Bitterblue (53 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Zafiro desea escribirle unas líneas. Dice que usted sabrá la clave.

Lo que seguía era un párrafo en una de las letras más indescifrables que Bitterblue había visto en su vida, tan enmarañada que tardó un poco en darse cuenta de que, en efecto, era un texto cifrado. Le vinieron a la mente dos posibles claves. Para ahorrarse un mal rato y no sufrir una desilusión, probó primero con la hiriente: «mentirosa». No funcionó. Con la segunda, sin embargo, descodificó el texto cifrado:

fue acertado enviar su guardia lenita. le doy gracias por ello. detuvieron hombre con cuchillo que se lanzó sobre mí en campamento cuando salía de río congelado incapaz de luchar. hombre salvaje sonado no supo dar razón ni nombres de contratantes. bolsillos llenos de dinero. así lo hacen. eligen desdichados que hagan trabajo, gente desesperada sin motivos de matar que no los identificaría aunque quisiera, así parecen crímenes al azar sin sentido. sea prudente tenga los ojos bien abiertos. ¿hay guardias vigilando la imprenta?

Bitterblue utilizó la clave de Zaf para contestarle.

Hay guardias vigilando la imprenta. Ten cuidado también en esa agua tan fría Zaf.

Lo último lo añadió tras vacilar unos instantes. La clave era «Chispas». No pudo evitar que su corazón alentara una pequeña esperanza de que él la hubiera perdonado.

Entre tanto, las sábanas bordadas de Cinérea reposaban apiladas en montones, abandonadas, en el suelo del dormitorio, con tres de los libros de Leck escondidos debajo. Bitterblue pasaba todo el tiempo que podía con la nariz metida en uno de esos libros, emborronando con garabatos hojas y hojas de papel, estrujándose el cerebro con cada tipo de conversión de códigos que había leído a lo largo de años; o al menos lo intentaba. Nunca había tenido que hacer algo semejante. Había cifrado mensajes que utilizaban las claves más complicadas que uno pudiera imaginar, y disfrutaba con el esmero y la habilidad con que estaban creadas, así como con los rápidos cálculos de su propia mente. Pero descodificar era harina de otro costal. Entendía los principios básicos de los códigos cifrados, pero, cuando intentaba transferir ese conocimiento a los símbolos de Leck, todo se venía abajo. En algunos sitios encontraba pautas. Hallaba series de cuatro, cinco o incluso siete símbolos que reaparecían aquí y allá exactamente en la misma secuencia, lo cual tendría que haber sido algo positivo. Que hubiera repeticiones de una secuencia de símbolos en particular dentro de un criptograma sugería una palabra repetida. Pero las repeticiones eran sumamente escasas, sugerían una variante de cifrado polialfabético, y no ayudaba lo más mínimo que los símbolos en uso fueran treinta y dos en total. Treinta y dos símbolos para representar veintiséis letras. ¿Los símbolos sobrantes eran espacios en blanco? ¿Se utilizaban como alternativas para las letras más comunes, como la «A» y la «E», a fin de dificultar a quien intentara descifrar el código mediante el examen de frecuencia de letras? ¿O representaban combinaciones de consonantes, como «CH» y «LL»? A Bitterblue le estaba dando dolor de cabeza.

Deceso tampoco había hecho muchos progresos en el descifrado del código, y se mostraba más agobiado e irascible de lo normal.

—Es muy posible que haya seis alfabetos distintos aplicados de forma alternativa —dijo Bitterblue al bibliotecario una tarde—. Lo cual sugiere que la clave es de seis letras.

—¡A eso ya llegué yo hace días! —replicó él casi a voces—. ¡No me distraiga!

Observando la forma en que Thiel iba y venía por la torre a veces, Bitterblue se preguntó cuál era la razón principal que tenía para ocultarle al consejero la existencia de los diarios. ¿Lo que le daba más miedo era que interfiriese? ¿O era el daño que podría hacer a su frágil alma saber que se habían hallado los escritos ocultos de Leck? Se había enfurecido con él por ocultarle la verdad y ahora ella estaba haciendo lo mismo.

Rood había vuelto a las oficinas y se movía despacio de un lado para otro, inhalando aire en respiraciones cortas y superficiales. Darby, por su parte, no paraba un momento, subía y bajaba la escalera, repartía papeles y palabras, olía a vino añejo y, por fin, un día, se desplomó en el suelo delante del escritorio de Bitterblue.

No paró de farfullar un galimatías incomprensible mientras los sanadores lo atendían. Cuando lo sacaron del despacho, Thiel se quedó paralizado, con la mirada fija en las ventanas. Parecía tener los ojos clavados en algo que no estaba allí.

—Thiel —llamó Bitterblue, sin saber qué decir—. ¿Puedo ayudarte en algo?

Al principio fue como si no la hubiese oído. Luego se volvió de espaldas a las ventanas.

—La gracia de Darby le impide dormir como hacemos nosotros, majestad —musitó—. A veces, la única forma que tiene de desconectar la mente es emborracharse hasta perder el sentido.

—Tiene que haber algo que podamos hacer para ayudarlo —dijo Bitterblue—. Quizá deberías darle un trabajo menos estresante o sugerirle incluso que se retirara.

—El trabajo lo consuela, majestad. El trabajo nos conforta a todos. Lo mejor que usted puede hacer por nosotros es permitir que sigamos trabajando.

—Sí, de acuerdo —accedió, porque el trabajo también la ayudaba a no perder el control de sus propios pensamientos. Lo comprendía.

Esa noche se sentó en el suelo de su dormitorio con dos de sus espías expertas en descifrar códigos. Mantenían los libros abiertos delante de ellas mientras planteaban hipótesis, exponían argumentos y pasaban del cansancio a la frustración y de la frustración al cansancio. Bitterblue estaba tan exhausta que no se daba cuenta del agotamiento que tenía y de que no estaba en absoluto capacitada para esa tarea.

En el límite de su arco visual, una mole llenó el vano de la puerta. Se volvió, procurando no perder el hilo del pensamiento; vio a Giddon recostado en el marco y detrás de él a Bann, que apoyaba la barbilla en el hombro de Giddon.

—¿Podemos convencerla de que se una a nosotros, majestad? —preguntó Giddon.

—¿Y qué están haciendo?

—Estamos sentados —respondió él—. En su sala de estar. Hablando de Elestia. Quejándonos de Katsa y de Po.

—Y de Raffin —añadió Bann—. Hay un pastel de nata agria.

El pastel era una buena motivación, por supuesto; pero, sobre todo, Bitterblue quería saber qué cosas había dicho Bann cuando se quejó de Raffin.

—No estoy llegando a ninguna parte con esto —admitió con los ojos velados por el cansancio.

—Bien. Además, necesitamos que haga algo —comentó Giddon.

Dando algún traspié con las zapatillas, Bitterblue se reunió con ellos en la puerta y los tres echaron a andar corredor adelante.

—Para ser concretos, necesitamos que se tumbe en posición supina en el sofá —aclaró Bann cuando entraron en la sala de estar.

La extraña petición despertó cierto recelo en Bitterblue, pero se avino a ella y se sintió muy complacida cuando Helda apareció como salida de la nada y le plantó un plato con pastel encima del estómago.

—Estamos teniendo un poco de suerte con desertores militares en el sur de Elestia —empezó Giddon.

—Este relleno de frambuesa está riquísimo —comentó con vehemencia Bitterblue, y a continuación se quedó dormida, con un trozo de pastel en la boca y el tenedor en la mano.

Capítulo 34

M
adlen y Zaf estuvieron ausentes durante casi dos semanas. Cuando regresaron, se abrieron paso a través de la nieve caída en noviembre con más de cinco mil huesos y pocas respuestas.

—He logrado recomponer tres o cuatro esqueletos casi completos, majestad —informó la sanadora—. Pero casi todo lo que tenemos son fragmentos y nos falta tiempo y espacio para resolver cuál va con cuál. No he hallado evidencia de quemaduras, pero sí algunas marcas de aserraduras. Creo que nos encontramos ante los restos de centenares de personas, pero no puedo ser más específica. ¿Qué le parece si quitamos esa escayola mañana?

—Me parece que es la mejor noticia que me han dado desde hace… —Bitterblue intentó calcular cuánto tiempo hacía, pero al final se dio por vencida—. Ni me acuerdo —acabó con voz de mal humor.

Abandonó la enfermería y al salir al patio mayor se dio de bruces con Zaf.

—¡Oh! —exclamó—. Hola.

—Hola —contestó él, pillado también por sorpresa.

Al parecer, estaba a punto de montar en la plataforma para subirla, ayudado por Raposa, hasta la espantosa altura que requiriese la tarea de calafatear ventanas ese día. Zaf tenía buen aspecto —no parecía que el agua le hubiera causado ningún daño— y había cierto sosiego en el modo de estar ante ella, mirándola. ¿Menos antagonismo?

—Tengo algo que enseñarte, y también una petición que hacerte —dijo Bitterblue—. ¿Podrás ir a la biblioteca a lo largo de la próxima hora?

Zaf asintió con un ligero cabeceo. Detrás de él, Raposa se ataba una cuerda a las anillas de un cinturón ancho, sin dar la impresión de que estuviera prestando atención a lo que hablaban.

Deceso guardaba todos los diarios, salvo en los que Bitterblue estaba trabajando, en un cajón de su escritorio cerrado con llave. Bitterblue le pidió que le diera otro, y el bibliotecario abrió el cajón y se lo entregó con gesto impaciente.

Poco después, cuando Zaf entró en el gabinete de la biblioteca con las cejas enarcadas, Bitterblue se lo entregó.

—¿Qué es esto? —preguntó Zaf mientras pasaba las páginas.

—Un criptograma escrito por Leck que no somos capaces de descifrar. Hemos encontrado treinta y cinco volúmenes.

—Uno por cada año de reinado —comentó Zaf.

—Sí —contestó, procurando dar la impresión de que ella ya se había percatado de ese detalle. Como si, de hecho, Zaf no acabara de darle un instrumento que transmitir al equipo que trabajaba en la descodificación. Si cada libro representaba un año, ¿podrían identificar similitudes entre partes correspondientes de los diferentes diarios? Por ejemplo, si en las palabras iniciales de cada libro se haría referencia al invierno.

—Quiero que te lo lleves, pero debes tener mucho cuidado, Zaf. No se lo enseñes a nadie aparte de Teddy, Tilda y Bren. No hables de él con nadie, y si a ninguno de vosotros se os ocurre alguna idea útil, devuélvemelo de inmediato. Y, sobre todo, no dejes que te sorprendan con él.

—No —rechazó Zaf, que movió la cabeza en un gesto de negación y sostuvo en alto el libro para devolvérselo—. No me lo llevaré. Con las cosas que he visto, no. Alguien lo descubrirá. Me atacarán, me lo quitarán, y su secreto dejará de serlo.

—Supongo que no puedo oponerme. —Bitterblue suspiró—. Bien, pues, ¿querrás echarle un vistazo ahora para hablarles a los otros de él y después decirme qué opinan?

—Sí, de acuerdo, si cree que eso servirá de algo.

Zaf se había cortado el pelo. Ahora lo tenía más oscuro y algunos mechones se alzaban de forma encantadora en distintas direcciones. Desconcertada por su buena disposición para ayudar, y consciente de que lo estaba mirando con fijeza, se acercó al tapiz mientras él hojeaba el libro otra vez. Los ojos verdes, tristes, de la mujer de blanco la tranquilizaron.

—¿Cuál era esa petición? —preguntó Zaf.

—¿Qué? —Bitterblue se dio la vuelta.

—Dijo que tenía que enseñarme algo —contestó Zaf, que señaló el libro con un gesto—, y hacerme una petición. Lo haré, sea lo que sea.

—¿Lo harás, dices? ¿No vas a discutir ni a poner objeciones?

Él la miró a la cara con una franqueza que Bitterblue no había vuelto a ver en Zaf desde la noche en que la besó y después la encontró llorando en el cementerio y se culpó por ello. Zaf se azoró un poco.

—A lo mejor es que el agua fría me ha aclarado las ideas. ¿Qué tiene que pedirme?

Bitterblue tragó saliva con esfuerzo.

—Mis amigos han encontrado un sitio para que te ocultes. Si estallara una crisis con el tema de la corona y necesitaras esconderte, ¿querrías ir al puente levadizo del Puente Alígero?

—Sí.

—Pues era eso.

—Entonces, ¿puedo volver ya a mi trabajo?

—Zaf, no lo entiendo. ¿Qué significa esto? ¿Somos amigos?

La pregunta pareció desconcertarlo. Soltó con cuidado el libro encima de la mesa.

—Quizá seamos otra cosa que aún no ha llegado a conceptualizarse —contestó.

—No entiendo qué quiere decir eso.

—Creo que de eso se trata —comentó Zaf, y se pasó la mano por el pelo con aparente desánimo—. Sé que actué como un chiquillo. Y la veo con claridad de nuevo. Pero no es que las cosas vayan a ser otra vez como antes. He de irme ya, majestad, si da su permiso.

Como Bitterblue no dijo nada, Zaf giró sobre sus talones y se marchó. Pasados unos segundos, Bitterblue volvió a la mesa e intentó retomar un rato la lectura del libro sobre monarquía y tiranía. Leyó algo respecto a las oligarquías y algo de las diarquías, pero no asimiló nada.

No estaba segura de tener la más ligera idea de quién era Zaf ahora, y el hecho de que se dirigiera a ella por su título la había dejado anonadada.

A la mañana siguiente, Bitterblue abrió la puerta del dormitorio y se encontró con Madlen, que blandía una sierra.

—No es una vista tranquilizadora, Madlen —dijo.

—Solo nos hace falta una superficie plana y todo saldrá a pedir de boca, majestad —respondió la sanadora.

—Madlen…

—¿Sí?

—¿Qué le ocurrió a Zaf en Ciervo Argento?

—¿A qué se refiere?

—Ayer, cuando hablamos, parecía otro.

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