Bitterblue pensó que quizás Chispas, la joven panadera, no sabría demasiado sobre los asuntos del bibliotecario de la reina.
—No tengo ni idea de lo que Deceso está haciendo. No lo conozco en persona. Esto me lo ha prestado el amigo de un amigo. Deceso lo ha soltado solo porque le prometieron que la persona que lo quería era un impresor que haría copias. Esas son las condiciones, Zaf. Puedes tenerlo prestado si hacéis copias. Deceso se encargará de que se os pague por vuestro trabajo y los gastos que tengáis, desde luego —añadió, maldiciéndose por ocurrírsele esa imprevista complicación, pero sin saber cómo habría podido eludirla. Imprimir un libro no sería barato, y no podía esperar que ellos financiaran la restauración de la biblioteca de la reina, ¿verdad? ¿No sería demasiado descabellado que una joven panadera, que no conocía personalmente a Deceso, hiciera de mensajera sobre el dinero de la reina? Además, ¿significaba que tendría que empeñar más joyas?
—Chispas, átame con bramante y envíame como un paquete a Burgo de Ror. Si esto es de verdad lo que dices que es… Bajemos a la imprenta, ¿de acuerdo? Aquí me estoy quedando ciego.
—Sí, de acuerdo, pero…
Alzó la mirada de las páginas a su cara. Los ojos de Zaf eran negros y estaban cuajados de estrellas.
—Jamás había deseado ser mentalista hasta que te conocí —dijo—. ¿Lo sabes, Chispas? Eh, ¿qué te pasa?
—Me da miedo moverme —reconoció, avergonzada de sí misma.
—Chispas —dijo él. Entonces cerró de golpe el manuscrito de
El beso en las tradiciones de Monmar
y le tomó las dos manos, pequeñas y heladas—. Chispas —repitió, mirándola a los ojos—, te ayudaré. No te caerás, te lo juro. ¿Me crees?
Le creía. Allí, en un tejado con su familiar silueta, su voz, todas las cosas de él a las que estaba acostumbrada, asiéndose fuerte a sus manos, le creyó completamente.
—Estoy preparada para hacer mi tercera pregunta —dijo.
Zaf exhaló.
—Oh, qué puñetas —rezongó.
—¿Quién está intentando mataros a Teddy y a ti? —preguntó—. Zaf, estoy de tu parte. Esta noche me he convertido también en su blanco. Dímelo. ¿Quién es?
Zaf no respondió, se quedó sentado, jugando con sus manos, que no las había soltado. Creyó que no le iba a responder. Luego, a medida que los segundos pasaban, dejó de importarle tanto porque su contacto empezó a parecerle más trascendente que su pregunta.
—Hay personas en el reino que son buscadores de la verdad —dijo Zaf por fin—. No muchas, solo unas cuantas. Gente como Teddy, Tilda y Bran. Personas cuyas familias estaban en la resistencia y valoraban por encima de todo el conocimiento de la verdad de las cosas. Leck está muerto, pero todavía queda mucha verdad que descubrir. A eso se dedican, Chispas, ¿lo entiendes? Intentan ayudar a que la gente descifre lo ocurrido, y a veces, a reunir recuerdos. Devolver lo que Leck robó y, cuando está en su mano, deshacer lo que Leck hizo mediante el robo, la educación… Por el medio que sea.
—Tú también —interrumpió Bitterblue—. No dejas de hablar de «ellos», pero también lo haces tú.
—Vine a Monmar a conocer a mi hermana y esto es lo que mi hermana ha resultado ser —respondió Zaf encogiéndose de hombros—. Me gustan los amigos que tengo aquí y me gusta robar esas cosas. Mientras esté en Monmar ayudaré, pero soy lenita, Chispas. Esta no es mi causa.
—Al príncipe Po le indignaría esa actitud.
—Si el príncipe Po me dijera que me tirara al vacío, Chispas, lo haría. Ya te lo he dicho: soy lenita.
—¡No hay quien te entienda!
—¿No? —Zaf le tiró de las manos a la par que esbozaba una sonrisa pícara—. ¿Y a ti sí?
Aturullada, Bitterblue no dijo nada y se limitó a esperar.
—Hay una fuerza en el reino que actúa contra nosotros, Chispas —dijo Zaf con suavidad—. Lo cierto es que no puedo responder a tu pregunta porque no sabemos quién es. Pero hay alguien que sabe lo que estamos haciendo. Hay alguien ahí fuera que nos odia y será capaz de todo con tal de poner fin a lo que hacemos y a lo que hacen otros como nosotros. ¿Te acuerdas de la tumba nueva delante de la que te encontré parada esa noche en el cementerio? Era un colega nuestro, apuñalado hasta morir a plena luz del día por un asesino a sueldo que no estaba en condiciones de decirnos quién lo había contratado. Asesinan a los nuestros. O a veces se los acusa de delitos que no han cometido y acaban en la cárcel, y ya no se los vuelve a ver.
—¡Zaf! —exclamó Bitterblue horrorizada—. ¿Lo dices en serio? ¿Estás seguro de eso?
—A Teddy lo acuchillaron delante de ti, ¿y me preguntas si estoy seguro?
—Pero ¿por qué? ¿Por qué iba nadie a tomarse tantas molestias?
—Para silenciarnos —contesto Zaf—. ¿De verdad te sorprende tanto? Todo el mundo quiere que se guarde silencio. Todo el mundo es feliz olvidando que Leck hizo daño a la gente y fingiendo que Monmar nació plenamente formada hace ocho años. Si no consiguen que sus mentes guarden silencio, van a los salones de relatos, se emborrachan y organizan una trifulca.
—La gente no va a los salones de relatos por eso —protestó Bitterblue.
—Oh, Chispas —suspiró Zaf, apretándole las manos—. No es la razón por la que tú o yo o los fabuladores vamos a esos salones. Tú vas a oír relatos. Otros van a ahogar recuerdos en la bebida. ¿Te acuerdas de que me preguntaste al principio por qué las listas de objetos robados nos llegaban a nosotros en lugar de a la reina? A menudo se debe a que a nadie se le ocurre siquiera catalogar lo perdido hasta que alguien como Teddy se lo sugiere. La gente no piensa. Quiere el silencio. La reina quiere el silencio. Y alguien, ahí fuera, necesita el silencio, Chispas. Alguien ahí fuera está matando para conseguirlo.
—¿Por qué no habéis llevado esto ante la reina? —preguntó Bitterblue, que intentaba contener la angustia en la voz para que él no captara su alcance—. La gente que mata personas para acallar la verdad está infringiendo la ley. ¡Por qué no habéis presentado vuestro caso ante la reina!
—¿Por qué crees tú que no lo hemos hecho, Chispas?
Bitterblue se quedó callada un momento y entonces lo comprendió.
—Crees que ella está detrás de esto.
Un reloj empezó a tocar la medianoche.
—No estoy preparado para afirmar eso —contestó Zaf, encogiéndose de hombros—. Ninguno de nosotros lo está. Pero nos hemos acostumbrado a advertir a la gente de que no llame la atención sobre cualquier conocimiento que pueda tener sobre lo que hizo Leck, Chispas. Las ciudades solicitan autonomía a la reina, por ejemplo. Exponen su caso contra los lores de forma explícita y se refieren a Leck lo menos posible. No se menciona a las hijas que sus señores robaron de forma misteriosa ni a la gente que desapareció. Sea quien sea nuestro villano es alguien con un brazo muy, muy largo. Yo que tú, Chispas, iría con pies de plomo por vuestro castillo.
L
eck está muerto.
«Pero si está muerto, ¿por qué no ha quedado todo atrás?».
Esa noche, recorriendo con sigilo los corredores del castillo y subiendo la escalera, Bitterblue no dejaba de darle vueltas al tema de esos asesinatos que la desconcertaban. Comprendía el instinto de continuar, de seguir adelante, de dejar atrás el dolor del reinado de Leck. Pero ¿reaccionar volviéndose como el propio Leck? ¿Matar? Era demencial.
Sus guardias le abrieron la puerta a sus aposentos. Oyó voces dentro y se quedó petrificada, dominada por el pánico. El cerebro alcanzó al instinto: las voces que sonaban en el dormitorio eran las de Helda y Katsa.
—Qué puñetas —masculló entre dientes.
Entonces un hombre se aclaró la garganta en la sala de estar y a Bitterblue casi le dio un infarto del susto que se llevó antes de reconocer a Po. Fue hacia él con paso resuelto.
—Se lo has contado —instó en voz baja.
Po estaba sentado en un sillón y hacía dobleces en un trozo de papel que tenía encima del muslo.
—No, no lo he hecho —respondió.
—Entonces, ¿qué hacen en mi dormitorio?
—Creo que están discutiendo. Estoy esperando que terminen para poder reanudar la discusión que tengo con Katsa.
Había algo raro en la cara de Po, en la actitud resuelta de no volverse hacia ella.
—Mírame —le dijo.
—No puedo, estoy ciego —comentó con locuacidad.
—Po, si pudieras imaginar parte de la noche que he pasado… —empezó.
Po se volvió. La piel por debajo del ojo plateado tenía una contusión tremenda y la hinchazón de la nariz no era menos aparatosa.
—¡Po! —exclamó—. ¿Qué te ha pasado? ¡Katsa no te habrá golpeado la cara!
Tras hacer el último pliegue en el papel con el que jugueteaba, su primo lo alzó por encima del hombro y lo lanzó a través de la sala. El papel, largo, esbelto y alado, planeó en el aire, viró hacia la izquierda de forma espectacular y fue a chocar contra un estante de la librería.
—Vaya. Fascinante —dijo él con una tranquilidad desesperante.
—Po —siseó Bitterblue, que había apretado los dientes—. Tu actitud es irritante.
—Tengo algunas respuestas a tus preguntas —dijo al tiempo que se levantaba para recoger el papel planeador.
—¿Qué? ¿Las has hecho ya?
—No, ninguna de ellas, pero he reunido algunos datos. —Alisó la punta arrugada del papel planeador y lo lanzó de nuevo, esta vez directamente contra la pared desde una distancia corta. El papel chocó y cayó al suelo—. Justo lo que pensaba —musitó Po, pensativo.
Bitterblue se dejó caer con pesadez en el sofá.
—Po, ten compasión de mí —pidió.
Él se acercó para sentarse a su lado.
—Thiel tiene un corte en la pierna —informó.
—¡Oh! —exclamó Bitterblue—. Pobre Thiel. ¿Es un corte malo? ¿Sabes cómo se lo hizo?
—Tiene un enorme espejo en su habitación que está roto, pero, aparte de eso, no sé nada más —explicó Po—. ¿Sabes que toca el arpa?
—¿Por qué conserva ese espejo roto? —protestó Bitterblue—. ¿Le han cosido la herida?
—Sí, y se está curando bien, limpia.
—¿Sabes, Po? Es un poco escalofriante lo que puedes hacer. —Se echó hacia atrás para apoyarse y cerró los ojos.
—Esta noche he tenido tiempo de fisgonear mientras estaba tumbado en la cama con hielo en la cara —comentó con voz inexpresiva—. No vas a creer lo que Holt ha hecho esta noche a primera hora.
—Oh —gimió Bitterblue—. ¿Se tiró de cabeza al paso de unos caballos al galope solo para ver qué ocurriría?
—¿Alguna vez has visitado tu galería de arte?
¿La galería de arte? Bitterblue ni siquiera estaba segura de dónde se hallaba.
—¿Está en el último piso, con vistas al patio mayor desde el lado norte? —preguntó.
—Sí. Varios pisos por encima de la biblioteca. Está muy abandonada, ¿lo sabías? Polvo por todas partes, salvo en los lugares donde se han retirado obras de arte recientemente… Esa es la razón por la que pude contar el número exacto de tallas que han sido robadas de la sala de escultura. Cinco, por si te lo estás preguntando.
Bitterblue abrió los ojos como platos.
—Alguien está robando mis esculturas. —Era una afirmación, no una pregunta—. ¿Y se le restituyen al artista? ¿Quién es el autor?
—Ah, vaya —dijo Po complacido—. Por lo visto estás familiarizada con el trasfondo de este asunto. Excelente. Tuve que mantener una charla con alguien, es decir con Giddon, para comprenderlo yo. La situación es esta: Holt tenía una hermana llamada Belagavia que era escultora.
«Belagavia». Bitterblue rememoró la imagen de una mujer en el castillo: alta, de hombros anchos y ojos amables ¿Esa mujer había sido escultora?
—Belagavia esculpía transformaciones para Leck —continuó Po—. Una mujer transfigurándose en un árbol, un hombre transmutándose en montaña, y así sucesivamente.
—Ah. —Bitterblue entendía ahora que no solo estaba familiarizada con la obra de Belagavia, sino que entre la mujer y ella había existido familiaridad antaño—. ¿Giddon te contó todo eso? ¿Por qué sabe siempre más cosas de mi castillo que yo?
—Conoce a Holt —informó Po, que se encogió de hombros—. En serio, deberías preguntarle a Giddon qué le pasa a Holt en vez de pedirme a mí que me entere. Aunque a Giddon no le dije nada de lo que he presenciado.
—¿Y bien? ¿Qué has presenciado?
—¿Estás preparada para esto? —preguntó él con una sonrisa—. Vi a Holt venir de la ciudad y entrar al castillo cargado con un saco a la espalda. Subió a la galería de arte, sacó una obra esculpida del saco y la colocó en la sala de escultura, justo en el punto sin polvo de donde faltaba. ¿Te acuerdas de la chica que enmascaró la barca de Danzhol y luego adoptó el aspecto de un montón de lonas?
—¡Oh, mierda! Había olvidado ese episodio. Tenemos que encontrarla y arrestarla.
—Cada vez estoy más convencido de que no debemos hacerlo —se opuso Po—. Esta noche estaba con Holt porque… A ver, adivina. Es hija de Belagavia y sobrina de Holt. Se llama Hava.
—Un momento —dijo Bitterblue—. ¿Qué? Estoy desconcertada. ¿Alguien roba las esculturas para devolvérselas a Belagavia, pero Holt y la hija de la escultora vuelven a traérmelas?
—Belagavia murió —le aclaró Po—. Holt fue el que robó tus esculturas y se las llevó a Hava, la hija de su hermana. Pero Hava le dijo que no, que había que llevar de vuelta las esculturas a la reina, así que Holt las está trayendo con la supervisión de su sobrina.
—¡Qué! ¿Por qué?
—Holt me tiene perplejo —admitió Po, caviloso—. Puede que esté loco o que no lo esté, pero sí que está confuso.
—¡No lo entiendo! ¿Holt me roba y después cambia de parecer?
—Creo que lo que intenta es hacer lo correcto —contestó Po—, pero no tiene claro qué es lo correcto. Tengo entendido que Leck utilizó a Belagavia y después la mató. Holt opina que la propietaria legítima de las esculturas es Hava.
—¿Es Giddon quien te habló de Hava? —preguntó Bitterblue—. ¿No habría que hacer algo respecto a ella si anda deambulando por el castillo? ¡Intentó raptarme!
—Giddon no sabe nada de Hava.
—Entonces, ¿cómo has sacado esa conclusión? —le gritó Bitterblue.
—Lo hice y ya está —respondió su primo con aire avergonzado.
—¿Qué quieres decir exactamente? ¿Cómo voy a estar segura de que es la verdad basándome solo en que «lo hiciste y ya está»?
—Estoy bastante seguro de que todo eso es cierto, Escarabajito. Te lo explicaré en otro momento.