Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros (21 page)

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Authors: Mariano Sánchez Soler

Tags: #Ensayo

Cartel de la versión cinematográfica de
El clavo
.

Posteriormente, a partir del final de los años treinta, la opresión cotidiana ejercida por el régimen franquista chocaba con la literatura crítica y realista impuesta por la novela negra norteamericana desde los años veinte. Y así, mientras en Inglaterra, Francia o Italia la corriente detectivesca que seguía las pautas de las historias
hard-boiled
poseía destacados cultivadores autóctonos, en España esa tendencia nunca cuajó.

A principios de esa misma década, la editorial Molino, había publicado en su colección
Biblioteca Oro
a los grandes novelistas policíacos anglosajones. Se tradujeron las aventuras de Perry Mason, Hercules Poirot, Charlie Chan, Philo Vance… No obstante, por entonces, todas estas series no obtuvieron un éxito masivo entre el público español y quedaron relegadas al lector avezado.

Después de la guerra civil, el lector de los años cuarenta tampoco consumió ni las clásicas novelas de enigma ni mucho menos las negras. El gusto popular seguía decantándose por historias de guardias y ladrones —
de lladres i serenos
, como se denominan en Cataluña—. El interés se dirigía hacia un producto fantástico-folletinesco, en el que la ficción debía tener un apoyo real y ser al mismo tiempo creíble y coherente, pero poco importaba la resolución e investigación del crimen.

Luego llegaron los
pulps
norteamericanos y los múltiples imitadores de Sherlock Holmes, que a partir de los años cincuenta darían paso a la hegemonía del
bolsilibro
, con colecciones tan conocidas como
Serie Policíaca, Servicio Secreto
o
FBI
. En España, la novela de consumo popular era «una fórmula editorial más o menos equivalente en un principio al
pulp
americano y radicalmente separada de él después por su fecunda y personal evolución»
[39]
. Este subgénero de novela barata se había consolidado a través de autores como Guillermo López Hipkiss, Fidel Prado, Federico Mediante, Abelardo Fernández Arias, Enrique Cuenca Granch, Francisco Caudet, Juan Gallardo Muñoz, Luis Conde Vélez… Todos publicaban con seudónimos anglosajones (Gary Wells, Joe Graven, H. C. Granch, Frank Caudett, Donald Curtis, Lewis E. Welleth…). Sus personajes eran detectives británicos o norteamericanos
made in Spain
, de nombres tan sonoros como Pat Morgan, Han Wolfer, Frank G. Sullivan. Entre tanto personaje importado, también apareció Aquiles Martín (creación de César de Montserrat), investigador español que siempre, siempre, actuaba en el extranjero para no toparse nunca con la censura empeñada en ocultar la realidad criminal española.

Este tipo de novelas populares se desarrolló principalmente bajo la hegemonía de la editorial Bruguera. Su éxito obligó a ampliar la nómina de novelistas amparados en seudónimos anglófilos: Lou Carrigan (Antonio Vera Ramírez), Alexis Barklays (Antonio Viader Vives), Silver Kane (Francisco González Ledesma), Eddy Goodman (Eduardo de Guzmán).

Es obvio que el panorama en el que nació Plinio resultaba bastante poco alentador y tan escasamente prometedor como la historia de la novela criminal autóctona. La primera consignada por los estudiosos, como ya se ha indicado, es
El clavo
(1853), de Pedro Antonio de Alarcón, escrita trece años después de que Poe fundara el género con
Los crímenes de la calle Morgue
. Más tarde, en 1889, Benito Pérez Galdós publicó dos obras de contenido policíaco,
La incógnita
y
Realidad
. Se trata del mismo asunto contado literariamente mediante dos técnicas completamente diferentes, que carecen de una solución racional del crimen similar a la ofrecida por los autores anglosajones o franceses en sus títulos detectivescos de enigma. Se aproxima más a ellos Emilia Pardo Bazán en los relatos de intriga que escribiera a partir de 1902:
El aljófar, De un nido, La cita, Presentido
… En la novela corta
La gota de sangre
(1911), Silva, el personaje protagonista, se ve obligado a descubrir a un asesino para demostrar su propia inocencia.

Hubo que esperar hasta 1953 para que Mario Lacruz publicara su novela psicológica
El inocente
, donde relata la historia de un falso culpable que huye de la policía. Lacruz refleja la opresión social de un estado ajeno a las libertades, pero la descontextualiza para que la censura no la prohibiera (lo mismo ocurrió con gran parte del cine policíaco español de la época). En palabras de Manuel Vázquez Montalbán,
El inocente
supuso «un intento de intelectualización del género; trataba un tema en la línea de lo que luego hizo Dürrenmatt: la ligazón misterio-intriga-problema del ser. Es una novela muy influida por el existencialismo, muy notable y que hay que recuperar, como otra novela de él,
La tarde
. Es uno de esos novelistas que han quedado postergados y que tienen mucha importancia»
[40]
. Esta sugerencia de falta de libertades, de corrupciones, volvería a ser ensayada por Lacruz años después en
El ayudante del verdugo
(1971).

Esta otra cara de la literatura policíaca española tiene en el escritor y exinspector de policía Tomás Salvador otro de sus más brillantes cultivadores. En 1953, publicó
El charco
, a la que en 1955 siguió
Los atracadores
, de cuya versión cinematográfica también se ocupa esta guía. Las novelas de Salvador son, en esencia, policíacas de procedimiento y muy conservadoras. Aunque en ellas exista cierta dosis de crítica y el autor busque la verosimilitud en sus historias, las fuerzas del orden siempre cumplen con su deber de manera ejemplar para hacer prevalecer la justicia ante la inmoralidad del crimen. «Trabajo, ciencia y paciencia» es el eslogan de la policía tal y como lo describe Salvador en su tercera entrega,
Cebo para sus manos
(1979).

Ése era el panorama cuando, el mismo año de 1953 en que se publicó
El inocente
, Francisco García Pavón escribió
El Quaque
[41]
, relato corto que narra el primer caso de Plinio y que marca el principio de una serie compuesta por diecinueve cuentos, cuatro novelas cortas y ocho largas, que en la actualidad están siendo reeditadas por Rey Lear
[42]
y que se publicaron por primera vez en doce volúmenes:
El reinado de Wittiza
(1967), premio de la Crítica y finalista del Nadal,
Historias de Plinio
(1968),
El rapto de las sabinas
(1969),
Las hermanas coloradas
(1969) premio Nadal,
Nuevas historias de Plinio
(1970),
Una semana de lluvia
(1970),
Vendimiario de Plinio
(1971),
Voces de Ruidera
(1973),
El último sábado
(1974),
Otra vez domingo
(1978),
El hospital de los dormidos
(1981) y
Cuentos de amor… vagamente
(1985).

Cubierta de
El hospital de los dormidos
, novela editada por Rey Lear.

B
REVE NOTICIA DE
P
LINIO
. A
COTACIÓN DE UN PERSONAJE

En 1968, como prólogo a
Historias de Plinio
[43]
, que reunía dos de las tres primeras novelas cortas protagonizadas por su singular detective (
El carnaval
y
El charco de sangre
), Francisco García Pavón escribió un pequeño texto programático, un pliego de intenciones tan clarificador, que hoy nos sirve para valorar la verdadera dimensión de su obra. El autor era consciente de que inauguraba una tendencia prácticamente inédita en la literatura española a través de historias policiales fuertemente arraigadas a la realidad del momento.

Plinio, interpretado por Antonio Casal, liando uno de sus
caldos
.

Leamos esta
Breve noticia de Plinio
:

«En España nunca creció de manera vigorosa y diferenciada la novela policíaca y de aventuras. Lectores hay a miles. Transcriptores, simuladores y traductores de las novelas policíacas de otras geografías, a cientos. Nuestra literatura de cordel y crónica negra cuenta desastres y escatologías para todos los gustos y medidas; sin embargo, al escritor español, tan radical en sus gustos y disgustos, nunca le tentó este género que, tratado con arte e intención, podía haber alumbrado muchas parcelas de nuestra vida y distraído a infinitos lectores».

Y en este panorama literario, García Pavón confiesa: «Yo siempre tuve la vaga idea de escribir novelas policíacas muy españolas y con el mayor talento literario que Dios se permitiera prestarme. Novelas con la suficiente suspensión
[44]
para el lector superficial que sólo quiere excitar sus nervios y la necesaria altura para que al lector sensible no se le cayeran de las manos».

Años más tarde, el propio escritor lo dejaría muy claro durante una entrevista concedida a Víctor Claudín: «He llegado a un punto de mantener el suspense que, en mi último relato [
El hospital de los dormidos
], lo llevo al extremo de que no llega a pasar nada, el único interés está en ese suspense. El suspense es esa manera de mantener la atención del lector hasta el final»
[45]
.

Como todos los escritores verdaderos, García Pavón echó mano a su equipaje personal, autobiográfico, a sus recuerdos y al territorio conocido de su pueblo natal. Se basó en sucesos reales para construir sus intrigas, apasionado por los casos sencillos que están siempre en la realidad de un pueblo donde parece que nunca pasa nada.

Y prosigue en su
Breve noticia de Plinio
:

«Conocía un ambiente entre rural y provinciano muy bien aprendido: el de mi pueblo, Tomelloso, unos tipos, costumbres y verbo popular que asomaron en mis libros más queridos:
Cuentos de mamá, Cuentos republicanos
y
Los liberales
. Sólo me faltaba encontrar al detective, ya que los cacos se me darían por añadidura. A falta de imaginación, me bastaría recordar averías humanas y crímenes de por aquellas tierras que oí contar muchas veces y que algunos fueron afamados en romances de ciego».

Para crear a Plinio se inspiró en un personaje unido a su memoria de infancia.

«Desgraciadamente en mi pueblo nunca hubo un policía de talla, es natural. Pero sí hubo un cierto jefe de la Guardia Municipal, cuyo físico, ademanes, manera de mirar, de palparse el sable y el revólver, desde chico me hicieron mucha gracia. El hombre, claro está, no pasó en su larga vida de servir a los alcaldes que le cupieron en suerte y apresar rateros, gitanos y placeras. Pero yo, observándole en el casino o en la puerta del Ayuntamiento, daba en imaginármelo en aventuras de mayor empeño y lucimiento.

»Por fácil concatenación, hace pocos años se me ocurrió que mi detective podría ser aquel jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que enseguida bauticé como Plinio. E intenté mi primera salida aplicándolo a desentrañar el famoso caso de las Cuestas del hermano Diego, que me habían referido tantas veces camino de Manzanares, en cuyo "carreterín" se encuentran. Así surgió mi novela breve titulada
Los carros vacíos
, publicada por Alfaguara, en su colección
La novela popular
.

»Como la crítica me alabó el invento, inmediatamente escribí dos novelitas más:
El carnaval
y
El charco de sangre
. Aunque estos últimos "casos" son completamente imaginados, procuro retratar o reinventar tipos reales o propios del ambiente. Casos y tipos en proporción con el marco popular y la modesta ejecutoria de mi "agente" Plinio».

Cuando ya tenía en puertas la primera novela larga de Plinio, García Pavón terminó de justificar su intención literaria con estas palabras:

«Si a ustedes les gustan estas andanzas de Manuel González, alias
Plinio
, y su amigo don Lotario, el veterinario, creo que me animaré a sacar nuevas páginas de sus modestas y grandes historias. Y si las rechazan, las pondré en la alacena del olvido, en espera de que salga otro escritor con más pluma capaz de lograr este tipo de novela policíaca española que yo pretendo… Lo que nadie podrá negar es la nobleza de mi empeño».

Doctor en Filosofía, catedrático, director de la Escuela de Arte Dramático de Madrid, conocido crítico teatral y director de la prestigiosa editorial Taurus, Francisco García Pavón (Tomelloso, 1919 - Madrid, 1989) había cultivado la novela, el cuento y el ensayo (es autor del imprescindible
Teatro social en España
, editado en 1962) antes de lanzarse a la literatura detectivesca. Ya en 1945 había sido finalista del Premio Nadal con su primera novela,
Cerca de Oviedo
, sin embargo, fueron las investigaciones de Plinio, las que le valieron el favor del público y de la crítica. La serie tuvo dos épocas, una primera en la que la acción se situó en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera
(Los carros vacíos, El carnaval
y
El charco de sangre
) y, a continuación, una actualización a los años sesenta, bajo la dictadura franquista, a partir de la publicación de la primera novela larga,
El reinado de Witiza
, en 1968.

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