormir ocho horas seguidas: suponía que el mejor sistema consistía en dormir dos horas cada cuatro, y muchas veces se ponía a trabajar a martillazos a las cuatro de la mañana como si fuera lo más normal: esas noches, sus compañeros del Asilo lo odiaban suavemente.

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