Amor y anarquía (27 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

"Creo que lo que le pasó allá fue que ella sintió que había empezado a tomar el control de su vida, que había empezado a manejar su vida como ella quería, lejos de nosotros o lo que fuera, con ese grupo de gente que la valoraba", dirá Gabriela Rosas, su hermana. "La valoraban porque era activa, era linda, era distinta, era latinoamericana; allá era valorada, cuidada y protegida. Era una de las más chicas del grupo. Ese día se había comprometido a muerte con todo lo que ellos hacían. Había decidido casarse para quedarse, había demostrado de alguna manera valor y compromiso. Ella se sentía valorada y querida por toda esa gente, como no se había sentido nunca acá, ni por sus amigos ni por su familia quizás. Ella había encontrado todo eso allá y lo perdió cuando fueron a la cárcel, cuando Edoardo se mató".

La invitación era un cartón chiquito doblado en dos que tenía en la portada las fotos de los cuatro; más adentro decía "Gentil Señor, Gentil Señora: obligados por este mundo erizado de leyes a formalizar legalmente nuestro amor no nos espantamos ni renunciamos a una ocasión para festejar". La invitación era confusa: supuestamente no se trataba de legalizar ningún amor.

Las parejas también eran confusas: una estaba formada por un brasileño, Maurizio, y una italiana, Chiara; la otra por un italiano, Luca, y una argentina, Soledad; las dos eran falsas. Sólo las unía la necesidad de los dos sudamericanos de conseguir los papeles de residencia. Las dos se estaban casando, jueves 26 de febrero, mediodía, en el Registro Civil del Parque de la Tesorería de Turín.

"Era mejor que no se casara con su verdadero novio para no mezclar el interés matrimonial con el amor", dirá su novio de ese día, Luca. Los padres de Edoardo, en cambio, todavía piensan que su hijo no pudo casarse con Soledad por un problema legal, porque había fijado residencia en una cárcel de Turín "para que nosotros no tuviéramos problemas", y que eso le impedía hacer los trámites correspondientes.

"Así que preparamos todas las cosas para hacer esta fiesta. Y hasta vino mi madre", dirá Luca. "Ella me dijo 'yo sé que es todo un juego, pero por una vez que mi hijo se va a casar, yo quiero estar'". Y estuvo y se rió y algunos dicen que soltó una lagrimita. "Nos divertimos como locos", dirá Ita, compañera de Luca desde hace muchos años. "Luca y yo fuimos juntos a elegir los anillos nupciales para él y la otra, fue una risa".

Fue toda una fiesta y alguien la filmó: quedarán, de aquel día, treinta minutos de video. En el video se verá que la novia Soledad llevaba un traje de hombre oscuro que le quedaba un poco grande, una camisa celeste, una enorme corbata azul rabioso, los labios muy pintados, su flor en el ojal y casi ningún pelo en la cabeza, salvo la cola que le salía de la nuca hasta el cuello: se verá que la novia estaba rigurosamente vestida de varón. Se verá que su marido se había puesto un sobretodo marrón, un chaleco amarillo, su corbata morada, el pelo engominado, una botella de vodka en la lánguida mano. A sus lados, la novia de él era testigo de ella y el novio de ella era de él: Ita iba de negro -punk, Edoardo de campera verde, pantalones de corderoy marrón, borceguíes, y se notaba que la situación no le gustaba. Los demás —se verá en el video— estaban firmemente decididos a
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todo burgués que se cruzara.

Se verá que la concurrencia intercambiaba botellas, chistes, miradas, carcajadas. Se verá, en las sacudidas de la imagen, que el cameraman también se reía a mano suelta. Que el consejero municipal era un señor muy serio de anteojos con la banda italiana cruzada al pecho que les dio sin esperanzas sus consejos, porque sí, porque era su trabajo, y que después pidió a los novios que se acercaran y le preguntó a Soledad si quería tener a Luca por marido, que ella dijo que sí, que los dos se entrelazaron los anillos; que Edoardo Massari miró insistente el suelo, incómodo, al borde del cabreo. Y que después el consejero llamó a la novia para firmar el acta de matrimonio y que ella fue, muy seria:

—Por favor, señora.

—Señorita.

Dijo Soledad en el video y cuarenta anarquistas largaron las brutas carcajadas. "No, no era una concesión al Estado", dirá Luca, el novio. "Al contrario, era una manera de joderlo, porque entonces no podían expulsar a Sole. Y además les rompíamos las pelotas a los canas, ya no podían amenazarla más".

Después, a la salida, el video mostrará la algarabía: Silvano tiraba arroz, los novios cambiaban de pareja y los policías de la secreta filmaban encantados desde un balcón de ese mismo edificio. Era la mejor forma de hacerse un buen archivo. "Para burlarse hay que tener con qué", dirá Silvano, años más tarde. "Algún respaldo, porque cuando los jodés ellos contraatacan. Era un juego divertido pero trajo venganzas.

Sole y Edo podrían haberse ido a Brosso, al pueblo de Edoardo, se perdían unos meses, se casaban tranquilos, hacían una vida normalita por un tiempo. Pero eso no cuadraba con esta idea de espectacularizar todo que primaba en el movimiento —y entonces llamaron la atención y provocaron, pero para provocar hay que tener la fuerza suficiente para bancarse el contrgolpe. Y nosotros, ya vimos, no la teníamos".

Del Registro Civil las dos nuevas parejas y sus viejas parejas y todos sus amigos fueron al mercado de Porta Palazzo, el gran mercado al aire libre de Turín, que a esa hora ya había cerrado: el descampado estaba lleno de basura, cajones y más cajones tirados en el piso, tomates, lechugas, naranjas: todo medio podrido y en medio de todo, los novios y sus fotos nupciales. Después la concurrencia fue a seguir la fiesta en el Barocchio, donde mimaron una boda religiosa: Soledad y Edoardo no quisieron ir; ya habían tenido suficiente.

"Lo del casamiento de Sole fue terrible", dirá Cecilia Pazo, su prima. "El día que lo contó por teléfono estábamos con Gaby y nos cagábamos de risa. Le dijimos '¿Cómo que te casaste?' y ella nos dijo 'sí, pero no me casé con el tipo que me gusta. Me casé con otro'. No podíamos parar de reírnos". Era, es cierto, un buen chiste. A Marta Rey de Rosas, su madre, no le hizo tanta gracia:

—Fijate la ingenuidad nuestra, Soledad me manda a pedir una partida de nacimiento legalizada por el consulado italiano. Yo, como una idiota, salí, hice todo el trámite, tuve que ir al colegio de escribanos y tuve que pagar para mandarla por correo diplomático. Ella me había dicho que necesitaba eso para un contrato de trabajo por no sé cuánto tiempo. Después nos venimos a enterar que fue para casarse.

—¿No les contó que se casaba?

—No, para nada. Nos contó después de que se había casado.

—¿Los llamó por teléfono para contarles?

—Sí. No me lo dijo a mí, se lo dijo a Gabriela.

—Y Gabriela te lo contó a vos.

—Claro, la otra gritaba y decía tantas barbaridades que tuvimos que preguntarle qué pasaba. Nos dijo 'Sole se casó'. '¿Cómo que se casó?' 'Sí, con un amigo de un amigo, para tener la residencia en Italia'. Lo que no te perdonás es cómo no te das cuenta, cómo te envuelven en esas cosas y no sospechás. ¿Qué nos hubiera costado averiguar por el consulado si era posible que a alguien le dieran un contrato de trabajo por dos años? Me parece que se casó el 14 de febrero. Tengo los papeles. Si no fue ese día, fue por ahí.

—¿Por qué no sospecharon?

—Porque le creí. Nada nos hacía sospechar que Soledad estaba mintiendo. Además, nunca en la vida nos macaneó. ¿Por qué no le iba a creer?

"Mi vieja, que es lo cristiano, se empezó a desesperar", dirá Gabriela Rosas. "Y mi viejo no: 'No, no, está bien, si tiene que hacerlo... mucha gente hace eso', empezó a justificar. Ahí papá empezó a cambiar un poco la actitud, era como que tenía que empezar a defenderla. Sus amigos empezaron a preguntarle: '¿Y Sole por qué no viene, qué hace, dónde vive, con quién?' Entonces él tenía que empezar a inventarse su propia historia para contarle a sus amigos, a la familia. Ahí empezó a justificarla y 'no puede ser, estos italianos de mierda son todos unos fachistas. Si se tuvo que casar, y bueno, que se case'. Entonces empezó a hablar del casamiento pro forma. Fue tan gracioso".

El humor policial siempre es involuntario: sus informes meticulosos informan, entre otras cosas, que se ve que sus tres perseguidos, "por cómo se expresan, tienen la obsesión de que los siguen y los escuchan" —decían los que los seguían y escuchaban. Silvano, de hecho, insistía a menudo en su certeza de que tenía un micrófono en el coche. Y, sin embargo, nunca tomaron la decisión más simple que tomaría, en esas circunstancias, cualquier grupo medianamente organizado: dejar ese auto para conseguir otro.

La noche de la boda Soledad y Edoardo no tuvieron una noche de bodas. O eso imagina la policía: sus escuchas los sitúan a eso de las 11 en el Volkswagen Polo junto con Silvano, en plena cháchara. Edoardo se quejaba de su inactividad:

—Ideas hay. Pero estamos demasiado controlados, los seguimientos, los micrófonos, no podemos hacer nada.

—Carajo.

Aportó Soledad y Silvano redobló:

—Y encima estamos distraídos por todas estas otras actividades, te distraen al 99 por ciento. Al final las acciones que conseguís hacer son sólo como un hobby, cositas en el tiempo libre. En realidad el tiempo principal se pasa o en curritos o en estas iniciativas, que de ésas sí hay una detrás de la otra, mirá el matrimonio.

—Porque si decidís hacer algo groso lo tenés que preparar...

—Claro, no son cosas que se puedan hacer de un día para el otro, eh, mañana a la ma ñana hagamos un...

—No, ya sé. La pensás, la estudiás. Pero si querés hacer una buena acción en grupo la hacés, ¿por qué no la podés hacer?

Dijo Soledad y Edoardo se puso serio:

—Sí, pero entonces hacés eso y ninguna otra cosa...

—Para hacer una acción de grupo tenés que tener un grupo organizado, y para organizar un grupo se necesita un año de aislamiento, organizar un grupo de diez personas...

Dijo Silvano: en la conversación estaba claro que no era su caso. Después hablaron —dice la policía— de la cantidad de asaltos, 2.400 en Italia el año anterior, el país más asaltante de Europa, y Silvano les explicó que cuando agarraban a un ladrón con armas sin haber disparado le daban entre dos y tres años. Soledad quiso saber más:

—Pero yo hago una pregunta, ¿no? En el movimiento yo no sé quién hace y quién no hace asaltos, pero los que los hacen, los que se sabe, están todos en cana o hay otros que lo hacen y no se sabe y están afuera, pero pienso que la gente del movimiento, que yo conozco, no hacen asaltos.

Silvano estaba de acuerdo:

—Yo también pienso lo mismo, sí. ¿Y entonces?

—Entonces quiero decir que los tipos del movimiento, los nuestros que hacen asaltos terminan todos en cana.

—Y sí, los encierran bien encerrados.

—Por eso me pregunto dónde están todos esos que hacen asaltos y que están afuera.

Insistía Soledad, e intervino Edoardo:

—No, esos hacen la suya, no se van a hacer ver en las casas ocupadas, ¿no?

Silvano aseguró que no:

—Seguro, los que yo conozco ni en pedo irían a un centro social y no quieren tener nada que ver con eso...

Después Soledad y Edoardo comentaron que en unos días tenían ganas de irse al sur de España para el juicio de los anarquistas arrestados por el asalto del banco de Córdoba: visiblemente no tenían planes demasiado claros. También pensaban irse a la Argentina, unos meses después. Soledad quería que su hombre conociera su país y sus amigos y estaban imaginando un largo viaje: atravesarían por tierra medio África y se tomarían un barco hasta Brasil. No parece el clásico proyecto de una célula de militantes terroristas. De pronto Edoardo tuvo un mal presentimiento:

—No sé, vos y yo estamos juntos, pasa algo, algún hecho y a mí me meten en cana, me condenan, me dan cinco o seis años, digamos siete años...

—Uh...

—Vos te encontrás sola, ¿entendés? ¿Y qué hacés?

—Hago todo lo posible para sacarte de la cana.

Le dijo Soledad.

—Tá bien, pero ponele que después de hacer todo lo posible no conseguís hacer nada y...

La discusión siguió. Soledad le decía que entonces tendrían que cambiar el régimen penitenciario para que ella pudiera visitarlo porque no iba a estar casada con él —sino con Luca—, y él que qué carajo iba a cambiar.

—¿Qué vas a cambiar? Sacatelo de la cabeza que yo... yo no voy en cana, así que olvidate de eso de venir a verme a la cárcel. No, yo en cana no voy más.

Nunca sabremos si fue esa noche o la siguiente cuando Soledad escribió en su cuaderno una carta que después no mandó: "La policía está bastante caliente en estos días. Siempre hay alguien que da vueltas cerca de la Casa o autos que nos siguen o paranoia de micrófonos. Acá la represión es muy caliente, pero no como en la Argentina, donde te asesinan". Y Silvano, años más tarde, escribirá en el margen de la transcripción judicial de esas palabras: "¿Qué decís, Sole? ¡¡Si a vos te asesinaron!!".

PRISIÓN
1. LA CAÍDA

Sus sospechas aumentaban y tenía que hacer algo. Desde aquella vez en que se lo llevaron detenido junto con Soledad, Silvano Pelissero había notado que su coche no terminaba de andar bien —y estaba seguro de que la policía tenía algo que ver. Sin embargo se dejaba estar. Varias veces había buscado un electricista que se lo revisara pero era difícil dar con uno a quien pudiera decirle que creía que tenía un micrófono en el coche. La gran organiza ción terrorista que la policía estaba a punto de desenmascarar no tenía siquiera los medios de revisar un auto.

"Así que fui a ver a varios electricistas y les decía 'mirá, tengo un corto, hay una dispersión de electricidad, algo se come toda la batería, en cuanto lo dejo dos días parado se descarga; si podés encontrame la causa'", dirá Silvano Pelissero. "Uno me decía 'no, tu coche es muy viejo', otro que no tenía tiempo: tardé unos días en encontrar a uno dispuesto. El tipo hizo una prueba y no entendió nada, me dijo que era algo complicado, que volviera cuando él tuviera más tiempo y me dio una cita para unos días después. Era un taller cerca de Susa, en medio del campo".

Susa es el poblado principal del Valle de Susa, ya llegando a la frontera francesa, y el día fijado fue el jueves 5 de marzo de 1998. Lucía el sol: la primavera se presentaba antes de tiempo. Ese día el gobierno de centro izquierda de Romano Prodi anunciaba que la cantidad de italianos bajo la línea de pobreza había pasado del 6,3 por ciento en 1994 al 7,5 en 1997: que ahora eran más de cuatro millones y que muchos de ellos tenían un trabajo regular; mientras tanto los sindicatos ferroviarios anunciaban una nueva huelga y los políticos se quejaban de la proliferación de "partiditos". En Rusia se vendía por primera vez en ochenta años un lote de terreno urbano, en China la crisis de la economía asiática favorecía reformas para profundizar la economía de mercado, en Europa los cancilleres se preocupaban por los asesinatos serbios en Kosovo y amenazaban a Milosevic con acciones más duras, en Washington la prensa americana revelaba detalles de la relación entre los puros de Clinton y las partes de Monica; la cotización del dólar y de las acciones puntocom seguían subiendo en todo el mundo. En Turín miles de voluntarios se reunían para recibir al medio millón de peregrinos que llegarían para la exhibición del Santo Sudario, otros tantos preparaban el gran desfile de carnaval previsto para el domingo, un estudio anunciaba que el 10 por ciento de los bebés nacidos en la ciudad eran hijos de un matrimonio interracial, seguían las colas para ver a Leonardo di Caprio en Titanic, las Spice Girls iniciaban su primera gira por Italia, el musical Hair se reponía tras 30 años y la economía local se regocijaba: las acciones de la Fiat en la bolsa de Milán superaban por primera vez los 7000 puntos. Era un día como tantos: hacia las cuatro de la tarde Silvano se presentó con su Fiat Ritmo en el taller del electricista de Villarfocchiardo.

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