Read Bitterblue Online

Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (12 page)

—Entonces, ¿está su majestad completamente decidida a no contraer matrimonio conmigo? —dijo con una sonrisa que era todo dientes.

Bitterblue soltó la pluma en el escritorio, sin firmar.

—Thiel, saca a este perturbado de mi despacho —ordenó.

—Majestad —empezó a decir el consejero, pero enmudeció al ver que Danzhol sacaba una daga de no se sabía dónde. El noble lo golpeó con la empuñadura en la cabeza y Thiel se desplomó en el suelo, con los ojos en blanco.

Bitterblue se incorporó con rapidez, demasiado atónita para que se le ocurriera gritar o hacer otra cosa aparte de mirar boquiabierta al hombre. Antes de que tuviera tiempo de sobreponerse al estupor, Danzhol había extendido el brazo por encima del escritorio, la había agarrado por la nuca y, tirando de ella hacia sí, abrió la boca y empezó a besarla. Era una postura forzada, pero forcejeó contra él, ahora asustada de verdad, debatiéndose con los brazos, que parecían de hierro, hasta que por fin logró subirse al escritorio y le propinó un rodillazo. Tenía fuerte el estómago y no cedió un ápice.

¡Po!
, gritó para sus adentros, por si su primo estaba al alcance para captar su atención.
Po, ¿estás dormido?

A todo esto, bajó la mano hacia la bota para sacar el cuchillo que guardaba en ella, pero Danzhol la arrastró fuera del tablero y la estrechó contra sí, le dio media vuelta para tener la espalda de ella contra su torso, y le puso la daga en la garganta.

—Grite y la mataré —amenazó.

Aunque hubiera querido, no habría podido gritar, con la cabeza tan echada hacia atrás como la tenía. Las horquillas del pelo le tiraban y se le clavaban en el cuero cabelludo.

—¿Es que cree que de esta forma conseguirá lo que quiere? —preguntó medio ahogada.

—Oh, nunca tendré lo que quiero. Y la propuesta matrimonial no parece que vaya por buen camino —replicó él mientras con una mano le tanteaba brazos y torso, caderas y muslos, buscando armas escondidas. El manoseo la enrabietó y odió a ese hombre, lo odió con todas sus fuerzas. Notaba el pecho y el estómago del noble contra la espalda, y el contacto resultaba extraño y voluminoso.

—¿Y cree que matando a la reina lo logrará? Ni siquiera podrá salir de esta torre —espetó.

¡Po! ¡Po!

—No voy a matarla, a menos que no me quede más remedio que hacerlo —replicó Danzhol.

La arrastró con facilidad a través del despacho hacia la ventana más septentrional, llevando en todo momento el cuchillo tan pegado a su garganta que Bitterblue ni siquiera se atrevía a moverse. Entonces el noble se puso a forcejear con una mano por debajo de la chaqueta, de forma extraña, sin que Bitterblue alcanzara a ver qué hacía. Por fin logró sacar un apretujado montón de cuerda enrollada y unida a una especie de rezón pequeño que cayó a sus pies con un golpeteo metálico.

—Mi plan es raptarla —explicó Danzhol; la apretó más contra sí y ella notó en la espalda un cuerpo blando y humano—. Hay quien pagaría una fortuna por usted.

—¿Para quién trabaja? —gritó—. ¿Por quién hace esto?

—Ni por mí ni por usted —contestó él—. ¡Ni por nadie vivo!

—Está loco —jadeó Bitterblue.

—¿De veras? —preguntó, casi como si sostuvieran una conversación informal—. Sí, probablemente lo estoy. Pero lo hice para salvarme. Los otros ignoran qué fue lo que me volvió loco. Si lo supieran, no me dejarían acercarme a usted. ¡Los vi! ¡Sí! —gritó.

—¿Que vio qué? —inquirió con las lágrimas corriéndole por las mejillas—. ¿Qué fue lo que vio? ¿De qué está hablando? ¡Suélteme!

La cuerda tenía nudos a intervalos regulares. Bitterblue empezó a entender lo que se proponía hacer el hombre y, con la comprensión, llegó la más absoluta y categórica negativa.
¡Po!

—Hay guardias en los jardines —dijo—. No logrará escabullirse conmigo.

—Tengo una barca en el río y algunos amigos. Uno de ellos es una graceling dotada para el camuflaje y el enmascaramiento. Creo que la impresionará, majestad, aunque yo no lo haya conseguido.

¡Po!

—No, no logrará que…

—Cállese —instó a la par que apretaba la daga para dejar clara su advertencia—. Habla demasiado. Y deje de moverse tanto.

El rezón le estaba dando problemas al noble. Era demasiado pequeño para el alféizar y no dejaba de tintinear contra el suelo de piedra. Danzhol sudaba y mascullaba entre dientes; temblaba un poco y respiraba de forma irregular y superficial. Bitterblue sabía —con una especie de certeza primaria, inquebrantable— que no sería capaz de salir con ese hombre por la ventana más alta del reino para descolgarse por una cuerda sujeta de mala manera. Si Danzhol pretendía huir por allí, iba a tener que arrojarla a la fuerza al vacío.

Intentó contactar con Po una última vez, perdida casi la esperanza. Entonces, cuando a Danzhol se le cayó otra vez el rezón, Bitterblue aprovechó que él tuvo que inclinarse para intentar algo desesperado. Levantando un pie y estirando la mano hacia abajo —gritando, pues tuvo que pegar la garganta a la afilada hoja a fin de llegar donde se proponía— tanteó para dar con el puñal pequeño que llevaba en la bota. Lo tocó y, asiéndolo, se lo hincó con todas sus fuerzas a Danzhol en la espinilla.

El hombre chilló de dolor y rabia, y aflojó la presa lo suficiente para que ella pudiera girar sobre sí misma; Bitterblue le hundió el puñal en el pecho como Katsa le había enseñado, por debajo del esternón y hacia arriba, con fuerza. La sensación al penetrar la hoja era espantosa, inimaginablemente horrible; el cuerpo era demasiado sólido y elástico y, de repente, demasiado pesado. La sangre le empapó las manos. Empujó fuerte contra el peso del cuerpo. El hombre se desplomó en el suelo.

Transcurrieron unos instantes.

Entonces retumbaron unos pasos por la escalera y Po irrumpió violentamente en el despacho, seguido por otros. Bitterblue se encontró en sus brazos, pero no lo notaba; le hacía preguntas que ella no entendía, pero debió de contestarle, porque apenas pasó un segundo antes de que la soltara, atara el rezón de Danzhol al alféizar, echara la cuerda por la ventana, y se deslizara por ella a continuación.

No podía apartar la vista del cuerpo de Danzhol. De pronto se encontró apoyada en la pared de enfrente, vomitando. Alguien amable le sujetó el pelo para apartárselo de la cara. Oyó el runrún de una voz por encima de ella. Era lord Giddon, un noble de Terramedia, el compañero de viaje de Po. Y entonces rompió a llorar.

—Ya está —dijo Giddon con suavidad—. No pasa nada.

Bitterblue trató de enjugarse las lágrimas, pero tenía las manos llenas de sangre; se volvió hacia la pared y vomitó de nuevo.

—Traed un poco de agua —oyó pedir a Giddon. Al poco, el noble le estaba lavando las manos con un paño.

Había muchísima gente en el despacho. Estaban todos sus consejeros, ministros y administrativos, y su guardias graceling no dejaban de salir por la ventana, lo que le provocaba mareos. Thiel se encontraba sentado y gemía. Rood se había arrodillado a su lado y sostenía algo contra la cabeza de Thiel. Su guardia Holt se hallaba cerca, observándola, con la preocupación brillándole en los ojos, uno con un iris plateado y el otro gris. En ese momento apareció Helda, que envolvió a Bitterblue en un abrazo cálido y suave. Y entonces ocurrió lo más sorprendente. Thiel se acercó a ella, cayó de hinojos a sus pies y, tomándole las manos, se las llevó a la cara. En sus ojos vio algo al descubierto y roto que ella no comprendió.

—Majestad —dijo con voz temblorosa—. Si ese hombre os hubiera herido, jamás me lo habría perdonado.

—Thiel, no me hizo daño. A ti te hizo mucho más. Deberías acostarte.

Bitterblue empezó a temblar. Hacía un frío horrible allí.

Thiel se incorporó y, sin soltarle las manos, les habló a Helda, Giddon y Holt de manera sosegada:

—La reina sufre una conmoción por el impacto emocional. Debe ir a acostarse y descansar lo que sea menester. Que venga un sanador, le cure los cortes y prepare una infusión de lorasima, que le calmará los temblores y reemplazará parte del líquido que ha perdido. ¿Entendido?

Todos lo entendieron. Y se hizo lo que Thiel había dicho.

Capítulo 7

B
itterblue estaba tumbada debajo de las mantas, tiritando y demasiado cansada para quedarse dormida. No dejaba de darle vueltas a lo ocurrido. Tiró de la sábana bordada para arroparse. Cinérea bordaba sin descanso, siempre; bordaba los embozos de las sábanas y las fundas de almohada con esas figuras pequeñas y alegres de barcas y castillos y montañas, brújulas y anclas y estrellas fugaces. Los dedos le volaban mientras cosía. No era un recuerdo alegre.

Retiró la ropa de cama y fue hacia el baúl de su madre. Se arrodilló delante y posó las palmas de las manos en la tapa de madera oscura, cubierta con hileras e hileras de adornos preciosos muy semejantes a los que a Cinérea le gustaba bordar. Estrellas y soles, castillos y flores, llaves, copos de nieve, botes, peces. Guardaba el recuerdo de que esas cosas le habían gustado de pequeña, comprobar que los bordados de su madre hacían juego con partes de su baúl.

«Como piezas de un rompecabezas unidas —pensó—. Como cosas que tienen sentido. ¿Qué me pasa?».

Encontró una amplia bata roja que hacía juego con la alfombra y las paredes del dormitorio, y después, sin una razón que pudiera explicar, se retó a sí misma a ir a la ventana y mirar hacia abajo, al río. Ya había salido por una ventana con su madre. Puede que fuera incluso esa misma ventana. Y entonces no hubo una cuerda, solo sábanas atadas unas a otras. Ya abajo, en los jardines, su madre mató a un guardia con un cuchillo. No tuvo más remedio que hacerlo. El guardia no les habría dejado pasar. Su madre se acercó sigilosamente a él y lo apuñaló por la espalda.

«He tenido que matarlo», se dijo Bitterblue.

Miró fuera y vio a Po allí abajo, en los jardines traseros del castillo, acodado en el muro y con la cabeza apoyada en las manos.

Bitterblue regresó a la cama y, tendiéndose encima, se acarició la cara con las sábanas de su madre. Unos segundos después se levantó, se vistió con un sencillo vestido verde y se sujetó los cuchillos a los antebrazos, tras lo cual salió a buscar a Helda.

Helda se había sentado en un lujoso sillón azul de la sala de estar de Bitterblue y cosía en una tela del color de la luna.

—Debería estar durmiendo, majestad. —La miró con preocupación—. ¿No le hizo efecto la infusión?

Bitterblue paseó de un lado a otro de la sala mientras pasaba los dedos por las estanterías vacías de la librería sin saber muy bien qué buscaba; polvo no, desde luego, porque no había ni una mota.

—No puedo dormir. Me volveré loca si sigo intentándolo.

—¿Tiene hambre? —preguntó Helda—. Nos han traído algunas cosas para desayunar. Lo trajo Rood, empujando él mismo el carrito, insistiendo en que lo querríais. Me faltó valor para no dejarlo pasar. Parecía tan desesperado por hacer algo para consolarla y que se sintiese mejor…

La panceta mejoró espectacularmente las cosas, pero Bitterblue aún estaba demasiado alterada para dormir.

Una escalera de caracol que había cerca de sus aposentos y que no se utilizaba nunca descendía hasta una pequeña puerta guardada por un miembro de la guardia monmarda. La puerta daba al jardín trasero del castillo.

¿Cuándo fue la última vez que había estado en ese jardín? ¿Había vuelto una sola vez desde que se habían llevado las jaulas de Leck? Al salir al jardín se encontró cara a cara con la escultura de una criatura que parecía una mujer, con manos, cara y cuerpo de mujer, pero tenía garras, dientes, orejas y casi la pose de un gran puma erguido sobre las patas traseras. Bitterblue miró con intensidad los ojos de la estatua, que parecían llenos de vida y asustados; no era una mirada vacía, como podría esperarse en los ojos de una escultura. La mujer gritaba. En la postura había tensión, en el gesto de alargar los brazos y en la curvatura de la columna vertebral y el cuello, que de algún modo creaban la sensación de un tremendo dolor físico. Una enredadera viva, con flores doradas, se enroscaba prietamente alrededor de una pata trasera.

«Es una mujer transformándose en un puma —pensó Bitterblue—. Y le duele de un modo horrible».

A ambos lados se alzaban altos muros de arbustos que cerraban el jardín, en el que crecían libremente árboles, parras y flores. El suelo descendía hacia el bajo muro de piedra que daba al río. Po seguía allí, apoyado en los codos y con los ojos mirando fijamente —o dando la impresión de mirar— a las aves zancudas que se arreglaban las plumas con el pico, subidas a los pilotes.

Al acercarse a él, su primo apoyó la cabeza en las manos otra vez. Ella lo entendió. Nunca había sido difícil de descifrar el estado de ánimo de Po.

El mismo día en que Bitterblue perdió a su madre, ese hombre, su primo, la encontró. En el tronco hueco de un árbol caído. La puso a salvo corriendo a toda velocidad a través del bosque con ella cargada al hombro. Intentó matar a su padre para salvarla, pero fracasó y estuvo a punto de morir él; así perdió la vista. Intentando protegerla.

—Po —llamó suavemente y se puso a su lado—. No es culpa tuya, lo sabes.

Po inhaló y luego soltó el aire.

—¿Vas siempre armada? —preguntó, en tono sosegado.

—Sí. Ahora llevo un cuchillo en la bota.

—¿Y cuando duermes?

—Duermo con los cuchillos sujetos con correas a los antebrazos.

—¿Y alguna vez regresas a casa y duermes en tu propia cama?

—Siempre, excepto anoche —contestó con cierta acritud—. Aunque eso no es asunto tuyo.

—¿Querrías plantearte llevar siempre los cuchillos enfundados en los antebrazos a lo largo del día, como ahora?

—Sí y, además, ¿por qué llevarlos escondidos? Si me atacan en mi propio despacho, ¿por qué no puedo llevar una espada?

—Tienes razón, deberías llevarla. ¿Estás desentrenada?

Bitterblue no había tenido ocasión de empuñar una espada en los últimos… tres o cuatro años, calculó.

—Mucho.

—Giddon o yo o uno de tus guardias entrenaremos contigo. Y a todos los visitantes se los registrará de ahora en adelante. Hace un momento me he cruzado un instante con Thiel y lo he notado consumido por la preocupación que siente por ti; se odia a sí mismo, prima, por no ocurrírsele registrar a Danzhol. Tus guardias consiguieron atrapar a dos de sus cómplices, pero ninguno de ellos sabía a quién pensaba pedir Danzhol un rescate por ti. Me temo que el tercer cómplice, una chica, escapó. Esa joven podría hacer mucho daño si quisiera, Bitterblue, y ni siquiera sé cómo aconsejarte que tengas cuidado con ella. Su gracia la dota para… Supongo que podríamos llamarlo ocultación.

Other books

Pierced by Thomas Enger
The Body Looks Familiar by Richard Wormser
Three Days To Dead by Meding, Kelly
Flirting with Love by Melissa Foster
The Queen's Army by Marissa Meyer
Mindworlds by Phyllis Gotlieb
The Rebel Heir by Elizabeth Michels