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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Por el contrario, deberíais pensar: «¡Más vale emigrar y acabar siendo
dueños
de comarcas nuevas y salvajes, y sobre todo dueños de nosotros mismos; cambiar de residencia mientras nos siga amenazando la esclavitud, no huir de la aventura ni de la guerra, y estar en último término dispuestos a morir, con tal de que no siga este indecoroso servilismo, con tal de que acabe esta tendencia a agriarnos, a volvernos venenosos y conspiradores!». He aquí cuál sería la forma correcta de ver las cosas: los obreros europeos deberían considerar que nada pueden hacer realmente
en cuanto clase
, no como algo duramente condicionado y falsamente organizado; deberían iniciar una nueva era en la que el enjambre emigre de la colmena europea, de un forma nunca vista hasta hora, y protestar mediante el acto de elegir libremente el lugar de residencia —un acto de gran estilo—, contra la máquina, contra el capital y contra esa alternativa que les amenaza, consistente en ser o esclavos del Estado o esclavos de un partido revolucionario. Que Europa se libere de la cuarta parte de sus habitantes. Será un alivio para ella y para ellos. En las remotas empresas coloniales a las que emigren en enjambres, podrá apreciarse cuánto sentido común, cuánta equidad, qué sana desconfianza ha inculcado la madre Europa en sus hijos, en esos hijos que ya no soportaban vivir al lado de esa vieja chocha, y que corrían el riesgo de volverse sombríos, irritables y licenciosos como ella. Fuera de Europa, las virtudes de Europa viajarían con estos trabajadores, y lo que en la tierra natal empezaba a degenerar en un malestar peligroso y en una inclinación criminal, adquiriría fuera un carácter salvaje y hermoso, que se llamará heroísmo. A su vez, en la vieja Europa, demasiado poblada y demasiado replegada en sí misma, se respiraría un aire más puro. ¡Qué importa que falten
brazos
para el trabajo! Acaso entonces nos demos cuenta de que nos habíamos acostumbrado a necesitar muchas cosas porque era fácil conseguirlas. Bastará con que desarraiguemos de nosotros esa costumbre. Tal vez entonces traigamos chinos que aporten la manera de vivir y de pensar que conviene a las hormigas laboriosas. Esto podría contribuir incluso a infundir en la sangre de esta Europa turbulenta, que se consume, un poco de calma y de espíritu de contemplación asiáticos, y —lo que es más necesario— de capacidad asiática para
resistir el dolor
.

207. Cómo se comportan los alemanes ante la moral.

El alemán es capaz de grandes cosas, pero es poco probable que las realice, porque
cuando podría obrar con libertad
, obedece, como suele ser norma entre espíritus perezosos por naturaleza. Si se ve en la situación peligrosa de estar solo y de sacudirse su pereza, si no puede cobijarse como un número más en un conjunto (y en este sentido vale infinitamente más que un francés o que un inglés), descubrirá sus fuerzas, se volverá peligroso, malo, profundo y audaz, y sacará a plena luz el tesoro de energía latente que lleva en su interior, tesoro en el que, por otra parte, nadie —ni él mismo— cree. Cuando, en semejante caso, un alemán se obedece a sí mismo —lo que siempre es una rara excepción—, lo hace con la misma torpeza, con la misma inflexibilidad, con el mismo sufrimiento con que obedece generalmente a su soberano y cumple sus deberes profesionales. Entonces estará en disposición de hacer grandes cosas que no corresponderían en modo alguno a esa
debilidad de carácter
que se atribuye a sí mismo. Sin embargo, en circunstancias normales, le asusta depender
sólo
de sí mismo, le da miedo
improvisar
; por eso en Alemania se utilizan tantos funcionarios y tanta tinta. El alemán desconoce la ligereza de carácter; es demasiado tímido para abandonarse a ella, pero en situaciones nuevas que le despiertan de su letargo, se vuelve
casi
frívolo. Disfruta entonces de lo raro de su nueva situación, como de una borrachera; en materia de borracheras es toda una autoridad. Por eso el alemán actual es casi frívolo en política, y si en este terreno le preocupa también la profundidad y la seriedad y hace uso de ellas abundantemente en sus relaciones con las otras potencias políticas, sin embargo, en el fondo, está lleno de una secreta presunción por haber tenido una vez el derecho de exaltarse, y ser una vez innovador y caprichoso, de cambiar de personas, de partidos y de esperanzas, como si fueran caretas.

Los sabios alemanes, que hasta ahora parecían ser los más alemanes de los alemanes, eran —y tal vez siguen siendo— tan buenos ciudadanos como los soldados alemanes, en virtud de esa tendencia suya arraigada y casi infantil a obedecer en todas las cosas exteriores, a causa de la necesidad que tienen de aislarse en la ciencia. Todavía cabe esperar mucho de ellos si saben mantener su actitud orgullosa, sencilla y paciente, y su independencia de las locuras políticas en tiempos en los que el viento sopla en dirección contraria. Tal y como son (o como eran) representan el estado embrionario de algo
superior
.

La ventaja y la desventaja de los alemanes —incluyendo a los sabios— es que hasta hoy han estado más cerca de la superstición y de la necesidad de creer que el resto de los pueblos. Sus vicios principales siguen siendo la embriaguez y la tendencia al suicidio (éste último es señal de una torpeza de espíritu que se siente impulsado fácilmente a abandonar las riendas). Su peligro radica en todo lo que paraliza las fuerzas de la razón y desata las pasiones (como, por ejemplo, el uso excesivo de la música y de las bebidas alcohólicas), porque la pasión alemana se vuelve contra lo que es personalmente útil, es autodestructiva, como la del borracho. El propio entusiasmo tiene menos valor en Alemania que en cualquier otro país, ya que es estéril. Cuando un alemán hace algo grande, es siempre en situaciones de peligro, en un arranque de valor, con los dientes apretados, con el espíritu tenso, y muchas veces con una inclinación a la generosidad. Es aconsejable mantener una relación estable con un alemán, pues todos tienen algo que dar, si se les sabe impulsar a que caigan en la cuenta de ello, ya que son esencialmente desordenados.

Cuando un pueblo de este tipo se ocupa de la moral, ¿qué moral será la que le satisfaga? Ante todo, pretenderá que en ella se idealice su inclinación a la obediencia. Una forma alemana de razonar y de sentir, que encontramos en el fondo de todas las doctrinas morales alemanas, consiste en creer que, necesariamente, ha de haber algo a lo que el hombre pueda obedecer de una manera absoluta.

¡Qué impresión tan distinta nos produce toda la moral antigua! Todos los pensadores griegos, dentro del aspecto múltiple que presentan sus imágenes, como moralistas, se parecen al profesor de gimnasia que le dice a un joven: «Ven, sígueme; entrégate a mi disciplina. Puede que así llegues a alcanzar un premio frente a todos los helenos». La virtud antigua consiste en la distinción personal. La virtud alemana consiste en someterse, en obedecer pública o íntimamente. Mucho antes que Kant y que su imperativo categórico, Lutero, llevado por el mismo espíritu, había dicho que era necesario que existiera un ser en el que el hombre pudiera confiar plenamente; en esto consistía su forma de
demostrar
la existencia de Dios. Lutero, más vulgar y más tosco que Kant, pretendía que se obedeciera ciegamente, no a una idea, sino a un ser, a una persona. Pero, en última instancia, Kant tomó el rodeo de la moral para llegar a la
obediencia a la persona
, pues a esto es a lo que rinde culto un alemán, por imperceptible que sea la huella de culto que subsiste en su religión.

Los griegos y los romanos tenían otros sentimientos, y se habrían burlado de esa idea de que
es necesario que exista un ser
. Su libertad de sentimiento, totalmente meridional, les llevaba a defenderse de
confiar de una forma absoluta
, y a conservar siempre, en lo más íntimo de su corazón, un cierto escepticismo respecto a todo, ya se tratase de dioses, de hombres o de ideas. El filósofo antiguo va todavía más lejos:
Nihil admirari
(«No hay que admirar nada»). Esta frase encierra toda una filosofía. Un alemán, Schopenhauer, llega a afirmar lo contrario:
Admirari est philosophari
(«Filosofar es admirar»). ¿Qué pasará cuando, como sucede muchas veces, alcance ese estado de ánimo en el que es capaz de grandes cosas, cuando llegue la hora de la
excepción
, la hora de desobedecer? No creo que tenga razón Schopenhauer cuando dice que los alemanes aventajan claramente a los otros pueblos por el hecho de que entre ellos hay más ateos que en ninguna otra parte; pero sí estoy seguro de que cuando un alemán se encuentra en situación de poder hacer grandes cosas,
se sitúa siempre por encima de la moral
. ¿Cómo no iba a hacerlo? En tales casos, se encuentra en situación de hacer algo nuevo, es decir, de mandar (de mandarse a sí mismo o a los demás). Y la moral alemana no le ha enseñado a mandar. ¡Ha descuidado el arte de mandar!

LIBRO CUARTO

208. Cuestión de conciencia.

En suma, ¿qué es lo que queréis de nuevo? No queremos que las causas sean pecados y los efectos castigos.

209. Utilidad de las teorías más rígidas.

Somos tolerantes con las debilidades morales del hombre, y las pasamos por una criba de grandes agujeros, es decir, por la criba que supone la
condición
de que se declare creer en una
moral
estricta. Por el contrario, siempre se ha mirado con microscopio la vida de los filósofos morales de espíritu libre, con el deseo íntimo de descubrir un paso en falso en su vida, ya que éste es el mejor argumento contra una profesión de fe que resulte molesta.

210. Lo que es «en sí».

Antes se investigaba qué es lo que nos hace reír, como si hubiera algo fuera de nosotros que tuviese la propiedad de provocar la risa, y la gente se esforzaba en imaginárselo. (Hubo un teólogo que llegó a decir que se trataba de la «ingenuidad del pecado».) Hoy la pregunta es: ¿qué es la risa?, ¿cómo se produce? Reflexionando más, se ha llegado a la conclusión de que no hay nada bueno, ni malo, ni bello, ni sublime, sino estados del alma que nos hacen atribuir a cosas que están fuera de nosotros estos calificativos. Hemos
quitado
a las cosas estos atributos, o, mejor, hemos comprendido que no habíamos hecho más que
prestárselos
. Procuremos que esta convicción no nos haga perder la
capacidad
de prestar, y guardémonos de no volvernos, al mismo tiempo,
más ricos y más avaros
.

211. A los que sueñan con la inmortalidad.

¿Deseáis, entonces, conservar eternamente esa bonita conciencia que tenéis de vosotros mismos? ¿No os da vergüenza? ¿Os olvidáis de todas las demás cosas que, a su vez, tendrían que
soportaros
durante toda una eternidad, como os han estado soportando hasta hoy, con una resignación mayor aún que la cristiana? ¿O es que creéis que el veros les produce un sentimiento de bienestar eterno? Bastaría que hubiera un solo hombre que fuese inmortal para provocar en todo lo que le rodease tal
repugnancia
, que generaría una verdadera epidemia de suicidios. Y vosotros, pobres habitantes de la tierra, con esas pequeñas concepciones vuestras que abarcan unos miles de minutos en el tiempo, ¿pretendéis ser una carga eterna para la existencia eterna? ¿Puede haber algo más impertinente? Pero seamos tolerantes con un ser de setenta años. No ha podido ejercitar la imaginación representándose lo que sería su
aburrimiento eterno
. ¡Le ha faltado tiempo!

212. En qué nos conocemos.

En cuanto un animal ve a otro, se mide con él interiormente, y los hombres de las épocas salvajes hacían lo mismo. De lo que se deduce que casi todos los hombres no aprenden a conocerse más que en virtud de su fuerza para atacar y para defenderse.

213. Los hombres de vida fracasada.

Hay hombres de tal naturaleza que la sociedad
puede
hacer con ellos lo que quiera: de cualquier forma se encontrarán bien y considerarán que no tienen por qué quejarse por haber fracasado en la vida. Otros están hechos de una materia tan especial —no es necesario que sea una materia particularmente noble, basta con que sea más noble que la de los demás— que no pueden dejar de sentirse molestos, salvo cuando pueden vivir de acuerdo con los únicos fines que está en su mano fijarse. Todo lo que al individuo le parece una vida fracasada y malograda, todo el peso del desaliento, de la impotencia, de la enfermedad, de la irritabilidad, de los apetitos, lo arroja sobre la sociedad. De este modo, se crea en torno a la sociedad una atmósfera viciada y cargada, o, en el mejor de los casos, un nubarrón de tormenta.

214. ¿De qué sirven los miramientos?

Pedís y exigís que seamos indulgentes con vosotros, cuando vuestro dolor os vuelve injustos con las cosas y con los hombres. ¿Qué importancia tienen nuestros miramientos? Deberíais ser más
mirados
por vosotros mismos. ¡Bonita manera la de indemnizarse de un dolor causando un
daño
a su propio juicio! Vuestra venganza se vuelve contra vosotros, cuando describís algo desacreditándolo. Perturbáis vuestra visión y no la de los demás. Os acostumbráis
a ver falsamente y al revés
.

215. La moral de las víctimas.

Decís que los clisés de vuestra moral son
el sacrificio, la autoinmolación entusiasmada
, y creo de buen grado que habláis
con sinceridad
; pero yo os conozco mejor de lo que vosotros os conocéis, y sé si vuestra buena fe es capaz o no de ir de la mano con semejante moral. Desde su altura miráis esa otra moral sobria que exige autodominio, severidad y obediencia; llegáis incluso a llamarla egoísta, y
sois
sinceros con vosotros mismos cuando decís que os desagrada, porque
tiene que
desagradaros en realidad. Y es que al sacrificaros con entusiasmo, al autoinmolaros, gozáis embriagados con la idea de que
formáis un solo ser
con el poderoso —ya se trate de Dios o de un hombre— al que os consagráis; saboreáis el sentimiento de su poder. En realidad, no os sacrificáis más que en apariencia; vuestra imaginación os convierte en dioses y os recreáis en vosotros mismos como si fuerais dioses. Contemplada desde la perspectiva de este goce, ¡qué débil y pobre os parece esa moral
egoísta
de la obediencia, del deber, de la razón! Os desagrada porque en ella hay que sacrificar e inmolar verdaderamente sin que el sacrificador tenga, como vosotros, la ilusión de convertirse en Dios. En suma, buscáis la embriaguez y el exceso, y esa moral que despreciáis se opone a ambas cosas. Comprendo fácilmente que os desagrade.

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