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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (14 page)

—Oh, cierto. —Se había olvidado de las andanzas de los otros tres—. ¿Iban cargados con algo?

—Desde luego que sí. Un pequeño saco que Bren subió al piso de arriba antes de que yo tuviera ocasión de echarle un vistazo.

—¿Hacía ruido? ¿Un tintineo o algo parecido?

—No, ningún ruido, majestad. Ella lo sostenía cerca de sí con cuidado.

—¿Podrían ser monedas de plata?

—Claro, igual que podría haber sido harina o carbón o las gemas de las coronas de los seis monarcas, majestad.

—Cinco, Madlen. Drowden ha sido derrocado —le informó—. Me enteré esta mañana.

La sanadora se sentó derecha y bajó los pies al suelo.

—Por todas las inundaciones —maldijo, y luego la miró con solemnidad—. El día de hoy está plagado de hechos asombrosos. Cuando su majestad me diga que el rey Thigpen ha sido depuesto, me caeré de la cama.

Thigpen era el rey de Elestia. Ese era el reino del que Madlen decía haber escapado, aunque la sanadora se mostraba siempre muy reservada respecto a su pasado y hablaba con un acento que no coincidía con ninguno de los siete reinos que Bitterblue conocía. Madlen había llegado a su corte buscando trabajo hacía siete años y había hecho alusión durante su entrevista al hecho de que, excepto en Lenidia y Monmar, en los otros reinos, y en especial en Elestia, los graceling eran esclavos de sus monarcas, una circunstancia que para ella era inadmisible. Bitterblue había tenido el tacto de no preguntar a Madlen si se había arrancado el ojo para ocultar su naturaleza graceling durante la huida. De ser así… En fin, la gracia de Madlen era curar, así que probablemente sabía el mejor modo de hacerlo.

La cena tuvo lugar en su sala de estar, temprano. Sonaba el suave tictac de un reloj y su corona captaba la luz de un sol al que aún le faltaba mucho para ponerse.

«Tengo que permanecer despierta para ir a ver a Teddy», pensó Bitterblue.

Po se reunió con ella y con Helda para la cena. Esta había sido antaño la aya de Katsa en Terramedia y era aliada del Consejo desde hacía tiempo. Mimó a Po como si fuera un nieto al que hacía mucho que no veía.

«No debo pensar cómo tendré que escabullirme esta noche sin que Po se dé cuenta. Puedo pensar en escabullirme. Solo he de evitar pensar en escabullirme sin que él se dé cuenta, porque lo sabrá de inmediato».

Por supuesto, la otra faceta de la gracia de Po era percibir la corporeidad de todo y de todos, por lo que probablemente percibiría su marcha tanto si estaba al tanto de sus pensamientos como si no. Lo cual era muy posible que ya supiera a esas alturas, de todos modos, por haber estado dándole tantas vueltas a la idea de no pensar en ello.

Y entonces, por fortuna, Po se levantó para marcharse. Giddon apareció con un hambre voraz, palmeó el hombro a Po y se sentó en su silla. Helda salió a alguna parte con un par de espías que habían llegado. Bitterblue estaba sentada enfrente de Giddon, con la cabeza inclinada sobre el plato.

«Tengo que preguntarle sobre lo ocurrido en Nordicia —pensó—. He de mantener una conversación educada y agradable y no he de contarle mis planes para escabullirme. Es apuesto, ¿verdad? La barba le queda bien».

—Rompecabezas —dijo, tontamente.

—¿Perdón, majestad? —preguntó él, que soltó el cuchillo y el tenedor para mirarla a la cara.

—Oh —exclamó al darse cuenta de que había hablado en voz alta—. No, nada. Estoy rodeada de enigmas, eso es todo. Me disculpo por el estado en que me encontraba cuando nos vimos esta mañana, Giddon. No es así como habría querido darle la bienvenida a Monmar.

—Majestad, no debe disculparse por eso —respondió con inmediata conmiseración—. También yo pasé por algo parecido la primera vez que me vi envuelto en la muerte de alguien.

—¿De verdad? ¿Qué edad tenía entonces?

—Quince años.

—Perdón, Giddon —se disculpó avergonzada mientras intentaba contener un bostezo—. Estoy exhausta.

—Debería descansar.

—He de permanecer despierta —contestó.

Y entonces, al parecer, se quedó dormida, porque despertó al rato en la cama, confusa. Giddon debía de haberla ayudado a llegar al dormitorio, le había quitado las botas, le había soltado el pelo y la había metido entre las sábanas. Entonces se recordó a sí misma diciendo: «No puedo dormir con todas estas horquillas en el pelo». Y la voz profunda de lord Giddon diciendo que iría a buscar a Helda. Y ella, medio dormida, respondiendo enérgicamente «No, no quiero esperar», y empezando a darse tirones de las trenzas recogidas, y Giddon alargando las manos para impedir que siguiera tirando y sentándose a su lado en la cama para ayudarla mientras le decía cosas a fin de que se tranquilizara. Y ella recostándose contra él cuando le soltó el cabello, y los murmullos de caballerosa comprensión cuando ella farfulló contra su pecho: «Estoy muy cansada. Oh, hace tanto que no duermo».

«Ah, qué mortificante —pensó. Y ahora la garganta le escocía y los músculos le dolían como si hubiese estado en una clase de lucha de Katsa—. Hoy he matado a un hombre», recordó, y ese pensamiento hizo que las lágrimas le corrieran por las mejillas. Apretada la cara contra la almohada bordada por su madre, lloró a lágrima viva.

Al cabo de un rato, los sentimientos se encalmaron en torno a un pequeño consuelo: «Mamá también tuvo que matar a un hombre. Solo he hecho lo que hizo ella».

Un papel crujió en el bolsillo del vestido. Limpiándose las lágrimas, Bitterblue sacó las extrañas palabras de Teddy y las sostuvo en la mano apretada. Dentro de ella germinó una pequeña determinación. Era descifradora de rompecabezas y también una buscadora de la verdad. Ignoraba lo que Teddy había querido decir con eso, pero sabía lo que significaba para ella. Tanteando, encendió una lámpara, encontró pluma y tinta y escribió en el reverso del papel:

LISTA DE PIEZAS DEL ROMPECABEZAS

Las palabras de Teddy. ¿Quiénes son mis «hombres principales»? ¿A qué se refería con «cortar y coser»? ¿Corro peligro? ¿Para quién soy un blanco?

Las palabras de Danzhol. ¿Qué fue lo que vio? ¿Era cómplice de Leck de algún modo? ¿Qué era lo que intentaba decir?

Las actividades de Teddy y Zaf. ¿Por qué robaron una gárgola y también otras cosas? ¿Qué significa robar lo que ya ha sido robado?

Los informes de Darby. ¿Me mintió respecto a que las gárgolas nunca habían estado en la muralla?

Misterios generales. ¿Quién atacó a Teddy?

Cosas que he visto con mis propios ojos. ¿Por qué el distrito este se está cayendo en pedazos pero aun así está adornado? ¿Por qué Leck fue tan peculiar respecto a la decoración del castillo?

¿QUÉ hizo Leck?

Ahí garabateó unas cuantas notas:

Animalitos torturados. Hacer que desapareciera gente. Cortar. Incendiar imprentas. (Construir puentes. Hacer remodelaciones en el castillo). Con franqueza, ¿cómo voy a saber gobernar mi reino si no tengo ni idea de lo que ocurrió en el reinado de Leck? ¿Cómo voy a entender lo que mi pueblo necesita? ¿Cómo puedo descubrir más cosas? ¿Quizás en los salones de relatos? ¿Debería preguntar otra vez a mis consejeros, aunque no me den respuestas?

Añadió una pregunta más, despacio y en minúscula:

¿Cuál es la gracia de Zaf?

Entonces, volviendo a la lista larga, escribió:

¿Por qué todo el mundo está loco? Danzhol. Holt. El juez Quall. Ivan, el ingeniero que intercambió las lápidas y las sandías. Darby. Rood.

A todo esto, se preguntó si podía considerarse locura el beber demasiado de vez en cuando o padecer de los nervios. Bitterblue tachó «está loco» y lo sustituyó por «es tan raro». Pero eso abría la lista a cualquiera. Todos eran raros. En un ataque de frustración, tachó «tan raro» y escribió «EXCÉNTRICO», en mayúsculas. A continuación añadió a Thiel y a Runnemood, a Zaf, a Teddy, a Bren, a Tilda, a Deceso y a Po, para no dejar cabos sueltos.

Segunda parte
Rompecabezas y embrollos

(septiembre)

Capítulo 8

A
lguien, una persona maravillosa, había hecho desaparecer hasta el último indicio de la sangre de Danzhol del suelo de piedra del despacho. Incluso buscándola a propósito, Bitterblue no consiguió ver ni rastro.

Releyó el fuero con detenimiento, dejando que cada palabra penetrara en su mente y cobrara sentido, tras lo cual lo firmó. Ahora ya no había razón para no hacerlo.

—¿Qué vamos a hacer con el cadáver? —le preguntó a Thiel.

—Se ha incinerado, majestad —respondió el primer consejero.

—¿Qué? ¿Ya? ¿Por qué no se me informó? Habría querido asistir a la ceremonia.

La puerta del despacho se abrió y entró Deceso, el bibliotecario.

—No podía retrasarse más la incineración del cuerpo, majestad. Acabamos de comenzar septiembre —comentó Thiel.

—Y no se diferenció en nada a cualquier otra ceremonia de cremación, majestad —abundó Runnemood desde la ventana.

—¡No se trata de eso! —replicó Bitterblue—. Maté a ese hombre, por todas las boñigas. Tendría que haber estado presente.

—De hecho, no es una tradición monmarda incinerar a los muertos, ¿sabe, majestad? Nunca lo ha sido —intervino Deceso.

—Sandeces —protestó Bitterblue, contrariada—. Todos celebramos ceremonias con fuego.

—Supongo que no es oportuno contradecir a la reina —repuso el bibliotecario con un sarcasmo tan evidente que Bitterblue se sorprendió a sí misma asestándole una mirada durísima.

Ese hombre, con casi setenta años, tenía la piel fina como papel, más propia de un anciano nonagenario, y los ojos disparejos, uno de color verde como las algas y el otro violáceo —el mismo tono que el de sus labios apretados—, que siempre estaban secos y parpadeaban sin parar.

—Mucha gente de Monmar incinera a los muertos, majestad —continuó el hombrecillo—, pero no es costumbre del reino hacerlo, como estoy seguro de que sus consejeros saben, sino que era lo que hacía el rey Leck. Es su tradición la que honramos cuando quemamos a nuestros muertos. Los monmardos, antes del reinado de Leck, envolvían el cadáver en tela impregnada con una infusión de hierbas y lo sepultaban en la tierra, a medianoche. Lo hacían así, como mínimo, desde que hay constancia escrita. Quienes lo saben aún lo siguen haciendo.

De pronto Bitterblue se acordó del cementerio por el que había atajado de vuelta al castillo muchas noches, y en Ivan el ingeniero, que había intercambiado las sandías por las lápidas funerarias. ¿Qué sentido tenía mirar las cosas si no se fijaba en ellas?

—Si tal cosa es cierta, entonces, ¿por qué no hemos retomado las costumbres monmardas? —inquirió.

La pregunta se la hizo directamente a Thiel, que estaba de pie frente a ella, con aire paciente y preocupado.

—Imagino que por no querer disgustar a la gente sin necesidad, majestad. Si les gustan las ceremonias crematorias, ¿por qué íbamos a impedírselo?

—Pero ¿qué tiene eso de innovación con visión de futuro? —preguntó Bitterblue, desconcertada—. Si queremos dejar atrás el recuerdo de Leck, ¿por qué no recordar a la gente que tal era la costumbre monmarda de enterrar a sus difuntos?

—Es una nimiedad, majestad, sin importancia apenas —arguyó Runnemood—. ¿Por qué recordarles su sufrimiento? ¿Por qué darles una razón para que crean que, tal vez, hemos estando honrando a sus muertos de forma equivocada?

«No es una nimiedad —pensó Bitterblue—. Tiene que ver con la tradición y el respeto, y con recobrar lo que significa ser monmardo».

—¿Se enterró o se incineró el cuerpo de mi madre? —instó.

La pregunta pareció sobresaltar —y a la par dejar perplejo— a Thiel. El consejero se sentó pesadamente en una de las sillas que había delante del escritorio y no contestó.

—El rey Leck ordenó la cremación del cuerpo de la reina Cinérea en la parte alta del arco del Puente del Monstruo, por la noche, majestad —anunció Deceso, el bibliotecario—. Era como prefería llevar a cabo esas ceremonias. Creo que le agradaba la grandeza de la ambientación y el espectáculo de los puentes iluminados por el fuego.

P
UENTE
DEL
M
ONSTRUO

—¿Había alguien allí a quien en realidad le importara la ceremonia? —preguntó Bitterblue.

—No que yo sepa, majestad —contestó Deceso—. Yo, por ejemplo, no estuve presente.

Había llegado el momento de cambiar de tema, porque Thiel la empezaba a preocupar, sentado allí, con esa mirada vacía en los ojos. Como si se hubiera quedado sin alma.

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