Bitterblue (10 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Zaf limpió el picaporte de los churretes de sangre, se dirigió a la puerta principal de la tienda y limpió asimismo la manilla. Mientras regresaba hacia la tenue luz, Bitterblue vio su expresión con claridad, pero no supo qué conclusión sacar, porque parecía enfadado y feliz y perplejo, todo a la vez. Se paró junto a ella y cerró la puerta que daba al cuarto de atrás, de forma que la luz dejó de iluminar la tienda.

A Bitterblue no le importaba quedarse sola con él en la oscuridad, tuviera la expresión que tuviese. Desplazó las manos hacia los cuchillos que llevaba en las mangas y dio un paso hacia atrás para alejarse de él. Tropezó con algo puntiagudo que la hizo soltar un chillido.

Zaf empezó a hablar sin que, al parecer, advirtiera su ansiedad:

—Tenía un ungüento que le frenó la hemorragia —dijo, maravillado—. Le hizo una incisión, le sacó algo del abdomen, lo arregló y volvió a meterlo. Nos ha dado tantas medicinas que no soy capaz de controlar para qué sirven y, cuando Tilda ha intentado pagarle, solo le ha cogido unas pocas monedas de cobre.

Sí, compartía la extrañeza de Zaf. Le complacía que Madlen hubiera tomado unos cuantos céntimos, porque, después de todo, era la sanadora de la reina. Si hubiera rehusado cobrar algo podría parecer que había realizado esa curación en nombre de la soberana.

—Chispas —continuó Zaf, sorprendiendo a Bitterblue por la intensidad que destilaba su voz—. Roke no habría podido hacer lo que ha hecho Madlen. Incluso cuando te mandé a buscarlo, sabía que no estaría en sus manos salvarlo. Creo que no lo habría conseguido ningún curandero.

—Aún no sabemos si se salvará —le recordó ella con suavidad.

—Tilda tiene razón —dijo él—. Teddy es descuidado y demasiado confiado. Tú eres un ejemplo clásico: no podía creer cómo simpatizó contigo sin saber nada de ti. Cuando descubrimos que vivías en el castillo tuvimos una buena pelea. No sirvió de nada, por supuesto; estaba tan deseoso de volver a verte como siempre. Y lo cierto es que, de no haberlo hecho, ahora podría estar muerto. Es la graceling de vuestro castillo la que le ha salvado la vida.

Al final de una larga noche de desvelo y preocupación, la idea de que esos amigos fueran enemigos de la reina resultaba deprimente. Ojalá pudiera poner a sus espías tras ellos sin despertar sospechas en Helda respecto a cómo los conocía.

—Supongo que no hace falta advertiros de que la presencia de Madlen aquí esta noche ha de mantenerse en secreto —dijo—. Cuidad de que nadie la vea salir de la tienda.

—Eres todo un enigma, Chispas.

—Mira quién habla. ¿Por qué alguien tendría que matar a un ladrón de gárgolas?

Zaf apretó los labios en un gesto duro.

—¿Cómo te has…?

—Os vi hacerlo.

—Eres una fisgona.

—Y tú tienes debilidad por las peleas. Lo vi y punto. Supongo que no vas a intentar cualquier estupidez como revancha, ¿verdad? Si empiezas a acuchillar a la gente…

—No acuchillo a la gente salvo para impedir que me acuchillen a mí, Chispas.

—Estupendo, yo tampoco —dijo aliviada, con voz desfallecida.

Al oírla, Zaf soltó una risa suave que fue
in crescendo
hasta que ella acabó por sonreír. Por las rendijas de las contraventanas empezó a colarse una luz gris. Dentro de la tienda las cosas comenzaron a cobrar forma: había mesas cargadas con montones de papel, unos soportes verticales con extraños accesorios cilíndricos y una estructura enorme en el centro de la habitación, como un barco nocturno que emergiera del agua, con algunas partes brillantes, como si estuvieran hechas de metal.

—¿Qué es eso? —preguntó ella, señalándola—. ¿La prensa de imprimir de Teddy?

—Un panadero empieza a trabajar antes de que salga el sol —dijo Zaf sin hacerle caso—. Vas a llegar tarde a trabajar hoy, Chispas, y la reina no tendrá pan esponjoso para desayunar.

—Un tanto aburrido para ti, ¿no?, lo de trabajar en un taller, como un hombre honrado, tras una vida en el mar.

—Debes de estar cansada —respondió él suavemente—. Te acompañaré a casa.

Para Bitterblue fue un perverso consuelo la falta de confianza de Zaf.

—De acuerdo —dijo—. Pero antes pasemos a ver a Teddy.

Apartándose de la pared, siguió a Zaf de vuelta a la trastienda; le pesaban las piernas y tuvo que sofocar un bostezo. Iba a ser un día muy largo.

Recorriendo las calles de camino al castillo, fue un alivio para Bitterblue el hecho de que Zaf no mostrara ganas de conversar. Bajo la creciente luz, el joven caminaba balanceando los brazos en vaivén desde los fuertes y rectos hombros, en actitud vigilante.

«Probablemente duerme más en un día que yo durante una semana —pensó de mal humor—. Seguramente vuelve a casa tras esas largas veladas nocturnas y duerme hasta el ocaso. Los delincuentes no tienen que levantarse a las seis para ponerse a firmar fueros, actas y disposiciones a las siete».

Él se frotó la cabeza enérgicamente hasta que el cabello se le puso de punta, como las plumas de un aturullado pájaro fluvial, y después masculló entre dientes algo que sonaba desolado y enojado por igual. Bitterblue olvidó su irritación. El aspecto de Teddy cuando entraron a verlo solo era un poquito mejor que el que hubiese tenido si estuviera muerto, con la cara como una máscara y los labios azulados. Madlen tenía la boca apretada en un rictus adusto.

—Zaf —dijo Bitterblue mientras alargaba la mano para que se parara—. Descansa cuanto puedas hoy, ¿vale? Debes cuidarte si quieres ayudar a Teddy.

Hubo un ligero tic en la boca del joven que curvó hacia arriba la comisura.

—Mi experiencia con las madres es muy limitada, Chispas, pero eso me ha sonado muy maternal.

A la luz del día, uno de los iris del muchacho tenía un suave color púrpura rojizo. El otro, igualmente suave y profundo, era azul purpúreo.

Ror le había regalado a Bitterblue un collar con una gema que tenía ese mismo matiz azul púrpura. Tanto a la luz del día como a la de la lumbre, la gema parecía cobrar vida al cambiar y oscilar su fulgor. Era un zafiro lenita.

—Te pusieron ese nombre por el color de los ojos —dijo—. Y fueron lenitas quienes te lo pusieron.

—Sí. También tengo un nombre monmardo que me dio mi verdadera familia cuando nací, claro. Pero Zafiro es el que he usado siempre.

Bitterblue pensó que tenía unos ojos un poco demasiado hermosos; todo su aspecto pecoso e inocente era demasiado bello para tratarse de una persona a quien jamás confiaría algo que quisiera volver a ver. Él no era como sus ojos.

—Zaf, ¿cuál es tu gracia?

—Te ha costado una semana larga atreverte a preguntarlo, Chispas.

—Soy una persona paciente.

—Además de creer solo lo que constatas por ti misma.

Bitterblue resopló con sorna.

—Como es de lógica con todo lo relacionado contigo —repuso.

—Ignoro cuál es mi gracia.

—¿Y eso qué se supone que significa? —preguntó Bitterblue con una mirada escéptica.

—Exactamente lo que he dicho. No lo sé.

—Tiene narices. ¿Acaso no se hace evidente en la infancia?

Zaf se encogió de hombros.

—Sea lo que sea —dijo luego—, ha de ser algo que nunca me ha servido para nada. Por ejemplo comerme un pastel tan grande como un barril sin que tenga una indigestión; pero no, eso no es, porque ya lo he probado. Créeme —añadió, poniendo los ojos en blanco y haciendo un apático ademán de resignación—. Lo he intentado todo.

—Bien, al menos sé que no es decir mentiras que la gente se traga, porque no te creo.

—No te miento, Chispas —afirmó Zaf sin que al parecer se sintiera ofendido.

Sumiéndose en el silencio, Bitterblue echó a andar otra vez. Nunca había visto el distrito este a la luz del día. Una floristería de piedra sucia se inclinaba peligrosamente hacia un lado, apuntalada con vigas y en algunas partes con una rápida mano de pintura blanca dada por encima. En otro sitio unas planchas de madera, colocadas de forma desmañada, cubrían un agujero en un tejado de estaño; las planchas las habían pintado plateadas para que estuvieran a juego. Un poco más adelante había unos postigos de madera rotos arreglados con tiras de lona, y la madera y la lona se habían pintado por igual de azul claro como el cielo.

¿Por qué se molestaría alguien en pintar contraventanas —o una casa o lo que fuera— sin antes repararlas como era debido?

Cuando Bitterblue le enseñó el anillo al guardia lenita que estaba en las torres de entrada y accedió al castillo, era completamente de día. Cuando, con la capucha bien calada, mostró de nuevo el anillo y susurró el santo y seña del día anterior, «tarta de sirope», los guardias apostados en la entrada a sus aposentos abrieron un poco las grandes puertas, también ellos con la cabeza inclinada.

Ya dentro del vestíbulo, evaluó la situación. Al fondo del pasillo, a la izquierda, la puerta del cuarto de Helda estaba cerrada. A la derecha, Bitterblue no oyó moverse a nadie en la sala de estar. Giró a la izquierda y entró en su dormitorio, se quitó la capelina por la cabeza y cuando sus ojos le asomaron por la tela dio un brinco y casi soltó un grito. Po estaba sentado en el baúl que había contra la pared: en sus orejas brillaba el oro, tenía los brazos cruzados y los ojos la evaluaban con calma.

Capítulo 6


P
rimo —dijo, recobrando el dominio de sí misma—. ¿Tanto te cuesta ser anunciado, como cualquier otro invitado normal?

Po enarcó una ceja y respondió:

—He sabido desde que llegué anoche que no te encontrabas donde se suponía que debías estar. Las cosas no han cambiado en el transcurso de la noche. ¿En qué momento te habría gustado que me lanzara a buscar a alguien de tu personal y lo despertara para pedirle que me anunciara?

—Vale, de acuerdo, pero no tienes derecho a colarte en mi dormitorio a hurtadillas.

—No me colé a hurtadillas. Helda me dejó entrar. Le dije que querías que te despertara con el desayuno.

—Si mentiste para entrar, entonces es como si lo hubieras hecho a hurtadillas. —En ese momento vio por el rabillo del ojo una bandeja de desayuno llena de platos sucios amontonados y cubiertos utilizados—. ¡Te lo has comido todo! —exclamó, indignada.

—Da mucha hambre estar sentado en el dormitorio toda la noche, preocupado por ti y esperando que aparezcas —respondió con suavidad.

Hubo un silencio que se prolongó sin que ninguno de los dos lo rompiera y que a Bitterblue se le hizo muy largo. Casi todo lo que le había dicho hasta ese momento a su primo había sido una tentativa de distraerlo mientras ella controlaba las emociones, las agrupaba y las expulsaba a fin de afrontar el encuentro con la mente en blanco y tranquila, sin pensamientos que él pudiera descifrar. Se le daba bastante bien hacerlo. Incluso si se sentía embotada y temblaba por la fatiga, era muy buena dejando la mente vacía.

Ahora, con la cabeza ladeada, parecía que Po la estuviera observando. Solo había seis personas en todo el mundo que sabían que Po había perdido la vista y que su gracia no era la lucha cuerpo a cuerpo, como él afirmaba, sino una clase de capacidad mentalista que captaba ciertas ideas y sensaciones, lo que le permitía percibir a las personas y la corporeidad de las cosas. En los ocho años transcurridos desde la terrible caída en que perdió la vista había perfeccionado la técnica de simular que veía, y solía hacer de ello una costumbre incluso con las seis personas que sabían que estaba ciego. El engaño era necesario, porque a la gente no le gustaban los mentalistas, además de que los reyes explotaban su gracia. Po había estado fingiendo toda su vida que no era uno de ellos, y ya era un poco tarde para dejar de lado el fingimiento.

Bitterblue creía saber lo que Po estaba haciendo, sentado allí, con los ojos —uno plateado y otro dorado— prendidos en ella con un suave brillo afectuoso. Estaba deseoso de descubrir dónde había pasado toda la noche y por qué iba disfrazada; no obstante, a Po no le gustaba percibir los pensamientos de sus amigos. Además, esa percepción era limitada: solo captaba aquellos que, de algún modo, estuvieran relacionados con él; después de todo, gran parte de los pensamientos de una persona durante un interrogatorio guardaban cierta relación con el interrogador. Por ende, en ese momento intentaba hallar el modo de pedirle con ecuanimidad que le diera una explicación, con palabras vagas que no fueran capciosas, y así permitirle que respondiera como ella quisiera, sin forzar una reacción emocional que él sabría interpretar.

Se acercó a la bandeja del desayuno para buscar las sobras y encontró un trozo de tostada que él no se había comido. Estaba muerta de hambre, así que le dio un mordisco.

—Ahora encargaré un desayuno para ti y me lo comeré con tan poca consideración como tú te has comido el mío —dijo.

—Bitterblue, ese graceling con el que has venido y del que te has separado al llegar al castillo, ese muchacho magnífico, musculoso y con adornos de oro lenitas…

Captando muy bien lo que eso implicaba, Bitterblue giró con rapidez sobre sus talones para mirarlo, sobrecogida por el alcance de su gracia, y furiosa porque en su pregunta no había provocación.

—Po —espetó—, te prevengo de que no sigas por ese camino y lo intentes con un enfoque completamente diferente. ¿Por qué no me cuentas las noticias de Nordicia?

Él apretó los labios, disgustado.

—El rey Drowden ha sido destronado —anunció.

—¿Qué? —chilló Bitterblue—. ¿Destronado?

—Se puso un cerco —explicó Po—. Drowden vive ahora en las mazmorras, con las ratas. Va a haber un juicio.

—Pero ¿por qué no vino a informarme un mensajero?

—Porque el mensajero soy yo. Giddon y yo hemos venido directamente a verte en cuanto las cosas se han estabilizado. Hemos cabalgado dieciocho horas diarias y hemos cambiado los caballos con más frecuencia de lo que hemos comido nosotros. Podrás imaginar mi satisfacción cuando hemos entrado a caballo, al borde del colapso, y luego he tenido que permanecer despierto toda la noche, preguntándome donde diantres te habías metido y si debería dar la alarma y cómo iba a explicar a Katsa tu desaparición.

—¿Qué está pasando en Nordicia? ¿Quién gobierna ahora?

—Un comité formado por miembros del Consejo.

El Consejo era el nombre de una asociación clandestina compuesta por Katsa y Po, Giddon y el príncipe Raffin, además de todos los amigos secretos dedicados a originar desórdenes. Katsa había empezado con ello hacía años con el propósito de poner freno a los atropellos perpetrados por los monarcas más execrables contra sus propios súbditos.

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