Antes de que los cuelguen (70 page)

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Authors: Joe Abercrombie

—¿Por qué habría de hacerlo? Consuélese pensando que seguramente ésta sea la última conversación que vaya a mantener conmigo.

—¿A qué venir entonces? ¿Por qué no huir?

Glokta resopló con desdén.

—Por si acaso no se ha dado cuenta, mis capacidades atléticas son extraordinariamente limitadas. Por eso, y porque siento curiosidad.
Curiosidad por saber por qué su Eminencia no ha dejado que me pudriera con todos los demás
.

—Esa curiosidad suya puede conducirle a la muerte.

—Si el Archilector quiere mi muerte, tratar de huir renqueando no servirá de mucho. Prefiero recibirla de pie —sintió un súbito espasmo en la pierna e hizo una mueca de dolor—. O tal vez sentado. En cualquier caso, de cara y con los ojos abiertos.

—Es su elección, supongo.

—Exactamente.
La última
.

Accedieron a la antesala de Sult. El propio Glokta tuvo que admitir que le sorprendía haber llegado vivo hasta allí. Cada vez que había pasado por delante de la figura enmascarada de un Practicante había esperado que le echara mano. Cada vez que se había cruzado con la figura enlutada de un Inquisidor había esperado que le señalara y ordenara a gritos su arresto inmediato.
Y, sin embargo, aquí estoy otra vez
. Los recios escritorios, las recias sillas, la pareja de monumentales Practicantes flanqueando las recias puertas, todo igual que siempre.

—Soy...

—El Superior Glokta, por supuesto —el secretario del Archilector inclinó respetuosamente la cabeza—. Ya puede pasar. Su Eminencia le espera —la luz del despacho del Archilector se vertió sobre la angosta antesala.

—Le espero aquí —Vitari se dejó caer en una de las sillas y plantó sus botas mojadas en otra.

—Si ve que tardo, no se moleste en seguir esperando,
¿Mis últimas palabras tal vez?
Glokta se maldijo en silencio mientras arrastraba los pies hacia la puerta.
Debería habérseme ocurrido una frase más memorable
. Al llegar al umbral, se detuvo un instante, respiró hondo y luego lo traspasó renqueando.

La misma sala circular, aireada y espaciosa. Los mismos muebles oscuros, los mismos cuadros oscuros colgados de las relucientes paredes, el mismo ventanal con la misma vista, en primer plano la Universidad y al fondo la Casa del Creador.
Ni rastro de asesinos acechando bajo la mesa, ningún sicario provisto de un hacha escondido detrás de la puerta
. Sólo Sult, sentado detrás de su escritorio con una pluma en la mano escribiendo con ritmo pausado en unos papeles que tenía delante.

—¡Superior Glokta! —Sult se puso de pie como un resorte y se deslizó hacia él por el suelo pulido con su toga blanca aleteando a sus espaldas—. ¡Cuánto me alegro de verle de vuelta y a salvo! —daba toda la impresión de que el Archilector se alegraba verdaderamente de verle. Glokta frunció el ceño. Estaba preparado para cualquier cosa menos para eso.

Sult le tendió la mano y la piedra preciosa que lucía en el anillo lanzó un destello púrpura. Glokta hizo una mueca de dolor mientras se agachaba para besarla.

—Sirvo y obedezco, Eminencia —con gran esfuerzo, volvió a erguirse.
¿Ningún cuchillo en la base del cuello?
Pero Sult se deslizaba ya hacia el aparador sonriendo de oreja a oreja.

—¡Siéntese, por favor, siéntese! ¡No hace falta que se lo diga!

¿Desde cuándo?
Glokta se dirigió penosamente hacia una de las sillas y, antes de sentarse, echó un vistazo para asegurarse de que su asiento no estaba sembrado de pinchos envenenados. El Archilector, entretanto, había abierto el aparador y estaba hurgando en su interior,
¿Buscando una ballesta cargada para ensartarme el cuello con una saeta?
Pero lo que sacó fueron dos vasos.

—Me parece que se ha ganado usted una felicitación —le dijo sin volverse.

Glokta pestañeó.

—¿Cómo?

—Felicidades. Ha hecho usted un excelente trabajo —Sult le sonrió y, acto seguido, depositó garbosamente las copas en la mesa redonda y aflojó el tapón del decantador, que produjo un tintineo.
¿Qué decir? ¿Qué decir?

—Eminencia... Dagoska... debo serle franco. Cuando partí, estaba a punto de caer. Dentro de poco la ciudad será tomada.

—Desde luego que sí —Sult quitó importancia al asunto agitando una de sus manos enfundadas en un guante blanco—.Jamás hubo la más mínima posibilidad de conservarla. ¡Lo mejor que podía pasar es que los gurkos tuvieran que pagar un alto precio por ella! Y usted lo ha conseguido, ¿eh, Glokta? ¡Vaya si lo ha conseguido!

—Entonces... está... ¿satisfecho? —apenas se atrevía a pronunciar esa palabra.

—¡Estoy encantado! ¡Ni aun escribiendo yo mismo la historia habría logrado darle un final mejor! La incompetencia del Lord Gobernador, la traición de su hijo, todo sirvió para demostrar lo poco que se podía confiar en las autoridades establecidas en un momento de crisis. ¡La traición de Eider puso al descubierto la duplicidad de los mercaderes, sus turbias conexiones, su moralidad corrupta! Como ya ocurriera con los Sederos, el Gremio de los Especieros ha sido disuelto: sus derechos comerciales están ahora en nuestras manos. ¡Los dos han sido consignados al basurero de la historia y el poder de los mercaderes se ha quebrado! Sólo la Inquisición de Su Majestad se mantuvo incólume ante el embate del más implacable enemigo de la Unión. ¡Tendría que haber visto la cara de Marovia cuando presenté las confesiones ante el Consejo Cerrado! —Sult llenó la copa de Glokta hasta el borde.

—Muy amable, Eminencia —murmuró antes de dar un sorbo.
Excelente vino, como siempre
.

—¡Luego se levantó, tomó la palabra en el Consejo Cerrado, en presencia del Rey, y declaró delante de todos que cuando los gurkos lanzaran su ataque no resistiría usted ni una semana! —el Archilector soltó una carcajada—. No sabe cuánto me habría gustado que hubiera estado allí. Tengo plena confianza en que será más que eso, dije yo. Plena confianza.

Un inestimable respaldo, ciertamente.

Sult golpeó la mesa con la palma de su guante blanco.

—¡Dos meses, Glokta! ¡Dos meses! ¡A medida que iban pasando los días, él cada vez tenía más pinta de idiota y yo más pinta de héroe... bueno, quiero decir, nosotros —se corrigió—, pinta de héroes, sí, y ni siquiera tenía que abrir la boca, me limitaba a sonreír! ¡Casi se los podía ver día a día apartando sus sillas de Marovia y acercándose a mí! La semana pasada concedieron poderes extraordinarios a la Inquisición. Nueve votos a tres. ¡Nueve a tres! ¡La semana que viene llegaremos aún más lejos! ¿Cómo demonios lo consiguió? —y, acto seguido, miró expectante a Glokta.

Me vendí al banco que financiaba a los Sederos y luego empleé los fondos que obtuve en sobornar al mercenario menos fiable del mundo. A continuación asesiné a un emisario indefenso que había acudido a parlamentar y torturé a una sirvienta hasta que su cuerpo quedó hecho papilla. Ah, y también dejé libre al principal traidor de todos. Una actuación heroica, sin duda. ¿Cómo lo conseguí?

—Madrugando —murmuró.

Los ojos de Sult parpadearon, y Glokta advirtió algo.
¿Un asomo de irritación quizás? ¿Un asomo de desconfianza?

—Madrugando. Claro está —alzó su copa—. No hay otra virtud mayor, si exceptuamos la capacidad de mostrarse implacable. Me gusta su estilo, Glokta, siempre lo he dicho.

¿Ah sí?
Pero Glokta inclinó humildemente la cabeza.

—Los despachos de la Practicante Vitari rebosaban admiración hacia su persona. Una de las cosas que más me agradó fue el trato que dio al emisario gurko. Aunque sólo fuera durante un momento, debió de servir para que a ese puerco arrogante del Emperador se le borrara la sonrisa de los labios.
Vaya, resulta que si que cumplió su parte del trato. Interesante
. Sí, las cosas no podían ir mejor. A excepción, claro está, del constante incordio de los campesinos y del asunto de Angland. Una pena lo de Ladisla.

—¿Lo de Ladisla? —inquirió desconcertado Glokta.

La cara de Sult se avinagró.

—¿No se ha enterado? Otra de las brillantes ideas de Marovia. Había pensado acrecentar la popularidad del Príncipe Heredero concediéndole un mando en el Norte. En una posición poco comprometida, donde no corriera peligro, para que luego pudiéramos colmarle de gloria. En realidad, no era un mal plan; el problema es que la posición poco comprometida se volvió muy comprometida y Ladisla se mandó directamente a la tumba.

—¿También a su ejército?

—A unos cuantos millares de hombres, pero en su mayoría no eran más que esos desechos que los nobles suelen enviar a las levas. Nada de importancia. Ostenhorm sigue en nuestras manos y la idea no fue mía, de modo que, en conjunto, no ha sido para tanto. Entre usted y yo, tal vez sea mejor así. Ladisla era un ser insufrible. Yo mismo tuve que sacarlo de más de un escándalo. Era incapaz de mantener abrochados los pantalones, el muy subnormal. Raynault parece estar hecho de otra pasta. Es un joven sobrio y sensato. Hace lo que se le dice. Mucho mejor, se mire como se mire. Siempre y cuando no le dé por hacerse matar, porque entonces sí que estaríamos metidos en un buen lío —Sult dio otro sorbo a su copa y paladeó el líquido con deleite.

Glokta carraspeó.
Aprovechando que está de buen humor...

—Hay una cosa que quisiera tratar con usted, Eminencia. Es algo relacionado con el agente gurko que descubrimos dentro de la ciudad. Era un...
¿Cómo explicar esto sin que parezca que he me he vuelto loco?

Pero una vez más Sult se le había adelantado.

—Lo sé. Un Devorador.
¿Lo sabe?¿Hasta eso?
—el Archilector se recostó en su silla y sacudió la cabeza—. Una arcana abominación. Una leyenda extraída de un libro de cuentos. Devoradores de carne humana. Al parecer, es una práctica común en el bárbaro Sur. Pero no se preocupe por eso. Ya he pedido consejo al respecto.

—¿Quién puede aconsejar sobre una cosa así?

Por toda respuesta, el Archilector le obsequió con la más relamida de sus sonrisas.

—Debe de estar muy cansado. Ese clima que tienen ahí abajo puede resultar agotador. Todo ese calor y ese polvo, incluso en pleno invierno. Tómese un descanso. Se lo ha ganado. Ya le mandaré llamar si surge algo —y, dicho aquello, Sult cogió su pluma y volvió a enfrascarse en sus papeles, dejando a Glokta sin otra opción que dirigirse renqueando hacia la puerta con una expresión de hondo desconcierto en el semblante.

—Casi tiene pinta de estar vivo —masculló Vitari cuando entró cojeando en la —antesala.

Cierto. O lo más parecido a eso en alguien como yo.

—Sult estaba... satisfecho —seguía sin creérselo del todo. La propia palabra le sonaba extraña.

—No es para menos. Después de que yo le pusiera por las nubes...

—Hummm —Glokta frunció el ceño—. Al parecer, le debo una disculpa.

—Guárdesela. No me interesa. Pero la próxima vez confíe en mí.

—Una exigencia muy justa —admitió mirándola de soslayo.
Pero debe de estar usted de broma
.

El cuarto estaba lleno a rebosar de espléndidos muebles.
Demasiado llena casi
. Sillas ricamente tapizadas, un mesa de época, un reluciente aparador, todo era magnífico en la salita. Un cuadro enorme que representaba a los Lores de la Unión rindiendo pleitesía a Harod el Grande ocupaba la totalidad de una de las paredes. Una gruesa alfombra kantic, que apenas si cabía en el suelo, se extendía sobre los tablones de madera. Un vigoroso fuego crepitaba en la chimenea entre dos jarrones antiguos; la habitación resultaba acogedora, agradable, cálida.
Hay que ver lo que pueden cambiar las cosas en un solo día cuando se cuenta con los incentivos adecuados
.

—Bien —dijo Glokta mientras echaba un vistazo alrededor—. Muy bien.

—Me alegro —afirmó Fallow, con la cabeza inclinada en señal de respeto y el sombrero apretujado entre las manos—. Me alegro, Superior. He hecho todo lo posible. La mayoría de los muebles que tenía... ya los había vendido, así que los he reemplazado con otros de más calidad, los mejores que he podido encontrar. El resto de la casa está como antes. Espero que... le parezca bien.

—Eso espero yo también. ¿Le parece bien?

Ardee miraba con desdén a Fallow.

—Valdrá.

—Estupendo —dijo nervioso el prestamista, dirigiendo una fugaz mirada a Frost y clavando luego la vista en sus propias botas—. ¡Estupendo! ¡Le ruego por favor que acepte mis más sinceras disculpas! No tenía ni idea, se lo aseguro, absolutamente ni idea de que usted tenía algo que ver con esto. De haberlo sabido, por supuesto que... Lo siento infinitamente.

—Me parece que no es a mí a quien debería pedir disculpas, ¿no cree?

—No, no, claro —se volvió lentamente hacia Ardee—. Señora, le ruego por favor que acepte mis más sinceras disculpas.

Ardee frunció los labios y le dirigió una mirada iracunda, pero no dijo nada.

—Y si probara a rogárselo... de rodillas —sugirió Glokta—. Puede que eso funcione.

Sin dudarlo un instante, Fallow se puso de rodillas. Luego entrelazó las manos.

—Señora, por favor...

—Agáchese más —dijo Glokta.

—Claro —masculló mientras se ponía a cuatro patas—. Le pido mis más sinceras disculpas, señora. Con toda humildad. Si encuentra compasión en su corazón, se lo ruego... —alargó con cautela una mano para tocar el dobladillo de su vestido y ella se echó bruscamente hacia atrás, balanceó un pie y le descargó una patada brutal en plena cara.

—¡Aaargh! —aulló el prestamista, rodando sobre un costado mientras la sangre salía a borbotones de su nariz y se esparcía por la alfombra nueva. Glokta se dio cuenta de que se le habían arqueado las cejas.
Eso no me lo esperaba
.

—¡Para que te enteres, hijo de puta! —la siguiente patada le acertó en la boca y la cabeza salió rebotada hacia atrás arrojando unas manchas de sangre que salpicaron la pared del lado contrario. El zapato de Ardee se hundió luego en sus entrañas, y el prestamista se dobló—. Usted... —gruñó—, usted... —y volvió a propinarle una patada, y otra, y otra, mientras Fallow, estremeciéndose, gruñendo, suspirando, se ovillaba en el suelo. Frost se separó un paso de la pared y Glokta alzó un dedo.

—No te preocupes —susurró—. Me parece que se basta ella sola.

Las patadas se ralentizaron. Glokta oía a Ardee resollar para tratar de recobrar el aliento. Su tacón se hundió en las costillas de Fallow, luego la punta del pie volvió a estrellarse contra la nariz del hombre.
Si algún día se aburre, le aguarda un prometedor futuro como Practicante
. Ardee hizo acopio de saliva, se inclinó hacia delante y escupió a la cara del prestamista. Luego le dio otra patada, un poco más floja, trastabilló hacia atrás, se apoyó en la reluciente madera del aparador y se dobló respirando entrecortadamente.

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