Assassin's Creed. La Hermandad (46 page)

Read Assassin's Creed. La Hermandad Online

Authors: Anton Gill

Tags: #Histórico, Aventuras

«El único modo de entrar en la ciudad es subir por una de esas torres», pensó Ezio.

Acababan de empujar hacia la muralla la que estaba más cerca de él. Corrió y se subió a la torre junto a otros hombres, mezclándose entre ellos, aunque no había apenas ninguna necesidad porque con todos aquellos rugidos y bramidos de los exagerados atacantes, que intuían la victoria, pasaría desapercibido.

Los defensores estaban preparados y empezaron a verter hacia el enemigo de abajo la mezcla de brea y aceite que ellos llamaban Fuego Griego. Los gritos de los hombres quemados se unían a los gritos de aquellos que iban en la torre, Ezio entre ellos, y el gran movimiento de arriba, fuera de las llamas en la base de la torre, comenzó a ser frenético. A su alrededor, Ezio vio a los hombres empujar a sus compañeros para sobrevivir y algunos soldados cayeron, dando alaridos, a las llamas de abajo.

Ezio sabía que tenía que llegar a la parte superior antes de que las llamas le alcanzaran. Cuando lo consiguió, dio un gran salto de fe hacia las almenas justo cuando la torre en llamas se derrumbaba detrás de él y causaba un caos mortífero a sus pies.

Luchaban con violencia en los baluartes, pero cientos de soldados navarros ya habían bajado a la ciudad y las trompetas españolas tocaban a retirada para que las tropas se dirigieran hacia la ciudadela en el centro de Viana. Parecía que habían retomado la ciudad.

Cesare saldría triunfador y su adinerado cuñado le recompensaría de forma generosa. Ezio no permitiría que aquello sucediera.

Recorrió la alta muralla, esquivando a los soldados que luchaban mientras los navarros acababan con las tropas españolas que habían quedado atrás en la retirada. Ezio localizó a Cesare y se abrió camino entre las tropas enemigas como un niño que retira con un palo las hierbas altas. Cesare estaba impaciente por tomar la ciudadela y, una vez libre de los hombres que trataban de bloquearle el paso, bajó corriendo por unas escaleras en la muralla interior y atravesó la ciudad, con Ezio unos segundos a su espalda.

Delante de ellos, la ciudadela ya había abierto sus puertas. Habían vencido a los españoles y el conde de Lerín estaba listo para negociar. Pero Cesare no era un hombre misericordioso.

—¡Matadlos! ¡Matadlos a todos! —gritó a sus tropas.

A una velocidad sobrehumana, corrió hacia la ciudadela y subió por unas escaleras de piedra que había en su interior, matando a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Ezio le siguió el ritmo hasta que llegaron a las almenas más altas de la ciudadela, donde Cesare se quedó solo y cortó el asta donde estaba izada la bandera española. Al volver, tan sólo había un sitio por el que marcharse y allí estaba Ezio para impedírselo.

—No tienes escapatoria, Cesare —dijo Ezio—. Ha llegado el momento de que pagues tus deudas.

—¡Vamos, Ezio! —gruñó—. Derrocaste a mi familia. Veamos cómo saldas tus deudas.

Tal era su impaciente ira, que enseguida se abalanzaron el uno contra el otro, cuerpo a cuerpo, usando tan sólo sus puños como armas.

Cesare fue el primero en asestar un golpe y dirigió su puño derecho como un loco a la cabeza de Ezio, pero éste lo esquivó, aunque una fracción demasiado tarde y los nudillos de Cesare rebotaron en la sien del Asesino. Ezio se tambaleó y Cesare gritó, triunfante:

—No importa lo que hagas, lo conquistaré todo; pero antes te mataré a ti y a todos tus seres queridos. En cuanto a mí, no moriré. ¡La Fortuna no me falla!

—Te ha llegado la hora, Cesare —contestó Ezio, que recobró la compostura, retrocedió y desenvainó la espada.

Cesare reaccionó igual y ambos empezaron a combatir en serio. Ezio dirigió su espada ferozmente hacia la cabeza de su enemigo y la hoja describió un arco letal en el aire. Cesare quedó impresionado por la velocidad de su ataque, pero logró levantar su hoja con una torpe parada mientras el brazo le temblaba por el impacto. La espada de Ezio rebotó y Cesare volvió a atacar una vez recuperado el equilibrio y la concentración. Los hombres rodearon el parapeto y sus espadas se tocaron por la punta con unas rápidas estocadas. Ezio avanzó deprisa, llevó la hoja de Cesare a la derecha, luego giró su muñeca y apuntó su espada al costado expuesto de su contrincante. No obstante, Cesare fue muy rápido y apartó el arma de Ezio. Aprovechó entonces la oportunidad para atacar a Ezio, que respondió alzando la muñequera para desviar el golpe. Ambos retrocedieron con cautela otra vez. Desde luego la Nueva Enfermedad no había afectado al manejo de la espada de Cesare.

—Vamos, viejo, tu generación está acabada. Ahora me toca a mí y no esperaré mucho. Tus anticuados sistemas, reglas y jerarquías... Todo tiene que eliminarse.

Ambos estaban cansados y se enfrentaban, jadeando.

—Tu nuevo régimen traerá tiranía y sufrimiento para todos —respondió Ezio.

—Yo sí sé lo que es mejor para el pueblo de Italia y no un puñado de ancianos que hace unos años gastaban su energía luchando por llegar a la cima.

—Tus errores son peores que los suyos.

—Yo no cometo errores. ¡Soy el más inteligente!

—La inteligencia viene con años de pensamiento, no por ciega convicción.

—¡Ezio Auditore, tu hora ha llegado!

Cesare dio con su espada una estocada inesperada y cobarde, pero Ezio fue lo bastante rápido para esquivarla, y al perder Cesare el equilibrio, le agarró de la muñeca y le arrebató la espada de la mano, que salió repiqueteando por las losas de piedra.

Estaba al borde de las almenas y abajo las tropas navarras empezaban a celebrar su victoria. Sin embargo, no había saqueo pues habían recuperado una ciudad que antes era suya.

Cesare echó mano a su puñal, pero Ezio le cortó los tendones de la muñeca a su oponente con la espada, lo que la dejó colgando sin fuerzas, inútil. Cesare retrocedió tambaleándose y su cara puso una mueca de dolor y rabia.

—¡El trono era mío! —exclamó como un niño que había perdido un juguete.

—El hecho de querer algo no te da derecho a tenerlo.

—¿Y tú qué sabes? ¿Alguna vez has deseado algo con tanta fuerza?

—Un auténtico líder otorga poderes a los que gobierna.

—Todavía puedo guiar a la humanidad hacia un nuevo mundo.

Al ver que Cesare estaba a unos centímetros del borde, Ezio alzó su espada:

—Ojalá borren tu nombre.
Requiescat in pace
.

—¡No puedes matarme! ¡Ningún hombre puede matarme!

—Entonces te dejaré en manos del destino —contestó Ezio.

Ezio dejó caer su espada, agarró a Cesare Borgia y, con un hábil movimiento, lo tiró por las almenas. Cayó en picado hacia los adoquines a treinta metros, pero Ezio no bajó la vista. Su corazón se había librado del peso de su larga lucha contra los Borgia.

Capítulo 66

Volvía a ser el solsticio de verano y Ezio cumplía cuarenta y ocho años. Ezio, Maquiavelo y Leonardo estaban reunidos en el nuevo cuartel general de la isla Tiberina, que ahora era un edificio que se exhibía con orgullo, a la vista de todos.

—Es una fiesta de cumpleaños muy pequeña —comentó Leonardo—. Bueno, si me hubieras dejado prepararte algo, un desfile de verdad...

—Guárdatelo para dentro de dos años —sonrió Ezio—. Te hemos invitado por otro motivo.

—¿Cuál? —preguntó Leonardo, lleno de curiosidad.

Maquiavelo que lucía un hombro un tanto encorvado, pero totalmente recuperado, dijo:

—Leo, queremos invitarte.

—¿Otra vez?

—Queremos que te unas a nosotros —dijo Ezio solemnemente—. Que te conviertas en miembro de la Hermandad de los Asesinos.

Leonardo sonrió con gravedad.

—Así que mis bombas fueron todo un éxito, ¿no? —Se quedó callado un momento y luego dijo—: Caballeros, os doy las gracias, y sabéis que respeto vuestros objetivos y los apoyaré mientras viva. Nunca revelaré los secretos de los Asesinos a nadie. —Hizo una pausa—. Pero yo voy por otro camino y es un camino solitario. Así que perdonadme.

—Tu apoyo es casi tan valioso como que te conviertas en uno de nosotros. Pero ¿no podemos convencerte de algún modo, viejo amigo?

—No, Ezio. Además, me marcho.

—¿Te marchas? ¿Adónde vas?

—Tengo que volver a Milán y luego me voy a Amboise.

—¿A Francia?

—Dicen que es un país noble y allí es donde iré a terminar mis días.

Ezio extendió las manos.

—Entonces debemos dejar que te marches, viejo amigo. —Hizo una pausa—. Aquí, pues, separamos nuestros caminos.

—¿Por qué? —preguntó Leonardo.

—Yo vuelvo a Florencia —contestó Maquiavelo—. Allí me queda mucho trabajo por hacer. —Le guiñó el ojo a Ezio—. Y aún tengo que escribir ese libro.

—¿Cómo lo llamarás?

Maquiavelo miró con ecuanimidad a Ezio.

—El
Príncipe
—contestó.

—Mándame a Claudia de vuelta.

—Lo haré. Echa de menos Roma y sabes que te apoyará mientras continúes tu trabajo como mentor de la Hermandad.

Maquiavelo miró el reloj de agua.

—Es la hora.

Los tres hombres se levantaron y se abrazaron con aire de gravedad.

—Adiós.

—Adiós.

—Adiós.

FIN
Relación de personajes

Mario Auditore
: tío de Ezio y líder de la Hermandad de los Asesinos

Ezio Auditore
: Asesino

María Auditore
: madre de Ezio

Claudia Auditore
: hermana de Ezio

Angelina Ceresa
: amiga de Claudia

Federico
: encargado de los establos de Mario

Annetta
: ama de llaves de la familia Auditore

Paola
: hermana de Annetta y una Asesina

Ruggiero
: sargento mayor de los guardias de Mario Auditore

Nicolás Bernardo Maquiavelo
: Asesino, filósofo y escritor (1469- 1527)

Leonardo da Vinci
: artista, científico, escultor, etc. (1452-1519)

Antonio
: Asesino

Fabio Orsini
: Asesino

Bartolomeo d'Alviano
: capitán italiano y Asesino (1455-1515)

Pantasilea Baglioni
: esposa de Bartolomeo

Baldassare Castiglione
: vinculado a los Asesinos

Pietro Bembo
: vinculado a los Asesinos

Gilberto el Zorro, La Volpe
: Asesino y jefe del Gremio de Ladrones

Benito
: miembro del Gremio de Ladrones

Trimalchio
: miembro del Gremio de Ladrones

Claudio
: ladrón e hijo de Trimalchio

Paganino
: ladrón en el saqueo a Monteriggioni

Madonna
Solari
: encargada del burdel y cómplice de los Asesinos

Agnella
: prostituta de La Rosa in Fiore

Lucía
: prostituta de La Rosa in Fiore

Saraghina
: prostituta de La Rosa in Fiore

Margherita deghli Campi
: aristócrata romana y simpatizante de los Asesinos

Jacopo
: marinero

Camila
: prostituta de Nápoles

Filin
: capitán de barco

Capitán Alberto
: capitán de la Marea di Alba

Acosta
: médico valenciano

Conde de Lerín
: conde español (1430-1508)

Caterina Sforza
: la condesa de Forli, hija de Galeazzo (1463-1509)

Lorenzo de Medici, «Lorenzo el Magnífico»
: hombre de estado italiano (1449-1492)

Piero Soderini
: gobernador de Florencia (1454-1522)

Américo Vespucio
: amigo y consejero de Soderini (1454-1512)

Rodrigo Borgia
: Papa Alejandro VI (1431-1503)

Cesare Borgia
: hijo de Rodrigo (1476-1507)

Lucrezia Borgia
: hija de Rodrigo (1480-1519)

Vannozza Cattenei
: madre de Cesare y Lucrezia Borgia (1442-1518)

Giulia Farnese
: amante de Rodrigo (1474-1524)

Princesse
Carlota d'Albret
: esposa de Cesare (1480-1514)

Juan Borgia
: arzobispo de Monreale y el banquero de Cesare (1476- 1497)

General duque Octavien de Valois
: general francés y aliado de los Borgia

Micheletto da Corella
: la mano derecha de Cesare Luca: acérrimo de Micheletto

Agostino Chigi
: banquero del Papa Alejandro (1466-1520)

Luigi Torcelli
: el representante del banquero de Cesare

Toffana
: criada de Lucrezia

Gaspar Torella
: médico personal de Cesare

Johann Burchard
: maestro de ceremonias del Papa Alejandro VI

Juan
: guardia de La Mota

Egidio Troche
: senador romano

Francesco Troche
: hermano de Egidio y chambelán de Cesare

Michelangelo Buonarotti
: artista, escultor, etc. (1475-1564)

Vinicio
: contacto de Maquiavelo

Cardenal Giuliano della Rovere (1443-1513)

Cardenal Ascanio Sforza (1455-1505)

Agniolo e Inocento
: ayudantes de Leonardo da Vinci

Pietro Benintendi
: actor romano

Dottore
Brunelleschi
: médico romano

El cardenal de Rouen
: Georges d'Amboise (1460-1510)

Papa Pío III
: cardenal Piccolomini (1439-1503)

Papa Julio II
: Giuliano della Rovere, cardenal de San Pedro ad Vincula (1443-1513)

Bruno
: un espía

Glosario de términos en italiano, francés y latín

aiutateme!
: ¡ayúdame!

Aiuto!
: ¡ayuda!

albergo
: hotel

Other books

A Thousand Years (Soulmates Book 1) by Thomas, Brigitte Ann
The Bit In Between by Claire Varley
Weirwolf by David Weir
Mission Compromised by Oliver North
Hope In Every Raindrop by Wesley Banks
Dial a Ghost by Eva Ibbotson
Chicken by David Henry Sterry