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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (31 page)

—¿Cómo si tuviese una hoja de acero pegada a la piel? —preguntó Bitterblue—. Sí. Y si alguien intenta hacerle daño debe utilizarlo, Raffin. Siempre y cuando no disponga de tiempo para responder con veneno, claro —añadió con sequedad.

—Lo he hecho antes —respondió el príncipe en un tono sombrío—. Solo es cuestión de tener información. Mientras sepa que se planea un ataque, soy capaz de frustrarlo tan bien como cualquiera. Y por lo general nadie tiene que morir. —Suspiró—. ¿Cómo han llegado las cosas a esto, majestad?

—¿Es que alguna vez han sido diferentes?

—¿Quiere decir en paz y con seguridad? Supongo que no. Y es muy probable que nos encontremos en el punto culminante de una violencia exacerbada tratando de tener cierto control sobre su desarrollo.

Bitterblue observó al príncipe, hijo de un rey que abusaba de su autoridad y primo de un meteoro como Katsa.

—¿Le gustaría ser rey, Raffin?

La respuesta se adivinaba en la expresión resignada que se plasmó en el rostro del hombre.

—¿Acaso importa eso? —respondió en voz baja. Se encogió de hombros con aire resignado—. Tendré menos tiempo para meterme en líos. Por desgracia, también dispondré de menos tiempo para mis fármacos. Y tendré que casarme, porque un rey debe engendrar herederos. —La miró a la cara y comentó con una sonrisa—. ¿Sabe? Le pediría que se casara conmigo, solo que no es algo que le pediría a nadie sin estar Bann presente, aunque tampoco le haría a usted una oferta tan inadecuada. Así resolvería muchos de mis problemas pero se los crearía a usted, ¿no?

Bitterblue no pudo por menos de sonreír.

—Confieso que no es el futuro que desearía —respondió—. Por otro lado, no es menos romántica que cualquiera de las propuestas que me han hecho. Pregúntemelo de nuevo dentro de cinco años. A lo mejor para entonces necesite algo complicado y extraño que al resto del mundo le parecería estupendo.

Riendo entre dientes, Raffin se puso a practicar estirando el brazo, doblándolo, volviendo a estirarlo.

—¿Y si hiero a Bann por accidente? —preguntó malhumorado.

—Solo tiene que abrir bien los ojos y mirar dónde apunta con el cuchillo —respondió ella risueña.

Esa noche, corriendo por el distrito este, Bitterblue no estaba segura de hacia quién corría. Con buscadores de la verdad y asesinos de la verdad bien presentes en la mente, estaba alerta, sin fiarse de ninguna persona con la que se cruzaba, consciente de las armas que llevaba enfundadas en los brazos, de la rapidez con que podría lanzarlas si era preciso. Cuando una mujer encapuchada pasó por debajo de una farola de la calle y la luz hizo brillar la pintura dorada en los labios, Bitterblue se paró en seco. Pintura dorada y brillo alrededor de los ojos.

Siguió parada, respirando con agitación. Sí, estaban a finales de septiembre; sí, posiblemente era el equinoccio. Sí, era muy probable que algunos habitantes de la ciudad celebraran —de forma discreta— esos rituales tradicionales. Por ejemplo, las mismas personas que enterraban a sus muertos y recobraban verdades robándolas.

Durante un brevísimo instante, Bitterblue vaciló, insegura. En ese instante podría haber dado media vuelta. No fue algo consciente; no profundizó tanto. Solo rozó la punta de los dedos —que se llevó a los labios— y la piel.

Siguió corriendo.

Tilda acudió a la llamada a la puerta y tiró de ella hacia el interior de un espacio que Bitterblue casi no reconoció por lo abarrotado que estaba de gente y por el ruido. Tilda se agachó y la besó en los labios, sonriente; llevaba el cabello adornado con algo que, en realidad, parecía un sombrero hecho de lágrimas de cristal que se mecían.

—Ven a besar a Teddy —dijo.

Al menos eso fue lo que a Bitterblue le pareció que decía, ya que dos muchachos cantaban a voz en cuello, enlazados del brazo. Al ver a Bitterblue, uno de ellos se agachó, arrastrando con él al otro, y le dio un breve beso en los labios. Llevaba la mitad de la cara pintada con un brillo plateado, de efecto deslumbrante —era atractivo; ambos lo eran— y Bitterblue empezó a entender que iba a ser una noche turbadora.

Tilda la condujo a través de la puerta hacia el apartamento de Teddy y Zaf, donde la luz resplandecía en las joyas de los presentes, en el brillo de los rostros, en las bebidas doradas que sostenían en vasos. El cuarto era demasiado pequeño para tanta gente. Bran apareció como salida de la nada, asió la barbilla de Bitterblue y la besó. Llevaba flores pintadas en los pómulos y por el cuello.

Cuando Bitterblue llegó por fin junto a la cama de Teddy, en el rincón, se dejó caer en una silla a su lado, falta de aliento, aliviada de verlo sin pintura y vestido como cualquier otro día.

—Supongo que tengo que besarte —dijo.

—Desde luego —respondió él alegremente. Tiró de su mano y la atrajo hacia sí para darle un beso suave y dulce—. ¿No es maravilloso? —dijo, mientras le daba un último beso sonoro en la nariz.

—Bueno, tiene su aquel —respondió Bitterblue; la cabeza le daba vueltas.

—Me encantan las fiestas.

—Teddy, ¿deberías beber eso estando convaleciente? —le preguntó al ver que sostenía en la mano un vaso lleno de un líquido de color ámbar.

—Tal vez no. Estoy ebrio —contestó jocosamente, tras lo cual echó el vaso atrás, hacia un tipo que pasaba cerca, para que se lo volviera a llenar. El hombre se lo llenó y también lo besó.

Alguien tomó a Bitterblue de la mano y la hizo levantarse de la silla. Se volvió y de pronto se encontró besando a Zaf. No fue como los otros besos, en absoluto.

—Chispas —susurró él en el hueco debajo de la oreja, acariciándola con la nariz, retirándole la capucha, lo cual le hizo echar la cabeza hacia atrás y besarlo otra vez.

Él parecía bien dispuesto a prolongar el intercambio de besos. Cuando se le ocurrió que antes o después podría dejar de besarla, Bitterblue alzó las manos para asirlo por la camisa e inmovilizarlo; lo mordió con suavidad.

—Chispas —sonrió él, tras lo cual soltó una risita entre dientes, pero se quedó donde estaba, sin moverse.

Llevaba los párpados y la piel alrededor de los ojos pintados en dorado con forma de máscara, lo que resultaba sorprendente y excitante por igual. Unas manos los apartaron con brusquedad.

—Hola —dijo un hombre al que Bitterblue no había visto nunca; era un tipo mal encarado, de cabello claro, y saltaba a la vista que no estaba sobrio. Acercó el dedo al rostro de Zaf—. Creo que no entiendes la naturaleza de esta fiesta, Zafiro.

—Creo que tú no entiendes la naturaleza de nuestra relación, Ander —repuso Zaf con repentina ferocidad, tras lo cual asestó un puñetazo al otro hombre en la cara, tan rápido que Bitterblue dio un respingo.

Un instante después, la gente los sujetó a los dos y tiró de ellos, apartándolos, para acto seguido sacarlos del cuarto. Bitterblue se quedó parada en el sitio, aturdida y apesadumbrada.

—Suerte —llamó una voz.

Teddy le tendía la mano desde la cama, como un cabo con el que tirar de ella hacia la orilla. Se acercó a él como entumecida, se agarró a su mano y se sentó. Tras unos instantes de intentar salir de dudas por sí misma sin resultado, dijo:

—¿Qué ha pasado?

—Oh, Chispas. —Teddy le dio unas palmaditas en la mano—. Bienvenida al mundo de Zafiro.

—No, Teddy; en serio. Por favor, sin acertijos. ¿Qué ha pasado? ¿Era ese uno de los matones que disfrutan pegándole?

—No. —Teddy sacudió la cabeza despacio—. Ese era otro tipo de matón. Zaf tiene cerca de sí, a todas horas, una amplia gama de matones. Ese parece pertenecer a la variedad de los celosos.

—¿Celosos? ¿De mí?

—Bueno, tú eras la que lo besaba de un modo muy alejado del estilo de la festividad, ¿cierto?

—Pero ese hombre es su…

—No —repitió Teddy—. Ahora no. Por desgracia, Ander es un sicópata. Zaf tiene gustos muy raros, Chispas, mejorando lo presente, por supuesto, y, por mucho que quiera advertirte con la debida contundencia que evites verte involucrada, ¿serviría de algo? —Teddy agitó la mano libre en un gesto de desánimo y, como era de esperar, derramó parte de la bebida—. Salta a la vista que ya lo estás. Hablaré con él. Le caes bien. A lo mejor consigo hacerle entrar en razón respecto a ti.

—¿Quién más hay? —se oyó preguntar a sí misma.

—Nadie. —Teddy sacudió la cabeza con aire desdichado—. Pero no te conviene, Chispas, ¿lo comprendes? No se va a casar contigo.

—Ni yo quiero que lo haga —respondió.

—Pues sea lo que sea lo que deseas de él, te suplico que recuerdes que es temerario —contestó Teddy de forma categórica. Luego, dando otro sorbo a su bebida, añadió—: Me temo que eres tú la que está ebria.

Se marchó de la fiesta con la sensación física y dolorosa de no haber acabado algo. Pero no había nada que hacer al respecto, ya que Zaf no regresó.

Fuera, se caló más la capucha porque el aire nocturno era frío, además de llevar olor a lluvia. Cuando llegó al cementerio, una sombra se movió en la oscuridad. Bitterblue hizo intención de recurrir a sus cuchillos, pero entonces vio que era Zaf.

—Chispas.

Al acercarse a ella, Bitterblue entendió algo de golpe, algo relacionado con sus adornos dorados, su temeridad, el brillo llamativo de la pintura de la cara. Su vitalidad y su aspereza y su autenticidad le recordaron muchísimo, de repente, a Katsa, a Po, a cualquiera de las personas que quería, con las que se peleaba y por las que se preocupaba.

—Chispas —repitió Zaf, falto de aliento; se paró delante de ella—. Te he estado esperando para disculparme. Lamento lo que he hecho ahí dentro.

Bitterblue alzó la vista hacia él, incapaz de contestar.

—Chispas, ¿por qué lloras?

—No lloro.

—Te he hecho llorar —dijo él, desolado. Acortó la distancia que los separaba y la abrazó con fuerza. Luego empezó a besarla y ella olvidó qué era lo que la había hecho llorar.

Esta vez era diferente, por el silencio y porque estaban solos. De pie en el cementerio, ellos dos eran las únicas personas que había en el mundo. Él cambió y empezó a mostrarse más tierno —demasiado— a propósito. La estaba volviendo loca —adrede— de anhelo, incitándola; lo sabía por su sonrisa. Fue vagamente consciente de que las ropas estorbaban para el contacto que deseaba.

—Chispas.

Murmuró algo que ella no entendió.

—¿Mmmm…?

—Teddy va a matarme —dijo Zaf.

—¿Teddy?

—Lo cierto es que me gustas. Sé que soy un desastre, pero me gustas.

—¿Mmmm…?

—Sé que no confías en mí.

La idea se abrió paso en su mente con lentitud.

—No —susurró al comprender; esbozó una sonrisa—. Eres un ladrón.

Ahora él sonreía demasiado para besarla como era debido.

—Yo seré el ladrón y tú la mentirosa, como en el cuento —dijo.

—Zaf…

—Eres mi mentirosa —susurró él—. ¿Quieres decirme una mentira, Chispas? Dime tu nombre.

—Mi nombre —respondió, también en un susurro, pero enmudeció. Dejó de besarlo. Había estado a punto de decir su nombre en voz alta—. Zaf, espera —jadeó, luchando con el dolor de recobrar la cordura de una forma tan brusca e hiriente—. Espera, déjame pensar.

—Chispas…

Forcejeó para soltarse; él intentó impedírselo, y entonces también recuperó el dominio de sí mismo.

—Chispas —repitió mientras la soltaba y parpadeaba, confuso—. ¿Qué ocurre?

Ella lo miró de hito en hito, consciente ahora de lo que estaba haciendo en el cementerio con un chico al que le gustaba y no tenía ni idea de quién era ella. No tenía ni idea de la magnitud de la mentira que él le estaba suplicando que le dijera.

—Tengo que irme —contestó, porque necesitaba estar donde él no pudiera ver lo que había visto ella.

—¿Ahora? ¿Qué pasa? Te acompañaré.

—No. He de irme, Zaf. —Dio media vuelta y echó a correr.

«Nunca más. No debo ir a verlos nunca más, por mucho que lo desee».

»¿Es que me he vuelto loca? ¿Estoy loca de remate? Mira qué clase de reina soy. Mira lo que le haría a uno de mis súbditos.

»Mi padre estaría complacido con mi mentira perfecta».

Corría con la capucha bien calada, sin el menor cuidado, sin preocuparse por nada, hasta el punto de no ser consciente de lo que la rodeaba. En consecuencia, cuando alguien salió de repente de un oscuro umbral, ya en las inmediaciones del castillo, y le tapó la boca con la mano, la pilló lamentablemente desprevenida.

Capítulo 19

S
u entrenamiento surtió efecto. Bitterblue hizo lo que Katsa le había enseñado y se dejó caer como una piedra, de forma que sorprendió al asaltante con un inesperado peso muerto; luego golpeó con el codo en alguna parte blanda del torso. La persona perdió el equilibrio y Bitterblue cayó con el tipo mientras tanteaba en busca de los cuchillos, maldiciendo, gritando, jadeando. A todo esto, un carro pequeño que estaba parado al otro lado de la calle se transformó en algo con brazos y piernas cubiertos que corrió hacia ellos ondeando, balanceándose en medio del destello de cuchillos, e hizo huir a su asaltante.

Aturdida, Bitterblue permaneció tendida en la cuneta donde había acabado tirada, y poco a poco se dio cuenta de que estaba sola.

«¿Qué diantre acaba de pasar?».

Incorporándose con esfuerzo, evaluó los daños sufridos. Dolor de cabeza, así como en el hombro y en un tobillo. Pero nada roto o inutilizado. Cuando se palpó la dolorida frente retiró los dedos manchados de sangre.

Mucho más atenta ahora, corrió el resto del trecho que la separaba del castillo y, una vez dentro, fue a buscar a Po.

No se encontraba en sus aposentos.

Le dio la impresión de que los de Katsa estaban muy lejos a esas horas intempestivas de la noche. Para cuando llegó allí, el dolor de cabeza era horrible; además, contribuía a ello una pregunta muy específica: ¿El tipo que la había asaltado sabía a quién agredía o había sido un ataque al azar contra una extraña? Si estaba enterado, ¿qué era exactamente lo que sabía? ¿Había creído estar atacando a la reina o simplemente a uno de sus espías? ¿O quizás a uno de los múltiples amigos de Zaf y Teddy? ¿Los forcejeos en el suelo le habían revelado que no era un chico? Ella no lo había reconocido. Tampoco le había oído hablar, así que no tenía ni idea de si era monmardo. No sabía nada de nada.

Bitterblue llamó con los nudillos a la puerta de Katsa.

La puerta se abrió una rendija y Katsa apareció en el hueco con el torso envuelto en una sábana, los ojos relucientes, los hombros desnudos impidiéndole el paso.

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