296. El duelo.
Alguien decía que consideraba una ventaja poder provocar un duelo, cuando sentía una necesidad imperiosa de batirse, pues siempre había a su alrededor individuos valientes. El duelo es la única forma honrosa de suicidio que nos queda. La pena es que constituye un medio poco directo y no siempre seguro.
297. Algo nefasto.
Se echa a perder a un joven con toda seguridad cuando se le enseña a apreciar más a los que piensan como él que a los que piensan lo contrario.
298. El culto a los héroes y sus fanáticos.
El fanático de un ideal, al ser un hombre de carne y hueso, suele tener razón cuando
niega
, y negando es terrible. Conoce lo que niega tanto, como a sí mismo, por la sencilla razón de que viene de ello, de que lo ha considerado como su casa, y de que teme interiormente tener que regresar, por lo que trata de hacerse imposible la vuelta a base de negarlo. Pero cuando afirma algo, entorna los ojos y empieza a idealizar (con frecuencia sin otra finalidad que la de hacer daño a quienes siguen en la casa que él ha abandonado).
Puede que su forma de afirmar resulte artística, pero, no obstante, habrá en ella algo de desleal. Quien idealiza a una persona la sitúa a una distancia tal que ya no puede verla con precisión, y entonces interpreta como hermoso aquello que percibe, esto es, su simetría, sus líneas desdibujadas, su falta de precisión. Como quiere adorar ese ideal que flota en la lejana altura, ha de construir un templo para rendirle culto y para protegerle del profano vulgo. Allí lleva todos los objetos venerables y santificados que tiene para que su encanto dé más relieve al ideal y éste crezca o se divinice progresivamente con semejante
alimento
. Por último, logrará perfilar a su dios; aunque, ¡ay!, siempre existe alguien que sabe lo sucedido (me refiero a su conciencia intelectual), y alguien que protesta inconscientemente: el propio ser divinizado, que, a consecuencia del culto, de los panegíricos y del incienso, se hace tan insoportable, que revela del modo más claro y lastimoso que no tiene nada de divino y que sus cualidades son demasiado humanas. Entonces no le queda al fanático más que una alternativa: la de dejar pacientemente que le maltraten a él y a sus semejantes, interpretando también esta desgracia «a la mayor gloria de Dios», como una forma más de autoengaño y de mentira noble; tomará partido contra sí mismo, e interpretará el hecho de verse maltratado en términos de martirio, lo que consumará su presunción. En torno a
Napoleón
, por ejemplo, había hombres de esta clase, y tal vez fue él quien sembró en el alma de este siglo esa adoración romántica del
genio
y del
héroe
, que resulta tan ajena al espíritu racionalista de la centuria anterior. Byron no se avergonzó de decir que se consideraba «un gusano al lado de semejante hombre». (Quien dio con las fórmulas para expresar una prosternación así, fue Tomás Carlyle, aquel viejo gruñón, embrollado y presuntuoso que dedicó su vida a la inútil tarea de volver románticos a los ingleses).
299. El heroísmo aparente.
El hecho de lanzarse en medio del enemigo puede ser un signo de cobardía.
300. Benevolencia para con los aduladores.
Una muestra definitiva de prudencia por parte de los ambiciosos insaciables, consiste en ocultar el desprecio al ser humano que nos inspiran los aduladores, mostrándose, por el contrario, benévolos con éstos, como un dios que no pudiera ser malévolo.
301. Todo un carácter.
«Lo que digo, lo hago»: esta forma de pensar parece revelar todo un carácter. ¡Cuántos actos realizamos, no por lo que tienen de racionales, sino porque, cuando se nos ocurrieron, excitaron de un modo u otro nuestra ambición o nuestra vanidad, y esto nos hizo ejecutarlos ciegamente! De esta forma aumentan en nosotros la fe en nuestro carácter y tranquilizan nuestra conciencia, incrementando, en consecuencia, nuestra
fuerza
; mientras que la elección de lo más racional fomenta un cierto escepticismo respecto a nosotros mismos, lo que constituye un elemento de debilidad.
302. Una, dos y tres veces cierto.
Los hombres están constantemente mintiendo, pero luego no se acuerdan de que han mentido ni creen que lo hayan hecho.
303. Pasatiempo del que conoce a los hombres.
Creo que me conoce y se considera sutil e importante cuando se comporta de una forma u otra conmigo. Procuraré no desengañarle, pues no me lo perdonaría; mientras que ahora me quiere mucho, porque le proporciono un sentimiento de superioridad consciente. Otro individuo teme que crea que le conozco, lo que le hace sentirse inferior. Por eso se comporta de una forma brusca e inconsecuente conmigo y trata de engañarme respecto a su persona, para volver a situarse por encima de mí.
304. Los destructores del mundo.
Hay quien no es capaz de hacer algo, y termina diciendo rabioso: «¡Ojalá no queden del mundo ni los cimientos!». Esta forma tan odiosa de pensar es el colmo de la envidia, que razona así: «Como yo no puedo conseguir
tal cosa
, que el mundo entero no posea
nada
, que
deje de existir
.»
305. Avaricia.
Cuando compramos algo, nuestra avaricia es mayor cuanto más bajo es el precio del objeto en cuestión. ¿Se deberá esto a que las pequeñas diferencias de precio aguzan los ojos de la avaricia?
306. Ideal griego.
¿Qué admiraban los griegos de Ulises? Ante todo, su arte para mentir y para tomar represalias de una forma astuta y terrible; en segundo lugar, saber estar a la altura de las circunstancias; parecer, llegado el caso, más noble que el que más, saber qué era lo que
se esperaba
de él; ser heroicamente terco; hacer uso de cualquier medio; tener ingenio —el ingenio de Ulises causaba admiración a los dioses, que sonreían cuando pensaban en él—. Todo esto forma parte del ideal griego. Lo curioso es que no se percibiera totalmente la contradicción que existe entre
ser
y
parecer
, y que, en consecuencia, no se le diera importancia a esta diferencia. ¿Ha habido alguna vez mejores comediantes?
307. Facta!
Si facta, ficta
! El historiador no tiene que considerar los acontecimientos tal como se han producido, sino como él cree que sucedieron, pues así es como ejercen un
efecto
. Lo mismo ocurre con los presuntos héroes. Lo que llamamos historia universal no es más que la exposición de opiniones presuntas sobre hechos también presuntos, que, a su vez, han generado opiniones y hechos cuya realidad se esfuma de inmediato, no
obrando
más que como un vapor. Es un constante producir fantasmas entre las espesas nubes de una realidad impenetrable. Todos los historiadores cuentan cosas que no han sucedido más que en su imaginación.
308. Es distinguido no saber comerciar.
Vender el mérito propio lo más caro posible, e incluso hacer usura con él, como profesor, funcionario o artista, convierte el talento o el genio en una mercancía. Hay que procurar no ser
habilidoso
con el saber.
309. Miedo y amor.
El miedo ha hecho que progrese el conocimiento general de los hombres más que el amor, ya que el miedo nos hace intuir qué es el que tenemos delante, qué sabe, qué quiere y qué puede. Si nos equivocamos en esto, correremos un gran peligro o nos causaríamos un mal. El amor, por el contrario, nos inclina íntimamente a ver en el prójimo hermosas cualidades y a elevarle todo lo posible; para él sería un placer y una ventaja engañarse en este aspecto; por eso no lo hace.
310. Los bonachones.
Los individuos bonachones han adquirido esta forma de ser por el temor constante que inspiraban a sus antepasados los excesos ajenos: atenuaban las cosas, trataban de tranquilizar a los demás, pedían perdón, prevenían, distraían, adulaban, prodigaban miramientos, se humillaban, disimulaban su dolor y su despecho, leían en los rasgos de la cara, y acabaron transmitiendo todo ese mecanismo sutil y bien ajustado a sus hijos y nietos. Estos han tenido la suerte de no vivir ya en una situación de constante temor, pero siguen tocando el mismo instrumento.
311. Lo que llaman alma.
Lo que llaman alma es el conjunto de movimientos internos que le resultan fáciles al hombre y que, en consecuencia, realiza de buen grado y con gracia. Se dice que un hombre no tiene alma cuando da muestras de que los movimientos del alma le resultan duros y penosos.
312. Los olvidadizos.
En las explosiones de la pasión y en los delirios del ensueño y de la locura, el hombre reconoce su historia primitiva y la de la humanidad; reconoce la
animalidad
y sus gestos salvajes; su memoria se retrotrae a un pasado muy lejano, mientras que su estado civilizado se ha desarrollado, por el contrario, a partir del olvido de estas experiencias primitivas, es decir, en relación inversa con esa memoria. El individuo que, al ser un olvidadizo de un tipo superior, se mantiene constantemente lejos de estas cosas,
no comprende a los hombres
, individuos engendrados, en cierto modo, por los dioses y traídos al mundo por la razón.
313. La amistad que ya no deseamos.
Deseamos más bien tener como enemigo al amigo cuyas esperanzas no podemos satisfacer.
314. En la asamblea de pensadores.
En medio del océano del devenir, nosotros, aventureros y aves viajeras, nos despertamos en un islote no mayor que una barquichuela, y miramos por un momento en torno nuestro con toda la prisa y la ansiedad posibles, ya que un golpe de viento puede arrastrarnos en cualquier instante o una ola puede barrernos del islote, sin dejar el menor rastro de nosotros. Pero ahí, en ese reducido espacio, encontramos a otras aves viajeras y oímos hablar de otras más antiguas, y de este modo disfrutamos de un delicioso minuto de conocimiento y de adivinación, gorjeando juntos y agitando alegremente las alas, mientras que nuestro espíritu vaga por el océano, con no menos orgullo que el propio océano.
315. El desprendimiento.
Ceder algo que nos pertenece, renunciar a un derecho agrada cuando es señal de grandes riquezas. En este terreno es donde hay que situar la generosidad.
316. Las sectas débiles.
Las sectas que disminuyen en número se esfuerzan en captar adeptos inteligentes para suplir con la calidad lo que les falta en cuanto a la cantidad. Esto constituye un peligro para la inteligencia, digno de tenerse en cuenta.
317. El juicio realizado de noche.
El que reflexiona sobre el trabajo que ha llevado a cabo durante el día o durante el día o durante toda su vida cuando ha llegado al final y se encuentra cansado, por lo general, se entrega a consideraciones melancólicas; pero esto no hay que atribuirlo al día ni a la vida, sino al cansancio. En medio del trabajo fecundo no solemos detenernos a juzgar la vida, y menos aún cuando estamos disfrutando; pero si por ventura nos paramos a hacerlo, no damos la razón al que espera el descanso del séptimo día para encontrarlo todo bueno: ha dejado pasar el
mejor
momento.
318. No os fiéis de los sistemáticos.
Los sistemáticos representan una comedia: al tener que rellenar su sistema y redondear el horizonte a su alrededor, tienen que presentar sus cualidades débiles igual que las fuertes: quieren aparentar de una forma completa y uniforme que son caracteres vigorosos.
319. La hospitalidad.
La costumbre de ser hospitalario ha de ser explicada como un intento de neutralizar la hostilidad del extraño. Desde el momento en que éste deja de ser visto como un enemigo, disminuye la hospitalidad; florece mientras florecen los recelos.
320. El clima.
Un clima muy variable e incierto hace que los hombres desconfíen entre sí y que estén ansiosos de innovaciones, por el hecho de que tienen que cambiar sus hábitos. Por eso a los déspotas les gustan los países con un clima uniforme.
321. Los peligros de la inocencia.
Los individuos inocentes son siempre víctimas, pues su inocencia les impide distinguir entre el término medio y la exageración y, en ocasiones, ser precavidos respecto a ellos mismos. De este modo, las mujeres jóvenes que son inocentes, es decir, ignorantes, se habitúan a disfrutar con frecuencia de los placeres del matrimonio y los echan en falta cuando sus maridos caen enfermos o envejecen prematuramente; y, como su candidez y su confianza les llevan a pensar que dichas relaciones frecuentes son la regla y constituyen un derecho, terminan creándose una necesidad que las expone más tarde a fuertes tentaciones y a algo peor.
Pero si adoptamos un punto de vista más general y elevado, todo el que ama a alguien o algo sin conocerlos se convierte en víctima de algo que no amaría si pudiera conocerlo. En todos aquellos casos en los que se requiere experiencia, precaución y una actuación prudente, el inocente sufre cruelmente, pues se ve obligado a apurar el veneno que las cosas ocultan. Observemos cómo actúan los príncipes, las iglesias, las sectas, los partidos, las corporaciones: ¿No utilizan como cebo a un inocente en los casos más difíciles y apurados, como se valió Ulises del inocente Neoptolemo para quitarle su arco y sus flechas al viejo y enfermo ermitaño de Lemnos?
Con su desprecio del mundo, el cristianismo convirtió la ignorancia en virtud cristiana, tal vez porque el resultado más frecuente de la ignorancia sea el pecado, el dolor de haberlo cometido y la desesperación, virtud ésta que conduce al cielo dando un rodeo por los alrededores del infierno, pues la promesa de una segunda
inocencia
sólo se cumple cuando se abren los sombríos propileos de la salvación cristiana. ¡He aquí una de las más bellas invenciones del cristianismo!
322. Vivir en lo posible sin médico.
Un enfermo sobrelleva mejor su enfermedad cuando le asiste un médico que cuando trata de curarse por sí sólo. En el primer caso, no tiene más que cumplir escrupulosamente las prescripciones facultativas; en el segundo, observa más concienzudamente aquello a lo que se refieren dichas prescripciones, es decir, su salud; aprecia más síntomas, se priva de más cosas y se impone más obligaciones de las que le privaría e impondría el médico. Todas las reglas producen este mismo efecto; nos apartan del fin que hay detrás de la regla y nos lo hacen más ligero. Pero la apatía de la humanidad hubiera llegado al desquiciamiento y a la destrucción si se hubiera abandonado total y sinceramente en manos de ese médico suyo que es la divinidad, de acuerdo con la frase «según la voluntad de Dios».