—Po…
—Puedes ponerte en plan reina todo lo que quieras, Bitterblue, pero está furioso, está herido; es listo y escurridizo; esta mañana le rompió el brazo a alguien. No te dejaré sola con él en estos aposentos.
—¿No puedes sacarle algún tipo de compromiso apelando al honor lenita o algo semejante? —le insinuó con sarcasmo.
—Ya lo he hecho. Aun así me quedo. —Se dirigió a la cama y se sentó con las piernas y los brazos cruzados.
Bitterblue lo observó un momento, sabedora de que estaba descargando ciertos sentimientos en él, sin saber exactamente cuáles eran. Merced a un esfuerzo de voluntad sobrehumano, consiguió aguantar lo mucho que deseaba que superara esta estúpida crisis sobre su gracia.
—Ese asno de Quall, juez de tu Corte Suprema, odia a los lenitas —dijo Po—. Para sus adentros somos unos simplones endogámicos con demasiados músculos y poco cerebro, pero lo que en realidad le molesta es que, en su opinión, somos mejor parecidos que él. Tampoco hay lógica alguna, porque ha metido a Zaf en la misma olla aunque, como él mismo señaló, no parece lenita por sus rasgos. Está celoso de lo bien que nos queda el oro, ¿te lo puedes creer? Si hubiera dependido de él condenarnos a los dos por asesinato y privarnos de libertad solo en virtud de eso, lo habría hecho. No dejaba de imaginarnos sin ello…
—¿Sin vuestra libertad?
—Sin el oro —aclaró Po—. Me quedaré aquí mientras hablas con Zafiro. Si te toca, entraré y lo estrangularé.
El oro de Zaf fue lo primero que vio al entrar en la sala, brillándole en orejas y dedos con la luz del sol. Comprendió de repente que no le gustaría verlo sin esos adornos. Sería como mirarlo con unos ojos que no fueran los suyos u oírle hablar con una voz diferente.
El desgarrón en la chaqueta le rompió el corazón. Quería tocarlo.
Entonces se volvió hacia ella y Bitterblue vio la indignación en cada rasgo del rostro magullado y en cada línea del cuerpo.
Zaf se hincó de rodillas, con los ojos alzados y mirándola directamente a la cara, en una parodia perfecta de sumisión, porque ningún hombre arrodillado alzaría jamás la vista hacia el rostro de un soberano. Contradecía el propósito de postrarse.
—¡Basta ya! Ponte de pie —dijo.
—Lo que ordene su majestad —contestó con sarcasmo, y se levantó con rapidez.
Bitterblue empezaba a entender su juego.
—Por favor, no hagas esto, Zaf —suplicó—. Sabes que solo soy yo.
Zaf resopló con desdén.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Nada en absoluto, majestad.
—Oh, dímelo, Zaf.
—No se me ocurriría ni en sueños contradecir a la reina, majestad.
En otro lugar, en otra conversación entre ellos dos, le habría cruzado la cara magullada. Tal vez Chispas lo habría abofeteado en ese mismo instante, pero Bitterblue no podía, porque abofetear a Zaf siendo Bitterblue sería seguirle el juego: la poderosa reina dándole una bofetada a un súbdito humilde. Y cuanto más lo tratara como a un súbdito, más controlada tendría él la situación. Eso la confundía, porque no tenía sentido que una reina le transfiriera el poder a su súbdito tratándolo mal. Solo quería hablar con él.
—Zaf —empezó—, hasta ahora hemos sido amigos e iguales.
Él le asestó una mirada de puro escarnio.
—¿Qué? —preguntó Bitterblue—. Dímelo. Por favor, háblame.
Zaf dio unos pasos hacia la corona colocada en su pedestal y puso la mano encima, acariciando el suave oro y evaluando las gemas entre los dedos. Ella no dijo nada a pesar de sentirlo como una agresión corporal. Pero cuando llegó al extremo de levantarla, ponérsela en la cabeza, girarse para mirarla de forma malsana, un rey con un ojo contuso, la boca manchada de sangre y la chaqueta andrajosa, ya no pudo contenerse.
—Deja eso donde estaba —siseó.
—Vaya —murmuró mientras se quitaba la corona y la colocaba de nuevo sobre el cojín de terciopelo—. Después de todo no somos iguales, ¿verdad?
—No me importa la estúpida corona —dijo ella, agitada—. Solo me importa el hecho de que mi padre fue el último hombre al que vi con ella, y al ponértela me lo has recordado.
—Eso resulta irónico, porque he pensado que usted hace que lo recuerde a él.
Daba igual que ella pensara lo mismo. Le dolió mucho más al venir de Zaf.
—Tú has mentido tanto como yo —susurró.
—Jamás he mentido, ni una sola vez —gruñó él con una fea voz al tiempo que daba un paso hacia ella, que retrocedió, sobresaltada.
—Sabías que no era quién decía ser. ¡Eso no era un secreto!
—¡Es la reina! —gritó Zaf, que adelantó otro paso—. ¡La reina en celo! ¡Me ha manipulado! ¡Y no solo en lo relacionado con sacarme información!
Po apareció en la puerta. Se recostó en el marco con aire despreocupado, enarcó las cejas y esperó.
—Perdón, alteza —dijo Zaf, abatido, desconcertando a Bitterblue al agachar la mirada ante Po y mantener la cabeza inclinada, sin equívocos, mientras se apartaba de ella.
—La reina es mi prima —manifestó Po con tono sosegado.
—Entiendo, alteza —repuso Zaf, sumiso.
Yo, sin embargo, no lo entiendo
, le transmitió Bitterblue a su primo.
Y a ti podría darte una patada. Quiero que se irrite. Cuando está furioso, llegamos a la verdad
.
Po adoptó un gesto inexpresivo, giró sobre sus talones y abandonó la sala de estar.
—No tiene ni idea, ¿verdad? —dijo Zaf—. No sabe qué clase de serpiente es usted.
Haciendo una profunda inhalación, Bitterblue respondió con calma:
—No te he manipulado.
—¡Venga ya! —barbotó Zaf—. Le ha contado al príncipe Po hasta el último detalle sobre mí, cada minuto de todo lo que hemos hecho y, sin embargo, ¿espera que crea que nunca se lo contó a sus lacayos? ¿Cree que soy tan ingenuo que no he supuesto cómo me he visto complicado en un asesinato que no he cometido ni quién paga a testigos para que mientan? ¿O quién es responsable de los ataques contra Teddy y contra mí?
—¿Qué? —gritó—. ¡Zaf! ¡No! ¿Cómo puedes pensar que estoy detrás de todas esas cosas cuando Po y yo acabamos de salvarte? ¡No piensas con claridad!
—Y con la última broma, ¿se ha divertido? ¿Le emociona rebajarse al trato con plebeyos y después contárselo a otros? Me parece increíble cuánto sentimiento he desperdiciado preocupándome —continuó, bajando la voz de tono mientras volvía a acercarse a ella—. Temiendo hacerle daño de algún modo. ¡Creyendo que era inocente!
Sabiendo que era una imprudencia y una estupidez hacerlo, lo sujetó por el brazo.
—Zaf, te juro que no soy la responsable de lo que te ha pasado. Ese asunto me tiene tan perpleja como a ti. ¡Estoy de tu parte! ¡Estoy intentando descubrir la verdad! Y nunca le he contado a nadie nuestra relación en detalle… excepto a Po —rectificó, desesperada—, y ni siquiera él sabe las cosas privadas. ¡Casi nadie sabe que salgo por la noche!
—Está mintiendo otra vez —dijo él, intentando apartarla a la fuerza—. Suélteme.
—No, por favor —pidió ella, aferrándose.
—Suélteme —repitió Zaf con los dientes apretados—, o le daré un puñetazo en la cara y me pondré en evidencia delante de mi príncipe.
—Quiero que me des un puñetazo —le dijo, aunque no era verdad, pero sí justo. Sus guardias le habían machacado la cara a él.
—Claro, y así volveré de cabeza a prisión.
Retorció el brazo y se soltó; Bitterblue se dio por vencida, le dio la espalda y se ciñó con los brazos, desolada. Por fin confesó en voz baja, pero clara:
—He mentido, Zaf, pero jamás con intención de haceros daño a ti o a tus amigos o a cualquier buscador de la verdad o a nadie, lo juro. Solo salía para ver cómo era la ciudad de noche, porque mis consejeros me tenían aislada en una torre sin saber qué pasaba fuera, y quería descubrirlo. No busqué conocerte. No tenía intención de que me cayeras bien ni de llegar a ser tu amiga. Pero dado que eso ha ocurrido, ¿cómo iba a contaros la verdad?
No veía a Zaf, pero parecía que él se estaba riendo.
—Es usted increíble.
—¿Por qué? ¿A qué viene eso? ¡Explica qué quieres decir!
—Parece tener la absurda idea de que durante el tiempo que hemos pasado juntos sin que yo supiera que era la reina éramos amigos. Iguales. Pero el conocimiento es poder. Usted sabía que era la reina, y yo no. Jamás hemos sido iguales, y en lo que a amistad se refiere… —Se calló—. Su madre está muerta —continuó en otro tono de voz, más amargo y concluyente—. Me ha mentido en todo.
—Te he contado cosas que para mí son más preciadas que la verdad —susurró.
Se hizo un silencio entre ellos que se prolongó, un vacío. Una distancia. Duró mucho, mucho tiempo.
—Supongamos por un momento que dice la verdad en cuanto a no ser la persona que está detrás de los ataques —dijo por fin Zaf.
—Es la verdad, Zaf; lo juro —susurró Bitterblue—. En lo único que he mentido es sobre quién soy.
Hubo otro corto silencio. Cuando Zaf volvió a hablar lo hizo con una tristeza y una tranquilidad que no supo cómo asociar con el Zaf que conocía:
—Pero no creo que entienda quién es —manifestó—. No creo que sea consciente de lo alto que está y de que eso me excluye. Ocupa un lugar tan encumbrado en el mundo que no puede mirar tan abajo como para verme a mí. No es consciente de lo que ha hecho.
Zaf la rodeó y desapareció en el vestíbulo sin pedir permiso. Se abrió paso por las puertas exteriores de forma tan repentina que, al encontrarse sola, Bitterblue emitió una exclamación de sorpresa.
Poco a poco se irguió y se dio la vuelta para abarcar la estancia, para asimilar la luz del mediodía. Buscó el reloj que había en la repisa de la chimenea a fin de comprobar cuántas horas del día quedaban en las que tendría que sobrellevar la rutina diaria antes de poder refugiarse entre las ropas de la cama.
Sin embargo, los ojos no llegaron hasta el reloj, porque descubrieron que la corona faltaba en el cojín de terciopelo.
Bitterblue giró sobre sí misma, desesperada; su cuerpo rehusaba la comprensión inmediata de la mente. Pero, por supuesto, la corona no estaba en ninguna otra parte de la sala. Siseando el nombre de Zaf, corrió tras él, irrumpió a través de las puertas exteriores y se encontró mirando las caras de dos guardias lenitas muy sobresaltados.
—¿Ocurre algo, majestad? —inquirió el guardia de la izquierda.
¿Y qué podía hacer ella, de todos modos? ¿Correr por todo el castillo a tontas y a locas, sin tener ni idea de por dónde se había ido, con la esperanza de cruzarse con él en un patio, en alguna parte? ¿Y luego qué? ¿Pedirle, ante una audiencia de transeúntes que por favor le devolviera la corona que llevaba escondida en la chaqueta? Y entonces, cuando Zaf se negara, ¿forcejear con él para recuperarla? Volverían a arrestarlo, y esta vez sería por un delito que sí había cometido.
—No, no pasa nada. Todo es fantástico —contestó Bitterblue—. Este es el mejor día de mi vida. Gracias por preguntar.
A continuación pasó a la sala y abrió de una patada la puerta del dormitorio para exigirle a Po que le explicara por qué había permitido que ocurriera aquello.
La respuesta la tuvo de inmediato: Po estaba dormido.
C
uando Po regresó una hora más tarde e irrumpió en sus aposentos, no llevaba consigo la corona.
—¿Dónde está? —siseó Bitterblue desde el sofá, donde había pasado una hora sentada, apartando la comida que Helda insistía en ponerle delante, rechazando las visitas de sus desconcertados consejeros y mordiéndose las uñas.
Po se dejó caer con pesadez a su lado, despeinado y empapado.
—Lo he perdido.
—¿Que lo has perdido? ¿Cómo?
—Llevaba ventaja, Bitterblue, y su hermana se reunió con él justo en el exterior. Corrían juntos y se separaban de vez en cuando. Está lloviendo, lo que hace las cosas más complicadas para mí. No puedo mantener en la mente todas las calles, todas las casas y toda la gente que se mueve mientras sigo centrado en alguien que cada vez está más lejos; me perdí y tuve que volver sobre mis pasos. Y todos los cientos de personas que me veían reaccionaban de forma exagerada y querían saber por qué corría como un loco. No te puedes imaginar lo molesto que es eso y lo mucho que te distrae. La fuerza del rumor de cuanto te rodea, si pudieras sentirlo como yo, te aturdiría. Hay demasiada gente ahí fuera que se ha enterado, a saber cómo, de que Katsa se marchó de repente en mitad de la noche, llorando a moco tendido, vestida con ropa de Raffin y partiendo a galope por el Puente Alígero. Todos los que me veían querían saber qué le había hecho a Katsa para que actuara así.
—Además de lo cual —dijo una voz solemne desde la puerta—, mire qué aspecto tiene, majestad. Nunca he intentado correr detrás de hombres jóvenes por toda la ciudad, pero imagino que es difícil cuando las piernas están cansadas y los párpados te pesan. Parece que su primo no ha dormido hace días y es comprensible, considerando que su dama lo ha dejado.
Helda entró en la sala y fue hacia una mesa auxiliar, sirvió una copa de sidra y se la llevó a Po.
—Katsa se marchó porque yo se lo pedí, Helda —comentó él en voz baja, y aceptó la copa que le ofrecía.
Sentándose frente a los dos, Helda les hizo una pregunta:
—¿Cuál de los dos va a contarme lo que ocurre?
Bitterblue estaba desorientada. ¿Po le había contado la verdad a Helda? ¿O se la estaba revelando en ese preciso instante? ¿Lo había hecho a propósito o ella lo había sorprendido en algo? Si uno de los guardias lenitas o uno de los espías entrara en la sala, ¿Po se lo revelaría también?