Barbagrís (13 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

Tags: #Ciencia Ficción

—Sabes también como yo que lo que dices es absurdo. La verdad es que no sabes a dónde quieres ir, ni por qué, ¿no es así?

Barbagrís miró fijamente el rostro del hombre que conocía desde hacía tanto tiempo.

—Cada día estoy más seguro. Quiero llegar a la desembocadura del río, al mar.

Asintiendo con la cabeza, Charley recogió su equipaje y se dirigió hacia el cobertizo, con «Isaac» a la cabeza. Barbagrís hizo ademán de añadir algo más, pero cambió de opinión. No creía en las explicaciones. Para Towin y Becky, aquel viaje no era más que otra penuria; para él era una finalidad en sí misma. Las penurias que traía consigo resultaban un placer. La vida era un placer; rememoró algunos de sus momentos, la mayoría de los cuales estaban tan envueltos por la bruma como la orilla opuesta del Támesis; objetivamente, muchos de ellos sólo suponían miseria, temor, confusión; pero después, e incluso en el mismo momento, él había experimentado un regocijo más fuerte que la miseria, el temor o la confusión. Un fragmento de fe perteneciente a otra época le hizo reflexionar:
Cogito ergo sum
. Para él no había sido verdad; su verdad había sido,
Sentio ergo sum
. Siento, por lo tanto, existo. Disfrutaba de aquella vida miserable, confusa y poblada de temores, y no sólo porque tenía más sentido que la carencia de vida. Nunca había podido explicárselo a nadie; no tuvo que explicárselo a Martha; ella lo sabía; sentía igual que él en aquel aspecto.

Oyó una música remota.

Miró a su alrededor con una pizca de inquietud, acordándose de los cuentos que Pitt y otros le habían relatado acerca de gnomos y enanos, pues aquélla era una musiquilla muy peculiar. Pero se dio cuenta de que procedía de muy lejos. ¿Acaso era —casi habla olvidado el nombre del instrumento— un acordeón?

Regresó pensativamente al cobertizo, y se lo preguntó a Norsgrey. El anciano, con la espalda apoyada sobre uno de los costados del reno, le miró amablemente a través de su cabello naranja.

—Debe venir de la feria de Swifford. Yo acabo de llegar de allí, donde he hecho un poco de comercio. Allí ha sido donde he obtenido las gallinas. —Como siempre, era difícil averiguar lo que decía.

—¿A qué distancia está Swifford de aquí?

—Es más rápido ir por carretera que por el río. Dos kilómetros en línea recta. Cuatro kilómetros por el río. Le compraré la barca; le ofrezco un buen precio.

Aunque ninguno se mostró de acuerdo con él, dieron al anciano parte de su comida. La oveja que habían matado resultó muy sabrosa, una vez estofada y sazonada con algunas hierbas que Norsgrey fue a buscar a su carreta. Siempre que tomaban carne, la cocinaban en forma de estofado, porque los estofados quedaban más blandos para los dientes viejos y las encías tiernas.

—¿Por qué no viene su mujer a comer con nosotros? —inquirió Towin—. ¿Es que no le gustan los desconocidos o algo así?

—Ya les he dicho que está durmiendo detrás de esa cortina azul. Déjenla sola… ella no les ha hecho nada.

La cortina azul ocultaba una esquina del cobertizo, desde la carreta hasta un clavo de la pared. El cobertizo se hallaba incómodamente lleno, pues habían hecho entrar a las ovejas al atardecer. Constituían unas inquietas compañeras de cama junto con las gallinas y el viejo reno. La luz de sus lámparas no llegaba siquiera a las alfardas, que dejaron de albergar toda clase de vida hacía más de dos siglos y medio. Ahora servían de refugio a toda clase de animalitos: los gusanos, los escarabajos, las larvas, las arañas y las crisálidas se adherían a los tablones con hilos de seda; las pulgas y sus ninfas hacían sus nidos en los agujeros de la madera, aguardando el regreso de sus dueños en la próxima primavera. Para aquellas simples criaturas, habían transcurrido muchas generaciones desde que el hombre maquinara su propia extinción.

—Oiga, ¿cuántos años cree que tengo? —preguntó Norsgrey, acercando su pintoresco semblante al rostro de Martha.

—La verdad es que no se me ha ocurrido pensarlo —contestó dulcemente Martha.

—Me calcula unos setenta, ¿verdad?

—No se me ha ocurrido pensarlo. No me gusta pensar en la edad; es uno de mis temas más odiados.

—Bueno, pues piense en la mía. Diría que tengo unos setenta, ¿verdad?

—Es posible.

Norsgrey dejó escapar un grito de triunfo, y después miró aprensivamente hacia la cortina azul.

—Pues déjeme decirle que se habría equivocado, señora mía… ah, desde luego que sí, y mucho. ¿Quiere que le diga cuántos años tengo? ¿De verdad? ¿Me creerá?

—A ver, ¿cuántos años tiene? —preguntó Towin, cada vez más interesado—. Yo hubiera dicho que tiene ochenta y cinco. Estoy seguro de que es más viejo que yo, y yo nací en 1945, el año que tiraron la primera bomba atómica. Estoy seguro de que usted nació antes de 1945, amigo.

—Los años ya no se cuentan por números —dijo Norsgrey con inmenso desprecio, y volviéndose hacia Martha—: No va a creérselo, señora mía, pero estoy muy cerca de los doscientos años de edad, a punto de cumplirlos. En realidad, la semana próxima será mi cumpleaños.

Martha enarcó una ceja con ironía. Dijo:

—Está muy bien conservado para su edad.

—Es imposible que tenga doscientos años —dijo despreciativamente Towin.

—No lo es. Tengo doscientos años, y seguiré dando vueltas por el mundo cuando todas las chinches como ustedes estén murtos y enterrados.

Towin se inclinó hacia delante y dio un airado puntapié a la bota del anciano. Norsgrey sacó un bastón y lo dejó caer fuertemente sobre la espinilla de Towin. Lanzando un alarido, Towin se puso de rodillas y descargó su estaca encima del ardiente cráneo del anciano. Charley detuvo el golpe en el aire.

—Ya es suficiente —dijo con severidad—. Towin, deja sus ilusiones al pobre hombre.

—No son ilusiones —replicó Norsgrey con irritación—. Pueden preguntárselo a mi esposa.

A lo largo de esta conversación y durante la cena, Pitt apenas había pronunciado una sola palabra, recogido sobre sí mismo como solía hacer en los días de Sparcot. En aquel momento, dijo:

—Habría sido mucho mejor que me escucharan y hubiéramos seguido río abajo en vez de detenernos en este manicomio a pasar la noche. ¡Tenemos todo el mundo a nuestra disposición y hemos de caer aquí!

—Puede salir en seguida si no le gusta la compaflía —dijo Norsgrey—. Lo malo es que es usted tan mal educado como estúpido. ¡Alabado sea Dios, todos morirán! Ninguno de ustedes sabe nada del mundo… han pasado muchos años enterrados en ese lugar que me han dicho. En el mundo hay muchas cosas nuevas de las que ni siquiera han oído hablar.

—¿Cómo qué? —preguntó Charley.

—¿Ven este collar rojo y verde que llevo alrededor del cuello? Lo obtuve en Mockweagles. Soy uno de los pocos hombres que han estado en Mockweagles. Pagué dos renos jóvenes y me lo dejaron por la mitad de precio. Sólo hay que volver allí una vez cada cien años para renovarlo, de lo contrario un día puedes levantarte convertido en polvo, a excepción de los globos oculares.

—¿Y qué les pasa a los ojos? —preguntó Becky, mirándole escrutadoramente a través de los reflejos de la lámpara.

Norsgrey se echó a reir.

—Los globos oculares nunca mueren. ¿No lo sabía, señora Taffy? Nunca mueren. Los veo mirándome desde los bosquecillos por la noche. Lo hacen para recordarme lo que me sucederá si no vuelvo a Mockweagles.

—¿Dónde está eso de Mockweaglcs? —preguntó Barbagrís.

—No tendría que decírselo. No hay ningún ojo mirando por aquí, ¿verdad? Bueno, el sitio donde está Mockweagles es un secreto, ¿sabe?, y se encuentra en medio de un bosque. Es un castillo… bueno, la verdad es que se parece más a un rascacielos que a un castillo. Sólo que los veinte pisos inferiores están deshabitados; completamente vacíos. Quiero decir que has de ir al último piso para encontrarlos.

—¿A quién?

—Oh, a unos hombres, a unos hombres normales y corrientes, sólo que uno de ellos tiene una especie de segunda cabeza con una boca herméticamente cerrada en el cuello. Son inmortales, ¿saben? Y yo soy como ellos, porque tampoco moriré. Sólo que has de volver una vez cada cien años. Acabo de regresar de allí, de camino hacia el sur.

—¿Quiere decir que ésta ha sido su segunda visita?

—La tercera. La primera vez te hacen el tratamiento, y has de volver para que te renueven las cuentas. —Se pasó la mano por la cortina naranja de su barba y les miró fijamente. Todos guardaron silencio.

Towin murmuró:

—Es imposible que sea tan viejo. No hace tanto tiempo desde que las cosas cambiaron y dejaron de nacer niños. ¿No es verdad?

—Ninguno de ustedes sabe lo que es el tiempo. ¿Verdad que en el fondo están un poco desorientados? Tengan en cuenta que no voy a decirles nada. Lo único que digo es que acabo de regresar de allí. Hay demasiados vagabundos que merodean el país, igual que ustedes. La próxima vez que vaya, dentro de cien años, será mucho mejor. Entonces ya no habrá vagabundos. Estarán bajo tierra, devorados por los gusanos. Tendré todo el mundo para mí solo, para mí, para Lita y esas cosas que se agitan en los setos. ¡Cómo me gustaría que se estuvieran quietas de una vez! Seguramente desaparecerán dentro de unos cuantos miles de años. —De pronto se llevó las manos a la cara; enormes lágrimas rodaron por sus dedos, y sus hombros se estremecieron—. Es una vida solitaria, amigos —dijo.

Barbagrís le puso una mano en el hombro y se ofreció para acompañarle a la cama. Norsgrey dio un salto y replicó que sabía cuidar de sí mismo. Sin dejar de lloriquear, se internó en la penumbra, asustando a las gallinas, y desapareció tras la cortina azul. Los otros se miraron.

—¡Maldito loco! —exclamó Becky con inquietud.

—Al parecer, sabe muchas cosas —le dijo Towin—. Mañana por la mañana le preguntaremos acerca de tu bebé.

Ella se volvió airadamente hacia su marido.

—Towin, eres un verdadero zoquete, ¡ni siquiera puedes guardar un secreto! ¿No te repetí una y otra vez que no debías mencionarlo hasta que la gente se diera cuenta de mi estado? ¡Tienes la lengua muy larga! Eres como una chismosa comadre.

—Becky, ¿es verdad? —preguntó Barbagrís—. ¿Estás embarazada?

—Ah, tan preñada como una coneja —admitió Towin, meneando la cabeza—. Por el tacto, yo diría que son gemelos.

Martha miró a la rolliza mujercita; los embarazos ficticios eran frecuentes en Sparcot, y no dudaba de que éste fuera otro. Pero la gente creía lo que deseaba creer; Charley unió las manos y dijo seriamente:

—Si esto es cierto, ¡que el nombre de Dios Sea alabado! ¡Es un milagro, un signo del Cielo!

—No nos largues uno de tus sermones —dijo airadamente Towin—. Esto ha sido obra mía y de nadie más.

—El Todopoderoso es el que rige todos nuestros actos, Tovin Thomas —replicó Charley—. Si Becky está embarazada, es señal de que Él descenderá realmente sobre nosotros el undécimo día y repoblará la Tierra con su fruto. Elevemos una plegaria hacia Él; Martha, Algy, Becky…

—Déjate de monsergas —dijo Towin—. Nadie va a rezar por mi hijo. No debemos a tu Dios ni un solo penique, querido Charley. Si es tan poderoso, Él ha sido el causante de todas nuestras desgracias. Reconozco que el viejo Norsgrey tiene razón… no sabemos cuánto tiempo hace que ocurrió. ¡No me digas que sólo hemos estado once años en Sparcot! A mí me parecieron siglos. Quizá tengamos mil años, y…

—Becky, ¿puedo tocarte el vientre? —preguntó Martha.

—Eso, déjanos a todos, Becky —dijo Pitt, sonriendo, momentáneamente interesado.

—No te atrevas a acercarte siquiera —repuso Becky. Pero dejó que Martha metiera la mano en sus voluminosas prendas, mirando al infinito mientras la otra mujer palpaba suavemente la carne de su vientre.

—No hay duda de que está hinchado —dijo Martha.

—¡Ajajá! ¡Ya os lo habla dicho! —exclamó Towin—. Está de cuatro años… quiero decir, de cuatro meses. Esta es la razón de que deseáramos quedarnos en la casa de las ovejas. Habría sido un hogar muy acogedor, y sólo Algy hubiera seguido río abajo.

Esbozó una sonrisa en dirección a Barbagrís.

—Mañana iremos a la feria de Swifford, y veremos lo que se puede hacer —dijo Barbagrís—. Allí habrá algún médico que examine a Becky y la aconseje. Mientras tanto, sigamos el ejemplo del viejo y acostémonos.

—Espero que ese anciano reno no se coma a «Isaac» durante la noche —dijo Becky a Charley—. Podría decirte una o dos cosas sobre esos animales. Los renos son unas bestias muy astutas.

—No se comería a un zorro —objetó Charley.

—Nosotros tuvimos uno que se comió a nuestro gato, ¿verdad, Tow? Tow se dedicaba a importar renos, y trajo los primeros que llegaron a este país… Barbagrís debe saberlo, ¿no es así?

—Vamos a ver, la guerra terminó en 2005, cuando el gobierno fue derrocado —dijo Barbagris—. La Coalición se proclamó un año después, y creo que ellos fueron los primeros en importar renos.

Los recuerdos acudieron a su mente como una borrosa fotografía periodística. Los suecos descubrieron que, entre los grandes rumiantes, el reno era el único que seguía reproduciéndose normalmente y dando a luz animales vivos. Se dijo que había adquirido cierto grado de inmunidad contra la radiación porque el liquen que ingería contenía un alto grado de sustancias radiactivas. En los años sesenta, antes de que Barbagrís naciera, la contaminación de sus huesos era del orden de 100 a 200 unidades de estroncio: entre seis y doce veces por encima del límite de seguridad establecido para los seres humanos.

Puesto que los renos constituían un eficiente animal de carga y también proporcionaban buena carne y leche, había una gran demanda de ellos en toda Europa. En Canadá, el caribú se hizo igualmente popular. Rebaños enteros procedentes de Suecia y Laponia fueron exportados a Gran Bretaña en diversas ocasiones.

—Debió de ser alrededor del año 2006 —confirmó Towin—, porque entonces fue cuando murió mi hermano Evan. Cayó fulminado, mientras bebía una cerveza.

—Volviendo al reno —prosiguió Becky—, nos hizo ganar mucho dinero. Tuvimos que obtener una licencia para él… le llamábamos «Daffid». Solíamos alquilarlo por un tanto al día.

»Teníamos un cobertizo en la parte posterior de la tienda. Allí era donde guardábamos a "Daffid". Estaba muy bien, con paja y todo. Además teníamos un gato llamado "Billy". "Billy" era muy viejo y muy inteligente. No existía un gato mejor que él, pero como es natural llegó un momento en que nos prohibieron quedarnos con él. Recordaréis que fueron muy estrictos en este sentido cuando acabó la guerra, y "Billy" fue destinado a servir de alimento. ¡Como si nosotros fuéramos a entregarlo así como así!

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