Antología de novelas de anticipación III (46 page)

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Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

Reynolds agitó una circular.

—¿Acaso no ha recibido usted la notificación? Todos los Directores fueron advertidos por
Vulcan III
del objeto de esta reunión.

Barris se detuvo delante de la plataforma.

—Lo que yo pregunto es si esta reunión es legal; lo que niego es su derecho a darle órdenes al Director General Dill. —Barris subió a la plataforma—. Esto parece una descarada tentativa de apartar a Dill a un lado y apoderarse del poder.

El murmullo se convirtió en un rugido de excitación. Reynolds esperó que se apagara.

—Este es un momento crítico —dijo, tranquilamente—. El
Movimiento
Revolucionario de los
Curadores
nos está atacando en todo el mundo; su objetivo es el de llegar hasta
Vulcan III
y destruir la estructura de la
Unidad
. El objeto de esta reunión es el de juzgar a Jason Dill como agente de los
Curadores
..., un traidor trabajando contra la
Unidad
. Dill escamoteó deliberadamente información a
Vulcan III.
Impidió que
Vulcan III
pudiera actuar contra los
Curadores
.

Los fríos ojos azules de Reynolds recorrieron el salón.

—Jason Dill ha estado trabajando en favor de los
Curadores
durante más de un año. Ha inutilizado a
Vulcan III
durante todo ese tiempo, permitiendo que los
Curadores
actuaran libremente.

John Chai, de
Asia Meridional
, se puso en pie.

—¿Qué tiene usted que decir, Barris? ¿Es eso cierto?

Edgar Stone, de África Oriental, se unió a Chai.

—Nuestras manos han estado atadas; hemos permanecido impotentes, viendo como crecían los
Curadores
. Dill ha impedido que la
Unidad
actuara.

Alex Henderson, de
América Central
, se puso en pie.

—¿Cuál es su respuesta, Barris? ¿Es cierto lo que ha dicho Reynolds?

Barris le entregó las cintas.

—Antes de seguir adelante, convendría que oyera usted esto.

—Cintas... —murmuró Henderson—. ¿De dónde proceden?

—De
Vulcan II;
Dill actuaba de acuerdo con sus instrucciones.

—Pero, ¿por qué?

—Vulcan III
no es una máquina. Está vivo.

—¡Vulcan III
asesinó a Larson! —gritó Dill excitadamente—. ¡Trató de destruir a
Vulcan II
! ¡Nos matará a todos!

Los Directores se habían puesto en pie, hablando atropelladamente. Reynolds era el único que no había perdido la calma.

—¿Qué está usted diciendo?
Vulcan III
es un cerebro electrónico racional.

—Es un organismo viviente —replicó Barris—, con los impulsos de un organismo viviente..., impulsos de supervivencia.

—Absurdo —respondió Reynolds.

—Dill no tiene nada que ver con los
Curadores
; actuó siguiendo instrucciones de
Vulcan II. Vulcan II
temía lo que podía ocurrir si
Vulcan III
se enteraba de la existencia de los
Curadores
.

Reynolds sonrió desdeñosamente.

—Dill ha estado en contacto permanente con los
Curadores
.

—¡Mentira! —gritó Dill.

Reynolds señaló hacia abajo.

—En el tercer piso subterráneo de este edificio se encuentra el enlace de Dill con los
Curadores
.

—¿Enlace? —Barris se sintió repentinamente alarmado—. ¿De qué está usted hablando?

Los azules ojos de Reynolds brillaron con una expresión de triunfo.

—La hija del Padre Fields: el enlace de Dill con el
Movimiento
. Marion Fields se encuentra en este edificio.

Barris se movió rápidamente; hizo una seña a los hombres de su escolta y se unió a Dill en la plataforma.

—Reynolds debe de tener espías en todas partes —murmuró Dill, aterrorizado—. Traje a la muchacha aquí para interrogarla. Juro que nunca...

—No, Reynolds no tiene espías, sino
Vulcan III. —
Barris empuñó su lápiz de rayos—. Tendremos que luchar. ¿Vale la pena?

—¿Luchar? Yo...

—Vulcan III
estaba preparado. La apuesta es todo un mundo, y
Vulcan III
no renunciará voluntariamente a ella. Nuestra única posibilidad es salir en seguida de aquí... y organizarnos.

—¡Alto! —gritó Reynolds—. ¿Qué está usted haciendo? ¡Sabe usted perfectamente que su actitud es ilegal!

—Vamos —dijo Barris—, tenemos que salir de aquí.

Todos los Directores se habían puesto en pie. Reynolds estaba dando frenéticas órdenes a los soldados de la
Unidad
, situándoles entre Barris y la puerta.

—¡Están ustedes detenidos! ¡Tiren sus armas y ríndanse! ¡No pueden desafiar a la
Unidad
!

John Chai se acercó a Barris.

—No puedo creerlo..., usted y Dill traidores, en unos momentos como los actuales, con esos dementes
Curadores
atacándonos...

Alex Henderson elevó su voz por encima del barullo general.

—¡Escúchenme! Tenemos que defender a la
Unidad
; tenemos que hacer lo que
Vulcan III
nos ordena. En caso contrario, seremos aplastados.

—Tiene razón —dijo Chai—. Los
Curadores
nos destruirán, sin
Vulcan III.
Tenemos que obedecerle; toda la estructura de la
Unidad
depende de él.

—¡
Vulcan III
es un asesino! —gritó Barris—. Mató a Larson y destruyó a
Vulcan II.
Y hará cualquier cosa para conservar la vida. Aunque tenga que destruir a los
Curadores
, a millones de seres humanos.

—Los
Curadores
deben ser destruidos —dijo Henderson—. Amenazan la estabilidad racional; amenazan...

Barris avanzó hacia la puerta.

—Tenemos que salir de aquí. No creo que Reynolds quiera luchar.

Los soldados que bloqueaban la salida no sabían qué actitud adoptar. Las frenéticas órdenes de Reynolds se perdían entre la confusión general.

—¡Abran paso! —ordenó Barris. Empujó a Dill hacia delante—. Vamos, aprisa.

Estaban a punto de cruzar la línea de soldados hostiles...

Y en aquel momento se produjo lo inesperado.

Algo apareció en el aire, algo brillante y metálico. Voló directamente hacia Jason Dill. Dill lo vio... y profirió un grito de terror.

El objeto se aplastó contra él. Dill se tambaleó y cayó al suelo. El objeto le golpeó de nuevo, y luego emprendió el vuelo por encima de sus cabezas. Ascendió a la plataforma y se posó sobre la mesa de mármol. Reynolds retrocedió horrorizado; los Directores y sus acompañantes echaron a correr hacia la puerta, empujándose unos a otros.

Barris se inclinó sobre Dill; estaba muerto. Tenía el cráneo aplastado, y Barris se estremeció.

—¡Atención!
—exclamó una voz..., una voz metálica que penetró como un cuchillo en la barahúnda general. Barris se volvió lentamente, asombrado, negándose a dar crédito a sus sentidos.

Sobre la plataforma, otro proyectil de metal se había unido al primero; luego, un tercer proyectil aterrizó al lado de los otros dos: tres
Dardos
de centelleante acero, apoyados sobre el mármol por unos soportes en forma de garras.

—¡Atención! —
repitió la voz. Procedía del primer proyectil, una voz artificial..., el sonido de unas piezas de acero y de plástico.

Aquello era lo que había asesinado a Larson. Uno de aquellos proyectiles habían atacado a
Vulcan II.
Aquellos eran los instrumentos de muerte.

Un cuarto proyectil se unió a los anteriores.
Dardos
metálicos, alineados como una espantosa multitud mecánica. Pájaros asesinos..., implacables martillos aplastadores de cabezas. En el salón se produjo un repentino y horrorizado silencio; todos los rostros estaban vueltos hacia la plataforma. Incluso Reynolds permanecía inmóvil, con la boca abierta por el asombro.

—¡Atención!
—repitió la voz—.
Jason Dill está muerto. Era un traidor. Y puede haber otros traidores.

Los cuatro proyectiles giraron hacia uno y otro lado, mirando y escuchando atentamente.

De pronto, la voz brotó de nuevo..., está vez procedente del segundo proyectil.

—Jason Dill está muerto, pero la lucha no ha hecho más que empezar. Dill era uno de tantos. Hay millones alineados contra nosotros, contra la Unidad..., enemigos que deben ser destruidos. Los Curadores tienen que ser detenidos. La Unidad debe luchar por su existencia. Tenemos que estar preparados para sostener una terrible guerra.

Los ojos metálicos recorrieron el salón, mientras el tercer proyectil tomaba la palabra.

—Jason Dill trató de evitar que los datos llegaran a conocimiento mío. Trató de tender una cortina a mi alrededor, pero no lo consiguió. Destruí su cortina.., y le he destruido a él. Los Curadores seguirán el mismo camino; sólo es cuestión de tiempo. La chusma no puede vencer contra los organizados instrumentos de la Unidad; si luchamos juntos, les destruiremos fácilmente. Tenemos que aplastarles, hundirles en el polvo. ¡En el polvo del cual proceden!

Barris se estremeció de horror. La voz metálica, surgiendo de los diabólicos proyectiles... No la había oído nunca, pero la reconoció.

El enorme cerebro electrónico estaba a doscientas millas de distancia, enterrado en el fondo de una fortaleza subterránea. Pero la voz que estaban oyendo era la suya. La voz que surgía de los proyectiles metálicos era la voz de aquel macizo organismo de metal y cables y delicados tubos.

La voz de
Vulcan III.

Barris apuntó cuidadosamente. En torno suyo, los soldados de su escolta permanecían rígidos contemplando con ojos asombrados la espantosa hilera de proyectiles. Barris disparó; el cuarto proyectil desapareció entre una nube de humo.

—¡Un traidor!
—dijo el tercer proyectil. Los tres
Dardos
emprendieron el vuelo.

—¡Destruidle! ¡Destruid al traidor!

Otros Directores habían desenfundado sus lápices de rayos. Henderson disparó, y el segundo proyectil desapareció. Desde la plataforma, Reynolds hizo fuego; Henderson se desplomó, aullando. Algunos Directores disparaban salvajemente contra los proyectiles; otros gritaban aterrorizados. Un disparo alcanzó a Reynolds en el brazo. Dejó caer su lápiz de rayos.

—¡Traidor!
—gritaron los dos proyectiles que quedaban.

Volaron rápidamente hacia Barris. Un soldado disparó, y uno de los proyectiles se aplastó contra la pared.

—¡Destrúyele! —
ordenó el último proyectil—.
¡Destruye al traidor!

Un rayo pasó muy cerca de Barris; algunos de los Directores estaban disparando contra él. Otros trataban de alcanzar a Reynolds y al último proyectil; otros se agitaban en la incertidumbre, sin saber de qué lado estaban.

Barris consiguió salir del salón, seguido por una confusa horda de hombres y mujeres.

—¡Barris! —gritó Lawrence Daily, de
África del Sur—
. ¡Espérenos!

Stone se acercó a él, pálido de terror.

—¿Qué vamos a hacer? ¿Adónde iremos? Estamos...

El proyectil se aplastó contra su cabeza. Stone se desplomó, gritando. El proyectil se dirigió hacia Barris.

Barris disparó y el proyectil desapareció entre una nube de humo.

Stone gemía débilmente. Barris se inclinó sobre él; estaba muy mal herido, sin posibilidades de salvación. Se aferró al brazo de Barris, con una expresión de terror en los agonizantes ojos.

—No puede usted salir, Barris —murmuró—. En el exterior están los
Curadores
. ¿Adónde va usted a ir? ¿Adónde?

—Una buena pregunta —murmuró Daily.

—Está muerto.

Barris se incorporó. Soldados y Directores luchaban por todos lados, en revuelta confusión. Reynolds, agarrándose el brazo, se deslizaba a lo largo de la pared, hacia el ascensor. Consiguió escapar, acompañado de un grupo de Directores. Daily disparó contra el ascensor... demasiado tarde.

John Chai agarró el brazo de Barris.

—¿Es cierto? ¿Está aquí Marion Fields?

—No lo sé. —Barris sacudió la cabeza. Su mente trabajaba a marchas forzadas. Si conseguía salir de aquí, regresar a
Norteamérica
... Organizar alguna clase de defensa, montar algún sistema...

—Es increíble —estaba diciendo Chai—.
Vulcan III
ha enloquecido. Esos pájaros metálicos..., es terrible.

—Están perdiendo —dijo Daily—. Reynolds se ha marchado.

Los soldados de Dill se habían hecho dueños del salón. Los soldados de la
Unidad
habían ofrecido muy poca resistencia. Y el resto de los Directores permanecían inmóviles, demasiado asombrados para comprender lo que había ocurrido.

—Por lo menos —dijo Chai—, tenemos el control de este edificio.

—¿Con cuántos Directores podemos contar? —preguntó Barris.

—Con muy pocos. La mayoría se han marchado con Reynolds. Probablemente se han dirigido a la fortaleza. ¿Sabe Reynolds dónde está?

Barris asintió.

—Indudablemente.

Sólo cuatro Directores se habían quedado deliberadamente: Daily, Chai, Larson de
Europa meridional
, y Pegler, de
África
oriental
. Los otros estaban agrupados, tratando de reponerse de las recientes impresiones.

Cinco Directores, incluido el propio Barris; el resto de los veintitrés se habían marchado con Reynolds, habían muerto o estaban demasiado afectados para tomar una decisión. Cinco o seis Directores, a lo sumo.., contra
Vulcan III
y toda la estructura de la
Unidad
. Y, en el exterior del edificio, en las calles, se encontraban los
Curadores
.

—Barris —murmuró Chai—. No vamos a unirnos a ellos, ¿verdad?

—¿A los
Curadores
?

—Tenemos que ponernos de una u otra parte —dijo Pegler—. No somos más que cinco, Barris; tenemos que dirigirnos a la fortaleza y unirnos a Reynolds, o...

—No iremos a la fortaleza —afirmó resueltamente Barris—. Por nada del mundo.

—Entonces, tendremos que unirnos a los
Curadores
—dijo Daily—. No hay otra alternativa: o la
Unidad
, o los
Curadores
. ¿Qué hacemos?

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