Antología de novelas de anticipación III

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Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

 

Los relatos de este tercer volumen están extraídos de la Antología de Novelas de Anticipación Volumen III, de editorial Acervo. Dos son los relatos que sobresalen de esta selección; el clásico EL COLOR SURGIDO DEL ESPACIO de H. P. Lovecraft y EL MARTILLO DE VULCANO de Philip K. Dick.

No poseo en mi biblioteca la tercera selección de la editorial Acervo de donde están extraídos los relatos del presente volumen. No obstante, aquí menciono los relatos que no figuran en la edición de Orbis y sí en la de Acervo: LA AVISPA, LLÁMAME IRISH, POR FAVOR y EL UBICUO de Richard Wilson, VIERNES de John Kippax, PLANTA QUÍMICA de Ian Williamson, REFUGIO PARA ESTA NOCHE de ROBERT MOORE WILLIAMS y EL HOMBRE DEL TIEMPO de Theodore L. Thomas.

Junto con la primera selección, esta es la mejor de las tres.

EL MEJOR MUNDO POSIBLE de Richard Wilson. El protagonista logra escapar en una nave espacial, junto a su hijo de corta edad de la destrucción de la Tierra. Se preocupará por enseñarle al niño como era la Tierra que desapareció. Al final encontraran supervivientes del holocausto en la Luna.

EL RATÓN QUE RUGIÓ de Edmond Cooper. Un diminuto estado de centroeuropa es apetecido tanto por las potencias orientales como occidentales por sus yacimientos de uranio. El pacífico país, mediante una argucia logrará amedrentar a sus potentes rivales.

EL COLOR QUE SURGIÓ DEL ESPACIO de H. P. Lovecraft. Este relato es una obra maestra de la ciencia-ficción terrorífica. En una desolada región americana cae un extraño meteorito que tiene el terrible poder de causar monstruosas transformaciones a todo aquel que entre en contacto con él. El relato es quizás uno de los más conocidos y reeditados de H. P. Lovecraft.

EL EXTRAÑO VUELO DE RICHARD CLAYTON de Robert Bloch. Una nave espacial tripulada por un pasajero sufre un fallo y no puede despegar de la Tierra. Sin embargo, el tripulante que va en su interior no tiene constancia de este hecho y cree que esta realizando el viaje espacial. Relato enfocado a describir los efectos psicológicos que producen un viaje al espacio.

AHORA: CERO de J. G. Ballard. El protagonista del cuento tiene el poder de eliminar a todo aquel que desee solamente escribiendo dicha circunstancia en un papel.

HAGA UNA PREGUNTA ESTÚPIDA de Robert Sheckley. Un inteligencia artificial tiene todas las respuestas a las preguntas que se le puedan plantear. El problema es encontrar la pregunta adecuada.

EL MARTILLO DE VULCANO de Philip K. Dick. Vulcan III es el superordenador que dirige los asuntos mundiales después del caos producido por las guerras que se produjeron a finales del siglo XX. Sin embargo, hay algunas facciones que no están de acuerdo con el status imperante, ya que piensan que Vulcan III es algo más que una máquina y se ha convertido en un dictador mundial.

Varios Autores

Antología de novelas de anticipación III

Antología de novelas de anticipación - 3

ePUB v1.2

OZN
20.05.12

Titulo traducido: Antología de novelas de anticipación Tercera Selección

Autor: Varios

Traductor: Varios

ISBN: 978-84-7634-556-6

Editorial: Editorial Acervo

Contenido

La avispa
(
The Wasp
© 1954) Richard Wilson.

El mejor mundo posible
(
The Best Possible World
© 1960) Richard Wilson.

Llámeme Irish, por favor
(
Just Call Me Irish
© 1958) Richard Wilson.

El ubicuo
(
The Ubiquitous You
© 1957) Richard Wilson.

El ratón que rugió
(
The Mouse That Roared
© 1960) Edmund Cooper.

La historia del Juicio Final
(
The Doomsday Story
© 1963) Edmund Cooper.

Novecientos noventa y cuatro
(
Nineteen Ninety-Four
© 1960) Edmund Cooper.

Bienvenidos a casa
(
Welcome Home
© 1962) Edmund Cooper.

El color surgido del espacio
(
The Colour Out of Space
© 1927) Howard Phillips Lovecraft.

El extraño vuelo de Richard Clayton
(
The Strange Flight of Richard Clayton
© 1939) Robert Bloch.

Viernes
(
Friday
© 1959) John Kippax.

Planta química
(
Chemical Plant
© 1950) Ian Williamson.

Refugio para esta noche
(
Refuge for Tonight
© 1949) Robert Moore Williams.

Ahora: Cero
(
Now: Zero
© 1959) J. G. Ballard.

El hombre del tiempo
(
The Weather Man
© 1962) Theodore L. Thomas.

Haga una pregunta estúpida
(
Ask a Foolish Question
© 1953) Robert Sheckley.

El martillo de Vulcano
(
Vulcan's Hammer
© 1956) Philip K. Dick.

La avispa

Richard Wilson

La avispa chocó, zumbando, contra el cristal del parabrisas, en el interior del coche, y el conductor notó la presencia del insecto por primera vez. En aquel momento iniciaba una curva a cuarenta y cinco millas por hora, de modo que no pudo hacer nada. Cuando pasó la curva, el hombre, que iba solo en el automóvil, alargó la mano y abrió la ventanilla de la derecha. La pequeña ventanilla de ventilación de la izquierda ya estaba abierta. El hombre agitó la mano, no demasiado cerca de la avispa, como para señalarle el camino de la libertad.

La avispa continuó zumbando y no hizo el menor caso de la ventanilla abierta. Sus alas siguieron chocando contra el cristal del parabrisas.

Dos veces más, cuando el tránsito lo permitió, el hombre trató de comunicar a la avispa que había un camino para salir del coche. La segunda vez, la avispa zumbó furiosamente, en un
crescendo,
y el hombre decidió no insistir. No había sido picado nunca por uno de aquellos animalitos, pero ésta podía ser la primera vez, si la avispa se enfurecía.

Al cabo de un rato, la avispa dejó de zumbar y empezó a revolotear de un lado a otro. El insecto debió entrar en el automóvil cuando éste se encontraba aparcado cerca de la casa, antes de que el hombre lo pusiera en marcha para dirigirse a la ciudad. El día era muy caluroso, y había dejado las ventanillas abiertas a fin de mantener ventilado el vehículo.

Al pasar junto a uno de los mojones de la carretera, el conductor comprobó que había recorrido diez millas. Casi la mitad del camino. En cierta ocasión había medido la distancia: 22,2 millas desde su casa hasta el lugar donde aparcaba el automóvil para tomar un metro que le llevaba hasta el centro de la ciudad.

Se preguntó si el hogar de la avispa no estaría situado cerca del suyo. Había un nido de avispas debajo del alero de su casa, lo suficientemente alto como para no ser un peligro para nadie. Si hacía salir a la avispa del vehículo, el animalito se encontraría muy lejos de su hogar, a pesar de su capacidad de vuelo, la cual, por otra parte, era un misterio para el conductor. Tal vez no pudiera regresar a su nido. Tal vez no pudiera encontrar otra colonia de avispas, y si la encontraba, tal vez no fuera aceptada en ella.

Normalmente hacía funcionar la radio del coche; de haber seguido esta costumbre en aquella ocasión, se hubiera olvidado de la avispa en cuanto dejó de zumbar. Pero la radio estaba estropeada y, por tanto, la mente del conductor disponía de la atención necesaria para dedicarla a la pequeña fantasía sobre la desplazada avispa.

Obedeciendo a un repentino impulso, volvió a cerrar la ventanilla de la derecha. Había decidido encerrar a la avispa en el automóvil y hacer con ella el camino de regreso. Sus asuntos sólo le retendrían en la ciudad unas cuantas horas, y luego, los dos —la avispa y él— regresarían a casa.

Los movimientos que hizo al cerrar la ventanilla sobresaltaron a la avispa. Zumbó frente al rostro del conductor, luego alrededor de su cabeza y, por último, fue a chocar contra la ventanilla que acababa de cerrarse.

«Eres una tonta —dijo el hombre, en tono casi cariñoso—. Te llevaré a casa, quieras o no.»

Evidentemente, el hombre del rifle era un cazador. O, para ser más exactos, un cazador furtivo. La temporada de caza había terminado, y si le sorprendían en el coto, con un arma de fuego, le darían un disgusto.

No había conseguido cobrar ninguna pieza, y su ánimo, bajo el cálido sol del mediodía, se mostraba afectado por una gran depresión. Estaba en pie desde antes del alba, y se sentía muy fatigado.

Iba andando, murmurando en voz baja, cuando vio el reflejo del sol sobre un objeto metálico, en un claro del bosque, a poca distancia del lugar donde se encontraba. Un edificio, al parecer; aunque es difícil imaginar la existencia de un edificio en un lugar tan apartado.

Apresuró el paso y, cuando estuvo más cerca del objeto, comprobó que no era un edificio. Llegó al borde del claro, lo distinguió con claridad y, contra lo que le mostraron sus propios ojos, se negó a admitir la evidencia.

Parecía
una nave espacial. Al menos, tenía el aspecto de las naves espaciales que el cazador había visto en el cine y en las revistas infantiles. Pero no estaba dispuesto a aceptar una cosa como aquella en el terreno de la realidad.

Había leído las noticias que publicaban los periódicos acerca de las investigaciones espaciales y de los satélites construidos por el hombre que podían situarse por encima de la atmósfera terrestre. Pero eran habladurías.

Sin embargo, aquello que tenía ante sí existía. Estaba allí... Fuera lo que fuese.

A su alrededor no había cabañas ni cobertizos, lo cual demostraba que aquél no era el lugar en que había sido construido. Ni tampoco se veían cámaras, ni actores, ni otros elementos de rodaje cinematográfico. En realidad, no había nada, excepto la nave, larga, plateada, descansando sobre su cola.

Su puerta ¿o la llamaban escotilla? estaba abierta. El cazador no pudo ver a nadie dentro. Debajo de la escotilla había una escalera de metal, plegable.

Permaneció de pie en el borde del claro, sin tratar de ocultarse, pero sin hacerse demasiado visible. Dejó transcurrir un largo rato antes de tomar la decisión de acercarse un poco más. Mientras tanto, nada se había movido.

Cuando llegó al pie de la escalerilla se detuvo, con el oído atento. No oyó el menor ruido. Subió los peldaños de metal y penetró en la nave. Nadie.

En el interior todo brillaba como la plata. Todo flamante. Un pasillo conducía a la parte superior, formando espiral. Tras una leve vacilación, el hombre echó a andar por el pasillo, empuñando fuertemente su rifle.

El pasillo parecía no tener fin; el hombre estaba pensando en la conveniencia de abandonar la empresa, cuando llegó ante una puerta. Estaba cerrada.

Se detuvo y escuchó. No oyó nada.

La puerta no tenía manecilla, pero, al empujar el hombre, se abrió.

La cámara a que daba paso estaba también desocupada. Pero, por primera vez, aparecieron señales de habitabilidad. Había muebles, por ejemplo. No sillas, ni sillones, sino una cosa intermedia. Parecían cómodos.

Había una mesa, o banco, a lo largo de una de las paredes, con varios recipientes encima. Eran metálicos. Los más pequeños semejaban arquillas, y cajas fuertes los de mayor tamaño. Todos eran de plata, o al menos plateados.

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