Aurora (26 page)

Read Aurora Online

Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

241. Miedo e inteligencia.

Si es cierto lo que hoy se dice, y la luz no es la causa de la pigmentación oscura de la piel, este fenómeno podría ser tal vez el efecto último de una serie de accesos frecuentes de ira, acumulados durante siglos, y de la afluencia de sangre a la piel. En otras razas más
inteligentes
, por el contrario, ¿habrá sido el fenómeno de la palidez y del miedo, que han padecido tan frecuentemente, lo que ha terminado produciendo el color blanco de la piel? Porque el grado de intensidad del miedo que se padece constituye una medida de inteligencia, mientras que el hábito de entregarse frecuentemente a accesos de ira ciega es un signo de que se está todavía cerca de la animalidad y de que ésta puede volver aún por sus fueros. Tal vez sea lógico pensar que el color primitivo del hombre fue un gris oscuro, color que compartiría con el mono y con el oso.

242. Independencia.

La independencia (llamada
libertad de pensamiento
en su dosis más reducida) es la forma de renuncia que acaba por aceptar el espíritu de dominación, cuando ha estado mucho tiempo buscando algo que dominar y no ha encontrado otra cosa más que a sí mismo.

243. Las dos corrientes.

Si consideramos el espejo en sí, no encontraremos en él más que los objetos, que refleja. Si queremos coger esos objetos, volvemos a no ver más que el espejo. Esta es la historia general del pensamiento.

244. El placer que nos causa la realidad.

Esta actual inclinación nuestra, que nos es tan común, a encontrar placer en lo real no puede explicarse más que aceptando que, durante mucho tiempo, hemos estado deleitándonos hasta la saciedad con cosas irrealizables. Esta inclinación, tal como hoy la vemos, sin discernimiento ni sutileza, no carece de peligros. El menor de ellos es la falta de gusto.

245. Sutilezas del espíritu de dominio.

A Napoleón le encantaba hablar mal de la gente, y en este aspecto no se traicionaba a sí mismo; pero su deseo de dominio, que no dejaba pasar ocasión alguna de manifestarse y que era más sutil que su propia inteligencia, le impulsó a hablar peor aún de lo que
le era lícito
hacer. De este modo, se vengaba de su propia cólera (estaba celoso hasta de sus pasiones, porque éstas tenían
poder
) para gozar de su benevolencia autocrática. Después, gozaba por segunda vez de esa benevolencia, en relación con los oídos y el juicio de quienes le escuchaban, como si al hablarles así les hiciera un considerable favor. Disfrutaba íntimamente ante la idea de desconcertar el juicio y de extraviar el gusto con el relámpago y el trueno de la más elevada de las autoridades, que es la que reside en la unión del poder y la genialidad; mientras que, realmente, tanto su juicio como su gusto alimentaban en lo más íntimo de sí mismo el convencimiento de que hablaba
mal
. Napoleón, como tipo total de un solo instinto plenamente desarrollado, pertenece a esa humanidad antigua que podemos distinguir fácilmente por una característica: una concepción simple y el desarrollo ingenioso de un solo motivo o de un número reducido de motivos.

246. Aristóteles y el matrimonio.

Aristóteles observa que en los hijos de los grandes genios se da la locura y en los hijos de los hombres muy virtuosos, la idiotez, ¿Pretendía lograr, así, que se casaran los hombres excepcionales?

247. Origen del mal temperamento.

La injusticia y la inestabilidad que se observan en el espíritu de determinados individuos, su desorden y su falta de moderación, son las consecuencias últimas de innumerables errores lógicos, de falta de profundidad, de conclusiones precipitadas, que cometieron sus antepasados. Los hombres que tienen un buen temperamento proceden, por el contrario, de razas reflexivas y sólidas, que han elevado la razón a un grado muy alto. El hecho de que esto se hiciera con fines laudables o con fines perversos es lo que menos importancia tiene.

248. Disimular por deber.

A veces, la bondad se ha desarrollado mejor disimulando que se trataba aparentemente de ser bueno. Siempre que ha existido un gran poder, se ha producido la necesidad de esta especie de disimulo, que inspira seguridad y confianza, y centuplica la suma efectiva de poder físico. La mentira es, si no la madre, por lo menos la nodriza de la bondad. Del mismo modo, la honradez se ha formado, las más de las veces, por la exigencia de aparentar honradez y probidad. Esto es lo que ha sucedido en la aristocracia hereditaria. Del constante ejercicio de una simulación acaba apareciendo una segunda naturaleza. La simulación, a la larga, acaba autodestruyéndose. Y los nuevos órganos e instintos son los frutos imprevistos del jardín de la hipocresía.

249. ¿Quién está solo alguna vez?

El miedoso no sabe lo que es estar solo. Detrás de su silla, tiene siempre a un enemigo. ¿Quién podría contarnos, ¡ay!, la historia de ese sentimiento al que llamamos soledad?

250. La noche y la música.

Sólo de noche, y en la penumbra de los bosques umbríos y de las cavernas, pudo alcanzar ese órgano del miedo que es el oído un desarrollo tan grande, merced a la forma de vida de la época del terror, es decir, de la época más larga de la historia de la humanidad. Cuando hay claridad, el oído es mucho menos necesario. De ahí el carácter de la música, arte de la noche y de la penumbra.

251. De una manera estoica.

En el estoico se da una especial serenidad cuando siente lo estrecho que le resulta el ceremonial que él mismo ha impuesto a sus actos; se considera dominador.

252. Tenedlo en cuenta.

Aquél a quien se castiga no es el que ha cometido el crimen; siempre es el chivo expiatorio.

253. Evidencia.

Es triste decirlo, pero no hay nada que se tenga que demostrar con mayor energía y tenacidad que la evidencia. Pues la mayoría de la gente no tiene ojos para verla. ¡Y es tan aburrido demostrar!

254. Los que se anticipan demasiado.

Lo que distingue a los caracteres poéticos, aunque constituye también un peligro para ellos, es esa imaginación suya que
agota
las cosas de antemano: una imaginación que anticipa lo que ha de suceder o lo que puede suceder, que goza o sufre previamente por ello y que, cuando llega el momento de actuar, se encuentra ya
cansada
. Lord Byron, que sabía mucho de esto, escribió en un diario: «Si alguna vez tengo un hijo, le haré algo prosaico: abogado o pirata».

255. Una conversación sobre música.

A: «¿Qué te parece esta música?». B: «Me ha subyugado; no puedo decir otra cosa». A: «¡Me alegro! Vamos a procurar ser
nosotros
quienes la subyuguemos a ella. ¿Puedo decir algo sobre esta música y mostrarte un drama cuya primera representación quizá no quisieras ver?». B: «Soy todo oídos». A: «No es esto aún lo que quiere decirnos el músico; lo que hace ahora es prometer que va a decimos algo, algo sorprendente, según da a entender con sus gestos. ¡Qué señas hace! ¡Cómo se alza! ¡Cómo gesticula! Parece que ha llegado el momento de máxima tensión; dos compases más, y ofrecerá su tema, soberbio, adornado, resplandeciente de piedras preciosas. ¿Es una mujer hermosa? ¿Un apuesto caballero? Mira a su alrededor, pues tiene que recoger miradas totalmente encantadas. Sólo ahora le satisface su tema plenamente; ahora es cuando se torna creativo y se atreve a aventurar trazos nuevos. ¡Cómo realza su tema! Pero ¡cuidado! Ya no trata sólo de adornar, sino también de maquillar
[3]
. Conoce perfectamente el color de la salud y trata de aparentarlo; se conoce más sutilmente a sí mismo de lo que yo creía. Ahora que está seguro de que ha convencido a sus oyentes, presenta sus descubrimientos como si fueran las cosas más importantes que existen bajo el sol. Pero ¡qué desconfiado se muestra! Tiene miedo de que nos cansemos. Por eso endulza sus melodías; apela a nuestros sentidos más groseros, con la finalidad de conmovernos y de apoderarse nuevamente de nosotros. Escucha cómo evoca en nosotros la fuerza primitiva de los ritmos, de la tempestad y el huracán; y al ver que éstos nos impresionan, nos oprimen y parece que van a ahogarnos, se atreve a arrojar su tema nuevamente al juego de los elementos, para
convencernos
—una vez que estamos ya aturdidos y quebrantados— de que estamos emocionados a causa de su maravilloso tema. A partir de este momento, los oyentes le creen; en cuanto vuelve a sonar el tema surge en su memoria el recuerdo de esos emocionantes efectos elementales, y el tema se aprovecha entonces de este recuerdo y se vuelve
demoníaco
. ¡Qué bien conoce este músico el alma humana! Nos domina con los artificios de un orador popular. Pero ya cesa la música». B: «Y hace muy bien, porque no puedo seguir oyéndote. Prefiero cien veces
dejarme engañar
que conocer la verdad así». B: «Eso es lo que quería oírte decir». Los mejores están hechos a tu imagen y semejanza: les gusta dejarse engañar. Venís aquí con oídos groseros y llenos de apetitos; no conocéis el arte de escuchar. Os habéis dejado en el camino vuestra
sutil buena fe
. Así corrompéis el arte y los artistas. Cuando aplaudís y os regocijáis, tenéis en las manos la conciencia del artista. ¡Pobre de él si se da cuenta de que no sabéis distinguir la música
inocente
de la música
malvada
!. No quiero hablar de
buena
y de
mala
música, pues en cada una de las dos clases que he dicho hay de la una y de la otra. Llamo
música inocente
a la que no piensa en nada más que en sí misma, a la que no cree en nada más que en sí misma, y se olvida del mundo entero a causa de sí misma; la que alza su voz en la más honda soledad, la que se habla a sí misma de sí misma, y no sabe que, fuera de ella, hay oyentes que agudizan el oído, y en los que se producen efectos, equivocaciones y fracasos. Pero, en fin, la música que acabamos de oír pertenece precisamente a esa especie noble y excepcional. Todo lo que he dicho de ella era una simple broma. Perdona mi malicia, por favor. B: «¿Luego te gusta esta música? Entonces quedas totalmente perdonado».

256. La felicidad de los malos.

Esos hombres silenciosos, sombríos y malos tienen algo que no se les puede negar: esa rara y excepcional complacencia en el
dolce far niente
, ese descanso nocturno, posterior a la puesta del sol, que sólo conocen los corazones que se han visto demasiadas veces devorados, desgarrados y envenenados por las pasiones.

257. Las palabras que tenemos presentes.

Sólo sabemos expresar nuestros pensamientos con las palabras que tenemos a mano. O, mejor —para decir todo lo que sospecho—, no tenemos nunca más pensamientos que los que podemos expresar aproximadamente con las palabras que tenemos en la memoria.

258. Adular al perro.

En cuanto acariciamos el pelo de un perro, éste se estremece y lanza chispas, como haría cualquier adulador. A su manera, no deja de ser inteligente. ¿Por qué no ha de darnos gusto?

259. El que antes nos alababa.

«No habla de mí, aunque sabe la verdad y podría publicarla. Pero eso parecería una venganza, ¡y estima tanto la verdad este hombre estimable!».

260. El amuleto de los que dependen de otro.

Todo el que depende de un amo, necesita poseer algo que inspire miedo y que sirva de freno a ese amo; por ejemplo, honradez, franqueza… o mala lengua.

261. ¿A qué vienen esos aires de sublimidad?

Ya sabéis cómo es esta raza animal. Es cierto que se siente más satisfecha de sí misma cuando anda sobre los dos pies, «como Dios», pero a mí me gusta más cuando vuelve a ponerse a cuatro patas. Me parece mucho más natural.

262. El demonio del poder.

El demonio que tortura a los hombres no es el deseo ni la necesidad, sino el amor al poder. Aunque lo poseyeran todo —salud, vivienda, alimentación y todas las demás necesidades cubiertas—, seguirían sintiéndose desdichados y mostrándose caprichosos, porque el demonio del poder está constantemente deseando y deseando cada vez más; exige que le satisfagan y aguarda el momento de ello. Si se priva a los hombres de todo y se satisface a este demonio, se sentirán casi felices —tan felices como pueden serlo los hombres y los demonios. Pero ¿para qué voy a repetir una cosa que ya Lutero dijo mejor que yo?: «Si nos quitan el cuerpo, los bienes, el honor, la mujer y los hijos, no se lo impidáis. ¡Siempre nos quedará el imperio!». Eso es: ¡el imperio!

263. La contradicción en cuerpo y alma.

Lo que llamamos
genio
encierra una contradicción fisiológica: el genio posee, por un lado, mucho movimiento salvaje, desordenado, involuntario, y, por otro, mucha actividad superior en el movimiento. Además, tiene un espejo que le muestra ambos movimientos, uno junto al otro, mezclados y, en ocasiones, también opuestos entre sí. La consecuencia de ello consiste en que el genio es frecuentemente desgraciado, y si se siente feliz en el momento de crear, es porque entonces olvida que, al ejercer su actividad superior, hace algo fantástico e irracional, como no podría ser de otro modo. Así es todo el arte.

264. Autoengaño voluntario.

Los individuos envidiosos que tienen muy fino el sentido del olfato, no quieren ver de cerca a sus rivales, para poder sentirse así superiores a ellos.

265. El teatro tiene su época.

Cuando decae la imaginación de un pueblo, se produce en él una inclinación a la representación escénica, soportando entonces ese burdo sustitutivo de la imaginación. Pero en la época a la que pertenece el rapsoda épico, el teatro y el actor disfrazado de héroe constituyen un estorbo para la imaginación, en vez de darle alas. Son algo demasiado concreto, demasiado definido, demasiado pesado y material. Tienen muy poco de ensueño y de vuelo.

266. Sin gracia.

Carece de gracia y lo sabe. ¡Cómo se las ingenia para disimularlo! Con una virtud rígida, una mirada modesta, una desconfianza aprendida hacia los hombres y hacia la existencia, un desprecio frente a la vida refinada y frente a lo sentimental y sus exigencias, y una filosofía cínica, ha logrado ser un carácter, merced a tener constantemente conciencia de la cualidad que le faltaba.

267. ¿A qué viene ser tan orgulloso?

Un carácter noble se distingue de un carácter vulgar en que, a diferencia de éste, no tiene
a su alcance
un cierto número de costumbres y de puntos de vista. El azar quiso que no se los suministraran ni la herencia ni la educación.

Other books

Soldiers of Conquest by F. M. Parker
Dandelion Wine by Ray Bradbury
Younger Gods 1: The Younger Gods by Michael R. Underwood
The Fire Mages' Daughter by Pauline M. Ross
Tiger's Curse by Houck, Colleen
Immune by Shannon Mayer
Death of a Pilgrim by David Dickinson