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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (13 page)

—Danzhol mencionó a una graceling dotada para el camuflaje, o algo así.

—Bueno, por lo que he descubierto, te impresionaría lo que hizo para ocultar la barca. Estaba camuflada para que pareciera la rama de un árbol, grande y frondosa, flotando en el agua. O eso he creído entender. Utiliza espejos y me habría gustado ver el efecto por mí mismo. Cuando nos acercamos y tus guardias se dieron cuenta de que era una barca, se quedaron más que pasmados y pensaron que yo era un genio o algo por el estilo, claro, por dirigirme directamente hacia allí sin que me confundiera la apariencia en ningún momento. Los dejé que salieran tras los dos tipos que no eran graceling y yo la perseguí a ella. Y te diré, Bitterblue, que lo que hizo no era normal. La perseguí por la orilla del río, percibiéndola justo delante, y sentí que planeaba ocultarse de mí. Entonces, de golpe, llegó a un muelle, saltó a él y se tendió esperando que la confundiera con un montón de lonas.

—¿Qué? —Bitterblue arrugó la nariz—. Y eso, ¿qué significa?

—Pues que ella estaba convencida de que yo no la veía por tener la apariencia de un montón de lonas —repitió Po—. Me paré, consciente de que tendría que aparentar que me había engañado, aunque me sentía desconcertado porque no me engañaba. ¡No había una sola lona en el muelle! Así que fui hacia un par de hombres que había cerca y les pregunté si veían unas lonas cerca y, en tal caso, que por favor no las miraran fijamente ni las señalaran de manera obvia.

—¿Les pediste eso a unos desconocidos?

—Sí. Pensaron que estaba chiflado.

—¡Pues claro! ¿Qué iban a pensar?

—Entonces me dijeron que sí, que había unas lonas amontonadas justo donde yo sabía que se encontraba ella, de color gris y rojo, como la ropa que llevaba ella, por lo que me han dicho después. Me fastidió mucho, pero tuve que dejarla allí porque bastante espectáculo había dado ya y, además, quería regresar y ver cómo estabas. ¿Sabes que incluso la percibía un poco como si fuera lona? ¿No es fantástico? ¿No es maravilloso?

—¡No, no lo es! Podría estar en este jardín ahora mismo. ¡Podría encontrarse en el muro en el que estamos recostados!

—Oh, pero es que no está —la tranquilizó Po—. No está en ninguna parte del castillo, te lo aseguro. Ojalá estuviera… Quiero conocerla. No percibí malevolencia en ella, ¿sabes? Parecía sentir mucho lo que había ocurrido.

—Po… ¡Intentó raptarme!

—Pero por la sensación que me daba parecía ser amiga de Holt, tu guardia. Intentaré encontrarla. A lo mejor ella podría decirnos qué se traía entre manos Danzhol.

—Pero, Po, ¿qué pasa con la escena que montaste? ¿Y qué pasa con los hombres de mi guardia que te vieron quedarte como si nada con lo de la barca? ¿Estás seguro de que ninguno sospechó algo?

La pregunta pareció atemperarlo.

—Sí, lo estoy. Solo pensaron que era un tipo raro.

—Supongo que sería una pérdida de tiempo pedirte que tengas más cuidado.

Él cerró los ojos.

—Ha pasado tanto tiempo desde que no estoy solo, siempre rodeado de gente… Me encantaría ir a casa una temporada. —Se frotó las sienes y añadió—: El hombre con el que estabas esta mañana, el lenita que no es lenita de nacimiento…

—Po… —se encrespó Bitterblue.

—Lo sé, cariño, lo sé. Solo quiero hacerte una pregunta sencilla: ¿cuál es su gracia?

—Dice que no lo sabe —respondió ella con un resoplido.

—¡Venga ya!

—¿Podrías deducir algo por lo que percibes en él?

Po se quedó pensativo unos instantes y después sacudió la cabeza.

—En un mentalista se nota cierta sensación que él no tenía. Pero percibí algo insólito en él. Algo relacionado con su mente, ¿sabes?, algo que no percibo en cocineros o en bailarines o en tus guardias o en Katsa. Es posible que tenga algún tipo de poder mental.

—¿Podría ser clarividente?

—No lo sé. Conocí a una mujer en Nordicia que llamaba a los pájaros con la mente y los tranquilizaba. Tu amigo… Se llama Zaf, ¿verdad? La percepción que percibo en Zaf es un poco como la de esa mujer, pero no del todo.

—¿Podría tener un poder malévolo como el de Leck?

Po soltó el aire con fuerza.

—Jamás me he topado con alguien que tuviera una mente como la de Leck. Y esperemos que nunca lo encuentre. —Rebulló y cambió el tono de voz—. ¿Por qué no me presentas a Zaf y le pregunto cuál es su gracia?

—Oh, sí, claro, ¿por qué no? No les parecería extraño que me presentara en compañía de un príncipe lenita.

—¿Así que no sabe quién eres? Me lo estaba imaginando.

—Supongo que ahora vas a darme una charla respecto a decir mentiras.

Po se echó a reír, lo que al principio la desconcertó, hasta que recordó con quién estaba hablando.

—Sí, claro. Por cierto, ¿qué explicación diste de tu alocada entrada en mi despacho hoy? ¿La disculpa del espía?

—Por supuesto. Los espías me dicen cosas continuamente en el más estricto secreto y justo en el último momento.

Bitterblue soltó una risita divertida.

—Oh, pero es terrible decir tantas mentiras, ¿no, Po? Sobre todo a personas que confían en ti —comentó.

Su primo no respondió y se volvió hacia la pared con el gesto jocoso aún en la cara, pero también algo más que la hizo callar y desear no haber sido tan frívola. De hecho, la red de mentiras de Po no tenía nada de divertida. Y cuanto más se prolongaba la farsa, cuantas más misiones realizaba Po para el Consejo, cuanta más gente confiaba en él, menos divertido era. La mentira que contó cuando se vio obligado a explicar su incapacidad para leer —que una enfermedad le había afectado la vista de cerca— ponía a prueba la credibilidad de los demás y de vez en cuando las cejas se enarcaban. A Bitterblue no le gustaba imaginar lo que ocurriría si la verdad saliera a la luz. Bastante malo era ya su don como mentalista, pero viniendo de alguien que ha mentido sobre su gracia durante más de veinte años, alguien a quien se admiraba y se elogiaba en los siete reinos… En Lenidia más que eso; allí lo reverenciaban, sin medias tintas. ¿Y qué decir de sus amigos íntimos que lo ignoraban? Katsa lo sabía, y Raffin, y el compañero de Raffin, Bann. La madre de Po y su abuelo. Nadie más. Giddon lo ignoraba, como también Helda. Tampoco lo sabían el padre de Po ni sus hermanos. Celaje no tenía ni idea, y él adoraba a su hermano pequeño.

A Bitterblue no le gustaba pensar en cómo reaccionaría Katsa si la gente empezara a mostrarse violenta o malintencionada con Po. Creía que la ferocidad de Katsa al defenderlo podría ser temible.

—Perdona que no haya sido capaz de ahorrarte el mal rato que has pasado hoy, Escarabajito —dijo Po.

—No hay nada que perdonar. Me las arreglé, ¿verdad?

—Más que eso. Estuviste magnífica.

El parecido de Po con la madre de Bitterblue era tremendo. Cinérea había tenido esa misma nariz recta, esa promesa de sonrisa fácil en torno a la boca. Po hablaba con el mismo acento que su madre, y también era igual esa intensa sensación de lealtad que transmitía. Quizá tenía sentido que Po y Katsa entraran en su vida justo cuando le arrebataban a su madre. No era justo, pero tenía sentido.

—Hice lo que Katsa me enseñó —musitó.

Po alargó el brazo y tiró de ella hacia sí para estrecharla con fuerza, y con ese abrazo logró que ella se centrara de nuevo.

Pasado un rato, Bitterblue fue a la enfermería para informarse sobre el estado de Teddy.

Los ronquidos de Madlen habrían ahogado los graznidos de una invasión de gansos, pero cuando Bitterblue abrió la puerta, la mujer se sentó de golpe en la cama.

—Majestad —dijo con voz ronca al tiempo que parpadeaba—. Teddy está aguantando.

Bitterblue se sentó con pesadez en una silla, encogió las piernas y se las rodeó con los brazos.

—¿Crees que vivirá?

—Es muy probable que sí, majestad.

—¿Les diste todas las medicinas que necesitan?

—Todas las que tenía, majestad, y puedo facilitaros más para que se las deis.

—¿Viste algo…? —Bitterblue no sabía cómo preguntarle aquello—. ¿Viste algo raro mientras estuviste allí, Madlen?

No pareció que la sanadora se sorprendiera por la pregunta, si bien observó a la reina con intensidad, desde el desaliñado cabello hasta la punta de las botas, antes de contestar:

—Sí —admitió—. Se dijeron y se hicieron cosas raras.

—Cuéntamelo todo —pidió Bitterblue—, tanto lo extraño como lo que no lo era.

—Bien, pues, ¿por dónde empezar? Supongo que lo más raro de todo fue la excursión que hicieron después de que Zafiro regresara de acompañar a su majestad a casa. Cuando entró en el trastienda era evidente que estaba bastante contento por algo, majestad, y lanzaba miradas elocuentes a Bren y a Tilda…

—¿Bren?

—Bren, la hermana de Zafiro, majestad.

—¿Y Tilda es hermana de Teddy?

—Lo siento, majestad, di por sentado que…

—No des por sentado nada —la interrumpió Bitterblue.

—Sí, claro. Hay dos parejas de hermanos. Teddy y Zafiro viven en las habitaciones de la trastienda, donde estuvimos, y Tilda y Bren en el piso de arriba. Ellas son mayores que sus hermanos, y llevan tiempo viviendo juntas, majestad. Tilda parece ser la propietaria de la imprenta, pero me dijo que Bren y ella eran maestras.

—¡Maestras! ¿Qué clase de maestras?

—No sabría decirle, majestad —respondió Madlen—. De las que se escabullirían a la tienda con Zafiro, cerrarían la puerta, mantendrían una conversación en susurros para que yo no las oyera y después me dejarían sola con su amigo medio muerto sin decirme nada.

—Así pues, ¿te quedaste sola en su casa? —preguntó Bitterblue al tiempo que se sentaba erguida.

—Teddy recobró el conocimiento, majestad, por lo que salí a la tienda para comunicarles la buena noticia. Entonces fue cuando descubrí que se habían marchado.

—Lástima que Teddy volviera en sí antes de que supieras que estabas sola —exclamó Bitterblue—. Podrías haber registrado sus cosas y haber hallado respuestas a muchas preguntas.

—Ya —rezongó Madlen con aire disgustado—. No es ese mi proceder cuando me dejan sola en la casa de unos desconocidos con un paciente dormido. Sea como fuere, majestad, le alegrará que Teddy despertara, porque se mostró muy comunicativo.

—¿En serio?

—¿Le ha visto los brazos, majestad?

¿Los brazos de Teddy? Había visto los de Zaf, que llevaba marcas lenitas en la parte superior de los brazos, como las que lucía Po; aunque menos elaboradas, tenían el mismo efecto en cuanto a llamar la atención. Y eran igual de atractivas. «Más», pensó, por si acaso Po estaba despierto y el ego le estaba engordando con sus ideas.

—No, ¿qué le pasa en los brazos? —preguntó mientras se frotaba los párpados y suspiraba.

—Tiene cicatrices en uno, majestad. Parecen de quemaduras, como si lo hubieran marcado a fuego. Le pregunté qué le había pasado y dijo que se lo había hecho con la prensa. Me explicó que había intentado despertar a sus padres, sin éxito, y que también se quedó inconsciente, tendido junto a la prensa, hasta que Tilda lo sacó a rastras. No le encontré sentido a su relato, majestad, así que le pregunté si sus padres habían tenido una imprenta que se había incendiado. Empezó a reírse… Bueno, es que estaba bajo el efecto de las drogas, ¿entiende, majestad? Tal vez por eso dijo más de lo que habría dicho de no hallarse en ese estado, y por la misma razón lo dijo de un modo que parecía un sinsentido. Me contó que sus padres habían tenido cuatro imprentas que habían ardido.

—¡Cuatro! ¿Estaba alucinando?

—No estoy segura, majestad, pero cuando puse en tela de juicio sus palabras se mostró firme respecto a que habían tenido cuatro tiendas y que una tras otra habían ardido. Comenté que me parecía una extraña coincidencia y él dijo que no, que eso era exactamente lo que inevitablemente tenía que ocurrir. Le pregunté si sus padres eran demasiado imprudentes y se echó a reír otra vez; luego dijo que sí, que en Burgo de Leck había sido muy imprudente tener una imprenta.

Ahora entendía la historia Bitterblue. Ahora todo tenía sentido.

—¿Dónde están sus padres? —preguntó.

—Murieron en el incendio que lo dejó marcado a él, majestad. Sabía que la respuesta iba a ser esa, y aun así resultó dolorosa.

—¿Cuándo?

—Oh, hará unos diez años. Tenía diez por entonces.

«Mi padre mató a los padres de Teddy —pensó Bitterblue—. Sería lógico que me odiara, y con razón».

—Y entonces me dijo algo con tan poco sentido que lo escribí para no equivocarme cuando se lo contara a su majestad. ¿Dónde lo he puesto?

Malhumorada, Madlen empezó a rebuscar entre los libros y los papeles que tenía en la mesilla. Se inclinó por el borde de la cama y hurgó en la ropa que había tirada en el suelo.

—Aquí está. —Sacó un papel doblado de un bolsillo y lo estiró encima de las mantas—. Dijo: «Supongo que la pequeña reina está a salvo hoy sin su presencia, porque sus hombres principales pueden hacer lo que haría usted. Una vez que uno aprende a cortar y coser, ¿acaso lo olvida por la injerencia de algo o de alguien? ¿Aunque quien interfiriera fuera Leck? Ella me preocupa. Mi ilusión es que la reina sea una persona que va en pos de la verdad, pero, si por hacerlo se convierte en el blanco de alguien, no».

Madlen dejó de leer y miró a Bitterblue, que la observaba con mirada inexpresiva.

—¿Eso es lo que dijo?

—Lo es que yo recuerde, majestad.

—¿Quiénes son mis «hombres principales»? ¿Mis consejeros? ¿Y «el blanco»?

—No tengo ni idea, majestad. Dado el contexto, ¿quizá se refería a sus mejores sanadores?

—Probablemente sea un dislate inducido por los fármacos. Déjame que lo lea —dijo Bitterblue.

La letra de Madlen era grande y esmerada, como la de un niño. Bitterblue se sentó con las piernas dobladas debajo del cuerpo y estuvo dándole vueltas al mensaje durante un tiempo. ¿Cortar y coser? ¿Se refería con eso a lo que hacía un sanador? ¿O se refería a la costura? ¿O a algo terrible, como lo que su padre les hacía a conejos y ratones con cuchillos? «Mi ilusión es que la reina sea una persona que va en pos de la verdad, pero, si por hacerlo se convierte en el blanco de alguien, no».

—Mucho de lo que decía era un galimatías, majestad —dijo Madlen, que tiró del parche del ojo para sacarlo del enganche que había en el poste de la cama y se lo ató a la cabeza por detrás—. Y cuando los otros tres regresaron, tenían el aire de jóvenes muy satisfechos de sí mismos.

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