Read Asesinato en Mesopotamia Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Asesinato en Mesopotamia (27 page)

—No tiene importancia —dije—. Solamente, si ha de saberse toda la verdad, he de confesar que el señor Coleman, en cierta ocasión, me contó que hubiera podido ser un buen falsificador.

—Una peculiaridad muy estimable —observó Poirot—. Por lo tanto, en el caso de que hubiera conseguido alguno de los primeros anónimos, pudo copiarlo sin ninguna dificultad.

—¡Eh, eh, eh! —exclamó el señor Coleman—. Eso es lo que llaman liarle a uno.

Poirot prosiguió rápidamente:

—Respecto a saber si se trata verdaderamente de William Bosner, resulta difícil verificarlo. El señor Coleman habló de un tutor; no de un padre; y no hay nada definido para poner el veto a tal idea.

—¡Disparates! —dijo Coleman—. No sé cómo escuchan a ese tipo.

—De los tres jóvenes, nos queda el señor Emmott —prosiguió Poirot—. Pudo ser, también, el posible escudo de la personalidad de William Bosner. Pronto me di cuenta de que, cualesquiera que fueran las razones, no tenía medios de enterarme de ello por mediación del joven. Podía guardar su secreto con gran efectividad, o engañarlo para que se traicionara en algún punto. De todos los de la expedición, parecía ser el mejor y más desapasionado juez de la personalidad de la señora Leidner. Creo que siempre la tuvo por lo que realmente era; pero me fue imposible descubrir cuál era la impresión que dicha personalidad produjo en él. Me imagino que la propia señora Leidner tuvo que sentirse provocada y colérica por la actitud del joven.

»He de añadir que, por lo que se refiere a carácter y capacidad, el señor Emmott me pareció el más apto para llevar a cabo satisfactoriamente un hábil y bien planeado crimen.

El joven levantó por primera vez la mirada, que tuvo hasta entonces fija en la punta de sus zapatos.

—Gracias —dijo.

Parecía que en su voz había un ligero acento divertido.

—Las dos últimas personas de mi lista son: Richard Carey y el padre Lavigny.

»De acuerdo con el testimonio de la enfermera Leatheran y de otros, el señor Carey y la señora Leidner se tenían antipatía. Se esforzaban en parecer corteses el uno con el otro. La señorita Reilly propuso una teoría completamente diferente para explicar su extraña actitud de fría cortesía.

»Poco me costó convencerme de que la explicación de la señorita Reilly era la correcta. Adquirí esta certidumbre por el simple expediente de excitar al señor Carey para que hablara precipitada y descuidadamente. No me fue difícil conseguirlo. Me di cuenta de que se encontraba dominado por una fuerte tensión nerviosa. Estaba, y está, al borde de un completo derrumbamiento nervioso. Un hombre que sufre, hasta casi llegar al límite de su capacidad, raramente puede ofrecer resistencia.

»Las defensas del señor Carey se abatieron al instante. Me dijo, con una sinceridad de la cual no dudé ni por un momento, que odiaba a la señora Leidner.

»Y estaba diciendo, indudablemente, la verdad. Odiaba a la señora Leidner. Pero, ¿cuál era la verdadera causa de su odio?

»Hablé antes de mujeres que poseen un hechizo fatal, pero hay hombres que también lo tienen. Los hay que, sin el menor esfuerzo, atraen a las mujeres. Es lo que llaman en la actualidad un sex appeal. El señor Carey tiene muy desarrollada esta cualidad. Apreciaba por una parte a su amigo y jefe, y le era indiferente la esposa de éste. Ello no le hizo mucha gracia a la señora Leidner. Debía dominarlo y, por lo tanto, se dispuso a la captura de Richard Carey. Pero entonces, según creo, ocurrió algo completamente imprevisto. Ella misma, quizá por primera vez en su vida, cayó víctima de una pasión arrolladora. Se enamoró sin reservas de Richard Carey.

»Y él... era incapaz de resistírsele. Ésta es la verdad de esa terrible tensión nerviosa que ha estado soportando. Ha sido un hombre destrozado por dos pasiones opuestas. Amaba a Louise Leidner, sí... pero también la odiaba. La odiaba porque estaba minando la lealtad que sentía hacia su amigo. No hay odio más grande que el de un hombre que ha tenido que amar a una mujer contra su propia voluntad.

»Allí tenía todo el motivo que necesitaba. Estaba convencido de que en determinados momentos la cosa más natural que hubiera podido hacer Richard Carey era golpear con toda la fuerza de su brazo aquella hermosa cara cuyo poderoso atractivo lo había hechizado.

»Desde un principio estuve seguro de que el asesinato de Louise Leidner era un crime passionel. En el señor Carey había encontrado un tipo ideal para esta clase de crímenes.

»Nos queda todavía otro candidato al título de asesino: el padre Lavigny. Me llamó inmediatamente la atención por cierta discrepancia existente entre su descripción del hombre que fue sorprendido mirando por la ventana y la que dio la enfermera Leatheran. En toda descripción, hecha por diferentes testigos, siempre hay, por lo general, alguna discrepancia; pero ésta era demasiado notoria. Además el padre Lavigny insistió en determinada característica: en un estrabismo que debía hacer mucho más fácil la identificación.

»Pronto se puso de manifiesto que, mientras la descripción de la enfermera Leatheran era sustancialmente correcta no ocurría lo mismo con la del padre Lavigny. Parecía como si éste se propusiera despistarnos deliberadamente; como si quisiera que no encontráramos al misterioso individuo.

»Pero, en tal caso, debía haber algo sobre él. Fue visto hablando con aquel hombre, mas sólo podíamos fiarnos de su palabra respecto a lo que habían hablado.

»¿Qué es lo que estaba haciendo el iraquí cuando la enfermera Leatheran y la señora Leidner lo vieron? Tratando de atisbar por una ventana; la de la señora Leidner, según pensaron. Pero cuando fui hasta donde las dos se habían detenido aquella tarde, comprobé que podía haberse tratado igualmente de la ventana correspondiente al almacén.

»Aquella noche se produjo una alarma. Alguien había estado en el almacén, pero se comprobó que no faltaba nada de allí. El punto interesante para mí es que, cuando el doctor Leidner llegó al almacén, se encontró con que el padre Lavigny había acudido antes que él. El religioso dijo que había visto una luz; pero en esto también sólo podemos fiarnos de su palabra.

»Empecé a sentir curiosidad por el padre Lavigny. El otro día, cuando sugerí que podía ser Frederick Bosner, el doctor Leidner rechazó tal pensamiento. Dijo que el padre Lavigny era una personalidad muy conocida en su especialidad. Adelanté la suposición de que Frederick Bosner había tenido casi veinte años para labrarse una nueva carrera, bajo otro nombre, y que podía ser en la actualidad una persona muy conocida. A pesar de ello, no creo que hubiera permanecido todo ese tiempo en una comunidad religiosa. Se me presentaba una solución mucho más sencilla.

»¿Alguno de la expedición conoció de vista al padre Lavigny antes de que viniera? Aparentemente, no. ¿Por qué, entonces, no podía ser alguien que estuviera suplantando la personalidad del religioso? Me enteré de que se había mandado un telegrama a Cartago con motivo de la repentina enfermedad del doctor Byrd, que era el que debía venir con esta expedición. ¿Hay nada más fácil que interceptar un telegrama? Y por lo que se refiere a su trabajo no había, entre los miembros de la expedición, nadie que supiera descifrar inscripciones. Un hombre listo, con unos ligeros conocimientos, podía llevar a feliz término la suplantación. Además, se encontraron muy pocas tablillas e inscripciones. Y por otra parte pude colegir que los juicios del padre Lavigny habían sido considerados como algo insólito. Parecía más bien que el padre Lavigny era un impostor. Pero, ¿era Frederick Bosner? Las cosas no parecían encajar muy bien en ese sentido. La verdad, al parecer, debía encontrarse en una dirección totalmente diferente.

»Tuve un extenso cambio de impresiones con el padre Lavigny. Soy católico y conozco a muchos sacerdotes y miembros de comunidades religiosas. El padre Lavigny me dio la impresión de no ajustarse muy bien a su papel. Y, por otra parte, me hizo el efecto de que estaba familiarizado con ocupaciones totalmente distintas. Con mucha frecuencia había conocido hombres de su tipo... pero no pertenecían a comunidades religiosas... ¡Nada de eso!

»Me dediqué a expedir telegramas. Y entonces, inconscientemente, la enfermera Leatheran me proporcionó una valiosa pista. Estábamos en el almacén, examinando los objetos de oro, y mencionó que en una copa de dicho metal se habían encontrado trazas de cera. Yo dije: "¿Cera?". Y el padre Lavigny repitió: "¿Cera?". Su tono, al decir esto, fue suficiente para mí. Supe, entonces, qué era lo que estaba haciendo aquí.

Poirot se detuvo y luego habló directamente al doctor Leidner.

—Siento decirle, monsieur, que la copa, la daga y otros objetos que guarda ahora en el almacén no son los que encontró usted en las excavaciones. Son imitaciones galvanoplásticas muy bien hechas. El padre Lavigny, según acabo de enterarme por esta contestación a uno de mis telegramas, no es otro que Raoul Menier, uno de los ladrones más listos conocido por la policía francesa. Está especializado en el robo de museos, de objets d'art y cosas similares. Tiene un socio llamado Alí Yusuf, un medio turco, que es un orfebre de primera categoría. Nos enteramos de la existencia de Menier cuando se comprobó que algunos objetos del Louvre no eran auténticos. Se descubrió, en cada caso, que un eminente arqueólogo, al que el director del museo no conocía personalmente, había manipulado recientemente dichos objetos, durante una visita al Louvre. Preguntados todos aquellos distinguidos caballeros, negaron que hubieran visitado el Louvre en las fechas indicadas.

»Me enteré de que Menier estaba en Túnez, preparando un robo a los Padres Blancos, cuando llegó el telegrama que pusieron ustedes desde aquí. El padre Lavigny, que entonces estaba enfermo, se vio obligado a rehusar, pero Menier consiguió interceptar el telegrama de respuesta y lo sustituyó por otro en el que anunciaba la llegada del religioso. No corría ningún peligro al hacerlo. Aun en el caso de que los padres leyeran en algún periódico, cosa improbable, que el padre Lavigny estaba en Irak, se limitarían a pensar que los periodistas se habían enterado de una verdad a medias, como tantas veces ocurre.

»Menier y su cómplice llegaron aquí. El último fue visto cuando reconocía el almacén desde el exterior. El plan consistía en que el padre Lavigny sacaría moldes de cera y Alí haría luego los duplicados. Siempre hay coleccionistas dispuestos a pagar buenos precios por objetos legítimos, sin hacer preguntas embarazosas. El padre Lavigny sustituiría los objetos auténticos por las falsificaciones, aprovechándose de la noche.

»Y sin duda, eso era lo que estaba haciendo cuando la señora Leidner lo oyó y dio la alarma. ¿Qué podía hacer él entonces? Inventó apresuradamente la historia de que había visto una luz.

»Esto, como dicen ustedes, "fue tragado por todos" sin reparos. Pero la señora Leidner no era tonta. Pudo recordar los vestigios de cera que vio en la copa y sacar sus propias conclusiones. Y si lo hizo así, ¿qué determinación cabía tomar? ¿No entraría dans son caractère no hacer nada de momento y disfrutar formulando insinuaciones que desconcertarían al padre Lavigny? Le dejaría entrever que sospechaba, pero que no lo sabía de cierto. Tal vez era un juego peligroso, pero a ella le gustaba.

»Y quizá llevó el juego demasiado lejos. El padre Lavigny se dio cuenta de la verdad y descargó el golpe antes de que ella supiera lo que intentaba hacer él.

»El padre Lavigny es Raoul Menier... un ladrón. Pero, ¿es también... un asesino?

Poirot dio unos pasos por el comedor. Sacó un pañuelo, se enjugó la frente y continuó:

—Tal era mi posición esta misma mañana. Había ocho posibilidades distintas y no sabía cuál de ellas era la verdadera. No sabía todavía quién era el solapado y pertinaz asesino.

»Pero asesinar es una costumbre. El hombre o la mujer que mata una vez vuelve a hacerlo otra, si se presenta la ocasión.

»Y en virtud del segundo asesinato, el asesino cae en mis manos.

»Desde el principio estuvo presente en el fondo de mi pensamiento que alguno de ustedes sabía algo que se reservaba; algo que incriminaba al asesino. De ser así, tal persona estaba en peligro.

»Mi solicitud se dirigió principalmente hacia la enfermera Leatheran. Tiene una personalidad llena de energía y una mente viva e inquisitiva. Me asustaba la posibilidad de que descubriera más de lo que era conveniente para su propia seguridad personal.

»Como todos saben, se cometió un segundo asesinato. Pero la víctima no fue la enfermera Leatheran, sino la señorita Johnson.

»Me consuela pensar que de todas maneras hubiera llegado a la solución del caso por puro razonamiento; pero es cierto que la señorita Johnson me ayudó a llegar a ella mucho más rápidamente.

»En primer lugar, uno de los sospechosos quedaba eliminado: la propia señorita Johnson. Pues ni por un momento sostuve la teoría del suicidio.

»Examinemos ahora los hechos de este segundo asesinato.

»Hecho número uno. El domingo por la noche, la enfermera Leatheran encontró a la señorita Johnson hecha un mar de lágrimas, y aquella misma noche la propia señorita Johnson quemó un pedazo de papel que, según creyó la enfermera, estaba escrito con el mismo tipo de letra de los anónimos.

»Hecho número dos. La tarde anterior a la noche en que murió, la señorita Johnson estaba en la azotea y la enfermera la encontró en un estado que describe como de increíble horror. Cuando la enfermera le pregunta, contesta: "He visto cómo pudo alguien entrar en la casa sin que nadie sospeche cómo lo hizo". No quiso añadir nada más. El padre Lavigny cruzaba en aquel momento el patio y el señor Reiter se encontraba ante la puerta del estudio fotográfico.

»Hecho número tres. La señorita Johnson estaba agonizando. Las únicas palabras que pudo articular fueron: “La ventana... la ventana...".

ȃstos son los hechos.

»Y éstos son los problemas con que nos enfrentamos: ¿Qué hay de cierto en los anónimos? ¿Qué vio la señorita Johnson desde la azotea? ¿Qué quería decir al referirse a la ventana?

»Eh bien. Tomemos en primer lugar el segundo de estos problemas, como el de más fácil solución. Subí a la azotea acompañado por la enfermera Leatheran y me situé en el mismo sitio donde estuvo la señorita Johnson. Desde allí se veía el patio y el portalón en la parte norte de la casa. La mujer vio también a dos componentes de la expedición. ¿Tenía algo que ver sus palabras con el señor Reiter o con el padre Lavigny?

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