Aurora (30 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

354. El valor de sufrir.

Tal como somos realmente los hombres, podemos soportar cierta dosis de molestia, y nuestro estómago está habituado a estas comidas indigestas.

Sin ellas, quizá encontraríamos soso el festín de la vida, y sin la buena disposición a sufrir nos veríamos forzados a dejar escapar muchas alegrías.

355. Admirador.

Quien admira hasta el punto de crucificar a todo el que no comparte su admiración, debe ser considerado como un verdugo dentro de su partido, y no le deben dar la mano ni los de su propio partido.

356. Efecto de la felicidad.

El primer efecto de la felicidad es el
sentimiento de poder
. Este efecto quiere
manifestarse
ante nosotros mismos, ante otros hombres o ante representaciones o seres imaginarios. Las formas más habituales que tiene de manifestarse son: hacer regalos, burlarse y destruir; las tres cosas responden a un mismo instinto fundamental.

357. La moral de las moscas pegajosas.

Los moralistas que no aman el conocimiento y que no disfrutan más que haciendo daño, ofrecen el mismo espíritu y el mismo aburrimiento que las ciudades pequeñas. Su placer, tan cruel como lamentable, consiste en observar los dedos del vecino con objeto de acercarle de pronto una aguja para que se pinche. Presentan algo de la malignidad de los niños que no saben divertirse más que acosando y maltratando a algún ser vivo o muerto.

358. Las razones y su sinrazón.

Sientes aversión hacia él y ofreces múltiples razones para justificar dicha aversión. Sin embargo, yo creo más en tu aversión que en tus razones. Guardas las apariencias ante ti mismo presentándote y presentándome como si fuera una deducción lógica algo que se hace instintivamente.

359. Aprobar una cosa.

Se aprueba el matrimonio, primero, porque aún no se le conoce; luego, porque se ha habituado uno a él; y, por último, porque lo hemos contraído. Así pasa en casi todos los casos. Y, sin embargo, nada de esto prueba el valor del matrimonio.

360. Los no utilitarios.

«El poder, del que se dicen muchas cosas malas, vale más que la impotencia, a la que no suceden más que cosas buenas». Así pensaban los griegos; lo que quiere decir que éstos consideraban que el sentimiento de poder es superior a toda clase de utilidad y de buen nombre.

361. Parecer feo.

La templanza se considera a sí misma bella, pero no puede hacer nada para que los intemperantes la consideren burda e insípida y, en consecuencia, fea.

362. Diferentes formas de odiar.

Hay individuos que no empiezan a odiar hasta que no se sienten débiles y cansados; en caso contrario, se muestran equitativos y poseídos de sentimientos superiores. Otros empiezan a odiar cuando vislumbran la posibilidad de vengarse; en caso contrario, se guardan de sentirse airados en público y en privado, y prescinden de ello cuando se les presenta la ocasión.

363. Los hombres del azar.

Todo descubrimiento se debe principalmente al azar, pero la mayoría de los hombres no dan con ese azar.

364. La elección de ambiente social.

Hemos de evitar el vivir entre individuos ante los que no podamos ni callar dignamente ni dar a conocer nuestros pensamientos más elevados, de forma que no podemos hacer otra cosa que manifestar nuestras quejas y necesidades y la historia de nuestras miserias. De este modo, estamos descontentos de nosotros mismos y del ambiente que nos rodea, y a los males que nos llevan a quejarnos añadimos el despecho que nos inspira el hecho de encontrarnos en la situación de quien está siempre quejándose. Por el contrario, conviene vivir en un ambiente donde resulte vergonzoso hablar de uno mismo y donde no se dé la necesidad de hacerlo. Pero ¿quién piensa en estas cosas?, ¿quién piensa en
elegir
en este terreno? Hablamos de nuestro
destino
, nos inclinamos y suspiramos diciendo: «¡Soy un Atlas desgraciado!».

365. La vanidad.

La vanidad es el miedo a parecer original; en consecuencia, implica falta de orgullo, pero no falta de originalidad.

366. Las desgracias del criminal.

El criminal cuyo delito ha sido descubierto no sufre a causa de su crimen, sino por la vergüenza y el despecho que le suscita la necedad que ha cometido, o bien la privación del elemento al que está acostumbrado. Hay que ser sumamente sagaz para poder distinguir entre estos dos casos. Todo el que conoce una cárcel o un correccional se admira de lo raro que es encontrar
arrepentimientos
sinceros. Lo más frecuente es la nostalgia del crimen, del perverso y adorado crimen.

367. Parecer siempre feliz.

Cuando la filosofía era cuestión de emulación pública, en la Grecia del siglo III, había algunos filósofos que se sentían felices pensando en la envidia que debía suscitar su felicidad en los que vivían de acuerdo con otros principios y desconfiaban de que éstos fueran los adecuados. Los primeros creían refutar a estos filósofos con la manifestación pública de su felicidad mejor que con cualquier otro argumento, y pensaban que, con esta finalidad, bastaba con que parecieran ser siempre felices. Ahora bien, de este modo, llegaban a la larga a ser felices de veras. Este fue el caso de los cínicos, por ejemplo.

368. Lo que hace que nos engañemos muchas veces.

La moral de la fuerza nerviosa, que va creciendo, es alegre y agitada; la moral de la fuerza nerviosa que disminuye (por la noche, después del trabajo del día, o en los ancianos y en los enfermos), nos induce a la pasividad, a la calma, a la espera y a la melancolía, y a veces a las ideas negras. Según poseamos una u otra de estas morales, dejaremos de entender la que nos falta, y la interpretaremos en los demás como inmoralidad y debilidad.

369. Para elevarse por encima de su bajeza.

Existen individuos orgullosos que, para cultivar el sentimiento de su dignidad y de su importancia, necesitan de otros individuos a los que puedan tratar con dureza y dominar, de hombres cuya impotencia y cobardía permiten que cualquiera se pavonee ante ellos haciendo gestos sublimes y furiosos. Tales sujetos necesitan que quienes les rodean sean muy poca cosa con la finalidad de que ellos puedan elevarse durante un instante por encima de su bajeza. Para ello, hay quien precisa de un perro, otro de un amigo, otro de una mujer, otro de un partido, y, por último, en casos excepcionales, hay quien necesita de toda una época.

370. En qué medida ama el pensador a su enemigo.

No te ocultes ni te dejes de decir a ti mismo nada de lo que pueda oponerse a tus ideas. Promételo, porque esto forma parte de la honradez que hay que exigir, ante todo, al pensador. También es preciso que hagas diariamente campaña contra ti mismo. Una victoria o la conquista de un reducto no te pertenecen a ti, sino a la verdad, así como tampoco es cosa tuya la derrota.

371. El mal de la fuerza.

Hay que interpretar la violencia que surge de la pasión (por ejemplo, de la ira), desde una perspectiva filosófica, como un intento de evitar el acceso de ahogo que nos amenaza. Un sinnúmero de actos de arrogancia realizados contra otras personas deriva de congestiones súbitas, por una violenta acción muscular, y tal vez haya que considerar desde este punto de vista todo el llamado
mal de la fuerza
. (El mal de la fuerza hiere a los demás, sin que éstos comprendan que dicho mal necesita manifestarse; el mal de la debilidad quiere causar daño y contemplar las huellas del dolor).

372. En honor de los que saben.

Desde el momento en que alguien, sea hombre o mujer, trate de erigirse en juez de una materia que desconoce, hay que protestar inmediatamente. El entusiasmo y la seducción que puedan suscitar en nosotros algo o alguien no son argumentos, como tampoco lo son la repugnancia y el odio.

373. Censura reveladora.

La expresión «no conoce a los hombres» quiere decir, en boca de unos, «no conoce la bajeza», y, en boca de otros, «no conoce lo excepcional y conoce muy bien la bajeza».

374. El valor del sacrificio.

Cuando más se discuta a los príncipes y a los Estados el derecho de sacrificar al individuo (en la forma de administrar justicia, de reclutar ejércitos, etc.), mayor será el valor del sacrificio propio.

375. Hablar con una claridad excesiva.

Puede haber muchas razones para pronunciar de una forma clara y distinta las palabras: una, la falta de confianza en uno mismo que tiene el que utiliza un idioma nuevo en el que no está acostumbrado a hablar; otra, la falta de confianza en los demás, en virtud de la torpeza y de la lenta comprensión de éstos. Lo mismo sucede en el terreno intelectual: muchas veces la expresión de nuestras ideas resulta demasiado insistente, demasiado penosa, porque, de no ser así, la gente no nos entendería. En consecuencia, sólo es
lícito
usar un estilo perfecto y ligero cuando estamos ante un auditorio perfecto.

376. Dormir mucho.

¿Qué hemos de hacer para animarnos cuando estamos cansados y hartos de nosotros mismos? Unos recomiendan que se recurra a los juegos de azar, otros al cristianismo, otros a la electricidad. Pero lo mejor, querido melancólico, es
dormir mucho
, en el sentido propio y en el sentido figurado de la expresión. Así podremos recuperar nuestra mañana. En la sabiduría de la vida constituye un gran acierto saber intercalar a tiempo el sueño en todas sus formas.

377. Lo que cabe deducir de un ideal fantástico.

Nuestras exaltaciones se pierden allí donde se encuentran nuestras debilidades. El entusiasta principio que dice «amad a vuestros enemigos», tenía que ser inventado por los judíos, que son los que mejor han
odiado
en el mundo, y la glorificación más hermosa de la castidad ha sido escrita por quienes, en su juventud, han llevado la vida más libertina y escandalosa.

378. Manos limpias y paredes limpias.

No hay que pintar en las paredes ni a Dios ni al diablo. De lo contrario, estropearíamos la pared y perturbaríamos a los vecinos.

379. Verosímil e inverosímil.

Una mujer amaba en secreto a un hombre, le consideraba muy por encima de ella y se decía cien veces a sí misma: «Si un hombre así me amara, sería una gracia del cielo, ante la que tendría que besar el suelo». Lo mismo le sucedía al hombre en cuestión con dicha mujer, y se decía interiormente semejantes palabras. Cuando, al fin, uno y otra se hablaron y pudieron decirse lo que escondían tan en secreto en su corazón, se produjo un silencio entre ellos, y ambos vacilaron. Luego, dijo la mujer fríamente: «Es evidente que ninguno de los dos es lo que el otro había amado. Si no eres más que lo que dices, al amarte, me he rebajado inútilmente; el demonio me ha engañado, como a ti.» ¿Por qué será que esta historia tan verosímil no se da nunca en la realidad?

380. Consejo práctico.

La forma más eficaz de consolarse para aquél que lo necesita es afirmar que su desgracia no tiene consuelo alguno. Estas palabras le distinguen de tal modo, que inmediatamente yergue la cabeza.

381. Conocer su peculiaridad.

Muchas veces nos olvidamos de que, a los ojos de los extraños que nos ven por primera vez, somos algo totalmente distinto de lo que creemos ser; por lo general, no se ve en el individuo más que una peculiaridad que salta a la vista y que es lo que determina la impresión. De este modo, el hombre más pacífico y conciliador, si tiene un gran bigote, puede descansar tranquilamente a la sombra de su gran mostacho. Los ojos de la gente corriente no verán en él más que los
accesorios
de un gran bigote, es decir, un carácter militar que se arrebata con facilidad y que puede llegar a comportarse violentamente; y quienes le rodean guardarán con él las debidas consideraciones.

382. Jardinero y jardín.

Los días húmedos y sombríos, las palabras frías generan
conclusiones
tristes, que un buen día vemos aparecer ante nosotros, sin saber de dónde proceden. ¡Pobre del pensador que no es jardinero, sino el terreno del jardín donde crecen sus plantas!

383. La comedia de la compasión.

Sea cual sea la forma en que participemos de las penas de un desgraciado, ante él siempre representamos una comedia: no decimos todo lo que pensamos ni como lo pensamos, a la manera de un médico que se muestra sumamente discreto a la cabecera de un enfermo que está a punto de morir.

384. Hombres singulares.

Hay individuos pusilánimes que tienen un mal concepto de lo mejor que contienen sus obras y que no saben hacer ver su alcance; pero, en virtud de una especie de venganza, también tienen una mala opinión de la simpatía de los demás y no creen en ella. Les da vergüenza parecer que se dejan arrastrar por ellos mismos, y da la impresión de que se complacen tercamente en ponerse en ridículo. Estos estados anímicos son propios de un artista melancólico.

385. Los vanidosos.

Somos como escaparates de tiendas, en los que nos pasamos el tiempo colocando, escondiendo y poniendo de manifiesto las presuntas cualidades que nos atribuyen los demás… para engañarnos a nosotros mismos.

386. Los patéticos y los ingenuos.

Es muy corriente no perder la ocasión de mostrarnos patéticos, a causa del placer que supone imaginarnos que, quien nos viera, se daría golpes de pecho y se sentiría pequeño y miserable. Por consiguiente, tal vez sea un signo de nobleza tomar a broma las situaciones patéticas y comportarse de un modo indigno. La antigua nobleza guerrera de Francia poseía este tipo de distinción y de sutileza.

387. Un ejemplo de cómo se discurre antes de casarse.

Si ella me quiere, ¡cómo me aburrirá a la larga! Si no me quiere, más razones habrá para que me aburra a la larga. Esta alternativa no implica, pues, más que dos formas de aburrir: ¡casémonos, pues!

388. La picardía y la conciencia tranquila.

Es muy desagradable sentirse estafado cuando va uno de compras en algunos países, como el Tirol, por ejemplo; y ello porque, no sólo te cobran muy caro, sino porque, además, hay que soportar la mala cara y la brutal avaricia del pícaro vendedor, junto con su mala conciencia y la vulgar enemistad con que te trata. En Venencia, por el contrario, quien te estafa disfruta enormemente al ver que le sale bien su pillería, y no ve con malos ojos a aquél a quien engaña, sino que se deshace en cumplidos y amabilidades, y hasta está dispuesto a bromear contigo, si le das pie para ello. En suma, hay que saber ser pillo con la conciencia tranquila y con ingenio. Esto casi hace que el engañado perdone el engaño.

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