Mucho de lo que esta anciana tenía que decir resultaba difícil de comprender. Era como si la neblina que se extendía sobre el agua en aquella estación envolviera también la comprensión humana; pero no resultaba difícil de entender que pequeños grupos aislados de sus vecinos desarrollaran un acento y un vocabulario peculiar. Lo más sorprendente era la velocidad con que se operaba dicho proceso.
Martha y Barbagrís comentaron el fenómeno mientras se hallaban envueltos en mantas aquella noche.
—¿Te acuerdas de aquel tipo que nos encontramos de camino a Oxford, el que tú dijiste que tenía un tejón por esposa? —preguntó Martha.
—Ha pasado mucho tiempo. No puedo decir que lo recuerde muy bien.
—Recuerdo que dormimos en un establo con él y su reno. Cualquiera que fuese su nombre, se había sometido al tratamiento de aquel hombre tan extraño de la feria… ¡Oh, mi memoria!…
—¿Bunny Jingadangelow?
—Eso es, ¡tu amigo! El viejo dijo bastantes tonterías acerca de la rapidez con que transcurrían los años; afirmó que tenía doscientos años, o una edad parecida. Ultimamente he estado pensando en él, y al fin he empezado a entender cómo se sentía. Hemos presenciado tantos cambios, Algy, que yo también comienzo a preguntarme seriamente si no habremos vivido siglos.
—Es un cambio de ritmo. Nacimos en una civilización turbulenta; ahora ya no queda civilización, y el ritmo ha sido alterado.
—¿Así que la longevidad es una ilusión?
—El hombre es el que se ha detenido, no la muerte. Todas las cosas menos nosotros siguen igual. Vamos a dormir, cariño. Estoy cansado de tanto remar.
Al cabo de un momento, ella dijo:
—Supongo que es por no tener niños. No me refiero a no tenerlos yo misma, sino a no verlos a mi alrededor. Hace que la vida parezca desnuda… y terriblemente larga.
Barbagrís se incorporó con impaciencia.
—Por el amor de Dios, mujer, deja de lamentarte por no haber tenido hijos. Ya sé que no podemos tener hijos, de todos modos, ya somos demasiado viejos ahora, también es la preocupacion de mi vida, pero no tienes que volver sobre lo mismo una y otra vez.
—¡No vuelvo sobre lo mismo una y otra vez, Algy! Dudo que lo mencione más de una vez al año.
—Pero siempre lo haces una vez al año. Suele ser en esta misma época, a últimos de verano, cuando el trigo está maduro. Entonces, ya espero oírtelo decir.
Al cabo de un momento se había arrepentido de su cólera, y tomó a Martha en sus brazos.
—No era mi intención hablarte así —dijo—. A veces me asusto de mis propios pensamientos. Me pregunto si la falta de niños no habrá ocasionado una locura que no identificamos porque no está clasificada. ¿Es posible estar cuerdo en un mundo donde sólo existe nuestra propia vejez?
—Cariño, tu aun eres joven, joven y fuerte. Todavía nos quedan muchos años por delante.
—No, ya sabes a lo que me refiero: tendríamos que renovar nuestra juventud en la generación posterior a la nuestra. A los treinta años, los hijos te hacen trabajar y reír. A los cuarenta, te hacen preocupar y aferrar al mundo. A los cincuenta, puedes tener nietos con los que jugar. Es posible que vivas hasta que tus nietos vengan a verte sonreír y enseñarles trucos de cartas… Colman tus últimos años. Si ya nadie disfruta de eso, ¿quién va a preocuparse por los sucesos del mundo, o por si el viejo Charley ha creído ver gnomos en el bosque?
—Quizá las mujeres lo veamos de distinto modo. Lo que yo echo más de menos es algo que requiera la cantidad de amor que hay en mi interior.
Él le acarició cariñosamente el pelo y contestó:
—Eres la persona más afectiva que ha existido jamás. ¿No te importa que ahora trate de dormir?
Pero fue Martha la que se durmió. Barbagrís permaneció despierto largo rato, escuchando los distantes sonidos de los pájaros nocturnos. El desasosiego le invadió. Apartó suavemente el extremo de su barba de debajo del brazo de Martha, se puso los zapatos y se deslizó fuera de la tienda.
A causa de su impenetrabilidad, la noche parecía más sofocante de lo que era. No podía explicarse su desazón. Le pareció oír el ruido de un motor; recordó nuevamente el vapor donde navegara con su madre desde el muelle de Westminster cuando era pequeño, antes de que su padre muriera. Pero era imposible. Se complació en pensar en el pasado y en su madre. Resultaba maravilloso lo intensos que parecían algunos de los recuerdos. Se preguntó si la vida de su madre —debió nacer, ¡hacía tanto tiempo!, hacia el mil novecientos cuarenta— no habría quedado aún más destrozada por el Accidente que la suya propia. Apenas recordaba la época anterior al Accidente, a excepción de algunas imágenes aisladas, como la de aquel crucero desde el muelle de Westminster, pues él sólo había existido dentro del contexto del Accidente y sus consecuencias, y estaba adaptado a él. Pero ¿cómo podía adaptarse una mujer? Con toda seriedad, como si se tratara de un descubrimiento, pensó que las mujeres eran diferentes.
El motor del barco se dejó oír nuevamente, como si navegara hacia él a través del tiempo y la probabilidad.
El sonido aumentó de intensidad. Fue a despertar a Charley, y ambos se acercaron al borde del agua, escuchando.
—No hay duda de que es una especie de vapor —dijo Charley—. Al fin y al cabo, ¿por qué no? Aún debe de haber suministros de carbón por aquí.
El sonido se desvaneció. No se movieron, pensando, esperando, escudriñando la oscuridad. No ocurrió nada más. Charley se encogió de hombros y volvió a acostarse. Al cabo de un rato, Barbagrís también se envolvió en las mantas.
—¿Qué sucede, Algy? —preguntó Martha, despertándose.
—Había un vapor en alguna parte del río. Charley también lo ha oído.
—Quizá lo veamos mañana por la mañana.
—Por el ruido, parecía igual a aquéllos en que mamá me llevaba de paseo. Mientras estaba ahí fuera, tratando de penetrar la oscuridad, pensaba en cómo he malgastado mi vida, Martha. No he tenido fe…
—Amor mío, no creo que éste sea un buen momento para evaluar tu vida. Dentro de veinte años será más fácil.
—No, Martha, escucha; sé muy bien que soy un tipo imaginativo e introspectivo, pero…
Una carcajada le interrumpió. Ella se sentó en la cama, bostezó, y dijo:
—Eres uno de los hombres menos introspectivos que he conocido en mi vida, y siempre me he alegrado de que tu imaginación fuera mucho más prosaica que la mía. Ojalá siempre tengas esas ilusiones acerca de ti mismo; es un signo de juventud.
Barbagrís se inclinó hacia ella, buscándole una mano.
—Eres una criatura extraña, Martha. A veces me pregunto hasta qué punto pueden llegar a conocerse dos personas, ya que tú me conoces tan poco. Es asombroso que seas tan ciega cuando has sido una compañera tan maravillosa durante treinta años, o trescientos, o los que sean en realidad. ¡Eres tan admirable en tantos sentidos, mientras que yo soy un fracaso tan enorme!
Ella encendió la lamparilla que había junto a su cama y dijo gravemente:
—Aun a riesgo de que los mosquitos nos coman vivos, tengo que encender la luz y mirarte. No puedo soportar que me hables así. Cariño, ¿qué es lo que estás diciendo sobre ti mismo? Aclarémoslo antes de dormir.
—Ya debes de haberlo visto con toda claridad. Yo no me casé con una tonta, como hacen otros hombres. He sido un desastre durante toda mi vida.
—¿Ejemplos?
—Bueno, sólo hay que ver cómo he logrado que todos estemos más o menos perdidos. Y cosas mucho más importantes. Me refiero a la horrible época que siguió a la muerte de mi padre, cuando mi madre se casó con el asno de Barratt. No es suficiente decir que yo no era más que un niño; lo que ocurre es que nunca entendí lo que sucedía. Creí que me estaban castigando por alguna cosa, y no sabía cuál era el pecado, ni cuál era el castigo. Odiaba y temía a Barratt, aunque lamentaba que flirtease con otras mujeres a causa de mi madre. Se fue con una en cierta ocasión. Mamá fue contratada por un empresario llamado Carter, y estuvimos viviendo algunas semanas con él.
—Me acuerdo de Carter. Tu madre poseía un talento especial para encontrar a hombres cuyos negocios estaban prosperando.
—También poseía un gran talento para encontrar a hombres imposibles. Pobre mujer, supongo que no era muy lista. Tío Keith —Barratt— apareció un buen día y nos alejó de Carter. El y mamá pasaron las semanas siguientes disputando sin cesar. Todo era tan indigno… Quizá fuera eso lo que me hiciera buscar una vida digna cuando crecí.
»Después estalló la guerra. Tendría que haberme negado a ir; ya sabes que estaba convencido de que era un error. Pero me comprometí, y me uní al Infantop. Después cometí la equivocación de unirme a DOUCH. Ya sabes, Martha, que entonces pensaba que ése era el trabajo más absurdo del mundo. Aquellos muchachos de DOUCH, el viejo Jack y los otros, sí que eran hombres consagrados en cuerpo y alma a su misión. Yo nunca creí en el proyecto.
—Estás diciendo tonterías, Algy. Me acuerdo de lo muy duramente que trabajaste, en Washington y Londres.
Él se echó a reír.
—¿Sabes por qué me uní a ellos? ¡Porque se ofrecieron para llevarte a Washington conmigo! ¡Sólo por eso! Mi interés por DOUCH era puramente subsidiario de mi interés por ti.
»Es verdad que realicé mi trabajo lo mejor que pude durante los años posteriores a la guerra, cuando cayó el gobierno y los sucesores firmaron la paz con el enemigo. Pero piensa en la oportunidad que perdimos cuando estábamos en Cowley. Si yo no hubiera estado tan preocupado por nosotros, habríamos podido vivir mejor.
»En cambio, nos largamos y vegetamos todos aquellos horribles años en Sparcot. ¿Y qué hice yo allí? Vender nuestro camión DOUCH porque teníamos la barriga vacía. Y cuando habría podido redimirme en Christ Church, recuperando el camión, no me vi capaz de resistir dos años más. Al oír el ruido de ese motor en el río, he pensado en el maldito camión y en lo que yo podría haber sido.
Martha ahuyentó una mariposa nocturna que volaba en círculos alrededor de su cara, y se volvió hacia él.
—Las personas que han sido traicionadas suelen considerarse traidores. No lo hagas, Algy. Esta noche sólo piensas en bobadas. Eres demasiado mayor para complacerte en estas ideas tontas. ¿No ves que lo que acabas de decirme es una historia novelada de tu integridad?
—La falta de ella, querrás decir.
—No, de ningún modo. Cuando eras pequeño, no tenias control sobre tu vida. Tanto tu madre como Keith eran idiotas, ya en aquella época me di cuenta de ello, y estaban muy desorientados por la crisis de aquellos años. No puedes culparte por eso.
»Pasaste la guerra primero tratando de salvar niños, y después tratando de hacer algo constructivo para el futuro. Te casaste conmigo, cuando podías haber disfrutado de una orgía tras otra tal como hacía la mayoría de hombres en todo el mundo. Y creo que me has sido siempre fiel. No considero que eso demuestre falta de carácter.
»¡En cuanto a tu debilidad de Cowley, puedes ir a preguntar al viejo Jeff lo que piensa de eso! Vendiste el camión DOUCH (1) tras infinitas luchas contigo mismo, y salvaste a toda la comunidad de Sparcot de morir de hambre. Respecto a recuperarlo, ¿por qué ibas a hacerlo? Si realmente hay un futuro para los hombres, éste mirará hacia delante, no hacia atrás; DOUCH era una gran idea cuando fue concebida en el año 2000. Ahora vemos que es improcedente.
»Pero lo que nunca ha sido improcedente para ti es la gente; yo, entre todos. Siempre me has colocado en primer lugar. Me he dado cuenta; como tú mismo dices, no soy tonta. Me colocaste antes que tu trabajo en Washington y en Cowley. ¿Crees que me molestó? Si en el siglo pasado hubiera habido más gente que pusiera a su cónyuge ante las abstracciones reinantes, no nos encontraríamos donde nos encontramos. —Se interrumpió bruscamente—. Creo que eso es todo. Fin del discurso. ¿Te sientes mejor, Barbagrís?
Él apretó los labios sobre la frente de ella.
—Cariño, ya te he dicho que todos sufrimos alguna forma de locura. Después de todo este tiempo, ¡he descubierto la tuya!
Cuando volvió a despertarse era de día y Pitt le estaba sacudiendo. Incluso antes de que el viejo trampero hablase, oyó nuevamente el ruido del vapor.
—Coge el arma por si acaso son piratas, Barbagrís —dijo Pitt—. Las mujeres dicen que la barca se dirige hacia aquí.
Poniéndose los pantalones, Barbagrís salió descalzo a la hierba mojada por el rocío. Martha y Charley trataban de ver algo a través de la niebla; se acercó a ellos y apoyó una mano en el hombro de su esposa. Aquella mañana, la niebla era tan espesa como la leche. Detrás, la ladera se difuminaba. Atraídas por el ruido del motor, las mujeres de la comunidad religiosa empezaban a acudir y congregarse junto a la orilla.
—¡Es el Señor que llega! ¡Es el Señor que llega! —gritaban.
El ruido del motor cesó repentinamente. Todos forzaron la vista para divisarlo.
Un fantasmal vapor de río apareció de pronto, deslizándose en silencio sobre las aguas. Parecía no tener sustancia y existir meramente en contorno. En el puente, varias personas estaban inmóviles, contemplando el agua. Las ancianas de la orilla, aquellas que aún podían, cayeron sobre sus artríticas rodillas, gritando:
—¡Es el Señor que llega a salvarnos!
—Supongo que aún debe de haber algún depósito de carbón por los alrededores, si sabes dónde buscar —dijo Barbagrís a Martha—. No creo que quede ninguna mina de carbón en funcionamiento. Lo mejor es tener cuidado, pero no parecen abrigar intenciones hostiles.
—Ahora comprendo cómo debían de sentirse los salvajes cuando aparecieron los misioneros con un cargamento de Biblias —dijo Martha. Contemplaba un largo estandarte atado a la barandilla del vapor que decía: ¡ARREPENTIOS, EL SEÑOR HA LLEGADO! Y debajo, en letras más pequeñas: «La segunda generación necesita vuestras donaciones y plegarias. Se requieren limosnas para propagar nuestra causa.»
—Parece como si la Biblia llevara una etiqueta con el precio —observó Barbagrís. Un grupo de las personas a bordo del vapor se adelantó y quitó una parte de la barandilla; bajaron una pequeña barca al agua, con la intención evidente de acercarse a la orilla. Al mismo tiempo, se oyó una voz que se dirigía a las mujeres de la orilla.
—Damas de la isla de Wittenham, el Señor os llama. Os saluda y se digna visitaros. Pero esta vez no abandonará su sagrada embarcación. Si queréis hablar con él, será mejor que subáis a bordo. Estamos bajando un bote para traeros a vosotras y vuestros presentes. Recordad, sólo cuesta una docena de huevos llegar a su presencia, y por una gallina podéis hablar con él.